Poéticas

Zagajewski, alabanza al mundo herido

EL CUADERNO recuerda al poeta polaco, fallecido en la Cracovia que lo acogió en su juventud, con un poema escrito por José Luis Argüelles y que ofrece, más allá de la crónica obituaria, el testimonio emocional de un hombre instruido en el desconsuelo de un siglo y de una Europa terribles.

No sólo abril tiene el usufructo de la crueldad. Todos y cada uno de los meses nos aguardan despiadados. Marzo de 2021 también ha mostrado sus fauces y se ha llevado en la Cracovia que lo acogió de joven a Adam Zagajewski, el poeta polaco que con su escritura de nítida profundidad fue capaz de ejecutar una obra que «alaba al mundo herido/ y la pluma gris perdida por un mirlo/ y la luz delicada que vaga y desaparece/ y regresa». Philippe Jaccottet y Joan Margarit, arrebatados también en este primer trimestre poéticamente aciago, aguardan en algún lugar a Zagajewski (1945, Lvov, actual Ucrania), quien nos mostró la senda que conduce hacia una «literatura de lo concreto, de la pasión y de la conversación», como anotó en su ensayo En defensa del fervor (Acantilado, 2017).

Su poesía, al igual que su obra en prosa, es fiel a las diferentes tradiciones de ese decir y pensar que surge del dolor, pero que logra revelar la belleza, la alegría y la verdad de la cotidianeidad de las esquinas y de las circunstancias mínimas. Hay una generación de poetas españoles que puso sus ojos en la escritura de Zagajewski, a los que legó manuales de decencia cívica y mostró que «lo que esperamos de la poesía es la poesía».

Tal vez, vivir en la misma herida de la derrota y la resistencia, del carbón y las chimeneas y de la rebelión digna bajo un cielo gris hizo que entre ese grupo de poetas destacasen algunos asturianos. Martín López-Vega (Poo de Llanes, 1975) lo descubrió a finales del siglo pasado en una librería neoyorquina y su pasión por el autor polaco lo llevó a reunir en Poemas escogidos (Pre-Textos, 2005) un puñado de textos que certificaban la convivencia de la cotidianeidad y la espiritualidad. Jordi Doce (Gijón-Xixón, 1967) quedó atrapado por «una escritura que asimila el legado irónico de Czesław Milosz y Zbigniew Herbert y trata, sin renunciar a su pulsión trascendente, de ser fiel a la multiplicidad de estímulos de la realidad cotidiana», como anotó tras el diálogo que entabló entre Zagajewski y el poeta escocés John Burnside en la siempre acogedora Residencia de Estudiantes. Fue en marzo de 2007.

Ellos dos, y otros nueve poetas más que habían estudiado en la Facultad de Letras de la Universidad de Oviedo, compartieron escenario, en octubre de 2017, con un Zagajewski emocionado ante la presencia de dos mil personas dispuestas a escuchar sus palabras la víspera de recoger el el Premio Princesa de Asturias de las Letras. Se dijeron en polaco, castellano y asturiano, pero la conmoción fue idéntica.

De aquella visita al norte ibérico hay sobrada constancia documental, pero es «Zagajewski en Oviedo» un poema de José Luis Argüelles (Mieres del Camín, 1960), incluido en su libro Gran desconcierto (Trea, 2018), el que da testimonio emocional de un hombre instruido en el desconsuelo de un siglo y de una Europa terrible, de un ser humano que estuvo atento al «canto de los olvidados, de los perjudicados,/ los mudos, los ausentes,/ voces de aquellos que pasaron por la vida silenciosos,/ en fragor, estrépito, plegaria, nana […]».

EL CUADERNO se suma al recuerdo de Adam Zagajewski con la publicación del poema de José Luis Argüelles y su reproducción sonora, en la propia voz del poeta asturiano.

César Iglesias


Zagajewski en Oviedo

/ por José Luis Argüelles /

José Luis Argüelles (i) y Adam Zagajewski (d), fotografiados por Luisma Murias

Dijo: «La poesía no está de moda.
                                                         Paciencia.
Los poetas no se conocen a sí mismos,
solo interrogan a las sombras de los vivos y los muertos.
Paciencia.
                   Escriben desde la inseguridad».
                                                                       Y recordó
esa historia de Ovidio
en su exilio de Tomis,
cómo compuso sus mejores versos
al añorar un mar perdido.
                                             Cuánta soledad
para entregar un poco de luz, esas epifanías
que alguien, tal vez, comparta
 no sé dónde.
                        Paciencia.
                                            La emoción del pensamiento.

Antes, en el vestíbulo del hotel,
junto a un silencioso piano y su penumbra,
le pregunté por la famosa frase de Keats.
¿Son lo mismo verdad y belleza?
                                                        Mientras, afuera,
una llovizna gris caía como en una recordada página polaca.
Respondió que el poema restaura siempre la tensión
de aquella equivalencia tan frágil, perdida,
aunque un gorrión se acerca, a veces, a nosotros
y vemos en sus alas frágiles el milagro del mundo.

Y hablamos del fervor, de la defensa del fervor.
También de Rilke, ajena su elegía
al cieno ensangrentado
de la Gran Guerra,
                                          cuando Europa
cavaba tumbas o trincheras
y los banqueros amasaban su oro con el gas letal
de las ideas fijas, los nacionalismos…
                                                                 El último poeta
en mirar a los ojos del ángel más puro.
                                                                  ¿Belleza
y verdad son lo mismo?
                                          Los poetas no están de moda,
están solos en su soledad acompañada,
extienden sus palabras y tocan a alguien
no sé dónde.
                       Paciencia.

Después volvió la historia de la vieja mano de Caín,
piras de libros, urnas fracturadas,
la quijada acechante, los grandes carniceros,
los bosques de abedules cenicientos,
Auschwitz, un muro,
el temblor en los labios de Paul Celan
y aquella pesadumbre en el cadáver del insomne Sena.
Habló también de las asimetrías,
esas grietas que crecen en nosotros y en la noche,
en la inconclusa noche de los vivos y los muertos.

La gris llovizna afuera tecleaba
la melancólica canción de los otoños.
¿Rilke y Celan?
                            Verdad
y belleza no son lo mismo,
no son lo mismo.
Dijo: «La poesía no está de moda.
                                                         Paciencia».


José Luis Argüelles (Mieres, 1960), periodista y crítico, es autor, entre otras publicaciones, de los libros de poemas Cuelmo de sombras (Versus, 1988), Pasaje (Trea, 2008), Las erosiones (Trea, 2013, Premio de la Crítica de la Asociación de Escritores de Asturias), Gran desconcierto (Trea, 2018), Mar sin fin (Heracles y nosotros, 2020) y Protesta y alabanza (Impronta, 2020).  Preparó y prologó la antología de poetas en lengua asturiana Toma de tierra (Trea, 2010). Sus aforismos han sido incluidos en el volumen Pensar por lo breve: aforística española de entresiglos (Trea, 2013), de José Ramón González.

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