Cuentinos tristes
Tercetos
/por Juana Mari San Millán/
Daba el último paseo al perro a las doce de la noche como todos los viernes. Se agachó a recoger la cagada del can. A dos pasos, se movió la valla metálica que cerraba la entrada a los bajos en obras de un edificio en construcción. Salió una mujer menuda. Pasó a su lado y dijo hola con toda naturalidad. Detrás de la mujer menuda apareció un maromo de tez muy negra y sonrisa muy blanca, y muy ancha, que volvió a colocar la valla en su sitio. Terminó de coger la mierda del perro en una bolsa de plástico y continuó el paseo de todos los viernes a las doce de la noche. De pronto se dio cuenta, hostia, si la mujer menuda era Almudena, la putita del instituto, la que le inició en los espasmos del sexo. A él y a otros tantos. Eso sí, a nadie que masturbara o se la chupara consintió jamás que le tocaran un pelo o, mucho menos, una teta. Así era su personal y dadivosa forma de proceder en la aplicación de las artes masturbatorias y mamatorias. A trueque, a él le reclamaba versos.
Almudena frenó en seco, joder, si era Carlos, el poetastro del insti. Mandó a hacer gárgaras al tipo de piel de ébano y sonrisa de profidén, y de autopista. Volvió sobre sus pasos hasta alcanzar a Carlos.
—Hola.
—Hola.
—Te conocí por la voz.
—Yo a ti por la respiración.
—Cuánto tiempo.
—La intemerata de tiempo.
—Te conocí por la voz.
—Yo a ti por la respiración.
Esa situación, solo alterada por los inquietos coletazos del perro, se tornó un tanto engorrosa. Almudena, ni corta ni perezosa, acercó una mano a la bragueta de Carlos.
—Ni lo intentes con el perro delante y la próstata sublevada.
—Bueno, tú verás, al chucho y a la próstata que les den dos tilas, no quitaré la mano de la bragueta si no me recitas unos versos.
—El aguacate a los perros
mata, según cuentan sabios.
Y el chocolate. Y los celos.
—¿Por qué no te mola Cohen?
Refractaria tú a letristas
con sombrero, ¿no te pone?
—Si anochece y ves
que nadie te acaricia,
masturba a Luna.
—Se te hace saber:
prostituta aposta en las
encrucijadas.
Almudena retiró la mano de la entrepierna y se fue por donde vino, o sea, por donde el humo. No dijo adiós. No dijo ni mu. Carlos regresó a casa con el perro después del último paseo de los viernes. Al quitarse la ropa de calle para ponerse el pijama, notó una breve mácula de lefa en los calzoncillos.
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