Redes de intemperancia
/por Rodolfo Elías/
«Ésta ha sido en gran parte la evolución de nuestros sistemas educativos. Destruidas las bases de las humanidades, eliminados los puntales de la cultura europea y occidental, empezó la gran amnesia colectiva; se hizo tábula rasa de los valores acumulados durante miles de años y se optó por olvidar todo lo anterior». Una porción del artículo de Joan Santacana Mestre La gran poda de las humanidades, donde habla de los sistemas educativos modernos que se han convertido en ruinas derruidas, despojadas de las materias humanísticas que tienen vital importancia en la formación de los jóvenes hacia un mundo más coherente. Materias de estudio tales como el estudio del griego y del latín han sido abolidas, junto con el estudio de los clásicos. Y luego la geografía física, con «sus mapas y formas del relieve de los estudios geográficos» también desparecieron. Se priva así a las futuras generaciones de la oportunidad de alimentar un alma sensible a las cosas que nos hacen más humanos y nos ponen en contacto con el universo.
Santacana Mestre nos describe de una forma sardónica, y casi melodramática, la mentalidad pragmática de los mercenarios de la educación: «la historia de la filosofía y la filosofía misma constituían un conjunto de sandeces que los humanos hemos inventado con el objeto de fabular quiénes somos. ¡Vaya tontería! La filosofía iba caer detrás, cual fruta madura. Podíamos irnos olvidando de Aristóteles, Platón, Kant, Hegel o Marx». También le tocó su turno al arte, habiendo sido eliminado el estudio de pintores, escultores y arquitectos, para ir a rematar con la eliminación de la historia, como el tiro de gracia que las humanidades están recibiendo; porque las está dejando, ya no moribundas, sino muertas. Para sustituir todo por algo más práctico: «en todo caso siempre puede quedar una especie de ciencias sociales en las que podremos colocar, como en un cajón de sastre, todo aquello que sirva para entretener», desde el punto de vista de los que sancionan lo que es parte del sistema educativo; los que toman las decisiones importantes y al final tienen la última palabra.
Luego Santacana Mestre refiere la historia del Fausto, de Goethe, donde el sabio Fausto hace un pacto con el diablo, Mefistófeles, de entregarle su pasado, su memoria, a cambio de recuperar la juventud. Dice Mefistófeles: «Si quieres ser de nuevo joven, debes olvidar tu pasado y tu experiencia, que es lo que te hace ser viejo». Fausto acepta. Pero al quedar destruido el pasado de Fausto, éste ya no sabe quién es y esto resultará en su propia destrucción. Esta escalofriante historia clásica ilustra muy bien lo delicado del caso, en relación con la deshumanización (al podar las humanidades) de los sistemas educativos modernos.
Y no pude evitar llevar el texto (o su concepto) del maestro Santacana Mestre un paso más allá, sensible quizá por algunos hechos recientes de mi localidad —en la frontera de Ciudad Juárez-El Paso—, que me han hecho pensar en la intolerancia, que tiene como raíz esa poda de las humanidades de la que el maestro habla, aunada a la preeminencia de las redes sociales en el pensar, sentir y proceder del hombre y la mujer modernos.
Pero no voy hablar de los actos de terrorismo cometidos, supuestamente, por un joven perturbado mental, ni la intolerancia (alimentada por las redes sociales) que lo llevó a masacrar a más de una docena de gente en una sucursal de la cadena de tiendas americanas Walmart, sino de lo que hay detrás de muchos actos que la gente comete hoy, a causa de la polaridad en las redes sociales.
La gente no lee; casi no se interesa por la literatura, la historia, el arte, y mucho menos la geografía. Y entiendo, desde luego, lo que un querido amigo mío respondió cuando le comenté el artículo de Santacana Mestre: «lo de la historia no es una gran pérdida, porque la historia que nos han enseñado está muy manipulada, para hacer ver bien a los vencedores».
En este mundo moderno, las redes sociales son el oráculo donde reciben toda la información y conocimiento que apetecen las grandes mayorías; las masas de cada país, de cada ciudad. Conozco personas, incluso, que se ostentan de ser cultos y publican en la red sus gustos literarios y su presumida debilidad por la lectura, exhortando a la gente a leer; pero ellos mismos nunca leen. Agarran un libro aquí o allá y nunca pasan de las primeras páginas. Tristemente, muchas de esas personas son los baluartes culturales y educativos en las localidades. Esos son los que también, belicosamente, van a defender un punto de vista respecto a cierto concepto de música, literatura, filme o ícono de su agrado, con fiereza mortal.
Hace unos meses hice una crítica —desde mi muy personal punto de vista— negativa de la película mexicana Roma. Y recibí unos comentarios airados e intolerantes de la gente que menos esperaba. Lo más patético de la situación fue que esos comentarios estaban hechos por hombres supuestamente cultos o de cierta educación que, sin embargo, carecían totalmente del espíritu dialéctico propio de la gente pensante. Con su actitud beligerante y arbitraria, los que reaccionaron así a mi crítica prácticamente me dijeron: «Yo pienso que Roma es buena, porque a mí me gustó; y tú te callas».
Huelga mencionar que dicho filme recibió gran aclamación —antes y después de su exhibición— en las redes sociales, como el gran experimento que resultó ser. Claramente, la aceptación unánime de la obra fue producto de la gran influencia de las redes en el pensar y sentir de gente de todas edades y raleas, y no su calidad. De esto último da constancia el hecho que, a sólo un año de su apoteósica exhibición, nadie habla de ella; lo cual prueba dramáticamente el punto de vista de este artículo. Otro dato significativo es que a todas las mujeres a las que les he preguntado, con la excepción de una o dos, les desagradó el filme rotundamente y no le encontraron pies ni cabeza.
Otro de mis grandes fastidios es la campaña en las redes (que se ha extendido al exterior, también) contra el toreo y el maltrato animal, que hace diez o quince años no a mucha gente importaba. Es cierto: como me lo pongan, el maltrato animal es execrable y no hay nada heroico en ello. Pero eso de poner fotos en las redes de toreros —y toreras— cornados y masacrados por toros, celebrándolo como un acto de justicia, se me hace monstruoso, contradictorio e hipócrita; la epítome de lo deshumanizado que está el mundo. Porque esa gente que aplaude esas carnicerías está haciendo despliegue de la misma mentalidad barbárica que condena tan apasionadamente. Y lo peor de todo es que no lo hacen por convicción enteramente personal, sino siguiendo corrientes estúpidas, impuestas por gente igual de necia y aborrecible.
Yo, en lo personal, no le encuentro nada rescatable a la llamada fiesta brava, ya que la siento como un sofisticado acto de barbarie (por la muerte brutal del toro y el arrojo malsano del torero). Pero esa es mi opinión muy personal, que tampoco intento imponerle a nadie. Además, yo soy un admirador febril de los pasodobles que el flaco Agustín Lara le compusiera a esa pasión suya tan peculiar. El toreo era una debilidad más que el llamado músico poeta tenía por ciertas pasiones poco ortodoxas. Su otra pasión eran las damas de lupanar, a quienes también les compuso esplendidas melodías.
En Fausto, Mefistófeles aún exhorta al sabio Fausto: «Desdeña la razón y el saber, supremas fuerzas del hombre; déjate afirmar, por el espíritu de mentira, en las obras de ilusión y prestigio; de esta suerte ya eres mío de manera incondicional». Y lo incita a entregarse a los placeres juveniles desaforadamente. Aunque no soy un santo, puedo ver que eso es claramente un acto de necedad, ya que la pasión juvenil sin razón y sin conocimiento no conducen a casi nada que sea significativo y edificante. Es ahí donde reside el problema mayor de las redes, que despojan a la gente de su esencia y verdad, para convertirlos en seres cibernéticos sin voluntad propia. Por cierto: el mismo término, cibernético, dice todo en su raíz etimológica: kybernetes. Que, de acuerdo al diccionario de la Real Academia Española, significa «el arte de gobernar una nave». Término que, a su vez, Platón utiliza en una de sus obras cumbres, La República, para referirse al acto de gobernar y de dirigir a los hombres.
Con la masificación de las mentalidades se producen cada vez más humanos en serie y dejamos de ser individuos, en el sentido humano del término. La gente pierde su esencia cada vez más, entregándosela dócilmente a los mercenarios de la cultura en las redes sociales. Estos, a través de la proliferación de la información hueca, sin substancia, sepultan (bajo capas y capas de paja sensacionalista) cada vez más la historia de la humanidad y lo que nos representa como seres pensantes, distinguiéndonos de las máquinas y animales.
Respecto a la proliferación abrumadora de la información, el concepto ha sido un arma letal de atarantamiento social de los del poder, aun antes de la presente era de las telecomunicaciones preponderantes. Todo empezó con los diarios y pasquines informativos. Decía Luis Buñuel que la lectura de un diario era la cosa más angustiosa del mundo. De su libro autobiográfico Mi último suspiro se desprende: «Los titulares enormes —en México baten todos los récords— y los sensacionalistas me dan ganas de vomitar. ¡Todas esas exclamaciones sobre la miseria para vender un poco más de papel! ¿De qué sirve? Además, una noticia expulsa a otra». Y menciono esto también como parte de las herramientas utilizadas en las redes para idiotizar e insensibilizar a la gente.
Ya todos los huecos de cerebro andan adoptando etiquetas sin ton ni son. Que si son feministas, animalistas, ambientalistas, minimalistas, socialistas, etcétera. Eso me recuerda la canción Give peace a chance, de John Lennon: «Everybody’s talking about Bagism, Shagism, Dragism, Madism, Ragism, Tagism. This-ism, that-ism, is-m, is-m, is-m».
Por eso, en mi edad madura vuelvo con gusto a las relecturas de mi querido Jack Kerouac, uno de los llamados padres de la contracultura, que, a pesar de su exuberante candor juvenil, su arrebatamiento y manera licenciosa de vivir —mencionadas de una forma muy descriptiva en su obra—, también fue conocido como un hombre culto, lector voraz y amplio conocedor del alma humana. En otras palabras, un hombre sensible a su tiempo y a sus circunstancias, en una sociedad repleta de esquemas político-sociales asfixiantes; y que en nombre del espíritu de libertad y libertinaje, que Kerouac profesó alternadamente, nos exhortó a ser nosotros mismos, a conservar nuestra esencia y a cultivarnos, como una forma de ser más humanos y estar interconectados sin perder nuestra individualidad.
En Desolation angels hay un pasaje hermoso donde Kerouac personifica a algunos de sus compañeros de andanzas como filósofos griegos, asignándoles a cada uno un filósofo en base a su personalidad, temperamento e inclinación ideológica. Y en ese mismo pasaje emplea conceptos de música clásica (compositores y operas), mitología griega, historia universal (Cleopatra y la antigüedad romana-egipcia), mismos que recorre de una forma espontanea y desafectada, sólo para ilustrar grandilocuentemente la forma en que se daban algunas interacciones en el círculo íntimo de los llamados beats. Había un espíritu agridulce en el beat mayor.
Yo mismo me he soltado en una diatriba, sólo para aullar mi pesar, al ver como las telecomunicaciones y las redes sociales han deshumanizado a la gente en tan solo unos años, arrasando con un legado que tomó siglos y siglos en construirse. Mondo bizarro.
En mi sábana blanca
vertieron hollín,
han echado basura
en mi verde jardín
si capturo al culpable
de tanto desastre
lo va a lamentar…
«Sueño de una noche de verano», Silvio Rodríguez.
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