/ por Iván Álvarez /
El 21 de diciembre recibí una respuesta de Cristobo de Milio, de la Fundación Belenos, a mí artículo «Asturceltas» a través de El Cuaderno. Una respuesta donde se defiende la postura celtista y se procura devolver con creces mis sarcasmos y mis argumentos de reticencia al celtismo. La respuesta de Cristobo me gustó, aunque no atina demasiado, y mi orgullo de asturcelta no podía dejar pasar la ocasión de responder como se merece. Como dijo el forense de Carrero Blanco: vayamos por partes.
La réplica comienza bien, llamándome pobre en tono condescendiente. Efectivamente, soy de clase baja, no miserable, pero de clase baja; seguro que de Milio no quería utilizar eso como insulto, pero es importante señalarlo por lo que viene después. La condescendencia no me la tomé en serio porque efectivamente yo también lo he sido. Como he dicho en la primera parte me gusta el cachondeo hiriente. Las mencionadas pesadillas, además de ser una hipérbole, no se deben a que un profesor (en 2013, no hace treinta años) nos dijera que somos culturalmente celtas, sino por sus clases en general. Aunque recuerdo haber sacado un notable en su asignatura. Pero bueno, lo del profesor era anecdótico, un cauce para trazar la introducción del texto. Quién diría que Cristobo duerme feliz, si ya en el primer párrafo nos tiene que remover la conciencia con sus profesores fascistas. Sea como sea, es un manzanas traigo de manual, porque yo ni apruebo esas prácticas docentes ni aporta nada a lo que quiere expresar. Sin más.
Pasemos a lo relativo a la estatua de Augusto. No se le puede quitar a Cristobo ni gota de razón, comparto prácticamente todo lo que dice. El quid de la estatua no está en que efectivamente Augusto fuera esto o aquello, sino en cómo se relaciona con lo que viene después: la reivindicación de lo prerromano como propio, y lo romano como postizo y ajeno. De ahí que luego se hable de que los asturianos no fuimos invadidos por nadie, como los españoles actuales no conquistamos América. La conquistaron otros españoles (y europeos); nosotros, en presente, no. Ese era mi punto, aunque reconozco que por la redacción pueda interpretarse como una defensa de la estatua y una asunción de que es mera reivindicación del legado romano. Obviamente no es así y soy plenamente consciente del papel de lo simbólico y los monumentos en tanto en cuanto son formas de ocupar y significar el espacio público. Un caso similar podrían ser el Jardín de los Reyes Caudillos de la Catedral de Oviedo. Como digo, le doy la razón a Cristobo y reconozco mi error al redactar esta cuestión, pero mi punto era otro. Vaya por delante que no quería enmarcar la cuestión en un conflicto entre lo celta y lo romano, más allá de lo gráfico; lo romano me venía bien para señalar el cómo escogemos lo que consideramos nuestra cultura y lo que no. No estaba contraponiendo al celtismo una reivindicación de una Asturias romana.
Más adelante en la réplica de de Milio se dice que yo sospecho de supremacismo blanco encubierto cuando se buscan lazos culturales con el norte. No, si quisiera haber llamado nazi o supremacista a alguien lo habría hecho directamente y no para el asturianismo exactamente. Supremacistas fueron unos nazis gallegos que me llamaron «gitano» varias veces por criticar el celtismo, pero no por ello creo que sea cosa generalizada en el celtismo. La sospecha no iba en esa dirección, la sospecha que me despierta es esa constante idea de Europa sublime, muy moderna, donde siempre debemos reflejarnos porque los españoles somos por norma reaccionarios, chapuceros y charangueros. No es casual que las veces que se habla de esto se tomen casi siempre las mismas referencias y los mismos tipos ideales de lo que es un país del sur y lo que es un país del norte. En el norte también hay fascistas, charangas y chapuzas. No es supremacismo lo que señalo, muy al contrario: señalo una forma de algo que vamos a llamar rápidamente endofobia. Yo puedo ser muy crítico con España y su historia, lo que no pienso hacer es caer en los tópicos sobre lo atrasados que somos nosotros y nuestros vecinos de la meseta y lo modernos que son al otro lado de los Pirineos.
En el siguiente párrafo en el texto de Cristobo aparece esto: «Te fascina, Iván, con ese tono sobrado de todo tu artículo, que alguien pueda luchar por la oficialidad del asturiano, lengua romance, y a la vez defender el sustrato celta de la cultura asturiana». Esto no es exactamente lo que digo, la contradicción que señalo no está en defender la oficialidad y a la vez señalar que existe un sustrato cultural prerromano. ¡Yo mismo defiendo ambas cosas! Si bien me puedo equivocar a veces al redactar como en el caso de la estatua, procuro cuidarme bien de lo que escribo: señalo que la contradicción está en pensar que ese sustrato es el determinante, el principal, el que mejor nos define. Me cito: «Siento fascinación por aquella gente que dedica buena parte de su militancia política a conseguir la oficialidad de una lengua romance como es la asturiana, y la vez dice tener un sustrato cultural celta determinante y que lo romano es ajeno, impuesto y postizo». El término determinante no está ahí gratuitamente, y menos cuando unas líneas más arriba se ejemplifica en la babayada de considerarnos culturalmente celtas (no negando el sustrato, sino criticando su asunción como tronco vertebrador de la cultura asturiana).
Inmediatamente después Cristobo de Milio se mete en un berenjenal de medias verdades. Yo puedo compartir que la llingua asturiana todavía hoy sea objeto de prejuicios clasistas, pero el asturianu, además de la lengua de los campesinos y de tantos otros miles de asturianos no campesinos, es también la lengua de muchos hijos de la clase media, y pijos interesados en ir de contraculturales. El nacionalismo suele ser cosa de clases intermedias educadas, esto debe tenerse en cuenta antes de plantear el nacionalismo de uno como forma de contrapoder y relativo alternativo, y por ende emancipador. También se puede hablar de una clase trabajadora que fala castellán. El problema es que el campesinado no es lo mismo que los de abajo, nuestra gente. Aquí Cristobo se hace unas trampas al solitario que dudo que él mismo pueda creerse. La inmensa mayoría de los asturianos viven en núcleos urbanos, esto ya es una premisa fundamental a la hora de entender la cultura de los asturianos, aunque es una idea muy extendida que Asturias es una región muy rural y de campesinos. Según la última encuesta sociolingüística la mayoría de los asturianos tienen el castellano como lengua materna, sea en solitario o compartida con el asturiano. No parece, a la vista de los datos, que el castellano no sea la lengua de los de abajo, a no ser que Cristobo de Milio crea que el 62% de los asturianos que tienen el castellano como única o una de sus lenguas maternas (42+20) sean burgueses o pequeñoburgueses, y el restante sean campesinos y pobres trabajadores. Podemos hablar de diglosia o de escolarización obligatoria en una única lengua, y en esa denuncia estaremos de acuerdo De Milio y yo, pero la realidad es que el castellano también forma parte del acervo cultural de los asturianos en general y de la clase trabajadora asturiana en particular. Por las causas históricas que son, pero ye lo que hai.
Efectivamente, «el pobre Iván Álvarez» viene de una familia de padres no cualificados, y de una ascendencia humilde. Son mis padres trabajadores, sin estudios, gente de abajo, y desde la generación de mis abuelos mis parientes no tienen el asturiano por lengua materna. No digo más allá porque no sé qué lengua hablaban todos ellos. Así que cuidado con esa vinculación directa de lengua y clase en 2020: ejemplifico con mi familia, pero como la mía habrá miles. Familias como la mía no deben de ser tu gente, Cristobo de Milio. El poder es castellanohablante, pero también anglófono, y francófono… pero ya hace tiempo que el castellano ya no es solo la lengua de la cancillería, que diría Stalin. El campesinado, por cierto, históricamente ha sido el refugio de importantes supersticiones y tendencias reaccionarias, así que cuidado también con esa romantización del campesinado en general, que no por pobre —matizable también— debe tomarse como sujeto emancipatorio de referencia.
A continuación se nos presenta el celtismo como un movimiento de resistencia. Ese movimiento de resistencia cultural y político que curiosamente está bastante asumido institucionalmente, aunque haya sido objeto de importantes críticas. Está claro que no es hegemónico como el covadonguismo, pero no es honesto plantearlo como un relato de contrapoder. Yo diría que el celtismo es otro movimiento bastante mercantilizado y estandarizado, como tantos otros movimientos culturales alternativos. De hecho, me juego el brazo izquierdo a que en más de una ocasión la Fundación Belenos ha recibido algún tipo de subvención para poder publicar. No estoy muy al tanto de cuantías y todo eso y seguro que eran cuantías insuficientes para lo que se proponían, pero supongo que la institución a la que Cristobo de Milio pertenece acomete actividades de interés regional, que generalmente están subvencionadas. Y no lo digo despectivamente, señalo que lo de movimiento de resistencia igual es venirse un poco arriba. Ojo, también se subvencionan organizaciones saharauis, por ejemplo, y eso no significa que tengan apoyo institucional, pero tampoco diría que el celtismo sea especialmente incómodo para un poder que de hecho lo utiliza casi como un reclamo turístico.
A mí me parece estupendo que algunos celtistas recuperen tradición oral y pongan en valor determinados elementos patrimoniales, pero ¿de verdad se lo tienen tan creído de pensar que están planteando una especie de relato transgresor, explorando vías alternativas? Que, además, ¿ya por el mero hecho de ser alternativo al hegemónico es per se defendible y pertinente? Me parece muy bien también que se enorgullezcan del pasado celta, pero… ¿orgullo de qué? Como orgulloso de ser español, pero versión indigenista; son el reflejo invertido de buena parte de lo que critican. Tiene sentido que sea indigenista Evo Morales, por ejemplo, porque las poblaciones indígenas americanas están hoy, de facto, reprimidas política y económicamente. Y un asturiano podría conceder, aunque no compartir, que está nacionalmente oprimido, porque hoy se puede hablar de naciones, pero ¿pueblos indígenas? Luego Cristobo de Milio nos plantea un falso dilema: o abrazamos su indigenismo celtista alternativo-rompedor-vía de escape del españolismo hegemónico, o abrazamos el imperialismo. O pones en valor los vínculos históricos con el Arco Atlántico o miras hacia la «asfixiante» Castilla (Castilla es, de hecho, la región más asfixiada, despoblada y empobrecida). Supongo que mirar hacia ambos lugares, y entender que existen vínculos culturales de todo tipo en más de dos direcciones es mucho pedir.
Igual convendría abrir este melón, aunque lo vayan a negar sí o sí: en el Estado español la producción, gestión y promoción de la cultura está bastante descentralizada. Así a bote pronto se me ocurren dos ejemplos clarísimos, aunque podríamos decir muchos más sin duda: películas y otros formatos audiovisuales en cuya producción participan autonomías, televisiones autonómicas o incluso ayuntamientos; y la capacidad que tienen administraciones subestatales para efectivamente subvencionar y promocionar elementos culturales específicos e instituciones como la Fundación Belenos. España es muy centralista para algunas cosas, pero para la creación y promoción de cultura precisamente no. Igual que existe un nacionalismo banal de Estado español, es evidente que también existe un regionalismo banal totalmente aceptado y promovido institucionalmente y por la población. Negar esto me parecería de un cinismo como la iglesia de Santo Domingo de Guzmán de grande.
En el siguiente párrafo Cristobo de Milio nos vuelve a meter en la idealización de ese campesinado donde se manifiesta ese sustrato celta enterrado. Como estudioso de la mitología que es, obviamente le da una importancia desmedida en la configuración de la cultura de los asturianos actuales. A mí se me acusó de minorizar el sustrato celta, y en esta dialéctica no podía faltar un claro movimiento que lo exagera. Yo no digo nada del Edicto de Tesalónica ni del Códice de Justiniano, ni tampoco asumo (hago mía) la jerarquía de valores de los romanos, únicamente señalo que ese legado romano es suficientemente denso para que lo consideremos parte importante de nuestro sustrato cultural y, por tanto, no se pueda afirmar que seamos culturalmente celtas o una nación celta, y ya.
Cristobo de Milio se hace otro manzanas traigo de manual y habla de lo que tuvo más peso para los asturianos durante cientos de años. Muy bien, resulta que mi artículo va dirigido al celtismo banal actual y de esa idea simplona de cultura que impera actualmente, hoy, todo lo demás es paja. De Milio puede hablar de las construcciones circulares que quiera, pero si quiere hablar de ello (de cultura objetual, en este caso arquitectónica) no tiene mucho donde rascar porque la realidad es que el grueso de los asturianos actuales vive en construcciones más bien parecidas a las insulae y con una distribución del espacio doméstico mucho más parecida a la de estas. Pero solo es un ejemplo. Esto no es asumir unos valores X o darlos por buenos, sino describir una realidad objetiva. De la misma manera ocurre con las normas oficiales que rigen nuestra sociedad, que se basan en buena medida en el derecho latino. Es algo meramente descriptivo, no es un juicio de valor. Ye lo que hai, de nuevo. Pero repito, esto no iba de decir si somos más romanos o más prerromanos, sino de afirmar que crecimos a partir de ambas raíces, y otras, y que reivindicar solo una además de cínico es ineficaz, porque resta credibilidad al relato que se pretende defender.
Más adelante se viene un muñeco de paja, nombrando a Javier Neira y Carmen Ochoa. Insisto, yo no estaba haciendo ningún tipo de elogio al Imperio romano, no comparto los tipos ideales de generador y depredador de Bueno, ni nada de eso. Como historiador yo no pretendo hacer irrelevante ni intrascendente una etapa de la historia de este cacho de tierra que hoy llamamos Asturias, mi punto sigue siendo el mismo: que el celtismo no puede pretender formar un tronco esencial, un elemento determinante, de la identidad asturiana básicamente porque después de los astures vinieron otros tantos y dejaron un poso y un sustrato cultural a varios niveles que hoy nos sigue definiendo en mayor medida, y tal vez mejor, que el prerromano. Luego de Milio relaciona esos textos de Neira o el mío propio con «racismo al servicio del Estado uniformador». Esto es una barbaridad. Los celtas no eran una raza, y los asturianos actuales menos. Esto no tiene nada que ver con racismo. Está en cuestión incluso el concepto de etnia (ahora es tendencia la etnicidad), así que esto voy a tomármelo como que Cristobo de Milio ya había cogido carrerilla y de calentón hizo una acusación de racismo sin sentido.
Por otra parte, Cristobo de Milio, y tantos otros, pueden estar tranquilos: los Estados no uniforman, totalizan, que es distinto; el Estado español no va a homogeneizar a una población de 45 millones de habitantes en un territorio de medio millón de kilómetros cuadrados, porque no se puede. Pero insisto: más allá de la cuestión lingüística (que no depende de Madrid sino de lo que votamos los propios asturianos), la producción y promoción de cultura está descentralizada. Igual les parece una descentralización insuficiente, pero centralizada no está, desde luego. De nuevo plantea un falso dilema: o estás con el Estado uniformador (y por tanto ¿racista?) o estás en el otro lado. Lados hay muchos, Cristobo, no seas tan maniqueo, por favor. De Milio, y tantos otros que piensan como él a lo largo y ancho del Estado, parece que solo sopesan la posibilidad de ser contrapoder si se asumen unos valores identitarios muy específicos y que no pasen por lo español. Solo es verdaderamente rompedor lo que sea alternativo a la identidad española canónica. No hay nada plebeyo y popular en lo español, en cambio lo celta es de gente de abajo. No puede estar más equivocado. Históricamente, ha tenido un simbolismo más contestario una figura como la de Rafael del Riego, asturiano y patriota español, que cualquier movimiento cultural al que se adscriba de Milio.
Para ir terminando mi interlocutor entra a comentar mi mención a la cultura de masas globalizada. De nuevo, yerra el tiro al pensar que estoy haciendo alabanzas a la globalización y a la sociedad postindustrial (que sin duda implican ventajas). No estoy alabando, de nuevo estoy describiendo un hecho objetivo: nuestra cultura, en sentido antropológico amplio, está definida mayormente por el mercado, el ocio de masas, los bienes instrumentales y las relaciones sociales impresas por la sociedad capitalista. Cristobo de Milio nos hace una mención al auge del nacionalismo, del voxeador al islámico, para presentarlo como una muestra de que igual mi idea de una cultura más o menos global no es tan real. El ejemplo es delicioso, ¿qué serían de esos movimientos nacionalistas y de la movilización de las masas ante una guerra sino fuera por las nuevas telecomunicaciones? ¿Qué sería de esos repliegues identitarios (donde sin duda podemos meter al celtismo) si no estuviéramos ante la disolución posmoderna de los grandes relatos universalistas? Claro que hoy siguen existiendo los nacionalismos y los reaccionarios, pero si uno mira más allá, verá que estos fenómenos ahora tienen una dimensión global, casi parece coordinada. Hay una correlación estrecha entre el Brexit, el trumpismo y el auge voxeador. Los grandes fenómenos sociopolíticos son hoy universales: en este caso estamos ante una reacción globalizada. Cristobo quiso plantear una antítesis donde la síntesis es total.
Y claro que el uso de teléfonos móviles nos define mejor culturalmente que el folclore, ejemplificado por mí en elementos de gran valor simbólico como la gaita o las danzas de espadas vascas en mi artículo inicial. Por supuestísimo. Ninguna duda de que esto es así. El teléfono móvil ha cambiado la manera en la que nos comunicamos, socializamos e incluso nos ubicamos cuando vamos a hacer una ruta de monte. La mitología, el folclore y cómo configuran la etnicidad nos distingue, o cómo queremos que nos distinga, pero no nos define tanto como creemos. La diferencia entre distinguirnos y definirnos no parece clara, pero está claro que antropológicamente no somos como nos queremos autoidentificar.
Mi artículo no va de posmoderno. Muy al contrario, va en la línea de la concepción materialista de la historia de Marx y Engels, que en 1848 decían aquello de que la estrechez y exclusividad nacional son cada día más imposibles, y que las literaturas nacionales y locales daban paso a una literatura universal. Uno puede ser un fervoroso nacionalista chovinista, pero lo será en un contexto globalizado y condicionado por las dinámicas económicas e intelectuales que circulan por el mundo. Ya no hay espacio para un nacionalismo genuinamente alemán o español. Incorporarán elementos históricos propios de esas sociedades, pero el nacionalismo de hoy no puede ser el nacionalismo de 1900.
Siguiendo más adelante, mi artículo no apela al inglés más que para describir que vivimos en un mundo hegemonizado por las potencias anglosajonas. Ni lo considero más importante ni nada. Enésimo muñeco de paja que Cristobo de Milio me lanza a la cara. Como dije en la primera parte de este texto, que Cristobo debe leer, en mi texto tampoco se defiende la Feria de Abril ni se considera como un intercambio cultural aséptico y que debamos valorar positivamente. Para terminar, más allá de la acusación de academicismo posmoderno, Cristobo también debería dejar de idealizar al nacionalismo vasco, que igual combate la hegemonía españolista, pero está tan asimilado como el resto. A no ser, claro, que en nuestras estrechas miras pensemos que los Estados tienen más capacidad de asimilación y homogeneización que las dinámicas del capital. Espero que el asturianista medio sea consciente de que esa resistencia a la asimilación, y los movimientos nacionalistas alternativos al españo, suelen servir de palanca política y para esconder cosillas como negociaciones por las cuotas de xarda o el tráfico portuario. Ese movimiento de resistencia suele ser bastante onfalóscopo, a costa de jodernos a los demás, pero oye, qué buenos esos vascos que resisten. Imitémosles, seamos nacionalistas todos, les va bien, compitamos más y elevemos a valor supremo nuestra etnicidad. Nada puede salir mal.
Para concluir, la respuesta de Cristobo, como decía al principio, me gustó; sus argumentos, aparentemente potentes, se caen fácilmente por estar basados mayormente en muñecos de paja y medias verdades. Me acusa de sobrado y de basarme en topicazos; pero qué podríamos decir de quien se reafirma en sus posturas tirando de tópicos sobre construcciones circulares, mitología, asturianu como lengua de los de abajo y que se dice parte de un movimiento de resistencia. No por haber sido objeto de críticas y ataques de los sectores más reaccionarios es el celtismo un movimiento elogiable ni pertinente; tal vez no solo se reciben ataques por ser un estorbo para el poder, sino también porque efectivamente puede estar uno yendo por un camino poco creíble, lo cual podría explicar el fracaso político perenne del asturianismo en general y del celtismo en particular. Está claro que las naciones son en buena medida mitos, pero siguen operando a 2020, son creíbles sin duda, nadie lo ha negado. Pero la nación asturiana, y la nación celta asturiana, para ser más exactos, ni es creíble ni tiene mucho recorrido. Y no por ello yo, como asturiano, me considero menos que nadie. Esto, cuanto antes se asuma, mejor.
[EN PORTADA: Viñeta final de Astérix en Hispania]
Iván Álvarez es historiador, licenciado por la Universidad de Oviedo.
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