Narrativa

Como un perro en la tumba de un cruzado

Álvaro Acebes Arias reseña 'Como un perro en la tumba de un cruzado', la última novela de Alberto R. Torices, una ficción protagonizada por un joven consentido e irresponsable y que, aunque de fondo traumático, rebosa sentido del humor, una ironía demoledora, elegancia y pulcritud en la observación y atención por los matices.

Como un perro en la tumba de un cruzado, de Alberto R. Torices

/una reseña de Álvaro Acebes Arias/

[Texto leído en la presentación del libro que tuvo lugar en la librería Artemis de León]

¡Qué responsabilidad la mía! No sé muy bien por dónde empezar a hablarles de esta novela y de su autor. Quizá lo más apropiado sea comenzar haciendo un poco de memoria. Conozco a Alberto desde hace unos cuantos años. Yo estaba estudiando sin mucha aplicación ni convencimiento filología hispánica. Por aquel entonces una de mis profesoras de la universidad nos reunió a los dos y él tuvo la amabilidad de leer algunos cuentos que yo había escrito. No solo tuvo la gentileza y la enorme paciencia de leerlos, sino que, además, volvió a quedar conmigo y, además de animarme a continuar escribiendo, me dio un espaldarazo anímico, alentándome a que siguiera cerca del mundo de las palabras. No le hice mucho caso con lo primero —me di cuenta rápidamente de que yo no podía jugar en su liga—, pero sí que fue determinante porque tras aquella charla se sucedieron otras y en cada una de ellas Alberto, con la lucidez y el sosiego que le caracterizan, me hizo aprender y crecer como lector. También de él aprendí otra lección, la que significa vivir secretamente, parapetado detrás de las palabras.

Hoy se han invertido las tornas porque me toca a mí ocupar el papel que protagonizó él años atrás. Hace unos días me decía que, si era necesario, le diera algún palo. Ya saben ustedes que los escritores son los primeros enemigos de sus propios libros. Sin embargo, a mí el único que se me ocurre es que ha tardado mucho tiempo en entregarnos esta novela. Y lo digo porque es estupenda. No conozco muchos autores que muestren la versatilidad de Alberto, su habilidad para moverse con idéntico talento en diferentes registros, aun manteniendo siempre una voluntad de estilo inapelable. Buena prueba de ello son colecciones de relatos como Los sueños apócrifos y Trata de olvidarlas, o novelas breves como Piel todavía muy blanca y Sacrificio. Ahora Alberto se descuelga con una novela de una complejidad y una ambición apabullantes. Y estamos de enhorabuena porque hoy, cuando se lleva tanto la escritura de consensos, la docilidad y la complacencia, no es frecuente encontrarse con una novela tan atrevida como esta, que se atreve a incomodar y te pone contra las cuerdas, que reclama un lector que arriesga en la lectura y no intenta protegerse. Pero vayamos por partes.

El título de Como un perro en la tumba de un cruzado remite a un fragmento de una novela del escritor Graham Greene. La imagen se presta a todo tipo de evocaciones y nos da también alguna pista de cuáles son los maestros de Alberto, una nómina en la que figuran también nombres como los de Coetzee u Onetti. Sin embargo, digamos para empezar que con el autor de El americano impasible Alberto comparte la idea de que la literatura es un poderoso instrumento con el que revelar las contradicciones o incertezas del ser humano. Esta novela es, por tanto, un descenso a esos abismos y una reflexión acerca de la violencia, la sensualidad, la pérdida de la inocencia, el anhelo de poder, la muerte y la locura, el sexo, los infinitos pliegues y espirales del tiempo, o la perversión de las relaciones familiares. Son tantos los hallazgos temáticos contenidos en esta novela que no me es posible enumerarlos todos. Por tanto, intentaré exponerles tres ideas con las que les invito a acercarse al libro. Aunque, por supuesto, la novela de Alberto es mucho más que estas lecturas. Baste señalar a modo de ejemplo la elegancia metafórica, la inteligencia perceptiva o la plasticidad con que se capturan los detalles —los divinos detalles, decía Nabokov— que matizan y caracterizan los movimientos de los personajes. Los que hayan leído otros libros de Alberto ya estarán al tanto de su genuina capacidad para extraer belleza del dolor y la calamidad —ya saben que la belleza tiene un dorso oscuro—, de su habilidad para producir impresiones sensoriales y dejar que las palabras acaricien al lector. Y los que no, tienen ahora una buena oportunidad para descubrir a qué me refiero.

La historia de Manuel-Daimon H. Eliot es el relato de una metamorfosis. La de un joven (Manuel) que tras un terrible accidente decide borrar su identidad y asume el desarraigo o una suerte de nomadismo vital como parte de su nueva personalidad. Todo ello para emerger al fin convertido en un nuevo ser (Daimon) y describir un viaje circular, el que se suspende entre la vida y la muerte, entre el pasado y la nada. Los griegos llamaban daimon a aquellos espíritus menores o geniecillos que servían de intérpretes, mensajeros en comunicación directa con la divinidad. No obstante, por mediación del cristianismo, el término fue evolucionando hasta que toma la definitiva acepción por la que lo conocemos hoy: demonio, un espíritu asimilado y ligado al hombre que le empuja al pecado. Sin entrar en los terrenos cenagosos de la religión, podemos concluir que el daimon para cada hombre es su carácter. Y creo que Alberto ha querido jugar con esa ambivalencia pues, volviendo a la novela, nuestro protagonista no es un espíritu ni mucho menos, aunque tiene mucho de criatura divina en la que se entremezclan lo dionisiaco y lo rejuvenecedor con una mirada implacable y resentida sobre la realidad. Será ese carácter, la progresiva configuración de una personalidad perturbadora, excesiva y sombría la que determina los principales acontecimientos de Daimon H. Eliot y su relación con el resto de los personajes. Pero eso se lo dejo descubrir a ustedes.

Como un perro en la tumba de un cruzado funciona también como una gran novela de padres e hijos. La familia como teatro de marionetas o como un laboratorio donde experimentar con diferentes reactivos. Es este un tema que ha sido desarrollado ampliamente en la literatura y en el cine y que ya aparecía en otras novelas de Alberto, como Piel todavía muy blanca o Sacrificio, aunque de forma lateral. Aquí, en cambio, la tensión se sostiene precisamente en un enfrentamiento generacional, el que surge de esa necesidad que tienen siempre los jóvenes de romper los acuerdos que han hecho posible la vida de sus padres y el deseo que tienen, a su vez, estos últimos por perpetuarse (por seguir de alguna manera vivos) a través de sus hijos. Makar Vadinovich, padre de Daimon, es la segunda gran figura de esta novela y el protagonista de otra metamorfosis. Dueño de un poderoso entramado empresarial, Makar, consciente de su decrepitud, ha dejado de ser una figura amenazante y respetada para convertirse en un ser patético, cada vez más perplejo y desvalido ante los cambios que se producen a su alrededor. Makar intuye el vacío que le rodea, la desolación y mezquindad que se esconden siempre entre los pliegues del triunfo. El regreso de su hijo tras ese accidente transformará todo y precipitará los acontecimientos. Es, precisamente, a través de la mezcla de dureza y compasión con que se miran Daimon y Makar, la manera en que Alberto rasga una cortina que deja al descubierto la corrupción de las relaciones familiares, el poder indulgente del dinero o la devastación material y espiritual que envuelve a los personajes.

Esa capacidad para reflejar la podredumbre moral de una sociedad es lo que permite que, a mi juicio, esta novela pueda leerse también como un thriller moderno, como un relato que describe una especie de intemperie o de derrumbe. El triángulo amoroso que marca la historia o la deriva existencial y destructora de Daimon y Makar apoyan esta idea, pero no quisiera describir esta novela como una obra de género ni nada parecido, ni tampoco como un libro empeñado en hacer solo una radiografía social. Me parece que presentar este libro desde esa perspectiva no le hace justicia porque creo que se trata más bien de una novela que apunta a un proceso de desenmascaramiento moral, al retrato de una realidad enferma que necesita de una especie de demiurgo como Daimon para sacudirse su pereza, para librarse de sus capas de autoindulgencia y complacencia. De ahí la carga subversiva que aporta su protagonista. Si antes señalaba que el paso del tiempo, la corrupción del poder, la degradación del cuerpo, los conflictos generacionales y lo escatológico y lo violento son algunas de las claves temáticas de la novela, creo una aproximación desde esa perspectiva puede ayudarnos a entender los motivos de Daimon y la atmósfera de decadencia que recorre todo el libro. Sin embargo, tampoco quisiera que ustedes se quedaran con una imagen de desolación. Yo también me he reído. A pesar de su fondo traumático, esta es una novela que rebosa sentido del humor, donde hay una ironía demoledora, elegancia y pulcritud en la observación y atención por los matices. No los pasen por alto.

No quiero extenderme mucho más. Como les decía antes, la novela ofrece numerosas capas de lectura, pero creo que ya les he robado demasiado tiempo a ustedes y a Alberto. Lo mejor será que olviden rápidamente lo que yo acabo de decirles y hagan una lectura libre y desinteresada. Les aseguro que no se arrepentirán.


Como un perro en la tumba de un cruzado
Alberto R. Torices
Trea, 2019
360 páginas
22€


Álvaro Acebes Arias (León, 1990) estudió filología hispánica en la Universidad de León y actualmente compagina su labor como profesor de Lengua y Literatura en un instituto con la realización de su tesis doctoral sobre la obra de Rafael Chirbes.

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