Crónica

Recordando a Nembrot

Sergio Gaspar, editor de la mítica editorial DVD, recuerda el proceso de edición de "Nembrot", de José María Pérez Álvarez.

Sergio Gaspar, editor de la mítica editorial DVD, recuerda aquellos meses previos a la  primera edición de Nembrot, de José María Pérez Álvarez, cuando apenas era un manuscrito olvidado en un cajón.


 

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/ por Sergio Gaspar /


[Otoño de 2000]

Le pregunté a mi amigo José María Pérez Álvarez si por casualidad tenía algún inédito. Yo quería seguir publicando su obra en DVD Ediciones, porque estaba convencido de que un autor con un microcosmos tan singular y una prosa de tanta riqueza literaria tenía que ofrecernos, más pronto que tarde, alguna de las mejores novelas de la democracia española.

No me equivoqué.

Pronto me mandó una carta en la que me anunciaba que no disponía de nada inédito. ¿Nada? Bueno, sí, un original que guardaba desde hacía años en un cajón, por considerarlo un texto rarísimo, impublicable. Aquel adjetivo —impublicable— me sonó a música celestial. Yo, como escritor y como editor, siempre he sido decidido partidario de publicar lo impublicable. Así que lo telefoneé para decirle que lo liberase del cajón y me lo enviase echando leches.

Llegó el texto presuntamente impublicable. Aquello prometía, sin duda. Se titulaba Nembrot. Título poco comercial, hasta el punto de que yo, que no me considero del todo inculto, que me he leído el Génesis varias veces y hasta la Comedia de Dante completa, tuve que consultar una enciclopedia para refrescar la memoria y aclararme de que Nemrod-Nembrot  era quien ordenó construir la Torre de Babel, osadía castigada por Yahvé con un lío de lenguas que ni el latín ni el esperanto ni el inglés han logrado hasta el presente remediar.

Nembrot, además, era un original que, como el universo tras el famoso Big Bang, propendía a expandirse —coloquialmente, un tocho—, sin apenas diálogos precedidos de guiones en los que pudiera reposar como en un oasis el lector, con más afición por los párrafos largos, que a veces sobrepasaban la página, que por los pedagógicos y reconfortantes punto y aparte. Y, para rematar la faena, concluía con una cita de José Ángel Valente, poeta —no novelista aún— de la hermenéutica del sagrado, paradójico y terrible silencio: “El día en que este juego sin fin con las palabras se termine habremos muerto”. En definitiva, la literatura como un juego interminable de palabras —y yo añado, un juego seguramente inútil— con las que mantenernos en la vida y defendernos de la muerte.

Leí Nembrot durante un viaje relámpago en tren de Barcelona a Burgos para fallar el XXVII premio de poesía Ciudad de Burgos. Necesité la ida y necesité la vuelta. No descarto que a algún crítico de suplementos, avezado en el inteligente método de lectura rápida de saltarse gran parte de las páginas de los libros que critica, le hubiese bastado con una hora y media para leerse la novela. Yo, que no era crítico sino editor, que me jugaba una cantidad considerable de mi dinero en vez de los cuatro cuartos que te pagan por una reseña de diario, tuve que invertir no menos de catorce horas en terminar Nembrot.

De vuelta a Barcelona, traía conmigo preguntas tan inquietantes como desoladoras. ¿Por qué José María mantuvo encerrada en un cajón durante años una novela de tanto valor literario? ¿Por qué no se la había ofrecido a alguna editorial de las que llaman importantes? ¿Qué le llevó a considerar impublicable una novela que podía parangonarse con El invierno en Lisboa (Antonio Muñoz Molina), Todas las almas (Javier Marías) o Juegos de la edad tardía (Luis Landero), entre otras? ¿Fallaría algo en nuestro sistema literario?

El 13 de diciembre de 2000 firmábamos el contrato de edición de Nembrot.

[Primavera de 2002]

En el contrato, DVD Ediciones se comprometía a publicar la novela en el transcurso del año 2001. No lo hicimos. Ni José María ni yo recordamos la razón del retraso. El caso es que, en mayo de 2002, aparecía la novela como novedad destacada de la editorial para la Feria del Libro de Madrid.

DVD Ediciones era por entonces —lo fue desde su nacimiento en 1996 hasta su desaparición en 2013— una pequeña editorial con escasos recursos económicos. Apenas podíamos organizar comidas de prensa, ni promocionar a nuestros autores con viajes por las ciudades de España, ni pagar la publicidad en los medios. Contábamos, sin embargo, con algo fundamental: prestigio y credibilidad entre los responsables de los principales suplementos y entre un número significativo de críticos literarios. A esto se añadía una distribución aceptable de nuestros libros y, sobre todo, la complicidad de un grupo reducido pero entusiasta de lectores, escritores y libreros, que estaban interesados en una literatura de calidad, con voluntad clara de renovación y de riesgo.

Todo ello se sumó para que Nembrot no pasase desapercibida.

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El 25 de mayo de 2002, en el especial de Babelia de la Feria del Libro de Madrid, Rafael Conte nos iba a sorprender agradablemente. Recomendaba y destacaba dos libros en español entre el aluvión de novedades de los primeros cinco meses del año. Uno era Varamo de César Aira, en Anagrama. El otro, Nembrot. Reproduzco las palabras de Conte, un texto breve con claves útiles para adentrarse en la novela: “Obra de un gallego casi desconocido, José María Pérez Álvarez, Nembrot es un extraño producto donde la literatura se devora a sí misma en un altar a la palabra que constituye una especie de explosión repleta de humor y de cultura universal. (Con una clave: “Nembrot” es como Dante llamó en La divina comedia a Nemrod, el gran cazador que, como desafío a Jehová, inició la construcción de la Torre de Babel)”.

No tardaron demasiado en llegar las reseñas. Mencionarlas todas resultaría tedioso, pero no me resisto a referirme a un par de ellas, aun a riesgo de asemejarme a una faja promocional.

Ernesto Ayala-Dip, el 8 de junio en Babelia, concluía la suya de este modo: “Un atrevido guiño a la magia bretoniana. Pérez Álvarez ha escrito una obra pletórica de verdad y literatura, arriesgada para los tiempos que corren, sobre todo porque su consuelo tiene que ver con la naturaleza ambigua e incierta del destino humano”. Y Juan Antonio Masoliver Ródenas, uno de los críticos más perspicaces de la narrativa en lengua castellana, escribía el 17 de julio en el suplemento cultural de La Vanguardia: “La quimera de “Nembrot” [en referencia al proyecto de la Torre de Babel] lleva a la construcción de una escritura que represente la libertad caótica de la lengua y de la narración y una nostalgia de la unidad perdida. Esta ruptura no es arbitraria y constituye el centro argumental de la novela. Los personajes son tan poco convencionales que inevitablemente expresan ideas poco convencionales sobre la vida y la literatura”.

Capacidad de sorprender, voluntad de riesgo, fiesta del lenguaje, humor y dolor, dialéctica inteligente entre vida y literatura… No, por fortuna Nembrot no pasó desapercibida para los miembros más atentos de la tribu literaria.

[Año 2003]

A finales de 2002, se habían vendido los casi quinientos ejemplares de Nembrot colocados por la distribuidora. Las inevitables devoluciones se habían compensado con reposiciones. Yo, que ni era ni soy ingenuo respecto a la capacidad de una pequeña editorial de colocar sus novedades en el mercado, me daba por satisfecho. Temía, eso sí, que Nembrot sufriese el destino más probable que le aguarda a cualquier libro: desaparecer del mercado, a los pocos meses o incluso semanas de ser novedad. La revista Letras Libres, gracias a algunas personas vinculadas a ella, contribuiría decisivamente a alterar ese destino.

Jaime Priede publicaba en febrero de 2003 una documentada reseña de la novela en Letras Libres, en la que señalaba con clarividencia sus vínculos con la Rayuela de Cortázar Jordi Doce, que trabajaba entonces en la revista y que le había encargado a Priede la reseña de Nembrot, me había sugerido unos meses antes, si la memoria no me falla, que le enviase la novela a Juan Goytisolo, porque le podía interesar. Así lo hice. O así lo hizo el mismo Jordi Doce, que resultaría una persona decisiva en el proceso de encuentro entre Goytisolo y Pérez Álvarez.

A finales de mayo, Goytisolo abría los debates de la Feria del Libro de Madrid con una conferencia en la que, según el titular de la noticia que firmaba Javier Valenzuela en El País, distinguía entre el “libro-hamburguesa” y el “texto que perdura”. El primero era un producto cultural efímero, fútil, que se consumía con la misma rapidez y facilidad que una hamburguesa; el segundo se anclaba en el pasado, se proyectaba hacia el futuro y buscaba la contemporaneidad en lugar de la simple actualidad. Como ejemplo de este último, mencionaba Nembrot, una novela de un autor que hasta hacía poco desconocía y que lo había impresionado hasta el punto de releerla nada más terminarla.

También en Letras Libres y en agosto de 2003, aparecía un largo texto de Juan Goytisolo titulado “Afinidades electivas” en el que seleccionaba a seis autores que había leído en los últimos años y a los que se sentía próximo porque todos ellos apostaban “por el texto literario frente al producto editorial”. Como avisaba al lector, su selección era “arriesgada e ingrata […] Ingrata, porque entre los que no figuran en ella puede haber escritores de fuste, pero que no he leído”. Con loable honestidad intelectual, explicaba que le parecería temerario juzgar a autores —citaba explícitamente a Rafael Argullol, Luis Landero y Enrique Vila-Matas-— de los que no conocía por desgracia su obra creadora. Sólo había leído algunas de sus colaboraciones en prensa o revistas culturales, que, según sus propias palabras, “me impresionaron muy favorablemente”. He querido extenderme en este asunto porque me resultó admirable e higiénico que, en una comunidad literaria donde casi todo el mundo parece haberse leído a casi todo el mundo, incluyendo por supuesto a Cervantes desde La Galatea al Persiles, alguien reconociera que no había dispuesto de tiempo suficiente para hincarle el diente a la producción de buena parte de sus contemporáneos. Tener opinión sobre lo que no se ha leído es un deporte literario y cultural al que somos bastante aficionados.

Éstas eran las “afinidades electivas” de Goytisolo: Nuria Amat, José María Ridao, Antonio Pérez-Ramos, Javier Pastor, José María Pérez Álvarez y Juan Francisco Ferré, del que DVD Ediciones publicaría en 2005 su novela La fiesta del asno.

Goytisolo hablaba así de Nembrot: “José María Pérez Álvarez ofrece al degustador de lo literario una novela compleja, elaborada con un lenguaje rico y a menudo espléndido, en el que diversos registros (galleguismos, argentinismos) integran esa polifonía de voces que caracteriza a la auténtica creación novelesca”.

En diciembre de 2003, Juan Goytisolo destacaba Nembrot como la mejor novela española del año en The Times Literary Supplement.

Que Nembrot se hubiese publicado en 2002 era irrelevante.

En los años siguientes la novela encontraría nuevos lectores, hasta casi agotar la edición, y —algo más importante para mí, que no he sido un editor al uso, que siempre me he descrito como “un escritor con la tarea de editar a otros escritores”- la figura de mi amigo Pérez Álvarez se conocería y respetaría entre un grupo selecto de letraheridos españoles.

Espero que esta nueva edición de Nembrot en Trifolium, que es más que una mera reedición porque incorpora quince extensos capítulos que José María decidió no entregarme en su día por las razones que fuesen, contribuya a reforzar el reconocimiento de uno de los nombres más relevantes de la literatura de la democracia.

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