/ una reseña de Carlos Alcorta /
Uno de los mayores especialistas en la poesía experimental —término que acabaría transformándose en poesía visual—, Rafael de Cózar, practicante él mismo de este género y autor de una imprescindible tesis doctoral sobre el asunto, escribe: «El estudio de la poesía visual se encuentra dificultado por la proximidad temporal y la falta de perspectiva, la ausencia de un desarrollo más o menos completo y la dificultad de acceso a la obra de los autores de mayor significación, así como el carácter de marginalidad o heterodoxia, especialmente en España, de estos campos de creación». Cózar remite a los caligramas de Apollinaire porque en ellos —como ocurre en el caso de Muñoz Sanjuán— «no se pierden los valores expresivos de la lengua, sus posibilidades semánticas, ya que se conserva el poema como texto discursivo y a la vez sirve para confirmar visualmente al objeto», y a Mallarmé y sus tentativas con el lenguaje como indagar en los orígenes de esta práctica. En este último, seguimos a Cózar, «el poema viene a ser su tipografía, el espacio en blanco, la forma de las letras, del mismo modo que la pintura se convierte en materia, líneas, colores, manchas, es decir, forma».
Otro inconveniente para estudiar este tipo de poesía, no menos complejo que el anetrior, pertenece al ámbito de la taxonomía. No se sabe muy bien en qué género encuadrar estas creaciones, este fenómeno tan heterogéneo que, según Javier Maderuelo, «aun centrándose en las prácticas de la poesía, la desbordó para extenderse por otras artes, dando origen a unas manifestaciones visualmente ricas que han recibido, atendiendo a sus variadas técnicas, los nombres de collages, caligramas, pictogramas, ideogramas, poemas objeto, a los que hay que añadir todas las variantes surgidas de sus mestizajes». ¿Poesía, o artes plásticas? Este desconcierto provoca en la critica y en el lecto/espectador una confusión que incita al rechazo porque la mente humana necesita reducir la incertidumbre del entorno, creando formas y patrones con las que generar sentido, y tiende a guiarse por la valoración de las cualidades artísticas del objeto observado. El carácter híbrido de los productos que surgen de esta transformación no se ajusta bien a los parámetros previos del arte o la literatura porque, como escribe Ángel Pazos-López, «lo que dota a las manifestaciones expresivas de la cualidad de ser obras de arte viene determinado, no tanto por su condición material como por algunos principios que tienen que ver con quién, cómo, dónde y cuándo se realiza la obra».
A mediados de la década de los setenta, coincidiendo con los incipientes cambios políticos y sociales que se vislumbran en nuestro país, es cuando la poesía experimental, o visual como hemos visto (según López Gradolí, en estas fechas «adquiere predominio el término poesía visual. Decayendo progresivamente los vocablos experimental, concreta, vanguardista, conceptual, intermedia»), adquiere mayor visibilidad. Se escriben artículos, se realizan estudios, se preparan antologías como las del ya citado Alfonso López Gradolí, la de Ignacio Gómez de Liaño o la de Felipe Boso. Pero probablemente la mejor solución para despejar las dudas sea definir lo que llamamos poesía visual, un concepto que, a juicio de López Gradolí en su libro La escritura mirada: una aproximación a la poesía visual española (Calambur, 2008), «se trata de un acto que pertenece a la lengua y al lector tanto como al poeta. Esta poesía visual supera o abandona la subjetividad y ya no es una expresión lírica o personal, sino un lenguaje objetivado que puede tratar cualquier tema o asunto, desde el humor al erotismo, pasando por la política, la pedagogía, la filosofía o cualquier otra cuestión de actualidad o interés».
Miguel Ángel Muñoz Sanjuán [MAMS] (Madrid, 1961) lleva años dedicado a una de las variantes más fructíferas de la poesía visual: la del cut-up o técnica del recorte, que consiste en recortar palabras o frases de textos impresos, preferentemente periódicos y revistas, y ensamblarlas, si no de forma aleatoria —puesto que en muchos casos son subsidiarias de un significado previo—, sí con cierta arbitrariedad. De esa arbitrariedad surgen, además, nuevos y asombrosos significados. En Etime, su última publicación (otros libros suyos son Una extraña tormenta [1992], Las fronteras [2001], Los dialectos del éxodo [2007], Cartas consulares [2007], Cantos : & : Ucronías [2013] y : Memorical-Fractal : [2017]) el autor combina, en alguno de los textos, el lenguaje escrito con imágenes que potencian la página no solo conceptualmente, sino en lo que respecta a la forma. También la propia disposición de los textos escritos, que no siempre respetan la estructura tradicional, contribuye a aumentar las posibilidades semánticas, pues el sentido cambia en función del lugar en el que la mirada se concentre. En un poema tradicional, una sola mirada puede abarcar la amplitud del texto (obviamente, si el texto excede de una página, la mirada debe hacer una pausa, pero en la mente ese fugaz paréntesis no afecta al discurso). Sin embargo, en muchos de estos poemas, la mirada debe hacer un recorrido circular, horizontal o vertical, según el caso, lo que implica hacer un salto sin red en el sentido previsto. Es esta, la de la polisemia, una de las mayores virtudes de estos collages, de estos poemas visuales. Trasladar a este comentario alguno de los poemas no tiene mucho sentido porque en ellos la fuerza elocutiva no proviene solo de lo que expresan, sino del diseño y la forma de cada una de las palabras, en muchos casos de procedencia distinta, que lo componen, pero no me resisto a citar, pese a las objeciones citadas, uno de ellos: «Atención, poetas:/ el monstruo/ es/ proseguir/ Devorar la estela del destino/ con la vida/ de/ otro», como muestra. El otro, los otros, además, están muy presentes en estos poemas visuales, así como las reflexiones de carácter poético y político/social. Miguel Ángel Muñoz Sanjuán no cae nunca en la banalidad; sabe tensar la cuerda del significado hasta su máxima dilatación, por eso en estos poemas encontramos siempre motivos para la extrañeza y el desconcierto. Al fin y al cabo, la materia prima, las palabras, las imágenes ya estaban ahí, solo esperaban una mano inteligente que las desnaturalizara, las descodificara y las recompusiera en un escenario diferente.
Selección de poemas






MAMS
El Sastre de Apollinaire, 2020
136 páginas
13€

Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.
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