Estudios literarios

La visión noventayochista en ‘El árbol de la ciencia’, de Pío Baroja

Miguel Antón Moreno analiza la última novela de la trilogía barojiana de 'La raza'.

/ por Miguel Antón Moreno /

El árbol de la ciencia (1911) de Pío Baroja es la última novela de la trilogía de La raza, compuesta además por La dama errante (1908) y La ciudad de la niebla (1909). Esta obra es la manifestación más clara del autor de la literatura crítica española de principios del siglo XX. En ella hay casi una exhibición de la crítica exacerbada del momento que le toca vivir, con una denuncia social y más aún antropológica que inequívocamente llega hasta el presente. Se trata de una novela con una fuerte carga autobiográfica, lo cual exige al autor un compromiso crítico que de otro modo parece difícil de asumir. Puede decirse por tanto que Pío Baroja convierte su propia historia vital en literatura, con su correspondiente estatuto ficcional. El compromiso y la crítica de los que hablamos solamente puden entenderse en el contexto de la Generación del 98, cuya preocupación por España como problema fundamental encontró su detonante en la pérdida de las últimas colonias: Puerto Rico, Guam, Cuba y Filipinas. La fuerte crítica que aúna a estos autores (Azorín, Ramiro de Maetzu, Unamuno, Antonio y Manuel Machado o Valle-Inclán, por mencionar a algunos de los nombres más sonados) tiene como características principales su desilusión y su pesimismo de corte existencialista, que aunque en ocasiones puede incluso rozar el nihilismo, en general no cae en el inmovilismo ni la inacción, y tampoco en una actitud destructiva, sino que más bien asumen el espíritu de la reforma y la crítica orientada a la construcción ulterior. Este compromiso se comprende mejor atendiendo a las fuentes de referencia de estos autores, entre las que Larra y su costumbrismo ocupan un lugar primordial. También coinciden con el escritor romántico en que muchos de ellos comienzan sus andaduras literarias desde el periodismo, algo que fomenta su sensibilidad social y política. Además de Larra, estos autores encuentran referentes en figuras como Gonzalo de BerceoManriqueQuevedo y por supuesto Cervantes, cuya huella indeleble impregna toda la producción literaria de la Generación del 98.

Un dato clave para comprender el trasfondo de El árbol de la ciencia en el contexto de crisis de la nación es la defensa de Pío Baroja de su tesis doctoral en 1896, después de haberse graduado en medicina. La tesis se tituló El dolor: estudio de psicofísica, y en ella el escritor vasco lleva a cabo un estudio médico del dolor entendiendo que este sobrepasa lo físico y tiene incluso más afectación en lo psicológico. El dolor, en todas sus formas, es algo que impregna por completo la novela, hasta el punto de que el desenlace de la historia se explica por no poder soportar más dosis de sufrimiento, tras la muerte de su hermano, su hijo y su esposa. Algunos de estos hechos clave de la obra también nos permiten ver hasta qué punto es importante conocer la vida de su autor, ya que Baroja, al igual que su personaje Andrés Hurtado, perdió a su hermano.

En El árbol de la ciencia, como en el grueso de la producción noventayochista, vemos un conflicto entre el individualismo y lo colectivo, en el que siempre acontece una lucha entre la visión personal del protagonista y el contexto que le toca vivir. Esta lucha es en esta obra especialmente radical. La realidad colectiva del universo barojiano es puesta en cuestión en cada instante, de manera que se aprecia claramente una afirmación personal e individual, porque el contexto social es un campo de batalla donde además la lucha está siempre abocada al desastre. «Que la vida es una lucha constante, una cacería cruel en que nos vamos devorando los unos a los otros […]. Claro, llamamos a todos los conflictos lucha, porque es la idea humana que más se aproxima a esa relación que para nosotros produce un vencedor y un vencido. Si no tuviéramos este concepto en el fondo, no hablaríamos de lucha», le dice a Andrés su tío Iturrioz, con quien mantiene a lo largo de la novela, en sus distintos encuentros, conversaciones de lo más enjundiosas.

Esta lucha por la vida, que abarca también el reino animal y la naturaleza (que no se pierde de vista debido a su contacto con el darwinismo y también con la filosofía de Schopenhauer), tiene como rasgo más distintivo la depredación voraz de unos individuos sobre otros para lograr sobrevivir. Esta lucha implica siempre, indefectiblemente, la caída del que es derrotado frente al que vence. En la novela la derrota la experimenta el individuo frente a una sociedad hostil a la que no es capaz de adoptarse satisfactoriamente. Es por ello que la obra, según avanza, nos hace desarrollar una visión trágica de la existencia, ya que en un principio sí que hay lugar para las ilusiones y la esperanza. Desde el momento en el que esta desaparece, al ir experimentando la degradación y la podredumbre de mundo y de la España de la época, solamente caben dos posibles actitudes. Por un lado la acción reformadora reducida a su mínima expresión, en la que uno solamente podrá ocuparse de una parte muy pequeña de la sociedad. En este sentido vemos cómo Andrés Hurtado opta por ir a ejercer la medicina a un pueblito de Castilla-La Mancha llamado Alcolea. Por otro lado, existe la opción de la más absoluta resignación, y la contemplación indiferente del mundo, alejándose de él progresivamente. Esta es la postura que parece defender el tío, y que lo sitúa por tanto cerca del pensamiento epicúreo, como en una huida hacia los jardines que proponía el filósofo griego, buscando un estado de ataraxia. Ese distanciamiento progresivo de la realidad que le rodea es a lo que se va acercando Andrés Hurtado, pero sin lograr grado alguno de satisfacción, hasta el punto de que descubrimos en la novela una tercera vía por la que enfrentarse a esa hostilidad que percibe y a esa crueldad universal. El final trágico de Andrés nos presenta la idea de la anulación del yo a través del suicidio, como una forma de liberación ante a la impotencia del individuo frente a la sociedad corrompida. El individuo descubre finalmente que carece por completo de medios para cumplir sus propósitos, en ese contexto de lucha por la supervivencia y biocenosis que habíamos descrito. Andrés Hurtado muere por tanto a causa de la inercia con la que había vivido, en la que por no poder superar las contradicciones con las que se había ido encontrando, estas se acumulan hasta que terminan por vencerlo.

La muerte del protagonista puede ser también interpretada haciendo un símil con el final de un sueño, como la caída final, después de mil tropiezos, que permite al fin despertar, no ya al protagonista de la novela sino a su lector. Aunque no se explicite ninguna propuesta concreta o una alternativa a la de Andrés, sí que el desenlace de la obra permite reflexionar sobre cómo debemos afrontar las vicisitudes de la vida que de un modo u otro nos pueden ir mermando, para no sucumbir y acabar por compartir el final trágico del protagonista. Este planteamiento supondría una llamada a la responsabilidad individual y a la libertad, ya que nadie más aparte de uno mismo puede elegir cómo manejar su vida. Esta adecuación entre vida y contexto social estaría más próxima a planteamientos reformistas que a la crítica destructiva o nihilista.

Ese ajuste entre dos fuerzas, la del individuo y la de la sociedad, no es la única presente en la obra. Para ver cuál es el otro gran enfrentamiento del mundo de Baroja es necesario atender al primero de los principios de la novela, es decir, al título. El árbol de la ciencia nos remite al Génesis bíblico, en el que se narra la salida del ser humano del paraíso por haber comido Adán el fruto del árbol prohibido. Así se lo cuenta su tío a Andrés, en el capítulo III de la IV parte de la novela: «Puedes comer todos los frutos del jardín; pero cuidado con el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal porque el día que tú comas su fruto morirás de muerte». El árbol que podemos llamar de la vida representaría todos aquellos recursos naturales indispensables para poder vivir, pero no de manera muy distinta al resto de criaturas. Por otra parte, el árbol de la ciencia, que engloba todo lo prohibido, simboliza el conocimiento en todas y cada una de sus formas (arte, ciencia, filosofía…), es decir, el acceso a la verdad. Pero una verdad que es siempre cruel y dolorosa, y que no por conocerla podrá uno escapar del dolor y del fracaso, y, finalmente, tampoco de la muerte.

He aquí uno de los grandes planteamientos del libro, que es también una paradoja, y es que la idea insoportable de la mortalidad, cuando se presenta cerca a través de personas queridas, conduce a Andrés al suicidio. Es decir, que en la huida de lo insoportable nos topamos de frente con ello, como en el viejo apólogo persa de La muerte en Bagdad, en el que se cuenta cómo un criado huye a una ciudad distinta porque ese día había visto a la muerte, cuando en realidad esta sabía ya de antemano que tendría que ir a buscarlo allí. A través de la historia de Andrés, vemos cómo el acceso al conocimiento nos sitúa en una encrucijada, porque el conocer no implica necesariamente un aumento en la capacidad de actuación. La idea de libertad de Benedictus de Spinoza, según la cual la libertad es el conocimiento de la causa, y por lo tanto conocer implica un grado mayor de potencialidad, queda aquí sustituida por una idea de libertad que se acerca más a la del existencialismo, ya que conlleva el sufrimiento de saber a lo que se está renunciando para obtener otra cosa. Los años de formación en la universidad, de los que Andrés sale del todo desencantado, le sirven para tomar conciencia de la degradación de su contexto: «El español es demasiado vago, demasiado fanático y demasiado farsante […] En España en general no se paga el trabajo sino la sumisión. Yo quisiera vivir del trabajo y no del favor». «Las costumbres de Alcolea eran españolas puras, es decir, de un absurdo completo. El pueblo no tenía el menor sentido social. La gente se metía en sus casas como los trogloditas en sus cuevas». Pero esa toma de conciencia implica sufrir una terrible inadaptación, y quedar solo en la lucha contra todos los demás individuos.

La situación se torna aún más dramática cuando comprendemos que abrazar la ciencia, que queda simbolizada con el árbol prohibido, no implica una inmunidad frente a las inclemencias de la naturaleza, esto es, que no por haber optado por el árbol del pecado podemos ya vivir sin comer del árbol de la vida: «La voluntad, el deseo de vivir, es tan fuerte en el animal como en el hombre. En el hombre es mayor la comprensión». Es entonces cuando las dos grandes determinaciones que dominan en la vida del hombre se complementan y juntas se hacen más fuertes. La muerte y la naturaleza, que para Freud constituían los dos miedos más aterradores del ser humano, se entrelazan para conformar una síntesis cuya expresión son los otros. La imposibilidad de mantener relaciones sociales satisfactorias queda patente en la vida de Andrés, quien llega a encontrar satisfacción solamente en las charlas con Lulú (hasta en las conversaciones con su tío encuentra a menudo inconvenientes para alcanzar armonía; por supuesto le marca el desengaño de sus compañeros de universidad y también de los profesores, a quienes después de haber idealizado ve como espíritus decrépitos). Ese terror a la naturaleza queda del todo plasmado al final de la novela, cuando Iturrioz declara: «La naturaleza tiene recursos que nosotros no conocemos […] Amigo, es que la naturaleza es muy sabia. No se contenta solo con dividir a los hombres en felices y en desdichados, en ricos y pobres, sino que da al rico el espíritu de la riqueza, y al pobre el espíritu de la miseria». Inevitable mencionar aquí a Unamuno, quien comparte plenamente los planteamientos de Baroja en este punto: «El peor mal de la pobreza es que distrae energías, embota el espíritu y le impide pensar en la eternidad. Raro es hoy el pobre que vive como los lirios del campo y los pájaros del aire, sin cuidarse de qué comerá y qué beberá y dejando que cada día traiga su cuidado. A la vez la pobreza, o mejor la miseria incita a sentimientos de descontento y de rencor, al hurto y el perjuicio» (Diarios íntimos).

Pío Baroja

Este contraste entre la riqueza y la pobreza, que no sólo tiene que ver con las posesiones y con las condiciones materiales del momento sino también con el mayor o menor nivel educativo al que esta condena, queda reflejado además en los rasgos lingüísticos y las formas de expresión. El lenguaje de algunos personajes, sobre todo en Alcolea, refleja la diferencia entre las formas expresivas de la capital (Madrid) y los pueblos de provincia. Este recurso pone en inmediata relación a Baroja con Galdós, de quien, a pesar de pertenecer a grupos literarios distintos, había heredado ciertas concepciones de la literatura. Galdós, en su novela espiritualista Misericordia, ponía en boca de sus personajes expresiones que solamente podían oírse en la calle, en los ambientes más sombríos del Madrid finisecular. La dualidad que refleja la literatura de Galdós en este caso tiene más que ver con las clases sociales, no incidiendo tanto en la situación geográfica (que también, con personajes como Almudena). Baroja, en cambio, pone de manifiesto en su novela las grandes diferencias entre la capital y los pueblos de provincia. Si ya describía un gran atraso en la capital, Alcolea parece habitar casi otro espacio temporal mucho anterior al que se vivía en las grandes ciudades. Ese atraso es el que posiciona a Baroja cerca de Ortega y Gasset, cuando este defendía que «España es el problema y Europa la solución», alejándose así en ese punto de Unamuno, que defendía más bien lo contrario. Esto puede apreciarse en El árbol de la ciencia al emigrar al extranjero personajes como Fermín Ibarra, en busca de un futuro más prometedor. Ese atraso es quizá también la causa de la degradación de algunos personajes como el otro médico de Alcolea, a partir del cual también podemos apreciar rasgos de la novela picaresca, ya que, debido a las malas condiciones de su oficio, la falta de recursos y su bajo salario, se aprovecha de los vecinos del pueblo y de los pacientes enfermos en beneficio de su bolsillo. Otro de los rasgos más impresionantes de la novela es su capacidad para apuntar hacia ciertos estilos literarios que se desarrollarán tiempo después. Hablamos aquí del esperpento de Valle-Inclán, que ve prefigurado su estilo y algunos de sus recursos en pasajes como el del muerto al que queman los dedos para comprobar si se encuentra en estado de catalepsia, anticipándose así Baroja a la estética de lo grotesco. Otro de los ejemplos reseñables en este sentido es la escena en la que se cocina el cerebro de un cadáver, confundiéndolos con los de un animal, y que acaba siendo servido como almuerzo. Es este otro caso de estética grotesca que incluso apunta hacia el tremendismo de Cela y La familia de Pascual Duarte.

Hemos visto cómo el pesimismo invade toda la novela. Algunos filósofos como Schopenhauer, son mencionados de manera explícita en algunas conversaciones entre Andrés y su tío, de quien se dice que da las claves últimas del mundo. Tiempo después, dirá Borges, siguiendo la estela de Baroja, aquello de «Schopenhauer, que acaso descifró el Universo». Si ese pesimismo lo invade todo, en las distintas formas en que el deseo insaciable se esparce por el mundo fenoménico, como una manifestación de la voluntad omnímoda, voraz, ciega e irracional, entonces la insatisfacción de los personajes de El árbol de la ciencia será también infinita. Tanto es así que la última alternativa que encuentra el protagonista es la anulación de la voluntad que él mismo encarna con su cuerpo y con su existencia, a través del suicidio. La ciencia le ha fallado. «Ya la ciencia para nosotros —dijo Iturrioz— no es una institución con un fin humano, ya es algo más; la habéis convertido en ídolo». No le ha permitido manejar con destreza los embates de la vida. Sin embargo, Andrés se aferra a lo último que le puede ofrecer: una última y definitiva cura de la vida a través de la dosis justa del veneno letal que terminará para siempre con su dolor.

[EN PORTADA: El árbol de la vida, de Gustav Klimt (1909)]


Miguel Antón Moreno (Madrid, 1995) es estudiante del doble grado en filosofía e historia, ciencias de la música y tecnología musical en la Universidad Autónoma de Madrid, escritor y músico.

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