De rerum natura
Abadín y los errores del algoritmo
/por Pedro Luis Menéndez/
Creo sin demasiadas dudas que acabaremos gobernados por los algoritmos (si no lo estamos ya), esas listas insulsas de instrucciones que sólo saben decir sí o no, y cuya ceguera y escasa inteligencia pueblan en este momento casi todos los ámbitos de nuestra vida. En términos que agradan sobremanera a los vendedores de humo, los algoritmos facilitan la mejora de la experiencia del cliente.
Si usted, pongamos por caso, lee con profusión noticias relacionadas con el bolo palma o con las teorías de los terraplanistas, llegará el momento en que los algoritmos de sus buscadores o de sus redes sociales empiecen a ofrecerle casi en exclusiva ideas, imágenes o publicidad relacionadas con esos temas. Si también, contra lo que quiero suponer, tiende a cierta cerrazón y a relacionarse sólo con personas que piensan lo mismo que usted piensa, puede acabar concluyendo que al mundo entero le interesa el bolo palma y, por supuesto, que la Tierra no es redonda (que no lo es).
Algún que otro ser ingenuo podría pensar que estos son asuntos que soluciona la educación, pero temo que los sistemas educativos ofrecen pocas armas para aprender a resistirse ante semejante perspectiva por dos razones bastante evidentes: que nuestra tendencia natural nos empuja al casi nulo reconocimiento de nuestros propios errores (más o menos como el pobre don Quijote cada vez que se estrellaba contra la realidad) y que —segunda razón— los propios sistemas educativos son víctimas también de este mundo de algoritmos (como no podía ser de otra manera).
Así que, por todo lo antedicho, tengo un problema con Abadín. Por si usted no lo sabe y no le apetece consultarlo, le diré que Abadín es un pueblo de la provincia de Lugo, en el que jamás había puesto un pie hasta hace unos catorce meses, peregrinando a Santiago por el Camino del Norte. Abadín, como tantos otros pueblos, tiene un pabellón deportivo del que guardo un recuerdo especial: el frío extremo del agua de sus duchas. Cuando uno peregrina, encuentra agua fría de vez en cuando, asunto que no suele suponer ningún problema, pero le aseguro que lo de Abadín está en otro nivel. Tanto que pienso que los deportistas del lugar son gente más fornida y aguerrida de lo habitual o —al ver el estado de las instalaciones— se duchan en su casa.
Si a estas alturas del asunto se está preguntando usted qué tiene que ver todo esto con los algoritmos, ahora mismo se lo explico. Por estas cosas que tiene la vida, volví a andar el Camino del Norte hace un par de meses y, por ese afán curioso que tenemos todos, busqué en Internet algunos datos sobre Abadín. Desde entonces recibo diariamente en las noticias seleccionadas de mi móvil toda referencia que en los medios de comunicación gallegos se produzca no sobre el pueblo sino sobre el concejo entero de Abadín: las cuitas de una vecina a la que el reasfaltado de la carretera le impide salir de su casa, los datos exhaustivos de las últimas elecciones (incluyendo que su alcalde es uno de los que más cobra en la provincia de Lugo), un choque en una rotonda y asuntos similares. De modo que, puestas así las cosas, ¿cómo le comunico al algoritmo que no me interesa en absoluto Abadín ni su concejo y que, en consecuencia, no me proporcione más noticias que no deseo recibir?
Aunque si todo esto le suena a broma, o a un asunto conocido por cualquiera y que tampoco tiene tanta importancia, permítame que le recomiende una lectura veraniega, El enemigo conoce el sistema, de Marta Peirano, un ensayo sobre cómo Internet gestiona la información que nosotros mismos le proporcionamos. En una entrevista muy reciente, afirma:
Un algoritmo es, simplemente, un conjunto de funciones que están diseñadas para un objetivo concreto. Lo que cuento en el libro es que cuando esos algoritmos son completamente opacos… No siempre son completamente opacos: cuando trabajas con software libre, todo el código es visible. Pero cuando el código no es visible, tú no sabes lo que hacen esos algoritmos. Te pueden decir que un algoritmo está diseñado para ayudarte a gestionar tu tiempo libre, pero suele estar diseñado para el engagement, es decir, está ayudando a la empresa a extraer datos durante tu tiempo libre. No te da más tiempo: te lo quita. Cuando los algoritmos son invisibles y opacos, no nos queda más remedio que creer que hacen lo que nos dicen que hacen: organizar toda la información del mundo y hacerla disponible para ti, hacer del mundo un lugar más conectado y feliz… Y lo que estamos descubriendo por ingeniería inversa desde hace varios años es que casi siempre hacen otra cosa.
Ahora imagínese, por seguir con el ejemplo de los terraplanistas, que usted realiza algún tipo de investigación social sobre ese fenómeno a través de Internet, porque es periodista o escritor o investigador del tipo que sea; pues ya sabe, el algoritmo lo tendrá perfectamente situado entre quienes defienden semejante insensatez. También parece un ejemplo sin importancia, pero figúrese que se trata de algo que puede condicionar su vida laboral o profesional. Si le digo la verdad, a mí todo esto me da bastante miedo, y creo que es un miedo justificado, en un mundo regido cada vez más por lo emocional y en el que casi nadie se para a analizar con cierto sosiego aquello que llamamos realidad.
En la entrevista ya señalada, el autor le pregunta a Marta Peirano por qué utiliza en su libro muy pocos ejemplos con referencia a España mientras abundan los ejemplos políticos y sociales del mundo entero, a lo que responde:
Ha sido una decisión totalmente deliberada. Llevo unos dos años, o dos años y medio, hablando de cómo funcionan las campañas de desinformación, y me he dado cuenta de que cuando hablas de desinformación usando ejemplos del país o de la región en la que estás hablando, a la gente se le nubla el sentido y empieza o a discutir contigo o a discutir entre ellos. Entonces, me ha parecido más útil ayudar a la gente a que identifique los patrones, los elementos de una campaña de desinformación y de intoxicación de la población en países donde no tienen una inversión emocional, para que, cuando lleguen a ellos, sean capaces de identificar el que les toca sin estar contaminados por la propia campaña de desinformación.
Supongo que, por suerte o por desgracia, encontraremos bastantes ejemplos aplicables a nuestra realidad española en las próximas e ¿inminentes? campañas electorales.
PD.- Y sí, el agua de las duchas del polideportivo de Abadín sigue helada.
Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016) y la novela Más allá hay dragones (2016). Recientemente acaba de publicar en una edición no venal Postales desde el balcón (2018).
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