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[EN PORTADA: El viejo castillo, de Emanuel Murant]
Casi nadie pondrá en duda que el aislamiento no es el estado más deseable para el animal humano. Sin embargo, cuatro libros de reciente aparición muestran que, a veces, permanecer recluido un tiempo, ya sean meses, ya sean décadas, no solo acarrea desventuras. Es difícil imaginar que el poeta alemán Friedrich Hölderlin hubiera sobrevivido 36 años a su locura sin el protector encierro brindado por un admirador. El filósofo Keyserling tuvo que pasar un tiempo recluido en su castillo hasta entender que solo lanzándose a dar la vuelta al mundo alcanzaría la madurez espiritual. Para la familia rusa Lykov, un robinsoniano aislamiento de décadas en lo más escondido de la taiga fue la única manera de mantener sus ancestrales creencias y salvar la vida. En fin, cuatro años de internado con los agustinos fueron los que movieron al joven Azaña a profesar un voto de libertad cuyas consecuencias ni siquiera podía columbrar.

Los abismos febriles de Hölderlin
Narrador, poeta, editor y periodista, el alemán Peter Härtling alimentó su multilaureada obra tanto de los claroscuros de la historia como de una biografía marcada desde los doce años por la violación de su madre, a manos de soldados rusos y ante sus propios ojos. Hijo de un abogado muerto en un campo de prisioneros soviético tras el fin de la segunda guerra mundial, Härtling (1933-2017) encontró en músicos y literatos románticos una de sus principales fuentes de inspiración. Schubert, Schumann, E. T. A. Hoffmann y Hölderlin (1770-1843) fueron los hitos mayores de esa empresa, que tuvo su contrapunto en la novela autobiográfica Zwettl. En Hölderlin: una novela (1976), Härtling traza una poderosa semblanza vital del inadaptado padre de Archipiélago, Hiperión o La muerte de Empédocles, se interna en sus sentimientos y desenreda los hilos de su pensar febril. Un frenesí neuronal que alimentó, junto a Hegel y Schelling, el idealismo alemán más allá de Kant, rescató la potencia dialéctica de Heráclito, insufló nueva vida a los clásicos griegos, elevó la lírica a cimas panteístas solo bien apreciadas en el siglo XX y, en un involuntario desplante, sobrevivió casi cuatro décadas al augurio que limitaba a tres años su vida de esquizofrénico. Gracias, eso sí, a permanecer encerrado todo ese tiempo en la célebre torre de Tubinga del ebanista Zimmer.

Peter Härtling
Piel de Zapa, 2021
526 páginas
24 €

Inutilidad metafísica de un castillo
Al borde ya de la treintena, el conde germano-estonio Hermann von Keyserling estimó haber absorbido suficientes dosis de conocimiento mundano y se retiró al castillo familiar de Rayküll, dispuesto a destilar gotas de la más sublime metafísica. Sin embargo, Keyserling (1880-1946) no tardó en comprender que, lejos de acceder a esencias universales, se estaba condenando a tomarse a sí mismo por el todo. Dos años después, en 1911, inició una vuelta al mundo en la que, en vez de sumar adornos a su cristalizado árbol pensante, dejó que los vientos más dispares lo golpeasen y transformasen, revelándole nuevos aspectos de la realidad. El resultado de esta eclosión quedó plasmado en Diario de viaje de un filósofo, volumen de 850 páginas, finalizado en 1914 y no publicado hasta 1918, que se volvió uno de los ensayos más influyentes de entreguerras. En el libro, cuyo exhaustivo índice de 30 páginas vale por una conferencia introductoria, Keyserling expone su robusta conciencia europea al embate de todo tipo de paisajes, experiencias, pensamientos y religiones. Los impactos más fructíferos llegarán, claro, de Oriente, aunque la pausa y el poso impuestos por la Gran Guerra permitirían a quien al poco había de fundar la Escuela de Sabiduría equilibrar su inicial exaltación orientalista con renovados análisis de las esencias de Occidente. Magno.

Hermann Keyserling
Hermida, 2020
840 páginas
32€

Robinsones rusos en la Siberia profunda
Vasili Peskov cobró notoriedad en 1961 por ser el primer periodista que entrevistó a Yuri Gagarin, cuyos 108 minutos en órbita le acababan de consagrar como el primer astronauta. Sin embargo, la carrera del ucraniano Peskov (1930-2013) no iba a girar en torno al espacio. Fue un pionero del ecoperiodismo y condujo largos años un espacio televisivo sobre animales, aunque, curiosamente, su mejor historia estuvo protagonizada por seres humanos. Corría 1978 cuando un grupo de geólogos que sobrevolaba un área recóndita de la taiga siberiana descubrió un huerto y una cabaña a 250 kilómetros de cualquier punto habitado. Eran obra de la familia Lykov —padre, dos hijas, dos hijos—, que llevaba más de cuarenta años aislada. Los jóvenes no conocían el pan y su única información sobre los hombres venía del patriarca, quien había olvidado el sabor de la sal, y de una Biblia escrita en antiguo eslavo eclesiástico. La matriarca había muerto. Los Lykov eran viejos creyentes, secta integrista ortodoxa dos veces perseguida: a mediados del siglo XVII por oponerse a la reforma religiosa de Pedro I; en la década de 1930 por rechazar las colectivizaciones. Peskov los conoció en 1982 y publicó este impresionante Los viejos creyentes: perdidos en la taiga en 1990. La hija menor, Agafia Lykova, de 76 años, sigue viva. Sola en su cabaña desde hace más de un cuarto de siglo.

Vasili Peskov
Impedimenta, 2020
264 páginas
20,50 €

Raíces escurialenses del Azaña laico
Manuel Azaña acababa de obtener el Nacional de Literatura por su Vida de don Juan Valera cuando, en 1927, publicó su novela autobiográfica El jardín de los frailes, aparecida por entregas un quinquenio atrás. En sus páginas recrea los cuatro cursos que, de los 13 a los 17 años, pasó interno en el colegio universitario agustino donde inició sus estudios de derecho. Republicano liberal, resuelto reformista, anticlerical furibundo, autonomista y defensor de la conjunción con el socialismo, Azaña (1880-1940) estaba en 1927 a un paso de situarse en la primera línea de la vida española. Aunque por su contenido político son los Diarios o La velada en Benicarló sus piezas literarias más valoradas, es precisamente el anticlericalismo del laicista Azaña, quien por lucidez y experiencia veía a la Iglesia como freno a la transformación de España, el que dota a El jardín de los frailes de un particular interés. Ciertamente, la novela es más un rico relato de formación adolescente, escrito desde la atalaya de los cuarenta años, que una carga de profundidad como el A. M. D. G. de Pérez de Ayala. Pero, en todo caso, no debe ignorarse que el resultado de aquellos tediosos, a la vez que esclarecedores, años de encierro colegial fue la pérdida del miedo a los fuegos del infierno y la decisión de concluir sus estudios, y lanzarse al mundo, sin lastre de sayales o manteos.

Manuel Azaña
Nocturna, 2021
168 páginas
15€

Eugenio Fuentes nació en Londres, en el hospital de St. Mary Abbot’s, donde doce años después fallecería el legendario guitarrista Jimi Hendrix. Licenciado en historia y especializado en relaciones internacionales contemporáneas, ejerció la docencia y la investigación en la Universidad de Rennes 2 Alta Bretaña durante cuatro años. En 1988 se integró en la redacción del diario La Nueva España, del que durante casi tres décadas fue responsable de información internacional, analista político, columnista y crítico literario. Fruto de una insana pasión por los libros mantuvo durante 31 años en el suplemento Cultura la sección de novedades «La brújula», alimentada sobre todo por volúmenes huidizos publicados por pequeñas editoriales. Entre 2000 y 2004 quedó embrujado por el pintor Luis Fernández, a quien dedicó numerosos artículos y el documental Los mundos de Luis Fernández.
Magnífico recorrido por cuatro ejemplos, bien distintos, de autoconfinados preclaros y fértiles en busca del paisaje interior. Como que dan ganas de leerlos, vamos.