/ una reseña de Carlos Alcorta /
No es fácil trasladar a un poema emociones provocadas por hechos recientes. Recordemos que Wordsworth, en el prólogo a las Baladas líricas, decía que la poesía «tiene su origen en la emoción rememorada en la tranquilidad». No es una mala exhortación. Dejar que la experiencia madure antes de trasladarla al poema presupone ese distanciamiento necesario para analizar los hechos de forma más —si se me permite el adjetivo— neutral. Sin embargo, como toda norma, tiene excepciones que no hacen sino confirmarlo, y esto es lo que sucede con Nuestro sitio en el mundo, el nuevo libro de Antonio Rodríguez Jiménez (Albacete, 1978), uno de los poetas más representativos de las actuales hornadas, autor, entre otros títulos, de El camino de vuelta (2012), Insomnio (2013), Las hojas imprevistas (2014), Los signos del derrumbe (2014) y Estado líquido (2017), la mayoría de ellos avalados por importantes premios, que ya desde el primer poema establece las pautas que codifican el resto del libro cuando pone en relación el oficio de poeta con el universo. Pese a esa intención, el yo no queda excluido, pero sí, en varios momentos, postergado, en segundo término.
En estos poemas, el protagonismo lo va ganando el nosotros de forma progresiva (el propio título del libro lo confirma). En los primeros poemas (no podemos hablar de secciones porque es un libro unitario), la segunda persona, un tú sociativo podríamos decir, ejerce de interlocutor, de sostén del diálogo, como vemos en estos versos de alcance metapoético: «Ni siquiera este apunte, que no describe nada,/ servirá para mucho./ Sólo aspiro a que un día, pese a todo, recobres/ parte de este momento,/ al menos una lámina desprendida de pronto/ de la simple alegría». Más aún, ese diálogo se consolida, de forma intertextual, con versos del famoso soneto XVIII de Shakespeare, en lo que es también una indagación metapoética, ya que se constata la imposibilidad de la palabra para convertir algo en eterno, algo que ratifica «Del arte y la vida» con estos versos: «De algún modo, tenía razón Adorno:// toda esta sobredosis de dolor y de vida/ no pueden trasmitirla las palabras». Sin embargo, en otro poema se rectifica, parcialmente al menos, esta idea. Después de decir que «El lenguaje lo es todo», escribe: «Hay un ramo de lirios en el cuarto/ que casi puede olerse en las palabras./ eso también lo es todo». Este toma y daca lo veremos reiterado en numerosos poemas, como cuando se habla del «carácter ficticio del lenguaje» o cuando afirma que «un poema se escribe con descarga de pólvora».
Ese tú del que hablamos sigue prestando ayuda al enmascaramiento del poeta que trata de reflexionar sobre sí mismo. Leamos, por ejemplo estos versos: «¿Dónde están tus pequeñas traiciones cotidianas,/ dónde las aguas sucias de tus días?/ Eres el que no sufre, el que no duda,/ el hijo predilecto de un puñado/ de algoritmos y de píxeles». Se manifiesta así el conflicto identitario que provoca una realidad vista tan solo a través de las redes sociales y los reality shows que influye también, como podíamos prever, en el ejercicio poético, algo aparentemente inocuo según los parámetros de rentabilidad económica, pero, como escribe Rodríguez Jiménez, «la poesía también tiene sus leyes/ internas de mercado»; un mercado que apuesta por el sentimentalismo y la banalidad, por la espontaneidad (Pound mencionaba en una entrevista el lema de la Universidad de Pensilvania: «Cualquier idiota puede ser espontáneo»), rechazando todo lo que conlleve humildad, rigor estético, solvencia creativa y responsabilidad con el lenguaje: «Y un temblor silencioso recorre los pasillos/ si alguien piensa apostar a largo plazo»/ por la profundidad». Es más, Antonio Rodríguez Jiménez afirma que «la gracia no se aprende./ Una cinta moviéndose en el aire/ separa lo vulgar de la elegancia».
Hasta ahora hemos subrayado argumentos poemáticos frecuentes en todo poeta que se interroga, si no por la función de la poesía —que también—, sí por la necesidad de recurrir a ella para decirse, para reflexionar sobre sí mismo. En cierto momento del libro se produce un cambio notable, marcado por el poema titulado «Aquel verano de antes», al que pertenecen estos versos: «de que nos confinaran en casa con un número,/ antes de que las vidas corrientes se cerrasen». La pandemia, y sus consecuencias, son ahora el eje sobre el que giran los versos. Se rememoran en ellos situaciones antes atípicas, pero que, con las nuevas circunstancias, se han convertido en moneda común desde el uso de las mascarillas a los aplausos desde los balcones. La crítica social, más o menos evidente en estos poemas, se acentúa en «Noche de bodas» o «El beso», todo ello combinado con una mirada irónica sobre el ambiente poético y, por qué no, sobre sí mismo. No hay condescendencia detrás de esa ironía, sino desaliento. Afortunadamente, Nuestro sitio en el mundo finaliza con un esperanzado canto al amor, «un amor en desorden e impermeables/ a las palabras fáciles de la lluvia, que crece/ sin que nada lo guíe hacia la luz». Un amor que, pese a todo, devuelve las ganas de vivir.
Selección de poemas
Poética
Los científicos captan las señales de radio
de una extraña galaxia.
Exactamente, cada doce días,
registran unas ráfagas
que duran otros cuatro.
Dos estrellas se funden en el fondo
de un agujero negro
y alguien a mil quinientos
millones de años luz recoge breves
retazos de sonido.
Aquí tienes tu oficio:
Evoca la poesía que escribe el universo.
Lo indecible
Bronislaw Maj describe en un poema
un paisaje con niebla sobre el Vístula.
El Vístula y la niebla ya son en sí el poema.
La música y la historia lo son todo.
El lenguaje lo es todo.
Habla sobre el milagro de poder entenderse
diciendo apenas nada.
Habla sobre el valor simple de un gesto.
Hay un ramo de lirios en el cuarto
que casi puede olerse en las palabras.
Eso también lo es todo.
Líneas curvas conectan sensaciones
con la dulce cadencia de las sílabas.
En el centro reposa
—león blanco nacido del asombro—
con todas sus promesas lo indecible.
Nuestro sitio en el mundo
Siempre me he lamentado
por no saber tocar un instrumento.
El violín o el piano, sobre todo.
Nadie me enseñó música.
Los chicos como yo
salíamos muy pronto de la escuela y jugábamos
en la calle hasta que anochecía.
El orden minucioso de las notas
nunca encajaba en nuestro pentagrama.
Cuando escuchamos a Mendelssohn
por primera vez,
nuestras manos ya habían elegido su rumbo.
Nunca fui uno de aquellos
niños con uniforme de colegio católico
que volvían a casa al final de la tarde
llevando sus pesados estuches a la espalda.
Con los oídos llenos de canciones de radio,
la música ascendía al pecho por las piernas;
y creíamos que era sentimiento
la cadencia invisible de la magia en el aire.
Nunca pensamos en sus beneficios
para el cálculo o la distribución espacial.
Por eso nos seguimos preguntando
cuál será nuestro sitio en el mundo,
como el joven brillante que, recién graduado
en liderazgo y dirección de empresas,
no sabe bien qué hacer con ese trasto
de cuerdas y madera
que tanto le amargaba aquellas tardes
de una infancia remota.
Terciopelo
Atiendo la llamada con cautela.
Fácil adivinar al otro lado
el saludo efusivo de la empresa de márquetin.
Dejo que hable la voz por un instante.
Comienza su discurso repetido mil veces
con su grácil acento americano.
Intento imaginarme su puesto de trabajo,
el sitio del que parte tanta inusual dulzura.
A veces puedo ver una nave en Tres Cantos,
desangelada y fría;
otras, un edificio colonial del Caribe,
entre ceibas, palmeras, jacarandas
y una extensa quietud azul turquesa.
Pienso en las agresivas instructoras lanzándose
como los cormoranes sobre sus pobres números.
Me sorprende la extrema cortesía
hacia un desconocido,
una insignificante cantidad de dinero.
Dejo hablar a la voz y que me envuelva
con su delicadeza calculada.
Desde la lejanía, casi se escucha el mar,
las oropéndolas
entre la espesa fronda mojada de los árboles.
Siento que me acaricia los oídos
el suave terciopelo que viste la miseria.
Las leyes del mercado
El poema también tiene sus leyes
internas de mercado.
No funcionan igual las emociones
que las obras de Plensa.
La actualidad siempre cotiza al alza,
y el amor sigue siendo una inversión segura.
Las sugerencias suelen ser activos escasos
y un símbolo un tesoro de precio inalcanzable.
Hay normas invisibles que marcan la tendencia
del lenguaje poético.
Y miedo. Mucho miedo
a que una repentina fluctuación de las modas
nos arroje a la quiebra.
El poema también tiene sus leyes
variables como el viento.
Y un temor silencioso recorre los pasillos
si alguien piensa apostar a largo plazo
por la profundidad.
Resiliencia
Estamos confinados.
Salimos al balcón algunas veces
por una buena causa.
Cumplimos con las normas en silencio
—no hacemos mucho ruido.
Nadie pregunta nunca qué pensamos
porque a nadie le importa.
No saben que existimos.
Si en alguna ocasión reparan en nosotros
nos miran con desdén, casi con lástima.
Nuestro mundo está en casa,
en los libros de los que nunca hablamos,
en el cine que vemos siempre solos.
A nosotros un virus no nos hace invisibles,
ya lo éramos.
Hemos vivido siempre bajo estados de alarma.
[EN PORTADA: Pila, de Neil Doloricon (2020)]

Antonio Rodríguez Jiménez
Eolas, 2020
66 páginas
10€

Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas(2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.
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