/ El viejo que pasea por el barrio / Sergio Gaspar /
Siempre he escuchado bastante la radio. Ya de niño la escuchaba en la galería del piso familiar, mientras mi madre lavaba, zurcía y planchaba la ropa. Matilde, Perico y Periquín, la famosísima serie de la SER, más impactante e influyente socialmente que Perdidos varios pueblos, nos acompañaba. Yo me sentía Periquín, sin duda. Niño travieso, niño malo, niño niño. Niño que cantaba alegre la canción del Cola Cao en la galería del piso familiar, junto a su madre.
Yo soy aquel negrito
del África tropical
que cultivando cantaba
la canción del Cola Cao,
y como verán ustedes
les voy a relatar
las múltiples cualidades
de este producto sin par.
Si ahora el tiempo me quitase sesenta años de encima y me librase del delito de haber sido un xenófobo esclavista en mi niñez, un niño racista, cantaría con ganas la nueva versión 2.0 de la célebre tonada, la políticamente correcta, la literariamente peor, la que explica:
Hay cosas que nunca cambian,
que siempre serán igual,
con leche cada mañana
y con cacao natural.
No hay nada que mole tanto
y nada sabe mejor,
prepáralo como quieras
como el tuyo no hay dos.
Con el laico advenimiento de la covid-19 y sus confinamientos, aún escucho la radio más. Este diciembre tomé la decisión de sintonizar un día la SER y otro la COPE, de lunes a viernes, y descansar los sábados y domingos, días reservados a escuchar a los dioses, aunque tampoco en esto ni dios se pone de acuerdo. ¿Por qué tomé tal decisión? Para corroborar que este país no tiene remedio. Más que un país es una enfermedad incurable.
El programa matinal de la SER lo conduce Josep Cuní, se llama Aquí, amb Josep Cuní, se emite en catalán para siete millones y medio de españoles de los que al menos un tercio no se considera a sí mismo español y es nacionalista catalán. El programa vespertino de la SER lo conduce Carles Francino, se llama La ventana, se emite en castellano y pretende ser —cómo no— objetivo, serio, tolerante y muy, muy, muy demócrata.
Pasemos a la COPE.
Carlos Herrera dirige Herrera en Cope, el programa matinal y estrella de la cadena, se emite en castellano y es nacionalista español. Pilar Cisneros y Fernando de Haro conducen La tarde de COPE, se emite en castellano y se presenta —era de esperar— como objetivo, ponderado, sensato y muy, muy, muy demócrata.
Nótese, porque no es detalle menor, que los dos programas matinales y líderes de ambas emisoras incorporan en sus nombres el nombre de sus directores: Aquí, amb Josep Cuní; Herrera en Cope. Evidentemente, quien vende camisetas es Leo Messi y quien las vendía era Cristiano Ronaldo. Los nombres son dinero, porque son audiencia.
El día de Nochebuena me ha tocado escuchar la COPE.
En la tertulia política del programa de Herrera se ha puesto a parir de nuevo la ley Celaá, con algunos matices de agradecer, y se ha insistido en la inadmisible vergüenza de que el Gobierno de España decrete el fin del español como lengua vehicular de la enseñanza en regiones como Cataluña. Herrera había entrevistado hacía poco a su amigo Vargas Llosa, que nos explicó la aberración de que un idioma como el castellano, hablado por seiscientos millones de personas —a este paso, en un par de años lo hablaremos mil millones o más—, un idioma que tiene cincuenta millones de hablantes en los Estados Unidos, la única lengua del mundo capaz de competir con el inglés, la aberración, insistía Vargas Llosa, de que en Cataluña no pueda usarse en la educación una lengua tan hablada… Muy bien dicho. Mucha aberración. Sí, señor.
Pilar Cisneros y Fernando de Haro han conducido hoy una versión breve de La tarde de COPE, ya que a las cinco debía aparecernos el amado líder, Carlos Herrera, con un programa especial de canciones para celebrar la tarde de la Nochebuena.
He escuchado a Pilar y Fernando de cuatro a cinco. No han desaprovechado el tiempo. Casi todas las canciones de aire festivo que emitían sonaban en inglés. Uno de sus colaboradores ha estado bromeando y felicitando a la audiencia. Así: Merry Christmas, Merry Christmas, Merry Christmas… Lo repito porque él lo repetía. Las referencias navideñas eran a Papá Noel, no a San Nicolás de Bari, ni siquiera a Santa Claus, referencias que nos conducían sin remedio a Nueva York, al Polo Norte y a los renos, en vez de a Turquía, a un clima cálido y a los caballos turcomanos con tal vez dos mil años y pico de historia. Y todo ello, claro está, trufado de sabrosos y abundantes anglicismos, marca lingüística de la casa COPE. Y de la casa SER, por cierto. Y del español de todos, también por cierto.
Y entró en las ondas el líder a las cinco de la tarde. Carlos Herrera, tras una inteligente y cordial introducción, se dispuso a regalarle a la audiencia la primera canción de su programa de canciones navideñas, tan familiares, tan entrañables. Durante dos minutos, pudimos oír abuelos, hijos y nietos juntos letra y música en inglés. Herrera nos explicó lo tradicional y lo maravillosa que era la canción con la que nos había deleitado y, acto seguido, nos puso otra canción muy navideña, muy nuestra y muy en inglés. Como tengo más moral que el Alcoyano, esperé a si a la tercera iba la española. Sí. A las 17:17, una canción en español. Esto va a cambiar, pensé. En vano. Tras anunciarnos Herrera que pondría una copla [sic] de Frank Sinatra, llegó en efecto la copla de Sinatra en inglés a las 17:21.
Y yo me fui. A paseo.
Anduve por la avenida Diagonal, en dirección a Gracia. Algunas de las principales tiendas me felicitaron desde sus escaparates luminosos, sonrientes: Merry Christmas, Merry Christmas, Merry Christmas… Lo escribo tres veces porque fueron bastantes las veces en las que los comercios nos felicitaban de forma tan cosmopolita a los paseantes enmascarillados.
Yo caminaba acompañado de mis pensamientos, que, como de costumbre en mí, se vestían de la modalidad interrogativa directa. ¿Por qué a la COPE, tan preocupada por la ausencia del español en los colegios de Cataluña, no parece preocuparle la ausencia de canciones en castellano en la COPE? ¿Por qué? ¿Por qué no siguen el ejemplo del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y, al menos, el 25% de las canciones que se imparten en la COPE son en castellano y el 75% en inglés? ¿Será, acaso, que ya no se canta en castellano, ni en francés, ni en italiano, ni en alemán, ni en chino, ni en árabe, ni en ruso, ni en…? ¿Será eso? ¿Estaremos mutando culturalmente los humanos, que hablamos aún en lenguas analógicas y primitivas, pero que, a la hora de cantar, cantamos todos en inglés, la lengua digital?
En esto llegué al paseo de Gracia. Una notificación en el móvil me condujo a un ecorreo. Era del banco de Santander felicitándome las Navidades. Christmas lights me deseaba la amable entidad financiera con un mensaje de letras grandes y rojas como el traje de Papá Noel.
Alcé la mirada. Vi las luces que adornaban el paseo de Gracia, regalo de la alcaldesa, y vi la luz entonces. El embolado y el lío sociales resultaban más profundos y oscuros. No se limitaban a la COPE, a los comercios cosmopolitas, a los anglicismos chulos y cooles. Todo esto no era sino la espuma de la ola gigante, destructiva. ¿De qué ola? La ola brutal y becqueriana, la ola bramando de una globalización mal concebida y pésimamente gobernada, que lleva años erosionando culturas, despertando miedos, exacerbando los nacionalismos defensivos, que permite y potencia la creación de gigantescas empresas tecnológicas —casi todas made in USA— que desafían a los Estados, que apenas pagan impuestos, mientras crecen la pobreza y la desigualdad, aumenta la injusticia y se pone en peligro la cohesión social y la democracia. Una globalización que debe ser corregida, si queremos que ayude al progreso en vez de convertirse en un obstáculo.
No estamos hablando sólo de temas lingüísticos, de lenguas en contacto. Ni siquiera de algo tan importante como la COPE y Carlos Herrera. Estamos hablando de democracia y de justicia social, y de eso sólo puede hablarse en diversos idiomas, conservando y respetando los diversos idiomas.
Aunque a mí, que pronto deberé aprender la lengua de los muertos, ¿qué más me da la lengua en la que vivan los vivos?
Así que Merry Chistmas a todas y a todos.

Sergio Gaspar nació en 1954 en Checa, provincia de Guadalajara. Se licenció en filosofía y letras en la Universidad de Barcelona. Ha publicado los libros de poesía Revisión de mi naturaleza (1988), Aben Razin (1991), El caballo en su muro (2004) y Estancia (2009), reeditado en formato digital por Uno y Cero Ediciones (2013). Es asimismo autor de la novela Viento de tramontana (2014). Fundó en 1996, junto a Maria Fortuny, la editorial DVD Ediciones, aventura que dirigió hasta su cierre en otoño de 2011, tras haber publicado más de doscientos títulos de poesía, narrativa y ensayo. En la actualidad, es un jubilado y pasea.
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