Don Fermín de Pas contempla perplejo Babilonia
/por Sergio Gaspar/
Hace pocas semanas leía yo a Wittgenstein en casa tan tranquilo, cuando me sonó el móvil. Me sonó raro porque lo había puesto en modo silencio, cosa que hago siempre que leo a un filósofo en alemán. Respondí. Un joven periodista cultural quería entrevistarme sobre mi etapa de editor.
—Será una entrevista breve de una sola pregunta —me avisó.
—¿Sólo una?
—No tenemos más espacio.
—Pues adelante.
—¿Por qué publicó usted Barra americana de Javier García Rodríguez?
DVD Ediciones publicó el libro de relatos Barra americana en mayo de 2011. Hacía años que David Foster Wallace circulaba como trending topic, avant la lettre, en las reseñas y artículos lanzados al vacío editorial por el reducido y aguerrido team más cool de los writers españoles. Yo me creía a DFW, tras leérmelo a medias, pero no terminaba de creerme a bastantes de sus alabadores… Hasta que llegó Javier García Rodríguez. JGR no hablaba de oídas de DFW, ni de Jonathan Franzen, ni de otros autores de su generación. JGR hablaba de leídas, de vividas y, sobre todo y sorprendentemente, de escribidas. Creo que por eso publiqué sus relatos. Aunque reconozco que mi memoria es una laguna en la que intento no ahogarme.
Javier García Rodríguez, entre 2014 y 2017, escribió para La Voz de Asturias varias decenas de artículos. Los bautizaría, como era obvio, justo y necesario, con el nombre de Oviedades. Una selección de estos artículos acaba de aparecer en la editorial Eolas, agrupados por el significativo y concluyente título del que cierra el volumen, y ya de paso nos lo deja abierto: Y el quererlo explicar es Babilonia.
¿De qué tratan estas cuarenta y ocho oviedades? De la que, desde James Joyce y Leopold Bloom, algunos intuimos como la aventura más y menos heroica a la que debemos enfrentarnos los seres humanos en régimen estricto de 24/7: nuestra cotidianidad, tanto la personal como la social, la más íntima y la que nos entrega el carrusel de las presencias y las noticias que nos llenan el día para alegrárnoslo o amargárnoslo, el escaparate de los disparates constantes de la realidad.
Todos vivimos en el mismo mundo, igual que todos habitamos nuestro propio mundo. Javier García Rodríguez les lanza a los lectores, con desparpajo y libertad absoluta, estampas de su mundo, es decir, de la intersección entre él y el mundo. Asistiremos a su pasión por los libros y la literatura («Libros que le prohibiré leer a mi hija de doce años (carta a María Frisa)», por ejemplo), y lo mismo nos tropezaremos con Paul Auster y Roberto Bolaño que con García Montero o mi viejo amigo Manolo Vilas. Veremos desfilar a presidentes de Estados Unidos, entre ellos al victorioso Donald Trump («Arick y Connie no votan a Trump»), un tipo por el que el autor no muestra ninguna simpatía. Como cada loco con su tema y cada autor con los suyos y con su vida, las culturas pop en inglés y en español aparecerán en la mayoría de las páginas: Bruce Lee y Chuck Norris, los quinquis de Deprisa, deprisa y la prostituta de muslos infinitos de Pretty woman, Los Simpson y Cuéntame, Presley y sus caderas, Sabina y su legión de torpes epígonos, y Manolo Caracol, Marifé de Triana, Camarón, Paco de Lucía, el misterio del flamenco que un padre «vallisoletano y payo» le enseñó a un niño lejanísimo («Omega y los ausentes», por ejemplo), aunque más lejano aún está el padre muerto.

En oviedades como la última citada, la autobiografía y la crónica social van de la mano, una de las características sobresalientes del libro. Igual que lo es la huella de la profesión y la pasión de García Rodríguez por la teoría de la literatura y la literatura comparada, asignaturas que a veces parece impartirnos en sus artículos, y de lo que se disculpa con la ironía de costumbre, sólida columna vertebral de su tono literario, sostén de su textualidad: «soy un anciano de la teoría, ya lo sé, un carcamal de referencias bibliográficas, un obsoleto resucitador de momias embalsamadas con mejunjes dinosaurios». Y hay más, hay tropel de nombres propios (se diría que la profusión y mezcla de nombres y títulos de las culturas pop, popular y clásica es un rasgo léxico clave de estos textos), y hay voluntad consciente de lenguaje lúdico y lúcido, juegos de palabras, polisemia, paronomasias que harían las delicias de todo un Baltasar Gracián o de Roman Jakobson buscando ejemplos que ilustrasen la función poética del lenguaje, y hay descripción de costumbres sociales más o menos decentes: la familia reunida ante el televisor, la infidelidad conyugal, el uso de tarjetas black que empieza en un comercio y acaba en los tribunales, la despedida del verano y sus nostalgias, las compras navideñas en los supermercados.
Me daré el gusto de detenerme en una oviedad, la titulada «De los impunes cotidianos: teoría y práctica». Es uno de los artículos más extensos del volumen. El autor contempla a esta categoría social con aspereza inusual: «Nunca sabes si los impunes son más listos que nadie o los más tontos del pueblo», «Cuando hacen daño […], asumen que el dolor infligido no es más que una manera de relacionarse con aquellos que son más tontos, menos fuertes, medrosos, ignorantes, carentes de carácter para aguantar el tipo». Por la forma y por el fondo, esta oviedad proporciona claves valiosas para adentrarse en el conjunto. Leemos descripciones enumerativas, ordenadas sin orden evidente y de frase larga, para chinchar. Asistimos, mediante palabras tachadas pero legibles, a las aparentes dudas del autor al crear y recrear el discurso; dudas que son certezas, ausencias y rechazos que el lector puede presenciar porque son también elecciones posibles. Se entremezclan los registros lingüísticos: los impunes «mean a menudo fuera del tiesto» o a ellos «les bailan el agua las senescentes ninfas de allende los mares». Chocan arcaísmos con palabras de rotunda actualidad para que salten chispas de lenguaje y agudeza. El estilo adjetival pugna de igual a igual con el estilo nominal, los anglicismos se codean con vocablos castellanos, las referencias cultas y siempre con un punto de ironía («reloj de Dalí», «vizconde remediado») bailan con las populares («una canción de Massiel»). Y toda esta batería estilística al servicio de la sátira social de aquellos que «obligan a diario a comulgar a muchos con sus ruedas de molino». ¿Por qué tanto enojo contra quienes se creen en posesión de la verdad y pretenden imponerla?
Ésta es la pregunta del millón, aunque no vale ni un euro responderla.
Mientras leía estos artículos, se me ha presentado a menudo un extraño Fermín de Pas posmoderno, desprovisto de don, de sotana, de racionalidad y de poderío. Un Fermín de Pas envejeciendo de cuerpo y de historia, que ha aceptado que ya no es dueño de lo que observa con su catalejo, que difícilmente podrá dominar y mucho menos comprender ni Vetusta, ni Oviedo, ni la sociedad, ni su vida. Este Fermín de Pas (¿por qué no fundirlo por un momento con el autor de Y el quererlo explicar es Babilonia?) no dispone de otro catalejo para mirar la realidad que los instrumentos que le proporcionan las literaturas moderna y posmoderna, tan barroca y desengañada ella; el humor que aproxima y distancia, con el que algunas veces nos disfrazamos para bailar más cómodos en el carnaval del absurdo diario; la suave ironía que desvela la tristeza de la vida y nos protege de ella; la voluntad contradictoria de satirizar y aceptar el contrato social, de censurar y de buscar ser abrazado por los que censuras, y la convicción —son palabras magistrales del autor en la nota final— de que «mira uno el mundo, se mira a sí mismo, “y el quererlo explicar es Babilonia”», unas palabras que, como todo el mundo debería saber pero casi todo el mundo ignora, son el último verso de un terceto escrito por un perfecto desconocido —es decir, lo que seremos todos, si no lo somos ya—. Hablamos del poeta oscense Francisco de Artiga, que vivió en el siglo XVII y murió para siempre.
Con este terceto cierra Javier García Rodríguez la última oviedad de su libro, al tiempo que, paradójicamente, lo reinicia y lo resetea al usarlo de título:
Pero a la fin es todo ceremonia.
Tanta lengua y tanto pensamiento.
Y el quererlo explicar es Babilonia.
JGR practica la literatura de la desconfianza en la vida, en su explicación y en su comprensión, pero una literatura de la desconfianza cordial: aquella que, pese a todo, sigue confiando en la vida y en la literatura.
La obra de DFW desembocó en el ahorcamiento y el silencio. La de JGR, con cautelas, es una invitación a los ya antiguos juegos de vivir y de escribir. Tal vez por eso publiqué Barra americana hace ya tiempo.
Y el quererlo explicar es Babilonia (Oviedades, 2014-2017)
Javier García Rodríguez
Eolas, 2019
168 páginas
16€
Sergio Gaspar nació en 1954 en Checa, provincia de Guadalajara. Se licenció en filosofía y letras en la Universidad de Barcelona. Ha publicado los libros de poesía Revisión de mi naturaleza (1988), Aben Razin (1991), El caballo en su muro (2004) y Estancia (2009), reeditado en formato digital por Uno y Cero Ediciones (2013). Es asimismo autor de la novela Viento de tramontana (2014). Fundó en 1996, junto a Maria Fortuny, la editorial DVD Ediciones, aventura que dirigió hasta su cierre en otoño de 2011, tras haber publicado más de doscientos títulos de poesía, narrativa y ensayo. En la actualidad, es un jubilado y pasea.
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