La puerta verde, de Jordi Doce
/una reseña de Carlos Alcorta/
Leer a Jordi Doce (Gijón, 1967) en cualquiera de los géneros que frecuenta es siempre una experiencia estimulante y enriquecedora. No hay muchos autores en el panorama actual de nuestra literatura que demuestren unas dotes como las que el posee, hablemos de creación propiamente dicha, es decir, de poesía (citamos algunos títulos como Lección de permanencia [2000], Otras lunas [2002], Gran angular [2015] o No estábamos allí [2016]) y sus derivados, como la prosa aforística (Hormigas blancas [2005] o Perros en la playa [2011]), de traducción y o de ensayo (La ciudad consciente [2010] y Las formas disconformes [2013] entre otros), en especial de poesía anglosajona, en la que es un verdadero entendido (dejamos al margen su labor como editor, ampliamente reconocida). Pues bien, este volumen titulado La puerta verde es el mejor ejemplo de lo que digo. Dividido, por razones meramente geográficas, en dos secciones, integran el libro dieciséis textos de alcance dispar, ya previamente publicados en prólogos o ediciones varias, ordenados de manera cronológica. Así, el libro comienza con el poeta inglés Charles Tomlinson, aunque, como el propio Doce aclara, el análisis de este poeta por el cual siente tanto afecto y admiración le da pie para trazar «un breve panorama de la poesía británica de posguerra».
Jordi Doce integra siempre en sus agudas reflexiones de carácter estético, datos biográficos, pero no de manera que estos sean concluyentes para entender el sentido de la obra del poeta («el relato de la vida está al servicio de la interpretación crítica, no al revés», escribe Doce. La biografía es solo un elemento más, secundario si se quiere, en la mayoría de los casos, aunque, como resulta lógico, hay excepciones en las cuales, conocerla resulta determinante). En el caso de Tomlinson, por ejemplo, la temprana afición a la pesca agudizó su sentido de la observación, indispensable para el poeta, para el artista en general. En el caso de Ted Hughes, es inevitable hacer mención a su matrimonio con Sylvia Plath y al posterior suicidio de ésta. Gracias a la erudición de la que hace gala Doce, los comentarios críticos esclarecen de una manera a la vez didáctica e iluminadora aspectos del autor y de su obra que, de otra forma, a los lectores menos informados nos hubieran pasado por completo desapercibidos. No hay, no podía haberlos, juicios morales en sus comentarios, a pesar de que no escaseen en los poemas de algunos de los autores comentados. El caso de Plath, autora nacida en Boston, pero encuadrada entre los poetas británicos, pues aquí donde escribió la parte más consistente de su obra, es proclive, como hemos dicho, a ser objeto de juicios no estrictamente literarios. Como escribe Jordi Doce,
la secuencia del mito es rotunda: joven y hermosa escritora casa con joven y atractivo escritor; escritora es oprimida y silenciada por escritor; escritor le es infiel y causa la separación de la pareja: escritora encuentra su libertad y escribe en arrebatos vengativos su mejor poesía; escritora es abandonada definitivamente por su marido y comete suicidio en la soledad de su apartamento.
En un escueto resumen de cómo algunos críticos abyectas y reduccionistas han trivializado el trágico destino de la poeta y han buscado oscuras intenciones en sus poemas, sin reparar en que, por mucho confesionalismo que se transparente en los poemas, la poesía y la vida son cosas distintas.
Otros poetas comentados son Geoffrey Hill, a propósito de la publicación de su libro Himnos de Mercia en nuestro idioma, y Seamus Heaney, otro de los poetas especialmente queridos por Jordi Doce, del que escribe: «Ha sido coherente en todo momento con sus orígenes, un medio signado por el impulso de la supervivencia para el que la literatura, el arte, las referencias de la alta cultura e incluso de la cultura popular de la clase media eran realidades lejanas o inaccesibles». Con John Burnside, un poeta que, según Jordi Doce, «tiene mucho de religiosa, sí, pero el empeño trascendente está plagado de vacilaciones, de dudas razonables, y escoge muchas veces la inmanencia, la plenitud de lo que existe. Hay una oscilación, un equilibrio que se inclina por turnos hacia sus dos costados» finaliza la primera sección, la dedicada a los poetas británicos.
La segunda sección comienza con John Ashbery, al que ha traducido con frecuencia Doce y uno de los poetas que, pese a su complejidad, más ha influido en la poesía española reciente, convirtiéndose —no solo en España—, como él mismo denunció, en el abanderado de un tipo de escritura cuyo ensamblaje y fragmentarismo la hacen casi incomprensible. «La sensación que suele tener todo lector de Ashbery de estar perdiendo pie, de oscilar por turnos entre franjas de claridad y de niebla, de precisión e incertidumbre, es análoga a la del mecanógrafo que suma líneas mientras entra y sale mentalmente de su trabajo y juega a la rayuela con las ventanas de su monitor». Otros poetas reseñados son Kenenth Koch, apenas conocido en nuestro país hasta la publicación de la antología Perros ladrando en la nieve y de aliento completamente diferente al de Ashbery, puesto que defiende la claridad expresiva y la ironía como métodos de conocimiento; Charles Simic, autor de un aforismo excepcional que define su modo de concebir la poesía: «El poema que quiero escribir es un imposible. Una piedra que flota»; Joseph Brodsky, poeta norteamericano nacido en Leningrado; Paul Auster, también poeta, aunque la fama le venga por su excelente trayectoria novelística; la canadiense, también novelista, Anne Michaels, de quien no tenemos noticias hace tiempo, y Jeffrey Yang, el más joven de los autores estudiados, cuyo libro Un acuario sorprendió a lectores y críticos. Jordi Doce escribe que «hay en él ingenio, erudición, gracia lúdica y una extraña musicalidad que juega indistintamente con los armónicos del collage, del epigrama, el reportaje o la celebración lírica». Ahí es nada.
Como he dicho al principio de estas líneas, leer a Jordi Doce es, más que un placer, un privilegio, y ningún amante de la poesía debería perderse estos análisis críticos, porque la poesía se degusta mejor cuando la complementan observaciones y consejos tan certeros como los que, según es costumbre, salen de la pluma de Jordi Doce.
La puerta verde: lecturas de poesía angloamericana contemporánea
Jordi Doce
Saltadera, 2019
21€
Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.
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