Poéticas

Joseph Brodsky, el explorador polar

"El explorador polar" (Kriller71ediciones), antología bilingüe de Joseph Brodsky con una perspectiva renovada y atractiva puesta en escena.

Como un pez en la arena. Para leer a Joseph Brodsky

[Extractos]

/ por Ernesto Hernández Busto /

El 4 de junio de 1972, Joseph Brodsky (que era aún Iosif Aleksándrovich Brodski) salió de la Unión Soviética con un libro de John Donne en el bolsillo. Alguien empeñado en buscar imágenes que contengan las claves de una vida futura, esos stills premonitorios de toda existencia concebida como dramaturgia, empezaría por esta intersección de tiempo y espacio: recién cumplidos sus 32 años, un poeta cruza —o más bien, es obligado a cruzar— una frontera no sólo física, para empezar una nueva vida.

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Ajmátova, toda una encarnación de la sofisticada cultura rusa venida a menos durante el periodo soviético, siempre consideró a Brodsky como un igual, a pesar de la diferencia de edad y de estilo. Se conocieron en el verano de 1961, en la dacha de la escritora en Komarovo, lugar al que el joven poeta regresará muchas veces. Se discute hasta qué punto Ajmátova y su poesía representaron una influencia decisiva para Brodsky. Como ha dicho él mismo, “no fue versificación lo que aprendimos con ella”. Compartían, ante todo, la idea de que el poeta ruso tenía que construir una voz que expresara el alma de un idioma sin rebajarse a lo popular. Ajmátova también presentó a Brodsky cierta idea del cristianismo, de sus valores espirituales, y la concepción de la poesía como un mecanismo similar a la plegaria: el poeta es alguien que habla siempre a una instancia superior. “Cualquier arte se dirige al oído del Todopoderoso” —dirá Brodsky años después, incluso después de aclararnos que nunca fue creyente. Pero toda su poesía, sobre todo al comienzo, gira sobre ese modelo de religiosidad y trascendencia que acompaña a la lengua rusa desde sus orígenes.

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Lo único que tienen en común poesía y política, solía decir Brodsky, son sus letras iniciales. Las exigencias de cualquier forma de sumisión al Estado —pensaba— conspiran contra un criterio de excelencia y abren la puerta a un “envilecimiento del lenguaje y a un descenso del ‘plano de estima’ desde el que los seres humanos se contemplan a sí mismos y establecen sus valores” (Heaney). El arte, cuya forma suprema era para Brodsky la literatura, y dentro de ésta, la poesía, proporciona una educación sentimental y moral al ser humano. Se trata, por así decirlo, del vehículo de una mejora antropológica, un estadio avanzado de la evolución.

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Lo curioso es que pocos poetas pueden presumir de un currículum tan democrático, tan cercano a la biografía de un “hombre común”. La formación de Brodsky fue sobre todo autodidacta. Ni siquiera terminó la secundaria. Repitió el séptimo grado. Y en su libro de conversaciones con Solomon Volkov, cuenta su melodramática y definitiva salida del salón de clase, a los quince años: “Cualquier cosa que me haya empujado a tomar esa decisión, le estoy inmensamente agradecido porque resultó ser mi primer acto libre”. Antes de llegar a Estados Unidos y hacer carrera de poeta y profesor, Brodsky desempeñó múltiples trabajos y oficios. En el juicio que afrontó por “parasitismo social”, “corrupción de la juventud”, etc., se le acusó de haber cambiado de trabajo “hasta trece veces”. Y es cierto que Brodsky hizo de todo, además de escribir poesía y traducirla: trabajó en una fábrica de armamento, en un faro, y como fogonero, fotógrafo, marinero, fresador en otra fábrica y asistente en el laboratorio de cristalografía de la Universidad de Leningrado. Viajó por toda la Unión Soviética y Asia Central como ayudante de un geólogo. Incluso se ganó la vida asistiendo a un forense (“Tuve esa fantasía de convertirme en un neurocirujano, ya sabes, la fantasía normal de un niño judío, pero yo quería ser neurocirujano por alguna razón, así que empecé de esta forma desagradable, fui ayudante del médico forense, abriendo cadáveres, sacando las entrañas, abriendo los cráneos, sacando los sesos…”). También, en un momento de desesperación, planeó secuestrar un avión con un amigo y huir a Afganistán. Hizo vida de bohemio, contra todas las previsiones imaginables, en un sistema donde la uniformidad era un valor exacerbado.

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El 25 de marzo de 1964 Brodsky fue enviado como castigo a Norenskaya, un pequeño pueblo (“de 14 habitantes”, recuerda con sorna en algún poema) en la región de Arkhángelsk, cerca del Círculo Polar Ártico. Los trabajos que realizó allí fueron palear estiércol, limpiar establos, cortar madera, picar piedras y cernir grano. También aprovechó la soledad para leer con cuidado y traducir a John Donne. Según su propia confesión, esos 18 meses estuvieron entre los mejores de su vida.

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Por eso para rastrear el trayecto estético de Brodsky es mejor atenerse a sus ediciones en ruso. Lo esencial de su obra poética está en cuatro libros: Конец прекрасной эпохи (Fin de la bella época), que incluye poemas fechados entre 1964 y 1971; Часть речи (Parte de la oración), que abarca desde 1972 a 1976; Урания (Urania) (con ediciones en 1987 y 1989) y Пейзаж с наводнением (Paisaje con inundación), de 1996; recombinados luego en diversas recopilaciones. La fecha de su exilio funciona aquí como una especie de marcador psicológico, aunque el propio Brodsky insistió en que no veía una diferencia esencial en su poética al menos hasta 1974. Como sucedía en la propia vida, le era difícil salir del proceso para observar los cambios. Pero a partir de 1974, el tono, digamos metafísico, con que la poesía de Brodsky muestra las preocupaciones esenciales del individuo, empieza a cambiar.

La construcción de esta “persona” lírica es parte del torneo moderno entre analogía e ironía. Ese vagabundo irredento, a veces irritado y otras veces divertido, que procede, como dice otro crítico, “con una ligereza que tiene el cansancio como centro” da voz a un desarraigo sin amargura. En ese sentido —entre otros—, el gran héroe literario de Brodsky fue Ovidio. Las numerosas referencias a la Antigüedad que hay en su obra, inseparables de cierta idea del Imperio trasladada al mundo soviético, le sirven para tomar distancia de un mundo opresivo, unificador y violento, donde la cultura está permitida pero ha sido despojada de su nervio esencial. Un Imperio acaba siempre en catástrofe espiritual (“genocidio antropológico”, llegó a llamarlo) y el poeta será, por fuerza, testigo de esas ruinas.

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Para dar forma a ese “extrañamiento”, a ese asombro de la propia lengua, Brodsky se valió de una estructura poco habitual en la tradición rusa: la “carcasa” de los poemas extensos, tanto en la tradición narrativa de Kantemir, Derzhavin y Baratinsky, como en la más lírica de los poemas extensos de Tsvietáieva. Los poemas largos no eran muy comunes en la tradición rusa del siglo XIX y principios del XX. Brodsky opinaba que la poética rusa había impedido el desarrollo de un pensamiento, y que la lírica había centrado sus logros en la “pequeña escala”. Su poesía, en cambio, quiso cambiar de formato: adaptar el molde de las estrofas largas a la naturaleza de otros temas que no figuraban en la poesía narrativa del XVIII. Su amigo, el también poeta Evgueni Rein, opina que las cualidades innovadoras de Brodsky tienen que ver con ese prosaísmo esencial, con ese talento prosaico, que le permitió conservar ciertas estructuras métricas y, al mismo tiempo, suplantar una poética convencional. “Forma romántica + contenido moderno”, predicó Brodsky más de una vez.

[…]

Ni siquiera el ejercicio de “esa condición que llamamos exilio”, tan bien explicada en sus ensayos, se tradujo en un credo. Para el poeta Brodsky, la censura soviética bien podía ser una bendición y Occidente era ese sitio donde “nada es amenazador pero todo es hostil”. Su amiga Susan Sontag le reprochó alguna vez, cuando ya había pasado su fase de seducción, que insistiera en que el poeta es el verdadero aristócrata de las letras, un perpetuo vox clamantis. Pero aunque Brodsky fue siempre raigalmente antisoviético —y ayudó a muchos exiliados que llegaron después de él a EEUU— tampoco le asignó al escritor exiliado ningún tipo de privilegio o beneficio profético. A la altura de su poema “Quinto aniversario”, escrito para recordar su salida de la tierra natal, él mismo define el exilio como “un acto del destino”, acaecido a quien “no amaba la vulgaridad ni besaba los íconos”. Quizás la única excepción de esta regla fue un poema de 1992, nunca incluido en libro, en el que se burla de la independencia de Ucrania.

[…]

El discurso con que recibió el Nobel en 1987 resume con elegancia esta fe negativa: la intrascendencia espacial de lo humano, su radical transitoriedad, que lo obliga al consuelo temporal de una palabra poética a imagen y semejanza del más natural de todos los elementos: el agua. En ese sentido, a diferencia de su querido Donne y su andamiaje metafísico, Brodsky es un poeta eminentemente físico, cuyo tema fundamental es la encrucijada entre el espacio, el tiempo y los sentidos. Hay una especie de descolocación o condición irreconciliable entre estas piezas que obsesiona al poeta: “el espacio es ausencia de cuerpo en cada punto”, “sólo para el sonido el espacio es estorbo/ el ojo no se lamenta por la falta de eco”. Ningún otro poeta contemporáneo habla tanto de la intemperie. Su musa no es Calíope, ni Tersícore, ninguna de sus artísticas hermanas asociadas con emociones y sentidos, sino Urania, musa de la astronomía, “más vieja que Clío”, matrona del conocimiento estelar, del espacio puro, de esas extensiones heladas en medio de las cuales el hombre es tan accidente como una morrena, el derrubio lodoso formado por las piedras y el barro que arrastra un glaciar. (A Urania dedicó Brodsky un poema que comienza como epitafio irónico: “Tiene un límite todo, incluso la tristeza…”).

[…]

Se suele hablar de Brodsky como un poeta intraducible. Paradójicamente, él mismo no sólo intentó traducirse, sino que ese esfuerzo marcó su poética. Tenía claro el drama de escribir una poesía que, por su nivel de elaboración formal, no pasaba bien a otros idiomas. Sin embargo, no vivió esa dificultad como un drama angustioso. La poesía, que a menudo se define como “lo que se pierde en la traducción”, también puede ser “lo que se gana” con ella. Pero sólo si el traductor se siente lo bastante desacomplejado para practicar una estética de la “versión poética” o asumir la transcreación del original.

[…]

En la poesía rusa, la rima no es un “recurso” más, sino el marco general de toda la comprensión poética. Está, por así decirlo, espiritualmente arraigada; para algunos, a nivel neurológico. Alguien decía que en EEUU es probable que un poema rimado evoque la idea de “estilo tradicional” o “conservador”. Pero en Rusia sugiere la fuerza moral de un arte de la memoria, practicado como una disciplina solitaria e intensa. Como hemos dicho antes, la relación de la poesía rusa con la memoria y la oralidad es consecuencia de cierta tradición litúrgica. En todo poema ruso está, más o menos presente, ese mecanismo psicológico de la plegaria.


El explorador polar

[Selección de poemas realizada por El Cuaderno]

 

El explorador polar
A. M. B.

Devorados ya todos los perros. En su diario
no ha quedado hoja en blanco. La foto de la esposa
cubierta de palabras, a modo de rosario:
en su rostro el lunar de una fecha dudosa.
Otra foto: la hermana. Pero no se consterna;
marca su latitud. Mientras tanto se ve
que la gangrena, oscura, le sube por la pierna
como la media de una mujer de cabaret.

En el centenario de Anna Ajmátova

La página y el fuego, el filo y los cabellos,
los granos y la piedra redonda del molino,
los susurros y el ruido: Dios lo conserva todo,
máxime las palabras de amor y de perdón,
que es como si brotasen de Su propia garganta.
Entrecortado el pulso, la sangre late en ellas,
y el crujir de los huesos al dar contra la pala.
La vida es una sola, de sus labios mortales
brotan llanas, pausadas, las palabras. Más claras
que si nos alcanzaran desde lo ultraterreno.
Alma grande y excelsa: por ser tú quien las dijo,
te hago una reverencia a través de los mares;
me inclino ante tu parte corruptible que yace
en la tierra natal a la que devolviste
el don de la palabra para los sordomudos.

Una fotografía

Vivíamos en una ciudad teñida del color del vodka congelado.
La electricidad nos llegaba de lejos, de zonas pantanosas,
y por las noches el apartamento parecía
borroneado de turba y picado por mosquitos.
La ropa era pesada, revelando
la cercanía del Ártico. Al final del pasillo
traqueteaba el teléfono, recobrando de mala gana
la conciencia tras el fin de la guerra.
En el billete de tres rublos se veían mineros y aviadores.
No sabía que un día todo esto dejaría de existir.
En la cocina, las ollas esmaltadas infundían confianza en el futuro
al insistir en transformarse, en sueños, en cascos
o en ejércitos de Marte. Los automóviles también marchaban
hacia el mañana y eran casi siempre negros,
grises, y algunas veces –los taxis–
incluso marrón claro. Es raro y no muy agradable
pensar que hasta el metal ignora su destino,
que se gastó la vida en nombre de una apoteosis
de la empresa Kodak, con su fe en las copias
y a deshacerse de los negativos.
Las aves del paraíso cantan, aunque no tengan ramas donde volar.

Una postal

A causa de la superpoblación los polígamos y los asesinos
seriales salen libres; y si hay un accidente aéreo,
únicamente se habla de él (casi siempre en las noticias) cuando ocurre
en algún área boscosa: a las complicaciones del acceso
se suma la cuestión del medio ambiente, que hace todo más trágico.
Los teatros están repletos, tanto las butacas como los escenarios.
Y jamás un tenor canta solo un aria:
casi siempre hay seis a la vez, o a veces uno que es gordo como seis.
Lo mismo vale para el gobierno, cuyas oficinas están toda la noche
con las luces
encendidas y trabajan en distintos turnos, como las fábricas,
rehenes del censo. Todo, aquí, es una pandemia:
lo que le gusta a uno gusta a muchos,
ya sea un deportista, algún perfume o una comida.
Así, por consiguiente, todo lo que uno diga o haga es un acto de lealtad.
Del mismo modo, según parece, la Naturaleza se ha hecho eco del
denominador
común, y cada vez que llueve, que es poco, las nubes se demoran más
no dando vueltas por sobre el estadio militar, sino sobre el
cementerio.

A mi hija

Si tuviera otra vida, estaría cantando
en el Caffé Raffaella. O simplemente ahí
sentado. O bien de pie, como si fuera un mueble
en un rincón, si acaso esa vida resulta
ser un poquito menos generosa que la otra.
Y en parte, porque desde ahora ningún siglo
se las podrá arreglar sin jazz o cafeína,
soportaré este daño, y a través de mis grietas
y mis poros, cubierto de barniz y de polvo,
te veré en veinte años, en la flor de la edad.
Lo importante es que sepas que andaré por ahí.
O más bien que un objeto inanimado podría
ser tu padre, más aún si acaso los objetos
son más viejos que tú, o más grandes. De modo
que vigílalos siempre: te juzgarán, sin duda.
Ama esas cosas, con encuentro o sin encuentro.
Además, es posible que aún recuerdes alguna
silueta o un color, mientras que yo hasta eso
voy a perder con el resto del equipaje.
Por eso estos versitos un poco acartonados,
en el idioma que tenemos en común.

Vista con inundación

Un paisaje bastante familiar, ahora inundado. Ahora
se ven tan sólo cúpulas, agujas, las copas de los árboles, una gasa
pluvial.
La garganta se llena del gluglú de un comentario apasionado,
pero de todas las palabras amontonadas la única que queda es fue.
Así es que, hacia el final, un espejo refleja la calvicie
de un veterano, pero no su cara, ni siquiera su trasero.
Abajo, garabatos descoloridos y declaraciones atragantadas.
Arriba, los jirones de una nube. Y tú de pie en el agua. Corte.
La escena pareciera transcurrir en Holanda; muy probablemente
antes de que tuvieran diques, y nombres como Van Dam, De Vries.
O acaso sea el Sudeste asiático, con el monzón que, sobrio,
ablanda el arrozal. Pero no eres de arroz.
Claramente, creció gota por gota durante años, un paisaje imposible
cuyas olas potables ahora anhelan nuevas distancias: vastas y
saladas.
Y es tiempo de subir al niño en andas, como un periscopio,
para ver a lo lejos los buques enemigos en su veloz avance.


 

http://kriller71ediciones.com/joseph-brodsky-el-explorador-polar/

El explorador polar
antología poética bilingüe

Joseph Brodsky
Traducción de Ernesto Hernández Busto y Ezequiel Zaidenwerg
Kriller71ediciones, 2018


 

Acerca de El Cuaderno

Desde El Cuaderno se atiende al más amplio abanico de propuestas culturales (literatura, géneros de no ficción, artes plásticas, fotografía, música, cine, teatro, cómic), combinado la cobertura del ámbito asturiano con la del universal, tanto hispánico como de otras culturas: un planteamiento ecléctico atento a la calidad y por encima de las tendencias estéticas.

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