/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana /
Dicen que Dalí no leía las críticas que hacían de sus exposiciones: simplemente las recortaba de los rotativos y, después, pesaba el papel en una pequeña balanza de plata. Si pesaban mucho, decía: «¡Hoy ha ido bien!». Bueno, yo sí leo las críticas que me hacen, y cuando son muchas, debería decir: «¡Hoy no ha ido bien!». El caso es que lo que suelo escribir tiene un interés relativo, y pocos se toman la molestia de polemizar. Por ello me sorprendió toparme con una crítica de un breve comentario que había hecho aquí sobre un libro que había leído hacía ya un cierto tiempo, sobre un supuesto pistolero de la FAI en Barcelona en los aciagos días del verano de 1936, que habría dejado escrito un manuscrito contando sus peripecias. Yo comentaba ahí mis dudas sobre la autenticidad del mismo, aunque también que la memoria oral de mi tía, que murió centenaria, corroboraba de algún modo su relato. Yo sé que la memoria no es la historia; que cada persona tiene unos filtros determinados por los cuales un mismo hecho puede ser visto como la más noble de las explosiones revolucionarias o como las bárbaras acciones de una vil banda de asesinos sedientos de sangre. Ha ocurrido con todas las revoluciones, modernas y antiguas. Como decía don Ramón de Campoamor, «y es que en el mundo traidor/ nada hay verdad ni mentira:/ todo es según el color/ del cristal con que se mira». Pero, considerando el ambiente revolucionario de Barcelona en aquellas fechas, el número de personas que murió, los cadáveres que se acumulaban en el Hospital Clínico y los numerosos testimonios sobre aquellos días, yo apuntaba que aquel relato sobre la violencia revolucionaria en la Barcelona de 1936 bien podía ser veraz.
Un investigador reputado, Michel Suárez, me ha hecho el honor, no sólo de leer el artículo, sino de comentarlo. Pero agradezco a los dioses que estemos en este siglo nuestro y no en el pasado, ya que su texto rezuma una cierta violencia, en este caso literaria. La clave de la aportación crítica de mi colega, sostenida con una importante cantidad de tinta, es que el documento en cuestión es falso. Puede serlo ciertamente, como tantos otros —es imposible no pensarlo—, y que yo haya pecado de incauto. Suárez afirma que la supuesta fuente está mal escrita y que contiene errores que no concuerdan con los hechos. Es cierto, aunque el autor, si es que existió, era, al fin y al cabo, un mecánico sin ninguna instrucción, que escribió el texto —si es que lo escribió— muchos años después de los hechos, cuando era un anciano, probablemente jubilado, en Londres. ¿Mintió? Seguramente, como todas las memorias personales. ¿Deformó los hechos? Es posible e incluso inevitable: los vio con unas gafas distintas de las de sus adversarios o enemigos.
Mi colega académico (bueno, yo no soy académico, más allá de un profesor jubilado) también afirma, creo entender, que no se ha hallado al supuesto anarquista en las listas de la FAI, argumento éste ex silentio, que yo no suelo utilizar. Nada podemos afirmar en base a lo que no encontramos; sólo nos podemos apoyar en lo que encontramos, creo recordar de las ya lejanas clases sobre metodología. Mi propia tía me contó sus recuerdos de aquellos días que vivió directamente, como una joven barcelonesa acomodada, de viva voz, igual que algunas otras mujeres de su edad, y no los escribió jamás.
¿Y si, pese a todo, el diario fuese verídico? ¿Y si este personaje hubiera existido? Yo no veo manera de descartar esa posibilidad. Quizás sería interesante hacer un análisis crítico del texto original y, a partir de él, fundamentar nuestras opiniones.

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
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