Creación

Pájaros

El maestro Fu Li era dueño de tres piedras iguales, y esto constituía un delito de alta traición, ya que solo el emperador, hijo de los dioses, tenía derecho a disfrutar de tal privilegio. Un relato de Josemanuel Ferrández Verdú.

/ un relato de Josemanuel Ferrández Verdú /

El maestro Fu Li era dueño de tres piedras iguales. Esto constituía un delito de alta traición, ya que solo el emperador, hijo de los dioses, tenía derecho a disfrutar de tal privilegio, por lo que se vio en la necesidad de visitar a su primo Ko para regalarle una de ellas. Por qué no se deshizo de la piedra arrojándola a cualquier volcán en erupción es una cuestión no resuelta por la crítica.

Un mediodía se encaminó hacia la casa de Ko. Al llegar, este le refirió que un enorme pavo había aparecido esa misma mañana en el huerto, y, después de cantar, había muerto allí mismo.

Fu quiso ver el pavo, olvidándose de las piedras, y después de recorrer el huerto no consiguió ver nada. Al regresar a la casa les dijo:

—Una de esas piedras es para vosotros.

—¿Y para qué queremos nosotros una piedra? —dijo Ko.

—Eso es asunto vuestro. Yo ya me he tomado bastantes molestias trayéndola hasta aquí para que ahora me vengáis con monsergas. Lo siento pero me tengo que ir, ya nos veremos otro día.

A lo que Ko respondió:

—Vete con tus pedruscos semejantes, pero mira no sea que vayas a equivocarte y en vez de regresar a tu casa regreses a la casa de otro.

—Descuida —dijo Fu, y cogiendo las piedras de nuevo se fue después de besar una vez a Ko y siete veces a su hija Wen, quedando así su culpa intacta.

Sin embargo, al pasar por un lugar junto a un bosque vio un pavo en mitad del camino. Para evitar que su contacto le contaminara, describió un arco de circunferencia alrededor del ave, alejándose luego en medio de cavilaciones relacionadas con semicírculos. Una vez en su casa, su hijo Pon Wei le preguntó:

—¿Cómo está tu primo?

—Perfectamente —dijo Fu.

—¿Y mi prima Wen?

Fu quedó pensativo, y luego dijo:

—Estupendamente.

Después de esta breve conversación, Fu y su hijo se pusieron a trabajar y durante dos años araron la tierra sin descanso. Pero una mañana, Fu recibió la noticia de la muerte de su primo. Como era un hombre de una rectitud inagotable y clásica, decidió ir a verlo por última vez. Lo acompañaba su hijo Pon Wei. Cuando se acercaban a la casa de Ko, vieron un pavo en el camino.

 —No te preocupes —le dijo Fu—. Daremos un rodeo —y continuaron el camino a través de otra provincia.

En casa de Ko, las exequias no habían terminado aún. El difunto estaba enrollado en una sábana. Fu Li y su hijo estuvieron comiendo empanadillas con queso y jamón. Un conocido filósofo y experto en títeres llegado desde otro pueblo sostuvo un llanto muy oportuno.

Varios años después, el Emperador quiso conocer la opinión de Fu Li y lo llamó a su casa.

—Querido —le dijo—, necesito conocer tu opinión. Si aciertas, serás recompensado.

—Mi opinión es la del hombre que piensa que la opinión de cualquier mortal es mortalmente aburrida, falsa e irrelevante. Solo la divina opinión del emperador, que es hijo de los dioses y uno de ellos, es hermosa como el ruiseñor sobre la rama del mimbre que brilla a la luz del crepúsculo.

—En tal caso, te propondré un enigma.

—Mi familia y yo hemos esperado con ansiedad este momento durante generaciones. Más de trece de mis mejores primos han muerto sin haber escuchado el enigma en forma de pregunta enigmática.

—Si aciertas tú, serás emperador y yo tu esclavo. ¿Cuál es el animal que tiene más plumas?

Fu se detuvo a pensar un instante. Si mostraba deseos de acertar, podía ser castigado por traición y sedición.

—El pavo —dijo.

—No —Fu respiró.

Fu se fue a su casa por el camino imperial pensando que había tenido mucha suerte. Al anochecer entró en casa de placer mientras su hijo lo esperaba echado sobre una estera. Una prostituta estuvo preguntándole su nombre toda la noche. Su honradez no le permitía pronunciar su verdadero nombre en un lugar público, y se hizo llamar T’an que significa «nombre apropiado», y P’ol Si que quiere decir «colmena al amanecer», y Fa N’o que es «río sin luna».

Al otro día continuaron su camino. Su hijo le contó su sueño: un pavo imperial se tragaba a un pajarraco, el cual contenía en su estómago tres piedras. Esto ocasionaba la muerte del pavo y, en consecuencia, la muerte de la emperatriz. Todas estas muertes herían en lo profundo al emperador, que ordenaba el secuestro y la inspección de todos los pavos del imperio. Una orden así ocasionaba el miedo de la gente. Hubo delaciones. Una de ellas acusaba a Fu Li de ser el vigilante distraído del pavo, pero al final Fu demostraba ante un alto tribunal que es mejor no preocuparse de los pájaros del imperio.

La confusión reina entre los miembros del tribunal, que no entienden de aves ni pájaros. En el ínterin el gran pavo resucita de lo que solo era un sueño y la emperatriz despierta de lo que era un simple desmayo imperial. Fu es condecorado y arrojado fuera de la ciudad.

Por la tarde llegaron a un pueblo donde vivía un amigo de Fu llamado Pen Wo, quien tenía una hija llamada U’h Wei. Y fue a verlos para hablar con ellos.

—¿Es cierto que el emperador te ha planteado un enigma? —quiso saber la joven.

—Sí.

—¿Y cómo era el enigma?

Entonces aquél sacó las tres piedras y las puso sobre la mesa.

—Muy interesante —dijo Fu.

—Igual que el río Anh —dijo su amigo Pen Wo, que no desperdiciaba ninguna ocasión de hablar del mismo.

Pero su amigo Pen Wo era inspector general de ríos y había sido encargado por el emperador de mirar con atención todos los ríos del imperio y decir luego cual era el mejor. Tras muchos años de meditación, Pen Wo había indicado el río Anh y toda la corte aplaudió su gesto infalible y honrado. Por eso estaba orgulloso de aquella elección que le hizo célebre, al despejar las dudas de muchos hombres y mujeres en lo concerniente a ríos, tema que había ocasionado grandes preocupaciones entre el pueblo más llano y elemental.

Varios días estuvo Fu con ellos. Hablaron de política, fueron al pueblo a tomar vino, jugaron a las cartas, y por último estuvieron contando chistes.

—Ya he visto algunas cosas y creo que soy un hombre innecesario —dijo Fu.

—No te des tanta importancia —dijo Pon.

—Me gustaría hacer algo antes de ponerme a escuchar el ruido de las hojas al arrastrarse por el suelo.

Al día siguiente Fu se instaló junto a la columna. Allí estuvo un par de meses, hasta que la noticia se extendió por los alrededores. Comenzó a ser visitado por curiosos que le preguntaban por las piedras.

Pero Fu no contestaba y se entretenía con unas plumas de pavo.

—Esa columna es bastante grande, ¿eres tú poderoso? —le preguntaban para ver qué contestaba.

Pero Fu sabía reírse de todas aquellas tonterías. Golpeó varias veces el suelo con un palo.

Junto a la columna estuvo una temporada hasta que las cosas se calmaron y cada uno se dedicó a no hacer el idiota

—¿Qué debo hacer? —le preguntaban.

 —Nada —contestaba él.

Fu tiró las piedras en el fondo de un pozo a donde bajaba por la noche para ver posibles cambios. Pero seguían igual, manteniendo intacta su culpa. Una noche un borracho se cayó en el pozo y luego se las llevó a su casa. Al otro día fue detenido y fusilado.

Fu dibujó un pavo en la columna. Esto dio mucho que hablar. Los comerciantes abominaron del ave y escupieron sobre la columna. La noticia llegó hasta oídos de los soldados del emperador. Un capitán llamado U’ang Pe fue enviado al lugar, y al ver el pavo pensó que era el origen algunas cosas sucedidas en la comarca.

—¿Has pintado tú ese pájaro?

—Sí —dijo Fu.

—Entonces has contravenido el precepto fundamental que ordena no pintar en las columnas cosas con plumas. Eres un sinverguenza.

Fue por ello condenado a conmemorar durante todos los días de su vida la tercera fiesta, también llamada fiesta de las siete columnas. Esta fiesta exige que algún hombre camine durante ocho años (algunos manuales señalan que siete, otros que diecinueve) sin detenerse en ningún sitio, y al cabo de ese tiempo se pare allí donde esté y permanezca en ese lugar hasta el día de su muerte.

No otra cosa hizo Fu, llevando a su hijo Pon Wei. Aprendió a dormir mientras caminaba y a separarse de las multitudes. Leyó los Cinco Libros del Mundo. Aprendió a jugar al Jan y escribió catorce epitafios con los que alcanzó fama.

[EN PORTADA: Pájaros azules, por Jeanne Fashempour]

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