/ por Benito del Pliego /
Leí el último libro de Francisco Layna, Oración en 17 años, y fui anotando algunos comentarios. Se los envié al autor en un correo, a manera de comentario informal y amistoso, y me contestó. Este es el breve diálogo que mantuvimos
Chapel Hill, Carolina del Norte, 16 de diciembre, 2020
Madrid, 17 de diciembre, 2020
BP. Paco, comienzo a leer Oración, ahora sí, de forma secuencial y consecutiva, a grandes y tranquilos tragos. Me ha resultado muy difícil leer, digo leer de verdad, últimamente. No sé si ansiedad o confusión o cansancio. Pero vuelvo sobre Oración porque sé por el picoteo con el que había comenzado a aproximarme al libro que contiene la promesa que busco, aunque no siempre quiera admitir que la sigo esperando.
FL. Benito, a mí me resulta difícil casi todo, excepto caminar. Combatí la nefasta enfermedad a través de la travesía, permíteme esta broma. La palabra significa trayecto, distancia, espacio, pero también viento lateral en la navegación, la pérdida o ganancia en el juego, y el modo de estar alguna cosa al través, es decir, no rectamente. Es lo que hago en mis caminatas: evitar itinerario. Ya tenemos aquí los primeros hilos. Todo será tirar y ver por dónde nos llevan. Estimo fundamental este último por.
BP. Como ves, esta nota está muy afectada por el estilo de tu propia escritura. Por el ritmo que se genera como el que no quiere la cosa, low key, a la buena de Dios, pareciera, pero dejando semillas para que el cirujano venga luego a reconstruir lo desgajado. Finalmente creo ver un aprendizaje de lo cubista: esa manera lógica y dislocada con que despliegan el poema (Huidobro, Larrea) a base de ecos y rimas de ideas.

FL. Me encantan los haikus, me encantan, pero siempre me pregunto qué había delante y qué detrás. En esas añadiduras sitúo mi poema. De ahí esa especie de cadena o formulación. La lógica es horizontal, parece casi un asunto de suelo. Qué bien lo has dicho: «como el que no quiere la cosa». Solo muy pocas veces sucede lo que se quiere, menos mal.
BP. Yo también creo que memoria y derrota son leyes fundamentales de la poesía. ¿La gravedad? Este ir y venir de la memoria a la palabra, a la presencia de lo que cae ante los ojos en el momento de hablar (como la manzana de Newton). Pero el ritmo, el oyente implícito (y cambiante) de las estrofas (porque lo son), la nube de la edad, —qué digo— de la vejez, y esos como worm holes que crean pasadizos entre poemas y, en los poemas, entre sus partes. Por ahí se genera una sensación de estructura de la que el fugaz significado trata siempre de deshacerse.
FL. También derrota en el sentido de vereda o traza. Y ahora que caigo —dijo la manzana—, Newton descubrió el espectro del color o la razón de por qué en la refracción del arco iris el amarillo es el más evidente. Sin ritmo apenas casi nada, ni siquiera el silencio o el estrépito. La vejez es asunto social. Aborrezco la conmiseración y la simpatía entrañable que a veces despierta el deterioro molecular. Aunque también reconozco esa boba vergüenza al unir vejez y deseo. Oración es un libro avergonzado y desvergonzado. El cuerpo es una estructura. Y lo mejor, casi seguro, es que no hay límite en el espectro visible. La longitud en el color o por qué huyo de una única y exclusivista interlocución.
BP. El ritmo. El ritmo, ya que hablamos de estructura, es fundamental. Oración, por el engranaje narrativo (¿pero narración de qué?) podría ser una novela.
FL. Oración es una historia de amor. ¿Hay algo que tenga más ritmo?
BP. El poema como la interpretación jazzística se aproxima al tema con una sola regla fija: no tocar la melodía. Hay que merodear, hacer variaciones, paralelismos y alteraciones que dan solo un reflejo, un eco o un vacío del tema. Así, se habla de lo que se habla por la impregnación de asuntos aledaños a lo que se quisiera decir pero no se menciona. Eso sí: hay que mantener el ritmo. El swing lleva el poema y lleva al lector con su cadencia, de principio a fin.
FL. Etimológicamente, melodía tiene que ver con miel. En las Meditaciones decía Descartes que la miel es «un cuerpo que hace poco se me mostraba con unas cualidades y ahora con otras totalmente distintas». Depende de la temperatura. Qué bueno que lo expliques tan claramente: «lo que se quisiera decir pero no se menciona». ¡Son tantos los factores no sanguíneos!
BP. Esta elusión del tema es la proximidad. Más que metáfora, metonimia; no la substitución, sino lo significativo por cercanía. Eso hace también que la escritura sea infinitamente productiva (al menos en teoría). Eso también hace este texto barroco. Barroco light, a lo Kozer, pero más intencionado/tensionado.
FL. Eludir a menudo es más productivo que hacer frente, sin que esto sea una apología de la pereza o el desinterés. La proximidad en exceso es una catarata en los ojos. Cuando José Kozer lee en voz alta, recorre con su dedo índice la línea de lo escrito, yacente.
BP. Pero el tema —tema escondido que respira por las rendijas que configuran los renglones del texto— es significativo por aproximación. Aunque la elusiva alusión nos dirige al laberinto del deseo, sugiero que el libro habla de lo que deja de hablar: de la falta de.
FL. Benito: no sé si es como dices. Sí sé que me gustaría que fuera como tú dices. Aproximarse significa que está ahí, y su acceso es una posibilidad. ¿El error consiste en acceder?
BP. O quizás no, quizás el tema es lo evidente (la falta de, la perdida, o sea, vivir) y los meandros por los que circula este asunto indecible —quiero decir, decible solo en cuanto se dice así, evitando significar— no son más que el ornamento con el cual, embobados, distraemos la conciencia para evitar que la lección nos atice sin contemplaciones. Eso haría también el autor.
FL. ¿Admite lo evidente el adverbio quizás?
BP. Resulta muy atractiva la erudición y la inteligencia que se deja caer, como el que no quiere la cosa —esta apariencia de involuntariedad es fundamental— a lo largo de los poemas.
FL. John Berryman introducía parodia de un dialecto, Gerardo Deniz enunciados matemáticos… Considero la erudición como parte del vocabulario. O mejor, del alfabeto. Siempre vi en la cita un elemento que cuelga sin razón, aunque el autor pretenda un apoyo o extensión de sentido al texto. Un tipo de cuadro pegado a una pared, una mancha en la tela, una mota extraña en la crema de guisantes. ¿Provocan sorpresa, admiración o rechazo? Incluyo en Oración citas del Fuero de Teruel o El Sutra del diamante, sin parentesco alguno con la escritura posterior. ¿No sucede esto a diario en la lengua comunicativa? ¿No sucede esto con los objetos que nos rodean? Hablamos de animales, emociones, obstáculos… pero solo hay que estirar las manos para tropezar con algún objeto o alguna cita. Hablar es incurrir en tautologías, que decía aquel ciego, jajaja jajaja. También es una provocación, por supuesto. Rock, cómic y el polinomio de Shaw-Basho.
BP. Y genera, o me genera, una identificación, una empatía, que como en Vallejo, parece surgir del reconocimiento de la vulnerabilidad. El autor se hace cristo, se hace víctima para nuestra propia redención y la suya. Una víctima simpática, eso sí; una víctima pequeña. Oración, oración.
FL. Gracias, gracias… ¿Qué otra cosa podría decirte?
BP. El transcurso de la lectura permite que uno se vaya adaptando a la peculiaridad de su movimiento, que su palabra se vaya haciendo más definible. Entonces los poemas comienzan a hablar más de quien los ha escrito y, como en una conversación, participamos de ellos en mayor grado. Todavía permanece ese vaivén, esa deriva. Y quizás se invierten las proporciones temáticas: es el envejecimiento, lo que directamente asume protagonismo, dejando la secuela del deseo como contrapunto de ese más amplio tema.
FL. ¡Ay!

Selección de poemas
Oración para la cabeza muerta
La llama de una vela que chisporrotea y se va
(El sutra del diamante —año 868—)
Cena de cenizas
(Julián Ríos)
Half hours on earth
what are they worth
(Silver Jew)
La mujer camina por la carretera, de espaldas.
Escucha música y fuma.
Es un cielo joven, se acerca y advierte casi piadosamente.
Oigo en la luz la respiración
de un hombre sin cuello, es una respiración
ocupada por la plata sucia y por el mundo.
La conozco y sé que me levantará el estómago.
La obscenidad huele a betún.
En Inglaterra perciben bien
la diferencia entre unas rodillas dobladas
y el alcohol que desinfecta.
El asco también tiene huesos
y puede fracturarse
Súmese que la distancia entre el corazón y la orina se asemeja
a un aeropuerto abandonado.
Una voz me dice por teléfono:
escucha en el segundo último
cómo suena el estallido animal.
Todas las gaviotas graznan,
irreversibles,
muy cerca de mis dedos
que se derriten, fracturados
y de cuya locura
y verdad
nadie duda.
¿No me la vas a meter? pregunta en un idioma
que solo entienden los que no regresan.
Un mililitro equivale
a veinte gotas vertidas.
Es inevitable
—inevitable—
que la mirada
se me vuelva dos
insectos clavados
en la pared.
¿Verdad que cualquiera
puede entender
el sufrimiento
del que hablo?
Sería buena idea concluir,
insomne y en blanca edad,
la oración que te dedico.
Solo un detalle:
allí cuesta abajo ruedan centenares de zapatos.
*
Nadie es capaz de decir lo contrario.
Una historia sencilla
…la edad, / mundo sin fin y fin / del mundo
(José Kozer)
«…y todo comenzó en ese punto de tinta».
Eve Arnold es la encargada de las imágenes. Mesa de juego. La rubia tiene la mano abierta sobre el vestido blanco. En ese salón todo el mundo conoce las reglas. Es decir, la ropa interior se tiende de acuerdo a las preferencias de los elegidos.
Aquí es cuando ella le llama amor y le consagra semejanza con actores de manos largas y delgadas.
Busca en el cajón las medias más rasgadas. Le quita las gafas y se las limpia. Le gusta que los hombres se peinen y usen pañuelo y brillo en la barbilla.
Hoy le ha colgado el teléfono porque las flores de su vecina necesitaban algo que ella tenía. Hablaban en ese momento en ráfaga, en abanico letal. Era cada letra un terrón de lignito que dejaba de ser. Cada silencio, rastreo en la basura del monstruo.
Los enfermos son eficaces cuando se trata de cambiar la secuencia. A veces consiste tan solo en una luz encendida. La fiebre, al fin y al cabo, no es más que un amarillear en el ojo del cíclope.
Con la cara tapada por cartones duerme en la cama de su madre muerta. Hear noise don’t means we home, escribió con tiza rosa.
Nota a pie de página: la culpa exige talento y buenas dosis de improvisación.
En la hacienda el jardinero reciente, referencias impecables, se acerca con un manojo de jacintos. Esto te sucede, le dice, por ofrecer la vergüenza. Hay algo que nunca debe salir del blanco y negro.
Aquí un varón de abrigo y sombrero de alpaca baja las escaleras guiado por el cartel «To Show». Fuma y tose.
Otra imagen: Una mano con cuatro dedos acaricia su pecho. Otra: debajo del puente centenares de desperdicios.
Esta es la exactitud: tres mujeres se bañan en una misma bañera y las tres mienten. La mentira es cuestión de tono y timbre. Mentir es solución, dice la rubia acercándole el humo a los ojos.
Su camisón se oxida en la intemperie.
Otra imagen, en plano cenital: una anciana huele la axila de un hombre 60 años más joven.
Acaba la sesión y la rubia no encuentra sus zapatos.
Propongo un jardín cerrado
I
Empecemos en un volumen frío: seguramente nadie y seguramente nada.
La n y la d. No es fácil ser la primera vocal, tan expuesta y abierta.
El desastre en el alimento espeso.
Tenía yo el propósito de evitar comparaciones. Y genitivos.
Después ningún manuscrito dirá que tuve una serpiente negra y tres piernas llenas de cerveza bendita.
Hoy he decidido ser uno más entre uno.
Tres piernas es una solución para bastantes problemas, aunque no haya agua para todos.
Que alguien explique qué significa nadie, preferible cuando el horario envejezca.
No es un viaje a la semilla.
Mucho mejor sería si el recorrido fuera del sapo al renacuajo, y del renacuajo un paso más hacia la letra no incluida en el total de 27.
Sabemos que los dígrafos se excluyeron del abecedario. Fue fallo de un jurado vestido para la ocasión.
Sobre esa letra que no existe deberíamos hablar. Una letra nueva no añade sentido, pero agrieta, hiende… Convierte en tripa el corazón, la garganta. El vocabulario rompe aguas, y las vocales se dan cuenta del huerto abandonado.
Borrachera: parece que flotasen los dientes. Tintinean contra el cristal. Esto quiere decir que el frío busca huérfanos.
El instinto: mi primera novia introdujo sus dedos en mi boca.
¿Usted cree que los minutos son siempre los mismos?
Si responde afirmativamente, yo soy una viruta de pronombre.
Si responde negativamente, los ojos del gato se llenan de sonidos extraños.
Juan de Mena murió al caerse de una mula.
A mí me gusta caerme para que la opinión deje de ser posesiva.
Suele la gente equivocar óvalo y elipse… El retrato también es un error. Alguien debería decir que las fotos mienten.
¿Por qué, entonces, escribo y solicito?
En ese jardín los animales serían inmortales. Hablemos de la cecilia, anfibio sin patas. A veces no tiene pulmones, a veces sí. Este verso es el inicio para un cuento inédito de Rulfo.
Adoro a Juan Rulfo. Los cuervos y las manzanas se adoran y yo adoro a Rulfo porque apenas hacía ruido. Se descalzaba para afeitarse.
Mi hija por fin reconoció que tiene miedo a los armarios abiertos. No puede dormir. Es fácil entender ese miedo, mamífero y solemne. Tan espeso como la voz que suplica. Tenía yo el propósito de evitar comparaciones.
II
Me devoró la serpiente negra.
En su humedad olvidé haber nacido.
Sucede cuando las mujeres se despiden del jardín.
Caminan desnudas y se cuidan entre ellas.
Es demasiado tarde y la verdad es un idioma.
Creo que el poema empieza a entenderse.
¿O debiera pensar en el demonio que amanece a diario?
III
Dan las seis en la ese y en el cielo todavía quedan residuos. Perdonen los huesos.
En el pez el detalle es importante. De nuevo pido perdón por los huesos.
Me llamo Layna incluso cuando la geografía prefiere callarse.
Al contrario de lo que muchos creen, el endurecimiento del pan no es una desecación. Todo depende de los nuevos puentes de hidrógeno.
Ojalá yo pudiera, ojalá yo pudiera… pero Gabriel Ferrater se suicidó para no oler a viejo.
IV
Es sencillo.
En el olor los perfiles se pierden.
Reacciono tontamente y envío un mensaje: yo también siento asco, también tengo miedo a que los armarios se abran a la vez.
Dos cuestiones: la primera, se evidencia que en el retrato solo hay una estatua, una piedra. La segunda, nos equivocamos los exégetas porque los huesos son siempre los mismos.
Y la maldición, los amigos que mueren, el café se enfría y es martes, un día que ya no importa.
La menor densidad del hielo respecto del agua líquida se debe a los puentes de hidrógeno.
¿Dónde y a quién pido ayuda?
«Quien» también equivale a uno entre muchos.
Seguramente debido a que los jardineros se hicieron santos y abandonaron el oficio.
Pero no es posible: las mujeres se despiden porque mi edad tiene forma de retrato. Mis dos tíos, mamá, el podenco que se llamaba Nápoles…
Blanco algunos años después
Eres la uva de los ateos
(Béla Hamvas)
Todavía queda carbón cerca de la boca.
Adiós madrugada.
Calentar la cama con botellas de agua caliente es bueno si no queda nadie.
Sucede y se oyen los cuervos que gritan, así es cuando alguno muere. Acompañan, son conscientes, gritan su sombra entre las piedras.
Blanco se llamaba este poema.
Mi amigo Ángel dice que es un suspiro.
Muy zurrado, como esos dibujos que no terminan de salir. Zurrar es sinónimo de censura en público. Picota, castigo: la cabeza cortada se exhibe en ese silencio que a las nubes alcanza.
De cualquier modo, el fuego no admite excepciones. Tampoco el polvo o el tambor.
Este poema pretende hablar de la vejez y de los amigos que mueren cuando no hay razón alguna para la muerte. Si fuéramos cuervos gritaríamos…
¿Quién no entiende este frío, esta especie de pez que entra en los ojos y todo lo vuelve efímero, horario en el que estaba Dios y en el suelo una camisa, una botella y 211 espejos?
Me tiembla el pecho. Y no sé cuál es su lugar, ni la voluntad que lo domina.
Blanco porque quiero nombrar lo que no sé.
Seguramente elimine esta línea, afea el ritmo y está lloviendo.
Alguien entonces me aconseja: muestra el poema que te disgusta.
Me permito hacerlo entre tibias y cartones de vino.
Aplauden los niños que pesan poco.
Por eso las campanas engañan.
Es momento de pensar en el índice. Las tres primeras palabras Amor vincit omnia…
Era finales de julio, en Vermont. Tengo razones para creer que blanco es un color que no admite continuaciones.
Esta mañana han aparecido unas manos en la última subida del mar. Son bonitas y cuidadas. Debería escribir con ellas.
[EN PORTADA: Wisteria, de Claude Monet (1925)]

Benito del Pliego (Madrid, 1970) es autor de cuatro libros de poemas titulados Muesca (2010), Merma (2009), Índice (2011) y Fábula (2012). También es autor de ensayos, ediciones, antologías y traducciones de poesía como Las palabras son testigos: obra poética en inglés de Isel Rivero (2010), la poesía reunida de Mario Merlino Voces comunes y otros poemas (FCE, 2012) y la antología de José Viñals Caballo en el umbral (Ed. Regional de Extremadura, 2010) realizada en colaboración con Andrés Fisher.
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