/ por Esther Olivares Segovia /
Este artículo iba a ser otro. El once de noviembre iba a ser un día normal. You Want it Darker iba a ser el último disco publicado hasta la fecha, no el último de su discografía.
El 2016 nos deja a todos huérfanos culturales. Bowie, Prince, George Martin, George Michael y un largo etcétera de artistas que pasaron de padres a hijos, de tíos a sobrinos, de profesores a alumnos, ahora se quedan en el recuerdo, en los discos, en los DVDs de los conciertos o en libros.
Tengo que confesar una cosa: llegué tarde a Cohen. Lo conocí por una profesora de instituto que lo puso en clase de inglés a sus alumnos cuando él estaba recogiendo el (por aquel entonces) Premio Príncipe de Asturias de las Letras. A ella le debo las gracias por poner Suzanne en el “casette” y enseñarme que había un cantante con voz entrecortada que se atrevía a bailar hasta que se acabase el amor. Y llegué tarde porque su You Want it Darker fue el primer disco que compré cuando salió.
Con la ilusión de la salida de un nuevo disco a la venta no puede resistirme ni a llegar a casa para abrirlo. Porque no hace falta escuchar las canciones para disfrutarlas si sus letras son poesía. De ese 21 de octubre al fatídico 11 de noviembre pasaron muchas cosas, muchas reproducciones del disco e incluso promesas de cruzar el charco sólo para asistir a un hipotético concierto suyo.
La mañana del 11 de noviembre, intentando apagar el despertador sin apenas mirar la pantalla pude ver vagamente que una amiga me había escrito un mensaje: solo alcancé a leer “Cohen” y me temí lo peor. Desde ese momento, sin ni siquiera haberme levantado de la cama, el día se hizo más oscuro.
Obituarios, recordatorios, artículos in memoriam, recopilaciones de sus mejores canciones, reediciones de sus libros, lugares que le han inspirado, artículos sobre las musas o romances que ha tenido. Todo el mundo hablaba esos días de Cohen porque todo el mundo ha escuchado alguna vez su música. Ya seas un niño viendo el final de Shrek 1 cuando la princesa acaba con el ogro, un profesor que pone en sus clases versiones musicadas de poemas o simplemente que estés deslizando el dedo por la pantalla del móvil viendo cómo alguien lo ha compartido en Facebook, Cohen se cuela a mil besos de profundidad.
La nacionalidad no entiende de música. Se le recuerda por todo el mundo, se hacen homenajes en París, Grecia, Londres, Montreal, Nueva York, Oviedo. Y es que Cohen mantuvo una estrecha relación con España, que primero empezó a través del flamenco y luego se afianzó con Lorca. No sólo emocionaron sus poemas y canciones, sino que el discurso de aceptación del premio de las Letras hizo que todos nos parásemos a pensar en la universalidad de la música, en cómo puede traspasar culturas un simple movimiento de dedos sobre las cuerdas de una guitarra. Y por eso sentimos que una parte de nuestra cultura también se va con él.
Quién iba a pensar que después de la publicación de You Want It Darker, paradójicamente, Cohen iba a ver la luz al final del túnel. Nosotros nos quedamos a oscuras y de luto, pero con el consuelo de saber que así es como penetra la luz. Y precisamente en la portada del disco vemos esa luz, porque Cohen aparece asomado a una ventana blanca, mirando hacia nuestra oscuridad, no se sabe si con desprecio, con pena o con melancolía. Pero al abrir el disco, él desaparece, la luz se agrisa y sólo se ve el pájaro que se pasó todo este tiempo en el cable [Bird on a Wire], echando a volar.
Desde la primera canción del disco, You Want It Darker, ya se puede ver ese tinte de despedidida que resaltaba el propio Cohen en alguna de sus últimas entrevistas (We kill the flame / I’m ready my lord) además de los temas que se repiten en sus canciones durante toda su trayectoria musical: espiritualidad (cánticos religioso incluidos al principio), misticismo, pesimismo, lucha interna, etc. Y nada puede ir mejor con todos esos temas que su voz grave y entrecortada recitando esta letanía de despedida con una melodía lenta y repetitiva.
Porque de Cohen no se pueden esperar canciones en las que el cantante deslumbre con su voz, y mucho menos en su último disco, en el que poco a poco parece que se va fundiendo a negro. Si tuviste la suerte de ir a uno de sus conciertos y esperabas una voz que te dejase sin palabras, amigo, ibas totalmente equivocado y quizá ese no era tu lugar. Hubiese dado lo que fuese por haber ocupado tu asiento aunque sólo fuese durante una única canción. Que la música es literatura lo confirma el hecho de que un artista como Cohen llegue al estrellato por las metáforas, la temática y la narración en sus canciones y no por la voz del cantante.
La segunda canción de las nueve que componen el disco, Treaty ya introduce un piano y cuerdas que hacen que sea más melódica. No obstante, sigue sin abandonar ese susurro típico del canadiense. Además, también sabe a final, y no sólo porque se repita al final del disco, sino por versos como I’m angry and tired all time. En cuanto a los asuntos tratados, sigue la estela de las composiciones anteriores, mezclando la búsqueda de perdón de la amante con la búsqueda de redención de Dios.
En la tercera canción, On the Level, se puede ver un coro femenino y unas cuerdas acompañando la voz de Cohen, pero, al contrario de lo que pueda parecer, el disco fue grabado desde su propia casa aunque estaba al mando, al mismo tiempo, de todos los músicos del estudio, lo que confirma que, aunque estuviese, sin saberlo (o sí) en el final de su carrera, estaba en la cima de su poder.
Pese a que su grabación fue hace unos meses, y sirvió como distracción para los problemas de salud y movilidad que sufría desde hace una temporada, son canciones escritas hace pocos años a excepción de “Treaty”, guardada en el cajón desde hace más de diez años.
Todas las canciones suenan a despedida, hasta el esperanzador vals Leaving the Table (que puede remitir a sus problemas de movilidad), en el que al avanzar la canción te das de bruces con “I’m out of the game”. En ella dice que no reconoce a la gente que sale en las fotos. No obstante, en estos últimos meses de su vida, tuvo que recordar su pasado de forma amarga con la noticia de la muerte de Marianne, su musa, a la que le escribió una carta de despedida en la que afirmaba que pronto estarían juntos.
Es este amor por sus musas lo que lleva a la siguiente canción If I did’t have your Love una declaración de amor que bien podría valer para cualquiera de sus musas, desde Suzanne hasta Janis Joplin, desde una pequeña isla griega hasta el Chelsea Hotel.
La siguiente canción, Traveling Light, recuerda a Dance Me to the End of Love, pero es más una continuación de ese viaje hasta el fin del amor. Y no sólo recuerda en temática, sino también con el rasgueo de la guitarra, probablemente, una de las cosas que haya aprendido del gitanillo que le enseñó a tocar la guitarra y que hicieron que el Cohen poeta pasase al cantante.
It Seemed the Better Way es una vuelta a la temática espiritual con las menciones al pan, al vino y a poner la otra mejilla. No obstante, nosotros, seamos lectores, oyentes o público, no queremos poner la otra mejilla, no queremos pasar la canción y ver que estamos ante la última del disco. El final de su obra, en este caso, lo marca Steer Your Way, que publicado como poema en The New Yorker una semanas antes de la salida del disco, hace un guiño a la inexistente, en muchos casos, línea que separa la literatura de la música.
Cierra el disco Treaty, dándole una estructura circular al álbum debido a esa manía suya de ordenar cada aspecto de su vida. Este hecho, tan ajeado de la cultura o la música, puede que sea el único hilo esperanzador que nos queda: en la entrevista en la que dice estar listo para morir, explica que tiene todos sus poemas y canciones guardados en cajas, ordenados. Así que, aunque póstumo, esperemos poder seguir bebiendo de la obra de Cohen.
Desde el pasado noviembre he aprendido varias cosas, pero quizá la más importante es que la música me ha regalado momentos y personas, que a su vez también me han regalado música que no cambiaría por nada. No sé si es mi culpa haber llegado tarde a Cohen o culpa del destino y la caducidad de las personas. Pero una de las cosas de las que me arrepiento es de no haber podido asistir a un concierto del canadiense.
Sea cuál sea la respuesta a las dos preguntas anteriores, sólo me queda un consejo: gastad en entradas, comprad discos, vinilos, DVDs, coged aviones, buses, trenes o coches para ir a conciertos en otras ciudades. Pero nunca os quedéis sin ver a vuestros ídolos. Hacedlo por mí, ya que yo no lo pude hacer con Cohen en 21 años.
Dice Aute en una de sus canciones que nos queda la música. Pero en el caso de Cohen, aunque no haya un Nobel que lo confirme, también nos queda su poesía, su literatura, su elegancia, y la huella que dejó con cada historia detrás de sus canciones. Tú te has ido con Marianne, pero nosotros nos quedamos con tu So Long Marianne. Te has llevado tus trajes, pero nos has dejado el impermeable azul.
[En tu lucha contra la vida, aunque hayas muerto, has ganado.]
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