/ por Maisha Wester /
Una de las grandes cosas que el mundo blanco no sabe, pero creo que yo sí sé, es simplemente que las personas negras son como cualesquiera otras […] Somos también humanos.
James Baldwin
Pareciera que Estados Unidos lleva agarrotado por una pesadilla desde 2016, pero, en realidad, el odio virulento y el miedo que propulsaron a Donald Trump hacia la victoria en las elecciones de ese año datan de mucho antes que su ascenso hacia la Casa Blanca; de antes de Obama y del movimiento birtherist [el que duda de, o niega, que Obama sea un ciudadano estadounidense, y por lo tanto elegible para el cargo de presidente]; incluso de antes de Jim Crow y el Verano Rojo de 1919. Ese odio y ese miedo preexisten al nacimiento mismo del país, pues se trata de una herencia de los discursos y ficciones sociopolíticos europeos, entretejida en la urdimbre de los Estados Unidos desde su infancia. Aunque 2021 pueda traernos un nuevo presidente que prometa corregir parte del caos político de los últimos cuatro años, las ideologías raciales que sustentaron al presidente Trump van a sobrevivir a éste largamente; al menos, hasta que nos demos cuenta de las formas en que reforzamos sutilmente nuestras ideologías, incluso aunque presumamos de una postura progresista.
La función del otro gótico
La metanarrativa estadounidense hace hincapié en el ascenso de Estados Unidos durante la época de la Ilustración, pero ese ascenso también fue paralelo al auge de la literatura gótica. Como explica Toni Morrison en Playing in the dark, la noción estadounidense de libertad dependía de la existencia de un otro privado de ella, contra el cual se definía la propia: los negros esclavizados. Ese otro devino una figura abyecta que nunca era reconocida como sujeto real, complejo. En lugar de ello, su rostro era velado por una máscara sobre la que el Estados Unidos blanco podía proyectar todos sus sus deseos e impulsos inconfesables, mientras definía la blanquitud como virtuosa y heroica en sí misma. Al mismo tiempo, lo gótico proporcionaba una entrada rápida en conversaciones sobre la diferencia racial y étnica y esquivaba la larga y compleja historia que conducía a la construcción inestable de la raza y las dinámicas sociopolíticas consiguientes. Y el lenguaje de la monstruosidad acusaba a la vez a la blanquitud de no cumplir con su superioridad, preservando la abyección en el seno de la nación. En otras palabras, aunque había alguna culpa en la creación por parte de los estadounidenses blancos de nuestra simpatía por el monstruo, el monstruo es en cualquier caso un monstruo que debe ser destruido. La blanquitud es, en el peor de los casos, una víctima tonta. Piénsese, por ejemplo, en el orgulloso esclavo del que se revela que es el mismísimo Satanás en Zofloya (1806), o incluso las descripciones tenebrosas de los rebeldes negros que Edgar Allan Poe hace en La narración de Arthur Gordon Pym (1838).

En el principio
La retórica de Trump de 2016 sobre hordas de saqueadores mexicanos, y más recientemente contra la vicepresidenta electa Kamala Harris —a la que llama simplemente «monstruo»—, entre otras muchas aseveraciones de este tipo, ejemplifica esta maniobra discursiva, compleja pero muy vieja. De hecho, nuestros primeros políticos manejaban con desenvoltura dinámicas y tropos retóricos desarrollados por la narrativa gótica. El padre fundador y presidente Thomas Jefferson describió en una ocasión a los negros americanos como tan negros que sus corazones, sus almas y sus mentes no podían albergar belleza alguna, ni por lo tanto producirla. La negritud absoluta que Jefferson adscribía a los esclavos reflejaba el tipo de oscuridad descrito por los textos góticos. En ese mismo texto, Notas sobre el estado de Virginia (1785), asevera que las mujeres negras son tan grotescas que sólo los orangutanes podrían preferirlas —aunque, como nos muestran las sucesivas iteraciones de King Kong, incluso los monos las prefieren rubias—. ¿Extraña, entonces, que hiciera de Monticello un laberinto gótico para sus esclavos, construyendo pasillos subterráneos para que se movieran invisiblemente por la mansión?
Esta hipocresía causa pesadillas en Estados Unidos
Sin embargo, la base ideológica de la nación enseña a ver a todos como iguales, inherentemente dignos de libertad. El abismo entre las pretensiones ideológicas de la nación y su comportamiento real es un espacio gótico embrujado. De hecho, lo gótico está marcado por el retorno de lo reprimido; de la historia de la que nos gusta presumir de que la hemos dejado atrás. Estados Unidos está inflado de una conciencia apenas reprimida de la opresión sistémica y las agresiones explícitamente racistas, que debemos negar para mantener en orden nuestro relato de Estados Unidos como defensor de la democracia y la libertad. Las inquietantes representaciones de agresiones racistas de las películas de terror modernas, tales como Candyman, el dominio de la mente (1992) o La llave del mal (2005) testimonian esto también. De alguna manera, en tales películas, otros raciales traumatizados y oprimidos, como Mama Cecile y Papa Justify, continúan transformándose para convertirse en las figuras centrales del horror.
Si bien he hecho hincapié en las representaciones y agresiones a los afroamericanos, no pretendo transmitir que seamos los únicos objetivos de esta pesadilla. Hay una verdad común a todos: los horrores reales de nuestra existencia no sólo no son reconocidos, sino perpetuados por un país excesivamente educado por narrativas góticas. Por lo tanto, tales historias ficticias de los monstruosos otros son percibidas como correctas incluso cuando están obvia y horriblemente equivocadas.
[Artículo originalmente publicado en British Academy el 15 de enero de 2021. Traducido del inglés por Pablo Batalla Cueto]

Maisha Wester es profesora global de la Academia Británica en la Escuela de Inglés de la Universidad de Sheffield. Su libro African American gothic: screams from shadowed places fue publicado por Palgrave en 2012. Actualmente, escribe una monografía titulada Voodoo queens and zombie lords: Haiti in American horror culture.
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