/ por Francisco Abad Alegría /
«Si la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír […] los liberales tienen miedo a la libertad y los intelectuales no vacilan en mancillar la inteligencia […]». Así se expresaba el sicario del POUM, George Orwell, que al regreso de su sangrienta excursión por Aragón y Cataluña que él mismo narra en el edulcorado y manipulado texto anticomunista Homenaje a Cataluña, no dudó en ponerse al servicio de la manipulación informativa proaliada de la BBC de los hijos de la Gran Bretaña.
Si me permiten el excurso verbal, a diferencia de lo que decía un brutal jesuita apodado el Nazi por sus emigrados parroquianos, que ejerció el sacerdocio en Alemania antes de ahorcar la sotana, «no matan las palabras, sino las balas»; la palabra es realmente el primer motor de todo. Mas resulta triste meterse en honduras que destilan plasma sanguíneo y elegimos quedarnos en un nivel algo más superficial.
En estos días revueltos, repletos de inmundicia política, sanitaria, económica, informativa, me tomo la libertad de reflexionar sobre algo que parece menor, pero quizá no lo fue en su momento. He aprovechado la consulta al diccionario de la RAE, que me confirma que es admisible el término cutre como expresión sintética de bajo, vulgar, rastrero, inculto y otras hierbas para recordar consignas que en su tiempo determinaron movimientos de pensamiento (perdón por lo de pensamiento). Y de ese alijo de pareados bajunos, berreados a voz en cuello, que me encontré al regreso de mi trabajo práctico doctoral en el Instituto Mario Negri de investigaciones farmacológicas de Milán, bajándome del mundo del cromatógrafo a la más ramplona realidad masiva, he recopilado algunas expresiones que seguramente no figurarán en los libros de texto, pero que pueden ser interesantes como anecdotario, no tan anecdótico. Permítanme algunas libertades de puntuación que añadan música (o si se quiere, batukada) a lo verbal.
Cuando el Caudillo cerró los ojos, inmortalizada su imagen agonizante por un desleal familiar, inmediatamente después de que más de 300.000 personas desfilasen ante su cadáver expuesto, comenzaron pequeñas manifestaciones toleradas en las que grupos de dimensión en general modesta coreaban la imaginativa consigna que reza: «¡Ea, ea, ea; el búnker se cabreal!». El búnker se refería a la vieja guardia del franquismo, que ya había decidido hacerse el sepuku a cambio de una transición pacífica hacia la democracia, por un método que se denominaba de la ley a la ley. Las emisorias de radio chorreaban a todas horas desde principios de 1976 el sonsonete de Libertad sin ira («Libertad, libertad, sin ira, libertad, guárdate tu miedo y tu ira», etcétera, del grupo Jarcha) y los franquistas, que no estaban adheridos a ningún partido franquista, porque tal cosa no existía (el Movimiento Nacional no fue nunca un partido, aunque así se le denominase) se escondían bravamente en el silencio. Pronto se organizaron las Cortes Constituyentes, encargadas de apoyar una nueva forma de convivencia nacional que sustituyese a la autocracia franquista. Entre los parlamentarios (y parlamentarias y parlamentaries…) estaba Dolores Ibárruri, cabeza junto con Santiago Carrillo del Partido Comunista de España, el único partido que realmente ejerció una oposición importante al denominado franquismo (hasta 1976, lo juro por Snoopy, los únicos socialistas que conocí fueron un tal Llopis, que creo que era básicamente masón; Isidoro, amigo del cortijero Navarro, y un oscuro Solchaga natural de Tafalla, Navarra). La inteligente consigna coreada por los escasos ultraderechistas que se arrogaban la sucesión del búnker era: «¡Ilo, ilo, ilo, Dolores al asilo!», aludiendo a la provecta estalinista conocida como Pasionaria, por una piadosa redacción religiosa que redactó en sus años infantiles y que luego adoptó como nombre de guerra, sin exponerse al fuego enemigo, claro.
En paralelo, el griterío crecía, cuando los partidarios (he dicho partidarios, no parlamentarios) de una continuación del régimen (¿quién lo encabezaría si el almirante Carrero Blanco había precedido a su Caudillo en el camino al Más Allá?) con poéticas consignas cuyos promotores les animo a adivinar: «¡Fascistas, burgueses; os quedan dos meses!» y «Ni amnistía ni perdón: rojos al paredón!». Bonito ¿no? Sotto voce, los jirones carlistas que se habían mantenido firmes al espíritu del más acendrado conservadurismo del Requeté osaban repetir, con poco éxito de público y crítica, una consigna contra el heredero de Franco a título de Rey, Juan Carlos de Borbón: «¡No queremos a Juanillo ni aunque lo mande el Caudillo!». Parece que no les hicieron mucho caso, porque Marruecos ya se había quedado con la provincia española del Sáhara Occidental durante la agonía del general, con el Príncipe de Jefe de Estado accidental, mediante una inexplicada y turbia Marcha Verde.
Muy pronto, tras conversaciones que desconocemos y que nadie nos aclarará nunca (la información que llega al pueblo soberano es siempre o irrelevante o manipuladora; la buena se queda… donde se queda) entre el rey y Santiago Carrillo, se produce un hecho imprevisible (para el común de los mortales) y es la legalización del partido comunista y la aceptación de las reglas del juego democrático por ese partido. La facción de Gallego queda en la ortodoxia de las ideas y se extingue rápidamente. Pero los afectos a la imparable revolución de la izquierda bolchevista se enfadan muchísimo y entonces surge la ensalada de grupos, siglas y facciones que hizo las delicias de las revistas de humor (¿La Codorniz o Hermano Lobo? Ya no lo recuerdo, estoy mayor). Los grupúsculos, en general de vida efímera, pero que aún mordieron presupuesto, especialmente en la política municipal, solo alumbraron una consigna eficaz aunque de vida efímera: «Policía ¿para qué? Ya tenemos al PC». Era el enemigo común y se desvanecieron al tiempo que adelgazaban las listas de procedencia, en su mayoría, de organizaciones apostólicas, de Acción Católica y de la denominada Falange Española Auténtica, pretendida heredera hedillista.
Tras las primeras elecciones y el previsible triunfo de UCD, las reliquias de oposición de izquierda bolchevista se fueron diluyendo, mientras surgía un poderoso partido socialista, alimentado por generosas inyecciones económicas de Alemania y Estados Unidos, con Isidoro (Felipe González) de rey del mambo. Los ataques contra el partido gobernante y coprotagonista de la Transición junto con el partido comunista, que se eclipsó progresivamente gracias a la mencionada ayuda extranjera al PSOE, se hacían limitados y con frecuencia hilarantes. Recuerdo dos consignas llamativas al respecto. El ministro de Interior, apodado la porra del Gobierno, Rodolfo Martín Villa, era atacado con pegatinas y pintadas en las calles con la siguiente frase: «Menos Martín Villa y más Ángeles de Charlie» (los Ángeles de Charlie eran unas señoritas de escultural físico que llevaban a cabo misiones arriesgadas en una suerte de práctica parapolicial, en una serie televisiva de gran éxito… por las leyes de la física, o lo físico, tanto da). Cuando Alianza Popular, luego Partido Popular, empezó a tomar vuelo, con su charrán esquematizado en el escudo, multitud de pegatinas se adherían a las paredes con la siguiente consigna: «La democracia de Fraga es como follar con braga». Me excuso de explicar el término follar y de Fraga aclararé, para los más jóvenes, que se refiere al profesor Manuel Fraga Iribarne, a la sazón presidente de Alianza Popular. Todo muy fino.
Según el DRAE, la primera acepción de consigna es una expresión sintética que se da a agrupaciones de todo tipo (¿por quiénes?) a grupos organizados o más o menos espontáneos para seguir una línea de conducta. Dice el camarada Lenin que la consigna, refleje o no una verdad, es una expresión sintética destinada a provocar un sentimiento, o a veces ni eso, una emoción, pero colectiva y colectivizante, que tiene la virtud de crear un grupo social, de socializar conductas y sentimientos y hasta pensamientos (como lo hace el orden cerrado militar, que a partir de lo gestual estructurado y estereotipado es capaz de crear una forma de enfocar la realidad y consecuentemente la reacción conductual). Pues bien; las consignas, poco brillantes, como corresponde a los receptores de las mismas, tuvieron una vida efímera y una eficacia dudosa, en todo caso no medida. Pero, según mi limitado recuerdo, hay una que era un auténtico torpedo de profundidad y que, por eso mismo, pasó rápidamente desapercibida: «El pueblo, follando, se va multiplicando». Es una apología de la proliferación proletaria, como lo fue la animación natalista de Ben Bella sobre la conquista de Occidente por la fecundidad de las madres musulmanas, hecha en Asamblea General de ONU en 1975. Es la única consigna, creo, importante, que coincide plenamente con las explícitas afirmaciones del Manifiesto comunista sobre el imparable empuje de las clases proletarias. Es demasiado seria para ser tenida en cuenta.
Espero que me perdonen mi digresión mnésica, pero es que me resisto a soportar que microtestimonios, como este de lo que ahora llaman eslóganes, que tanto movieron en un tiempo, se pierdan en la nube del olvido, cuando son varillas del armazón de un proceso nacional sobre el que no haré juicio alguno, pero que ha durado casi medio siglo. ¡Ah! Y procuremos ser todos un poquito más finos a la hora de formular consignas, aunque parece que con la machacona incidencia de los media cada vez serán menos determinantes.
[EN PORTADA: De izquierda a derecha, Rodolfo Martín Villa, Miguel Herrero Rodríguez de Miñón y Carmelo Lisón Tolosana (La Puebla de Alfindén, Zaragoza, 2017)]

Francisco Abad Alegría (Pamplona, 1950; pero residente en Zaragoza) es especialista en neurología, neurofisiología y psiquiatría. Se doctoró en medicina por la Universidad de Navarra en 1976 y fue jefe de servicio de Neurofisiología del Hospital Clínico de Zaragoza desde 1977 hasta 2015 y profesor asociado de psicología y medicina del sueño en la Facultad de Medicina de Zaragoza desde 1977 a 2013, así como profesor colaborador del Instituto de Teología de Zaragoza entre los años 1996 y 2015. Paralelamente a su especialidad científica, con dos centenares de artículos y una decena de monografías, ha publicado, además de numerosos artículos periodísticos, los siguientes libros sobre gastronomía: Cocinar en Navarra(con R. Ruiz, 1986), Cocinando a lo silvestre (1988), Nuestras verduras (con R. Ruiz, 1990), Microondas y cocina tradicional (1994), Tradiciones en el fogón(1999), Cus-cus, recetas e historias del alcuzcuz magrebí-andalusí (2000), Migas: un clásico popular de remoto origen árabe (2005), Embutidos y curados del Valle del Ebro (2005), Pimientos, guindillas y pimentón: una sinfonía en rojo (2008), Líneas maestras de la gastronomía y culinaria españolas del siglo XX (2009), Nuevas líneas maestras de la gastronomía y culinaria españolas del siglo XX (2011), La cocina cristiana de España de la A a la Z (2014), Cocina tradicional para jóvenes (2017) y En busca de lo auténtico: raíces de nuestra cocina tradicional (2017).
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