El viejo que pasea por el barrio

La poesía española de la democracia

El editor y poeta Sergio Gaspar estrena columna en EL CUADERNO, titulada 'El viejo que pasea por el barrio'.

El viejo que pasea por el barrio

La poesía española de la democracia

/por Sergio Gaspar/

Para que yo fuese el viejo que ahora soy
tuvieron que pasar sesenta y cinco años por mi cuerpo,
hube de vivir encerrado nueve meses en el vientre de una mujer,
escucharles a esta mujer y a un hombre
la historia de su derrota en una guerra extraña,
oírles que eran pobres y emigraron con su hijo a la capital,
tuve que crecer al lado de esa historia y hacer
un domingo con lluvia mi primera comunión
en un colegio de curas al que me habían llevado
esa mujer y ese hombre que no creían en los curas,
y masturbarme y masturbarme y masturbarme,
y sufrir terror de morir en pecado y de viajar al infierno y…
Y paro de contar,
porque es un cuento largo y algunas veces triste.

Más de un lector estará recordando el poema de Ángel González que comienza así:

Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo…

Y que así termina:

esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento…

No sé por qué he querido iniciar con una referencia a Ángel González esta colaboración en El Cuaderno, que titularé «El viejo que pasea por el barrio». Tal vez porque esta tarde que diluvia sin piedad en Barcelona me he acordado de repente de una foto. La foto es ésta:

En enero de 2005 El Cultural publicó un amplio reportaje sobre poesía, que transformó en la foto de portada de la revista. Es decir, en lo más importante de cualquier revista o suplemento culturales que se precien: la foto o la imagen de portada.

Título del reportaje: 30 años de poesía española. Título en portada: La poesía de la democracia. Autor: Martín López-Vega. Poetas por altura de edad: Ángel González, Antonio Martínez Sarrión, Luis García Montero, Carlos Marzal, Aurora Luque y Elena Medel. Crítico por antonomasia: José Luis García Martín. Editor por antonomasia: Sergio Gaspar.

No me extenderé en comentar la justicia o injusticia de la selección. Señalaré sólo que, si el reportaje lo hubiesen publicado otros, todos los fotografiados habríamos sido distintos, incluido yo. ¿Todos? Seguramente hubiese sobrevivido García Montero, poeta importante y ubicuo. Y quizás Ángel González, poeta importante y venerable. La cosa es simple: en una fotografía, en una antología o en un premio, no cabemos todos. Por eso, la realidad crea incansable multitud de premios, multitud de antologías y de fotos. Para que quepamos todos y estemos a gusto. Y, aun así, la realidad no da abasto, porque somos muchísimos.

Era un 13 de enero de 2005, día jueves.

Los que íbamos a ser portada de El Cultural acudimos al teatro Infanta Isabel de Madrid desde diversos puntos de España, profesionales y felices. Mercedes Rodríguez, la fotógrafa, nos mantuvo sudando duro sobre el escenario tres o cuatro horas, dándonos indicaciones u órdenes, ajustando las luces, colocándonos y recolocándonos, intentando que fuésemos fotográficamente correctos: menos rígidos, menos serios, menos poetas sorprendidos por convertirse en portada de una revista.

Recuerdo que Ángel González y Antonio Martínez Sarrión se resistieron con ahínco. El grupo en general se lo puso difícil a la fotógrafa. Al final terminamos exhaustos y fotografiados cien, doscientas veces. Creo que pocas veces he trabajado tanto en mi vida de editor como aquella tarde en Madrid.

Aurora Luque, Ángel González y yo, no sé por qué ni cómo, acabamos en la cafetería del Círculo de Bellas Artes. No cenamos, pero bebimos. Me pareció que Ángel González vivía whisky. Lo comprendo. Vivir sin beber no puede ser. Y vivir bebiendo, tampoco.

El poeta Carlos Jiménez Arribas, que en aquellos entonces era mi amigo, me recogió con el coche ante el edificio de Correos y me acompañó al aeropuerto. Volé. Bebí más. Entré en casa a las doce y cuarto de la noche, borracho como siempre que volvía de un viaje literario.

He pensado esta tarde en esa foto de hace catorce años. Tras tropezarme con su recuerdo varias veces mientras escribía, he pensado que Ángel González ya murió. Y he sabido por fin por qué quería iniciar la colaboración en El Cuaderno de esta forma, con este contenido. Los muertos son el origen de todos nosotros, el origen de todo.

Después, mientras seguía diluviando en Barcelona, me he entretenido repasando álbumes de fotografías. En los más antiguos, todos estaban muertos menos yo. Más después, he contemplado las fotografías que tengo en el dormitorio y que resumen mi vida. La mitad son de muertos.

Y me he sentido acompañado y solísimo. Y, como un Quevedo patético, he estado al borde de preguntarles a las paredes de la habitación: «¡Ah de la vida! ¡Ah de las paredes! ¿Nadie me responde y me explica por qué duermen tantos muertos conmigo…?». Pero me he contenido. Menos mal. No he hecho el ridículo a solas, que es el peor de los ridículos. Además, todo está muy claro y explicado: a partir de cierta edad, dormimos y vivimos cada vez con más muertos.


Sergio Gaspar nació en 1954 en Checa, provincia de Guadalajara. Se licenció en filosofía y letras en la Universidad de Barcelona. Ha publicado los libros de poesía Revisión de mi naturaleza (1988), Aben Razin (1991), El caballo en su muro (2004) y Estancia (2009), reeditado en formato digital por Uno y Cero Ediciones (2013). Es asimismo autor de la novela Viento de tramontana (2014). Fundó en 1996, junto a Maria Fortuny, la editorial DVD Ediciones, aventura que dirigió hasta su cierre en otoño de 2011, tras haber publicado más de doscientos títulos de poesía, narrativa y ensayo. En la actualidad, es un jubilado y pasea.

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