Calendario

Calendario (36 y 37): Con ojos de bruma espero la luz

Dos nuevas entregas del Calendario de Avelino Fierro. «Alas de cansado, quebradas, vapor de la vida. Parsimonia del pasado y del ahora; sintiendo el lento respirar y un dolor de músculos difuso»…

Calendario (36)

Con ojos de bruma espero la luz

/por Avelino Fierro/

Con ojos de bruma espero la luz. Sombras de rostro conocido —como animales domésticos— bullen en el aire. No puedo hacer otra cosa más que mirar hacia lo que florece, como si en estos minutos brotase una savia que cura la miseria de la carne aún casi dormida, lo que se apelmaza y corrompe. Hay en lo alto parpadeos de los que allí están morando en regocijo, en puro retozo, porque sólo tienen presente. Vosotros paseáis allá arriba, en la luz, por leve suelo… Viven conectados a la energía celeste; se rozan con los átomos inadvertidamente, con indiferencia, como quien pasa su mano de forma rutinaria por las cuentas de un rosario. Ellos mandan las cuadrillas que restañan las heridas de los cielos, la tierra y todo su cortejo; su aliento hace aparecer las formas, la pulpa del anhelo y las esquinas rosadas. Y si sienten regocijo nos regalan esta mañana de nubes compactas como rocas, sin jirones, sin desflecar. Una mañana quieta, sin viento. Y le chistan al sol para que se desperece y asome por el hueco que ahora se abre en el cielo. Dejadles que vengan hoy, fluyentes de amor, para seguir dorando nuestro corazón. ¿Qué quieres que haga yo ahora con mi boca? Froto una vez más los ojos del desvelo y mantengo el pulso contra el abatimiento. Abro las alas. Para que se renueven las prosas rutinarias, para que llegue un día hasta nosotros aquello que queremos. Venga este arrebato de claridad, estas imágenes sin doblez. ¿No podemos confiar en nada? Hágase esta luz. Que viene de los Titanes del cielo, que han laborado en la noche y espolvoreado semillas sobre los bosques y las benignas riberas, sobre los tejados. Y alguna caerá en nuestros hombros. Ojalá. Porque somos tan poco… Sólo estamos para descalzar a los dioses o abrir alguna vez las portezuelas del carruaje del Destino. Algunos tratáis de caminar sin sostén, sin ser rehenes, sin mirar atrás. Si yo pudiera… Necesito buscar en la extraña mina de las almas, sostenerme en el canto de los otros, en alguna forma de belleza, en palabras que no sean perecederas. Porque nadie soporta la vida solo.


Calendario (37)

Alas de cansado, cabradas, vapor de la vida

/por Avelino Fierro/

Alas de cansado, quebradas, vapor de la vida. Parsimonia del pasado y del ahora; sintiendo el lento respirar y un dolor de músculos difuso. ¿Quizá es sólo el cansancio de un viernes por la tarde? Imágenes atropelladas de todo tiempo y lugar: yo adolescente bajo un árbol, mascando un tallo de hierba; una barca semihundida y el olor a yodo; el hijo mayor de los del piso alto del bloque de al lado gesticulando y hablando a solas por la noche un día del verano pasado; en el garaje, el obrero que hace la revisión anual de las trampas para cucarachas y ratones, con su traje luminoso de rayas, y la luna llena que lo amparaba por encima del tejado de placas transparentes; las malas hierbas que vuelven a crecer entre los raíles que se emborronan a lo lejos, imagen del destino; una foto en color de aquella primera estancia en Venecia que no consigue ilusionarme como ayer; «La sorpresa de Florencia, que se renueva en cada viaje. El ligero recodo del Arno, tan bien ‘mal’ Iluminado por la noche en sus orillas (desde pza. Goldoni), la línea siempre áurea de los edificios, el despliegue de las calles…» (Ennio Flaiano); en el pueblo, tras aquella tapia, escondidos, con pantalones cortos, y Ángel que no consigue encender el cigarro porque las cerillas están mojadas; y, puede que esa misma tarde, al regresar a casa, un sentimiento de angustia o ternura —no sabría bien qué— hacia el día que moría, porque algo —no sé bien qué— se había estado meciendo a nuestro lado, zumbando alrededor de nuestros corazones como un aire lleno de palabras. Estos versos que ahora llegan: «Anocheceres de Hospital./ El paisaje fuera, como una radiografía./ Cristal, níquel…/ Y los ojos quemados por el yeso./ Yo estoy solo…». Ah, el olor del esparto de la cordelería en aquel callejón siempre húmedo y en sombra. Zaguanes. Viento en los álamos. Instantes de tímida plenitud que van casi siempre asociados a un lugar. A veces se enciende tu nombre. Ahora están aquí —frente a mí— las grandes flores en el jarrón de cristal, las calas. Oscurecen ya sus espatas, envejecen; puede que ellas se hayan puesto también a recordar. Y saben, igual que yo, que en algún momento llegará para nuestro desvarío alguno de los gestos del amor. A deshora y siempre un tanto caprichoso. Cual súbito fulgor, con traje de destellos escarlata, rayando la penumbra de esta tarde. O más despacio, con andar cansino y en ropa de diario, sin hambre de intensidad.


Avelino Fierro (Chozas de Arriba [León], 1956), licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo y fiscal de Menores de León, es escritor de diarios, poemas, dibujante y coleccionista de libros. Sus textos diarísticos han visto la luz en tres volúmenes: Una habitación en Europa (2010-2012)Ciudad de sombra (2013-2014) La vida a medias (2015-2016), todos ellos publicados por la editorial Eolas.

Acerca de El Cuaderno

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