Estudios literarios

En realidad, ficciones

Javier García Rodríguez recopila en "Literatura con paradiña" (Delirio, 2017) y "En realidad, ficciones" (Septem, 2017) distintos textos que conforman un complejo y sugerente itinerario literario y cultural con múltiples ramales.

Textos e imágenes constituyen realidades cotidianas. Y, al tiempo, construyen esa misma realidad en forma de ficciones. Averiguar cómo interpelan a quien se relaciona con ellas, ya sean lectores o espectadores, es el  intento de En realidad, ficciones. Textos e imágenes en la ficción contemporánea: narrar y cómo (Septem, 2017), un acercamiento crítico a algunas técnicas y formas narrativas y a algunas ficciones tal y como las conciben, entre otros, David Foster Wallace, Lorrie Moore, Philip Roth, Harold Bloom, Benedicto XVI, Andrés Rábago, Godard, David Trueba, Manuel Vilas o el cine y las series actuales (Los Soprano, Twin Peaks, Captain Fantastic…). Más de una sorpresa televisiva y más de un desahogo personal se ofrecen también en este volumen que cuenta, además, con un  “Bonus Track” musical entre el rock y lord Byron, la canción de autor y Pancho Varona.

Por su parte, Literatura con paradiña: hacia una crítica de la razón crítica (Delirio, 2017) incluye trabajos teóricos muy poco difundidos hasta el momento que ensayan una crítica de la razón ficcional, una problematización de las formas hermenéuticas o analíticas que trata de expandirlas hacia espacios menos transitados por la crítica convencional.

Javier García Rodríguez , autor de ambos libros,  es profesor universitario, escritor, crítico literario y gestor cultural. Licenciado en Filología Hispánica y doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, comenzó su carrera docente en 1989 en la Universidad de Iowa, pasó en 1991 a la de Valladolid (donde obtuvo la plaza de profesor titular en 2002) y ha sido Professeur Invité en la Universidad de Montreal. Desde 2011 es profesor titular en el Área de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo. Es autor de numerosos trabajos académicos y divulgativos sobre literatura y cine, así como de los libros de poemas Los mapas falsos (1996), Estaciones (2007) y Qué ves en la noche ( 2010), de la inclasificable narración Mutatis mutandis (2009) y del libro de relatos Barra americana ( 2011). Una selección de sus colaboraciones periodísticas se publicó, en 2009, con el título de Líneas de alta tensión: literatura crónica que viene a cuento (Septem) En 2014 apareció su libro de poemas infantiles ilustrado La tienda loca y en 2015 la novela juvenil Un pingüino en Gulpiyuri, incluida en el Plan Lector de la ESO. Es miembro del consejo editorial de la revista cultural El Cuaderno. Entre 2014 u 2016 fue Director de la Cátedra Leonard Cohen. Coordina actualmente el Ciclo de Palabra del Centro Niemeyer de Avilés. Es miembro del Proyecto de Investigación CANTes: canción de autor en español.


Javier García Rodríguez, un homo sampler con estilete crítico

/ por Cristina Gutiérrez Valencia /

“Señor Azorín: ¿cree usted que esa postura es académica?”
Azorín, Las confesiones de un pequeño filósofo

“La crítica, garante de un discurso que tiene en su médula el gen de la transformación (también de la transformación social), está obligada  a renovarse para ser capaz de inscribir en el campo literario un discurso que se mueve siempre en el riesgo de no ser, en la posibilidad de no decir”
JGR, Literatura con paradiña

“El crítico, en igual medida que el novelista, es un escritor que persigue la escritura escribiendo”
Edward Said, El mundo, el texto y el crítico

 “En mi vida había visto a tanta gente ofendida. Parecía que había insultado a sus madres. Decían que aquélla no era la manera de hablar de arte. Me cubrieron de injurias. Fueron unos años muy divertidos”
Umberto Eco sobre Obra abierta

Javier García Rodríguez es escritor de ficciones, crítico, poeta, profesor universitario on campus y maestro off campus, traductor, gestor y agitador cultural, editor, etcétera. Lleva puesto, cuando hablamos de cultura, el baciyelmo del perspectivismo, como autor polifacético, de muchas caras (soy legión), visibles dependiendo también de nuestra mirada. Su escritura, su ser en la cultura, son el sfumato de la Mona Lisa, una superposición de capas que producen un efecto complejo difícil de identificar.  El azar ha querido que se publiquen en estas fechas dos obras que, si bien diferentes, recopilan a modo de miscelánea distintas piezas del autor que habían visto la luz anteriormente en publicaciones periódicas u otros libros ya inencontrables. Nos referimos a Literatura con paradiña: hacia una crítica de la razón crítica (Delirio, Salamanca, 2017) y En realidad, ficciones. Textos e imágenes en la ficción contemporánea: narrar y cómo                   (Septem, Oviedo, 2017). Ante un conjunto de obras tan dispares, de diferente procedencia, intención, tiempo y tono, resulta interesante tratar de armar la estructura de aquello que constituye en estas obras la marca JGR©, los elementos de Javier García Rodríguez que hacen de cada página un síntoma reconocible.

Dos son, creo yo, los componentes clave: por un lado la tematología comparatista nos recuerda que hay una serie de leitmotivs en todas estas páginas, que realizan un itinerario que va desde David Foster Wallace a Lorrie Moore, de Harold Bloom a los neoaristotélicos de The Windy City (de los que quizá toma su pluralismo), de la high a la low culture, de la hermenéutica a las novelas de campus, de la infinita duda razonable (“¿Qué hace esto aquí?”, se autoglosa el narrador tras incluir una cita de Foucault) a la razón (crítica y ficcional) de la duda. El estribillo puede ser lo metaliterario, las posibilidades de la ficción (“es accesorio aquí, e impertinente, establecer la distinción entre realidad y ficción”, dirá), de la autoficción, de la crítica como ficción, el simulacro. Las estrofas pulsan al doble sentido del Play ▷ de la literatura mutante, la Next Generation, la poesía contemporánea, la resistencia a la teoría, la cultura de la queja, la obsolescencia intelectual programada, el amplio espectro de la cultura pop más allá de lo generacional (Chiquito de la Calzada y el Yoyas, Bibi Ándersen y Madelman, V, Doctor en Alaska y Los Simpsons, Amanece que no es poco y Shrek), la TV, el cine y las series, la música en todas sus variantes o las últimas corrientes de la crítica norteamericana (¿qué hay de nuevo, viejo?).

En segundo lugar, encontramos el elemento clave del estilo. Este, como la identidad que lo sustenta, no es una esencia inalterable, sino que es volátil y proteico, pero a su vez tiene un aura que se preserva a través de los años, los géneros, los tonos e incluso las palabras. Ante una cantidad tal de textos tan variopintos como los que encontramos en estos libros recurrimos al lenguaje. Y es que cuando no queda ya otra opción, nada a lo que aferrarse, cuando todo se agota y nos agota, recurrimos al lenguaje. Ocurrió con el famoso Giro lingüístico o Linguistic Turn en los estudios filosóficos, ocurre en una de las últimas series de moda, Manhunt: Unabomber, que cuenta la historia de cómo consiguen atrapar al neoludita que sembró el pánico en EEUU en los 90s con sus bombas por correo con la sola pista de sus cartas y su manifiesto, analizando su lenguaje: el estilo, que es el hombre, ya se sabe. El investigador del caso reúne a una serie de expertos universitarios para que le ayuden, y estos se retiran tras una infructuosa reunión, excepto una joven lingüista con la que mantiene aproximadamente esta conversación: “Hemos estado analizando el lenguaje del manifiesto en busca de pistas de su identidad”. “Idiolecto. Así se llaman los patrones lingüísticos de alguien en concreto”. Ya se sabe que donde hay patrón no manda marinero, ni en tierra ni en el proceloso mar de las palabras. William T. Vollmann, el excéntrico escritor estadounidense de esa generación wallaceana tan analizada por JGR, fue uno de los sospechosos de ser Unabomber, y Ricardo Piglia utiliza la historia del terrorista para construir El camino de Ida, novela de campus que juega también con la autoficción con su famoso Emilio Renzi. Entre todos estos artefactos narrativos podemos mirar los ensayos no destructivos de Javier García Rodríguez y buscar esos patrones estilísticos delatores. Y es que para él “la forma es una manera de abrir el texto a mayores densidades simbólicas y semánticas”; puede que la forma no sea el mensaje, pero ayuda a horadarlo para su descompresión. Encontraríamos así el gusto por los juegos de palabras, con los nombres de los más famosos hermeneutas (“la hermenéutica contemporánea no es más que un depósito de gadámeres”) o la invención disparatada de nombres en “Mutatis mutandis” (“Owen Desaints”, “Justin Case”), con los más célebres autores de ópera (“se ofende a Offenbach, se desprecia [bah] a Wagner”), la inserción de letras de canciones en sonoro juego en “Narratología para dummies” (“por la boca muere el elepé”), y con continuos juegos en En realidad, ficciones (“la educación iba de Maravall en peor”), asociaciones creativas, en la adjetivación y en las ideas (no hay más que echar un vistazo a “Vilas people: guay en sí, (¡hey!)” de En realidad, ficciones), el perspectivismo y cambio de enfoque o desencuadre (“¿Qué dice Winnie The Pooh de todo esto?”, titula a una sección de “Contra Aristóteles vivíamos mejor”; “Shakespeare se inventa a Godard”, llama a otro capítulo), una cierta tendencia al detallismo extremo, las enumeraciones y las estructuras sintácticas bimembres y los paralelismos, una posición de cierto amor bloomiano a las letras con una idea de la crítica como fanfiction de la literatura (“También los textos críticos aspiran a ser ficciones”, dirá en En realidad, ficciones), pero no reñida con un estilo que se ha denominado “barroco frío”, conjugado con algo de escepticismo, buenas dosis de ironía (marcada incluso de forma explícita, gráficamente, con el uso de los paréntesis que producen dos lecturas, y esa magia de que algo pueda significar una cosa y su contraria a un tiempo: “Lo que importa (no) es narrar”), una continua hibridación genérica muy característica[1], un humor lingüístico, inteligente (Intelligentsia, dame el nombre exacto de las cosas), como un conjunto de bromas privadas filtradas al público, las notas al pie creativas, la parodia como forma de intertextualidad (“Mutatis mutandis” sería el ejemplo más claro, parodiando a la literatura mutante, pero más aún a sus apocalípticos críticos: Antonio J. Gil diría en un encuentro que Mutatis mutandis supondría para la literatura mutante lo que supuso el Quijote para la novela de caballerías), la autoficción (“Mutatis mutandis” es una recopilación, a modo de manuscrito encontrado, aunque fragmentado-postmoderno[2], realizada por la mujer del recién fallecido autor [nada más lejos de la realidad del autor empírico Javier García, y aún así revisar la fecha de nacimiento de este y de muerte de aquel, ciertos aspectos de su biografía o de sus gustos lectores, los diarios de Trapiello, pongamos por caso, y JGR, un amigo del finado, en la que en un momento aparece como resultado de la búsqueda por internet una conferencia impartida en Zaragoza por Javier García Rodríguez, y un artículo de un sospechoso Julián Mirlino, de Wallace University sobre Kobi Parris, poeta mutante aquí, personaje de Barra americana también. Otros ejemplos podrían ser el “agradezco a Claudia su colaboración en este y otros ejemplos” o el relato de juventud “Traición en las cuatro ruedas” insertos en “Narratología para dummies”), y la autocita, autoglosa y reiteración como modo de autorreferencialidad y autoconstrucción fractal creciente (el canon para JGR se correspondería con la acepción de “composición de contrapunto en que sucesivamente van entrando las voces, repitiendo o imitando cada una el canto de la precedente”, las piezas que se tocan y suenan a la vez formando un sentido unitario nuevo y diferente al de cada una de las voces): más allá de que las composiciones provienen de otras obras y redirigen aquí su sentido al cambiar su contexto, el relato de Ana Terrados en la supuesta antología de nueva narrativa de la imaginaria revista Papeles de plexiglás (del Glas de Derrida al plexiglás de JGR no hay apenas distancia, ambos son en sus contextos una magnífica apología de lo que podemos llamar Crítica Creativa) podría estar en su anterior Barra americana, si es que no lo está ya; “Pequeños lujos de la vida diaria”, relato encontrado en Literatura con paradiña, estaba como poema en el poemario Qué ves en la noche, y aparecerá de nuevo en este volumen en “Narratología para dummies”, en un ejemplo de reconfiguración del significado a través de un nuevo encuadre y cambio en la autoría, según el contexto y la pragmática; y en En realidad, ficciones hay un momento donde escribe “Quizá convenga repetirlo”, y vuelve a copiar completo un amplio fragmento aparecido anteriormente, construyendo estructuras textuales que no avanzan linealmente sino en espiral.

La última de las características estilísticas lo es de una forma muy paradójica, porque se trata del apropiacionismo resemantizador. ¿Cómo pueden ser las palabras de otros marca de estilo de un autor? En primer lugar porque no es la marca del narrador, sino de la instancia anterior, el autor implícito postulado por Wayne C. Booth, quien elige, asocia, selecciona, da la palabra, ordena y da sentido global a aquello que va escrito en la página (“El «autor implícito» elige consciente o inconscientemente, lo que leemos; le consideramos como una versión creada, literaria, ideal, del hombre real; es el resumen de sus propias elecciones”, dirá en Retórica de la ficción). En segundo lugar porque las elecciones de ese autor implícito varían tanto la forma de entender y el significado de lo que leemos, en esas proyecciones de sentido, que el mismo estilo cambia con nuestra lectura, compensadora de unos lugares de indeterminación que no se refieren sólo al contenido. Los estilemas del apropiacionismo nos muestran a un doppelgänger capaz de duplicar a cualquiera, pero que mantiene sus dejes y su sello en esa imitación, aunque ésta esté compuesta de las palabras exactas del texto del original, al modo del Quijote de Pierre Menard. Es una paradójica búsqueda constante de la originalidad y la experimentación, de los sentidos otros del mundo y de los textos, de la iconoclasia y la heterodoxia. Es lo que hace JGR sobre todo en “Lyrica® (Patología y tratamiento)”, donde nos presenta el prospecto de un medicamento con una propuesta de interpretación oblicua, o en “Cultura del post y sociedad Thermomix™: géneros literarios y consumo” y “Narratología para dummies”, en Literatura con paradiña, que introducen extensas citas de diversos autores, géneros y estilos para explicar, decir, ejemplificar o reconsiderar varios asuntos, y en “Láser Soprano: querrás que te tomen el pelo”, que hace lo propio (del apropiacionismo) con una entrada de un blog sobre láseres de depilación aplicado a la interpretación de la serie Los Soprano.

Hagamos un ejercicio, como aquellos que JGR nos propone en ciertas páginas, para entender el apropiacionismo y sus usos: en las páginas finales de “Mutatis mutandis” hay un fragmento extenso que habla sobre la paresia, “la franqueza, la libertad, la apertura que hacen que se diga lo que hay que decir, como se quiere decir, cuando se quiere decir y bajo la forma que se considera necesaria”, y que va firmado así: “[¿Michel Foucault, Heráclito, Hércules Poirot o Heraclio Fournier?]”. En esta misma publicación de El Cuaderno escribía yo hace un tiempo lo siguiente, que aplico a JGR en esta práctica apropiacionista: “volver a la expresión original, cuidar su falta de envoltorio, mostrar con sutilidad pero de forma directa que habla de verdad y de verdades. Es lo que los clásicos llamaban parresía, que, como explicaba Foucault, es la práctica verbal de decir la verdad de manera directa, expresando todo cuanto se piensa de la manera más clara, sin ser adulador ni caer en la retórica y cumpliendo el deber moral de hablar honestamente a pesar del conocimiento de que esto pueda tener consecuencias negativas para el hablante. Si la parresía es, etimológicamente, el decirlo todo, el parresiastés «es alguien que dice todo cuanto tiene en mente: no oculta nada, sino que abre su corazón y su alma por completo a otras personas a través de su discurso”. [Javier García] es, en este sentido, un parresiastés»”. Este fragmento estaba originariemente dedicado a David Foster Wallace y su discurso Esto es agua. Para demostrar que el apropiacionismo funciona solo hay que fijarse en la crítica que hace el autor de esta obra del escritor norteamericano en “El dulce lamentar de Foster Wallace”, de En realidad, ficciones. JGR, como Javier Alonso Prieto señalaba, “ha sido el primer académico español en acercarse a su obra, escribiendo una parte significativa del corpus bibliográfico castellano sobre este escritor” (de lo que En realidad, ficciones es perfecta muestra, con varios artículos seminales sobre DFW), y el de Ithaca es indudablemente uno de sus autores-fetiche a los que se pasa la vida regresando, y aun así no duda en criticar su propia vaca sagrada, y se atreve el parresiastés a decir que “Esto es agua funciona mejor como discurso que como texto escrito. En este último formato deviene en ocasiones en un texto de autoayuda muy poco exigente”. Llámenlo parresía u honestidad intelectual, podemos conceder que es un texto apropiado, de un apropiacionismo poco usual.

Javier García Rodríguez (Valladolid, 1965)

JGR enseña deleitando, como quería el clásico, pero se mantiene de continuo en el precipicio posmoderno, en el filo de su estilete, en la búsqueda de la superación formal, y con ella lo insólito en el sentido, y reproduce un constante guiño cómplice con el lector, a quien hace sentir inteligente (“Narratología para dummies” es en realidad un pequeño manual irónico), porque sabe que no sólo lo lee a él, uno y trino, sino que, como crítico, lee con él, tras él, ante él, sobre él. Y se toma la literatura tan (o tan poco) en serio como la vida, porque ambas son una deliciosa broma infinita con la que, como Umberto Eco, pasamos unos años muy divertidos.


[1] Vicente Luis Mora escribió sobre Mutatis mutandis, ahora en Literatura con paradiña: “Me gustaría explicarles de qué va este libro, pero no puedo, porque su género acaba de fundarse con este volumen. Hay teoría pero no es un ensayo; hay narración, pero no es una novela ni un cuento. Planteado como una monstruosidad epistemológica posmoderna, es un libro sustentado en el exceso interpretativo”.

[2] “La vil quimera de este monstruo cómico”, verso del Arte nuevo de Lope de Vega, sería perfecto como definición, aunque aquí Quimera es la revista de literatura de referencia y la novela del postmodernista John Barth, o el “Quimerismo” que el medievalista busca en la Wikipedia.


En realidad, ficciones
Javier García Rodríguez
Septem, 2017
108 páginas; 19.00€

***

Literatura con paradiña.
Hacia una crítica de la razón crítica
Javier García Rodríguez
Delirio, 2017,
152 páginas; 11.00 €

 

0 comments on “En realidad, ficciones

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: