/ una reseña de Carlos Alcorta /
Fernando Beltrán (Oviedo, 1956) siempre ha pensado que las palabras, el lenguaje, poseen un poder liberador, curativo («ya no me gusta nada que me digan/ lo que puede no puede curar un buen poema») y, por ende, salvífico. En cada uno de sus libros (y son ya más de una veintena: entre otros, Aquelarre en Madrid [accésit del premio Adonáis en 1982], Ojos de agua [1985], El gallo de Bagdad y otros poemas de guerra [1991], La semana fantástica [1996], El corazón no muere [2006], Solo el que ama está solo [2012] u Hotel vivir [2015], además de numerosas antologías y su obra reunida hasta el momento en Donde nadie me llama [2011]), aunque no apegados a un argumento monotemático, obvio es decirlo, esa confianza en la utilidad de la poesía —no solo en el ámbito colectivo, sino, y con mayor intensidad, en el íntimo— se ha desplegado en unos versos de dicción coloquial, directos y afilados como un escalpelo con el que diseccionar la realidad, aunque no resulta fácil hacer hincapié en el compromiso del poeta sin caer en maniqueísmos hiperbólicos; un compromiso que, por otra parte, Beltrán ha sistematizado pródigamente en sendas poéticas: «Perdimos la palabra», publicada en El País en 1987 y «Hacia una poesía entrometida», publicada en la revista Leer en 1989.
Unas circunstancias personales dramáticas han dado origen a este nuevo libro, La curación del mundo, circunstancias que han transformado la vida de la sociedad en su conjunto, de todos nosotros, pero más aún, como es el caso, de aquellos que han sido infectados por el tristemente famoso virus; virus que, según datos actuales, se ha cobrado la trágica cifra de 2.500.000 personas en el mundo. Fernando Beltrán es un sobreviviente y, como tal, da cuenta de las vicisitudes que ha sufrido a lo largo de estos últimos meses, pero no espere el lector encontrar en los versos de nuestro poeta una especie de diario ad hoc en el que deja constancia de los hechos y de los sentires minuciosamente, como si se tratara de un inventario o de un parte médico.
La palabra poética tiene el don de la polisemia, busca otro tipo de aproximaciones, de indagaciones —¿quién puede saberlo mejor que Fernando Beltrán?— para alzar el vuelo y sobrevolar la realidad. Eso le permite un distanciamiento y una más amplia perspectiva, no sujeta a lo contingente. Los sucesos vividos —sufridos— se trasforman, gracias a la alquimia del lenguaje, en puntos de apoyo para la reflexión existencial, muy visible ya desde el primer poema del libro, «La jerarquía del ángel», que comienza con estos versos de tono juanramoniano: «A la naturaleza le da igual que mueras o no mueras». Todo sigue, «Y yo me iré. Y se quedarán, como escribía Juan Ramón, los pájaros cantando», y Beltrán lo reinterpreta en versos como estos: «El ángel que ayer me dio la mano/ nunca sabrá que ya no era mi mano,/ que tocaba la piel de un ser en fuga, dañado por ser yo,/ lo que uno cree al menos que ha aprendido ya a ser/ bajo esa extraña ley llamada es lo que hay,/ llamada es lo que es, llamada vida misma/ sin saber nadie nada».
En medio de tanto desasosiego, cualquier detalle, cualquier recuerdo alimenta la esperanza. Estamos ante un libro que transita eficazmente entre lo elegiaco y lo hímnico; este último aspecto, es verdad, muy desleído. No hay grandes manifestaciones de alegría porque el sujeto poético, por más que personalmente tenga motivos para la esperanza, para la curación, mira más allá de sí mismo y es muy consciente de la tragedia colectiva que nos envuelve. El enfermo busca cualquier justificación para aferrase a la vida (el esforzado pedaleo de un ciclista en el ascenso al Alpe d’Huez, la trompeta de Chet Baker o la pintura estremecedora de Goya, por ejemplo). La experiencia ajena espolea su conciencia de resistente, método que Fernando Beltrán ha utilizado no solo en este libro. Es una técnica que le sirve para incidir desde esa perspectiva colectiva, a la que hemos hecho alusión, en la realidad. El vuelo de la imaginación, además, permite al autor establecer relaciones que enriquecen el acervo semántico del lector, como ocurre en el poema «Malaria», en el que la reflexión poética («no me tomen tal cual y al pie/ de la letra, un poema no es un pensamiento/ previo, escribe libre y solo, y a su aire», reflexión que, además, se repite en otros poemas como en «La hojarasca»: «Los poetas intuyen, bajan la voz, se alejan,/ conocen las batallas perdidas de antemano») se solapa con su estatus de cobaya («una pastilla/ que cura la malaria, dices, que tal vez…»).
El poeta, una vez superada esta dolorosa prueba, podrá volver a nombrar las cosas (Fernando Beltrán es el creador del Aula de las Metáforas, una biblioteca poética, y de la empresa El Nombre de las Cosas), pero «las cosas ya no serán las mismas». ¿Lo será, acaso, la forma de nombrarlas? Mucho nos tememos que, si uno no cae en la indiferencia más absoluta, ocurrirá lo mismo, porque «nosotros no seremos los mismos,/ los otros no serán ya los otros,/ el amor no será ya el amor,/ será sólo el amar, y será más». Acaso sea el poema «Luego» el que mejor trasmita esa sensación de ser, una vez aplacado el mal, una especie de resucitado: «vida tras la muerte, sentía sólo vida/ corriendo por mi muerte, sentía sólo mi muerte/ corriendo por mi vida, sentía solo un mioma// congelando el aliento…». La poesía, en estos casos, sirve para conservar frescos los hechos en la memoria, pero no consigue mitigar el estremecimiento que provoca el haber estado a punto de traspasar la frontera entre al vida y la muerte. Es en ese momento cuando el sujeto lírico, el poeta, toma conciencia de aquello que realmente importa en la vida: «añoro sólo ahora, lo cambiaría todo,/ la piel, el hielo, el seme, los poemas/ los nuevos calcetines que ayer por fin compré,/ lo cambiaría todo, hasta el perdón, lo cambiaría todo, // por un día tan sólo de alegría».
Aludíamos antes a la trasformación que sufren los distintos grados de percibir la realidad. Ahora, en la convalecencia, el hecho de estar vivo es motivo suficiente para sentirse feliz. A Fernando Beltrán le bastan unas pocas palabras verdaderas para convencernos de que la sanación del mundo está en nuestras manos, unas manos de pobre que acarician con sus dedos la riqueza infinita del amor a la vida. En muchas ocasiones se presenta a la poesía como atributo capaz de cauterizar heridas, incluso resulta ser un antídoto eficaz contra el veneno del sufrimiento. Si todavía hay quien no lo cree, no tiene más que leer La curación del mundo para despejar sus dudas.
Selección de poemas
Tacto
Nada será ya como antes.
La lluvia no será ya la lluvia,
será celebración aún más gozosa,
mirarla cómo cae traerá un milagro
de panes y de peces llegando desde el cielo
para empujar la flor, el trigo, la memoria
de tu cuerpo y mi cuerpo aquella tarde
que fue todas las tardes.
Las cosas no serán la misma cosa,
los árboles
no serán ya los árboles,
serán ahora un abrazo sin contagio
al alcance de todos, descubrirás
que su sombra es más sombra
y que incluso en invierno, ya sin hojas,
se ven todos los nidos con mayor nitidez,
vacíos, pero intactos.
Las cosas no serán la misma cosa,
las calles no serán ya las calles,
la alegre muchedumbre
será ahora una extraña pasajera
con su maleta a solas
aconteciendo a un mundo que no entiende,
y aunque la gente ocupe las aceras
tú las verás vacías, y hacia dentro
extraviadas quizás, preguntándote ellas
cómo se llega a ti.
Las cosas no serán la misma cosa,
las ventanas no serán ya ventanas,
las miradas no serán ya miradas,
no amaré ya jamás como allí amé
el tacto de aquel guante
con sus dedos de plástico.
Las manos que sin manos se acercaban a mí.
Las cosas no serán la misma cosa,
la piel no será ya la piel
ni el desnudo el desnudo,
habrá que comenzar a desvestirse
por el botón del miedo, y al besarnos
quitada ya la ropa, aprender que había huecos
antes nunca tocados,
por fin seremos tacto.
Recorrerá mi lengua muy despacio
la isla abandonada, estallaremos juntos
como si fuera un último deseo
cumplido cuando ya no crees en nada.
Las cosas no serán la misma cosa,
nosotros no seremos los mismos,
los otros no serán ya los otros,
el amor no será ya el amor,
será solo el amar, y será más.
No habrá piel, habrá carne
jugándose la vida
La boca del león
Os acordáis de niños, en el circo.
El domador metía de pronto la cabeza
en la boca del león, y todos tras un ohhh
de espanto, apretando los puños,
conteníamos un siglo la respiración.
Se detenía el mundo.
Era sólo un segundo, pero duraba un miedo
que aún me despierta a veces en mitad
de la herida,
ahora mismo otra vez, y es la peor
cuando veo y recuerdo mi cabeza al fondo
de un pasillo muy largo, quieta, rota, dolida,
aterrada también,
suspendida en las fauces
siempre abiertas
de la vida o la muerte.
Un momento crucial.
Los niños, pulmones del mundo,
conteníamos la respiración.
Doblaba el domador un poco sus rodillas
inclinándose atrás, dejaba caer el látigo
como si fuera necesario
añadirle a la escena
todavía más riesgo,
quizás mi rendición,
y entraba con mi cabeza a solas,
selva, pánico, hijas, mi cuerpo por delante,
apretando los dientes, en aquella
boca oscura de un túnel
donde me juego todo

Fernando Beltrán
Hiperión, 2021
65 páginas
12€

Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.
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