2018: Odiseo en San Simón. Trilogía de la guerra, geografía de una novela
/ por Guillermo Sánchez Ungidos /
Quien me conoce ahora
dirá que mi experiencia
nada tiene que ver con mis ideas,
y es verdad…
(Jaime Gil de Biedma, Moralidades)
Albergo la muerte en mi interior. Tan sólo se trata de saber hasta qué punto puedo sobrevivirla o no.
(Don DeLillo, Ruido de fondo)
Nada de lo que haya acontecido se ha de dar para la historia por perdido.
(Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia)
La novela avanza cuando conquista territorios. Cuando huye del miedo y del acomodo. Cuando asume la porosidad de ciertas fronteras y sabe que debe mancharse y poner en crisis los discursos. Cuando trata de introducir el caos en el orden, como nos enseña Adorno, para observar de nuevo las cosas como si lo hiciéramos por primera vez.
Agustín Fernández Mallo apuesta de nuevo por el poder de intervención del relato, por el modo en que la narrativa aborda los conflictos de la realidad y los problemas de su representación, y propone en Trilogía de la guerra (Premio Biblioteca Breve, Seix Barral, 2018), la construcción de un espacio ficcional donde la escritura no se debe únicamente a la nostalgia del pasado, sino a la proyección de una literatura en devenir, un espacio de lectura como lugar de onirismo, misterio, imaginación y reflexión que revive a los muertos y mata a los vivos: «dame fuego, toma fuego».
Es una red que nos arrastra de la isla de San Simón a Nueva York, pasando por Montevideo, y nos desaloja en Normandía. La novela participa de la gran crisis del (meta)relato de nuestro tiempo («He visto a las grandes mentes de mi generación destruidas por Facebook»), que se corresponde con el estatuto de realidad y la problemática relación de esta con el lenguaje del antes y del ahora, y constituye una mirada del conflicto bélico como un legado que otorga la posibilidad de pensar el pasado desde el presente, entendiendo el recuerdo como una forma de (re)construir la memoria, algo que, por otro lado, siempre ha sido sustancial en su obra literaria («porque fui todos los hombres sé que el humano [me refiero a la memoria] es la esquizofrenia de la Historia», Creta Lateral Travelling).
El expediente Mallo
Trilogía de la guerra comienza con la invitación para ir a un congreso sobre redes e Internet como espacio y herramienta de creación en la isla de San Simón, en la ría de Vigo, un trozo de tierra con una inquietante historia (un campo de concentración en la Guerra Civil, antes una leprosería y una cárcel para piratas, y aun antes un monasterio), un lugar aislado que terminará por conectarnos a todos.
El protagonista busca y encuentra los lugares que aparecían en el libro Aillados y los fotografía. Aquellos cuerpos en blanco y negro, al lado de las fotografías en color, le producen un inexplicable vértigo y experimenta un desvanecimiento de conciencia de todo lo que había conocido hasta ese momento: «dos ríos que, idénticos, corren ante mí a velocidades distintas». Siente una masa de cuerpos y objetos bajo los pies que suscitan todo tipo de preguntas sin respuesta. Se insiste, entonces, en que hay una convivencia entre vivos y muertos en la cual nos estamos comunicando continuamente, la red más amplia, imposible de cartografiar, en la que, como sujetos individuales, nos hallamos atrapados, donde la verdad aparece en tensión hasta estallar colmada de tiempo, para acabar siendo lo mismo.
El discurso subjetivo del protagonista, una especie de Navidson deconstruido en busca del ruido, hace que de la memoria individual pasemos a la colectiva. Entender y recordar no son lo mismo. La construcción de un relato afecta a la construcción de la memoria, porque precisamente al explicarla también se construye. Lo que se nos propone es observar, entonces, qué nos dice ese relato en el que interviene una estructura del sentir, para tratar de explicar qué somos hoy: «ante el hallazgo de unas cuantas piezas de lo que fue una construcción creemos sentir que la propia Creación está de nuestro lado».
Esa indagación metafísica y literaria, en una inquietante distorsión del espacio que poco a poco se va haciendo más grande, nos lleva a Nueva York y a Central Park, ese campo de fósiles que se han recolocado en la superficie, para asistir al encuentro de los fantasmas de Dalí y de Lorca, a una aterradora y sibilina lectura de uno de los grandes poemas de Poeta en Nueva York o a la historia del poema perdido del poeta granadino que pasa por Montevideo. La narración explora en este punto la perturbadora idea de que la basura es materia prima de la Historia: caminamos sobre los muertos, pero tenemos que revivirlos. «Estamos en guerra: la de la conservación de la materia contra la desaparición de la carne, la de la memoria contra la desmemoria».
El descubrimiento del cuarto astronauta: Mickey Mouse es una vaca
La segunda parte de la novela está conformada por el relato de Kurt, el cuarto cerdito —perdón, astronauta— del Apolo XI, del que nadie tiene constancia porque es quien filmaba. Quien registraba los acontecimientos no estaba en uno de los más importantes de la historia; el narrador fiable de los hechos es una voz en off, invisible, como un muerto sin vida ni memoria, sin huella. Este punto de vista de quien se pone tras la cámara permite a Fernández Mallo reflexionar sobre la memoria y su inestabilidad: dada su condición de presente y su enunciación en primera persona, no es un archivo fiable de los eventos, como tampoco lo son la carne y los cuerpos.
A través de este apócrifo cuarto astronauta, que también fue piloto en Vietnam, atendemos a parte de la historia y la sociología de Estados Unidos, contenidos en ese verso del «Life on Mars» de Bowie, «Mickey Mouse ha crecido y ahora es una vaca», como ejemplo de la monstruosidad en la que ha devenido la gloria infantiloide del sistema más poderoso del mundo.
Sirviéndose de la imaginería narrativa de David Lynch, la monstruosidad y lo onírico unido a la mísera y confusa existencia del individuo, retrata con fascinación un mundo que ha sufrido un proceso imparable y terrible que le ha llevado a diluir sus contornos, como si la vida humana hubiera adoptado un giro irreal en algún momento imperceptible.
Nos invita a observar «el espejo distorsionado de este mundo nuestro». Toma conciencia de la duplicación de lo real, de ese otro mundo que se ha instalado en las entrañas del mundo, de que pensamos en ecos, en una imagen construida como las imágenes; y conciencia de que el mundo y su pasado han perdido su hondura: «aquel cuerpo y yo unidos por una misma animalidad, pensé, mi particular eslabón perdido, y sentí asco, y fue en ese preciso momento en el que comencé a llamarle él y no yo». Es entonces cuando la impostura se hace real, produciendo un efecto de extrañamiento y, sobre todo, fascinación por aquello que está descontextualizado y no está en su propia esencia (la ficción es —William (anti-muerte) Gass dixit— vida en términos de la uña del pie).
Kurt se convierte así en una especie de visionario que observa desde arriba y recuerda el destino que le espera a un mundo que se sabe autodestrucción: «Como las estrellas, que nos alumbran aunque estén muertas, somos una legión de vivos y muertos unidos por lo mismo: la destrucción y la guerra». En su locura, nos incita a que nos planteemos desde la cordura el sinsentido del horror, en el que el hombre ha caído por su propio pie.
Fire walk with me…
El paseo final de la novela por la costa de Normandía, un recorrido de conexiones entre lo que ha sucedido en él y las personas que lo recorrieron, es un proceso dinamizador y funcional para apalabrar el recuerdo, narrarlo y hacerlo memoria, «dibujar ese último contorno de una vida que es la llamada al buzón de voz de un muerto». Fernández Mallo, entendiendo que una trayectoria, como la vida, es fractal (Sebald à clef), construye un camino hacia otro aleph para reencontrar la experiencia colectiva a través de la narración y lograr la empatía con los sujetos del pasado bélico.
La Historia, a partir de la concepción postraumática del mundo, demuestra su fragilidad, como resultado de un proceso irreparable que ha llevado a difuminar los límites de la realidad. Se desenmascara así «una información que es la desconocida cara B de nuestro tejido de realidad, tan desconocida que nos dedicamos a crearle sustitutos», la de una memoria ajena e impostada.
La protagonista piensa que si cartografiásemos los movimientos migratorios en Europa saldría una especie de representación del movimiento esquizofrénica. Se le viene a la mente la imagen de los inmigrantes sirios llegando a Europa como muertos, una móvil mayoría de cadáveres en la que ni siquiera pensamos y que de repente aparecen del mismo modo que los muertos de nuestras guerras, «la historia de los muertos es sustituida por la historia que de ellos hacemos los vivos, el devenir de las civilizaciones es el de una infinita cadena de sustituciones».
La forma distintiva de arqueología histórica que traza presupone un conocimiento de la topografía pertinente de la posmodernidad antes de poder excavar y recordar el pasado perdido, un camino entre los escombros de la realidad social. Porque son los muertos, cuyas imágenes aprehenden y atraviesan las llamas de un fuego eterno, los que «acostumbran a estar más presentes que los vivos. A los vivos los ves pasar y quizá nunca vuelvas a verlos, pero un muerto se queda, su presencia se adhiere a tu piel».
El dolor se transfiere a los seres humanos a través una (re)construcción del sufrimiento de otros mediante el rescate de la memoria y la personificación de un papel en él. Ver «es lo que nos ocupa, ver es lo que nos ha ocupado siempre, ver desde lo más alto de una noria una playa llena de huesos molidos de varón e ir hacia ella, desear pisar su arena e intuir que entre esos granos yacen una multitud de almas de una especie totalmente distinta a la tuya». No se trata de revivir la Historia para recordarla, sino de hacerla activa, de escribirla, encarnándola desde el relato.
Comencemos de nuevo; la guerra ha terminado con el triunfo de Mallo.
Trilogía de la guerra
(Premio Biblioteca Breve 2018)
Agustín Fernández Mallo
Seix Barral, 2018; 496 páginas
21.00 €; ebook: 12.99€
interesante