/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /
La noche del 13 de junio de 1870, el rey de Prusia Guillermo I, después de haber tenido una reunión con el embajador de Napoleón III, envió a Bismarck, su canciller, un telegrama acerca de la retirada del apoyo prusiano al príncipe Leopoldo para ser rey de España. Bismarck, que deseaba la guerra contra Francia y que la estaba preparando desde hacia mucho tiempo, manipuló el telegrama de tal forma que parecía que el emperador francés insultaba al monarca prusiano y lo filtró, manipulado, a la prensa alemana. La guerra fue inevitable, con la aprobación masiva de la población prusiana. Así se construyó el Segundo Imperio Alemán. Fue un ejemplo claro de manipulación de la opinión pública utilizando los sentimientos nacionalistas de la gente.
En 1898, España mantenía una dura guerra contra los insurrectos cubanos que querían la independencia de la isla; los Estados Unidos tenían un fuerte interés en controlar la economía cubana, pero era necesaria una intervención armada directa de los yanquis en Cuba para derrotar a España. Para condicionar la opinión pública norteamericana en favor de una intervención armada, los dos magnates de la prensa de Nueva York, William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer, iniciaron una campaña de desinformación publicando noticias falsas en las que daban nombres, lugares y fechas totalmente inventados que demostraban la crueldad española con respecto a los cubanos. La opinión pública norteamericana reaccionó, exigiendo la entrada en la guerra de Norteamérica contra una potencia colonial cruel que era España, tal como efectivamente ocurrió. Fue un ejemplo claro de manipulación de la opinión pública en base a los sentimientos humanitarios de la gente.
En 1914, millones de jóvenes en una gran parte del mundo fueron movilizados en sus respectivos países para que tomaran las armas en favor de una guerra justa, caballeresca y corta, que les llenaría de gloria. La guerra, por el contrario, fue larga (1914-1918), cruel, en la que se defendían los intereses de un capitalismo galopante y que costó la vida a casi 60.000.000 de personas entre militares y civiles. Fue un ejemplo claro de manipulación de la opinión pública en base a los sentimientos patrióticos y del honor de la gente joven.
En todos estos conflictos y en otros muchos que no es posible ni tan sólo mencionar aquí, la desinformación fue crucial para poder desencadenarlos. Primero hay que convencer a la gente de que su causa es justa, de que les beneficia y de que están cargados de razón. Después resulta fácil conducirlos por cualquier camino. Siempre ha sido así y hoy no es diferente. Las guerras del presente siguen declarándose tras condicionar el criterio de la gente, de los ciudadanos. En nuestro mundo, afortunadamente, hemos solucionado muchos problemas, consiguiendo reducir la mortalidad, creando muchos mecanismos de mediación en conflictos y sistemas políticos que intentan acercarse al concepto de democracia, pero también tenemos, como sociedad, muchas debilidades. Una de ellas es el peligro de la desinformación; peligro que es hoy, todavía, si cabe, mucho más grave que en época de Bismarck. Ya hace mucho tiempo que C. E. Shanon y W. Weaver enunciaron la llamada teoría matemática de la información, que se podría resumir diciendo que a más comunicación hay menos información; que información y comunicación son dos factores inversamente proporcionales. Por lo tanto, hoy, cuando disponemos de mil formas de comunicación, somos probablemente la generación menos informada, menos capacitada para comprender lo que pasa a nuestro alrededor.
Hoy la economía global o el ciberespacio son los nuevos campos de batalla. Es aquí en donde se enfrentan los poderes y los Estados que dominarán el futuro. Esta guerra utiliza las armas de la desinformación. Y todos los grandes Estados (Estados Unidos, China, Rusia, la Unión Europea, etcétera), utilizan hoy este armamento a gran escala; para ello disponen de la alianza con sus grandes monopolios de Internet y de la comunicación. Las redes sociales generan dos cosas fundamentales en esta lucha: en primer lugar, entretenimiento (entertainment), y en segundo lugar noticias falsas (fake news). El entretenimiento es un factor fundamental que ocupa una gran parte del tiempo de la población y su control es una forma para conseguir desactivar el pensamiento crítico, mientras que el desprecio por la verdad, la negación de la evidencia, de la realidad, es el otro gran factor. Para conseguir estos dos objetivos es necesario acumular información brutal sobre todos y cada uno de nosotros, de tal modo que la humanidad entera se comporte como una masa amorfa, moldeable y capaz de ser dirigida. Hoy, a diferencia de en el pasado, existe la capacidad para conseguir esto; cualquiera que posea un smartphone es controlable en sus tendencias, en sus pensamientos, en sus actividades e incluso en su vida íntima. La información que recibe cada ciudadano es filtrada continuamente mediante los algoritmos informáticos que rigen todos los sistemas; es posible conocer todas y cada una de mis aficiones, mis películas preferidas, aquello que soy capaz de visionar dos o más veces en mi casa, el tiempo que destino a mirar pornografía, los movimientos de mi cuenta de ahorros, el tipo de lugares que contrato para vacaciones e incluso el perfume que utilizo. Con toda esta información, cualquier ser humano puede ser destruido o enaltecido, según convenga. La verdad puede parecer una mentira y la mentira una gran verdad; la realidad puede ser substituida por falsas realidades, espejismos cibernéticos y simples alucinaciones.
Cualquier sociedad puede ser desinformada y manipulada; millones de personas en todo el mundo son capaces de negar las evidencias de la existencia de un nuevo virus que mata a la gente; millones de personas se niegan a vacunarse, despreciando una ciencia que ha ahorrado más muertes que todas las guerras juntas; millones de personas pueden ser víctimas de engaños monstruosos, negando las evidencias, como ha ocurrido en el mandato de Trump. Hoy somos capaces de llorar por la muerte de una princesa que viajaba a gran velocidad por el centro de París con un vehículo potente, acompañada de un amante y con altas dosis de alcohol, mientras asistimos impasibles a las muertes por ahogamiento de miles de persones que, a menudo, tan sólo huyen del hambre, de la miseria y de la guerra. La desinformación es capaz de narcotizar el pensamiento crítico y redirigir la empatía hacia objetivos erróneos: xenofobia, racismo, nacionalismos excluyentes son tan sólo los instrumentos de la desinformación; el virus es el desprecio a la verdad. Es imprescindible hallar una vacuna contra el brutal desarrollo de esta plaga desinformativa en la que nos jugamos la vida.

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
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