Resistencia y próximo

«Es cierto que hoy no vivimos en un contexto en el que vayan a descuartizarnos, previo abrirnos llagas donde volcar azufres, aceites o resinas hirviendo, pero ¿acaso no hay nuevas violencias contra los cuerpos? La cibernética castiga en la destrucción del tiempo hoy masivamente. La destrucción del tiempo se impone y nadie se hace cargo de la pena». Un artículo del teólogo Juan Calvin Palomares.

/ por Juan Calvin Palomares /

En el próximo, en quienes tenemos cerca, lo corpóreo se presenta como promesa para la transformación en resistencia, en masa o cuerpo común. En una especie de ser o no ser, ser emprendedor o no serlo, la persona atomizada por el rendimiento, y su velocidad, oscila entre el todo se puede o el nada se puede, vibra en un éxito siempre tiritando frente el fantasma del fracaso y la depresión. El mandato actual, el imperativo autoimpuesto al rendimiento, enferma. La disciplina, en su negatividad, produce locos y criminales, mientras que el rendimiento, en su positividad, produce depresivos y fracasados: una misma lógica, una técnica del poder, soporta ambas estrategias, solo que el rendimiento se torna más sutil y efectivo en la cibernética. En el exceso de uno mismo el sentimiento es paradójico, pues la extrema libertad se estructura en una constante coacción a uno mismo.1 Un control del deseo en la automatización de la seducción que se esconde en la sensación de extrema libertad cuya consecuencia más nefasta es la dificultad, hasta lo imposible, de la aproximación de cuerpos en un cuerpo comunitario, en masa.

Aproximarse no es un bello ideal. Ser tocado suscita temor, un primigenio terror a lo extraño, al extranjero, a la frontera, al otro. En el estrés continuo del rendimiento la mano del próximo se convierte en la garra del competidor, en el extraño que devora los bienes propios.2 No hay posibilidad de caricia en la velocidad de la libertad de la hipermodernidad, pues esta se vuelve golpe en su dinamismo extremo. La mano permanece convertida en garra, el contacto en agarre, y el deseo en competición y consumo. El nudo de reacciones psíquicas desatado en el contacto con un extraño se intensifica en la atomización del ser para emprender. Aproximarse, sumergirse en la masa, redime del temor al contacto. ¿Cómo resolver la falta de densidad, cómo pegarse al máximo unos a otros, densificar la volatibilidad de la hiperconectividad, para la aproximación en el cuerpo-masa donde todo ocurre a una velocidad coherente con la caricia?3

¿Pueden darse en los espacios virtuales tiempos espontáneos donde configurarnos como cuerpo-masa? ¿Dónde la garra, espontáneamente, se vuelva mano? La espontaneidad del niño es una promesa. ¿Cómo volver a ser niños? El mandato a la espontaneidad señala la posibilidad de la transformación performativa y se presenta como una contradicción. Llegar a ser como niños4 es una promesa de proximidad, pero ¿cómo exigir espontaneidad cuando el mandato es externo? La niñez quiebra las estructuras insidiosas en gestos espontáneos, se atreve a coger la mano de una compañera mientras mira a su rostro.5 Quebrantando la lógica de la novedad por la novedad se escoge insospechadamente por la salud. En la convicción primitiva de que lo más básico inimaginable (por ejemplo, en la luz del sol como símbolo) libera, se reconcilia el mandato con lo espontaneo, justamente en la tensión de la paradoja entre lo productivo y lo gratuito. En coordenadas humanas el sol jamás deja de donarnos energía sin que nosotros tengamos que hacer nada para ello, tal es su gracia, y, sin embargo, ante él sudamos las gotas de nuestro trabajo.6 El mandato a la acción, en la paradoja de volver a la espontaneidad de la niñez, se realiza ante un sol que a la par derrama nuestras gotas de sudor y se dona gratuitamente como promesa.

El sol, como símbolo, es un escándalo para el rendimiento humano. Un rendimiento que en la violencia de la hipermodernidad desintegra la espontaneidad del niño. Herederos de una nueva forma de imponer el poder, en el que castigar a los incorregibles, vigilar a los dementes, reformar a los viciosos, confinar a los sospechosos, emplear a los ociosos, etcétera, supone una vigilancia, una supuesta felicidad para la institución, que construye una sociedad bajo el signo del progreso como valor supremo de prosperidad. ¿Quién puede soportarlo y seguir siendo niño? Una teórica vigilancia, imposible en la práctica, pues nada puede, como el sol, rendir 24 horas al día, ni siquiera la tecnología más puntera, podría funcionar como un ojo que todo lo ve, pero ¿acaso no impone el ser para el rendimiento unas estructuras cibernéticas que al menos sí hacen que nos sintamos vigilados en todo momento y lugar, o que no tengamos razones para pensar lo contrario?7 Ante el escándalo del rendimiento del sol, de lo gratuito, el rendimiento humano responde en lo hipermoderno con una cibernética que aparenta una vigilancia absoluta constituyéndose como una forma de dominio totalitario.

¿Todo queda bajo la sombra de la vigilancia? Es cierto que hoy no vivimos en un contexto en el que vayan a descuartizarnos, previo abrirnos llagas donde volcar azufres, aceites o resinas hirviendo, pero ¿acaso no hay nuevas violencias contra los cuerpos?8 La cibernética castiga en la destrucción del tiempo hoy masivamente. La destrucción del tiempo se impone y nadie se hace cargo de la pena. La genealogía se dibuja en la siguiente línea ficticia: El castigo pasó del arte de las sensaciones insoportables, hacia la economía de la suspensión de los derechos, hasta la cibernética de la destrucción del tiempo bajo pena de aislamiento. Un arte, una economía, y una cibernética, que responden a la misma tecnología punitiva. Destrucción del tiempo o aislamiento, ¿cómo resistir ante esto? ¿Recorriendo el camino inverso, también como una línea de ficción? Una economía de la dotación de libertad, y un arte de la sensación soportable, un arte de la caricia. ¿Descaminar el recorrido de la modernidad podrá realizarse en un arte de la purificación cibernética y en la conformación de una masa de próximos?9 ¿En el aproximarse la tecnología política del cuerpo humano como objeto podría revertirse?10 En la objetivación lo humano pierde densidad, ahora bien, en la atomización el cuerpo engendra un deseo secreto de proximidad. En este desencaminar habremos de preguntarnos: ¿qué clase de arquitectura del poder supone la cibernética?11

Una arquitectura del poder cuya vigilancia destruye en la adicción el tiempo y que en la experiencia estética fomenta un hiperindividualismo que imposibilita la proximidad de los cuerpos. Lo hipermoderno implica una individualidad atrapada en procesos de aceleración donde impera la urgencia,12 una hipervelocidad insoportable para la densidad necesaria para la proximidad de los cuerpos. La transparencia atenta contra la opacidad necesaria para que el cuerpo sea lo suficientemente denso para la proximidad, para el contacto. El poder se ejerce en intrincadas relaciones de deseo.13 El poder sobre los cuerpos, a través de los smartphones, funciona como una red rizomática de deseos autosatisfechos cuyos inputs rebotan en el Big Data perfeccionando, a modo de carburador de lo cibernético, la destructiva y adictiva, pero deseable, vigilancia. ¿Responde la red cibernética, carburada por el Big Data y nutrida de nuestro voyeurismo, a la historia de Occidente? Un doble movimiento, a modo de ventrículos, muestra el Big Data: como un ojo que todo lo ve, que todo lo reúne, un Uno que ama, pero solo en apariencia, pues en su hipervelocidad todo lo divide, un Uno que discuerda. En el devenir entre el amor y la discordia el Big Data es un Uno totalizante. La fuerza de la tecnología del control cibernético reside en su estructura de devenir, cuyo logos es el deseo. Lo cibernético no es eterno, su genealogía se inicia en las tecnologías del suplicio y la privación; tampoco es mundo, pero se intercambia como tal, como si se tratase de una prótesis transhumana. La tecnología cibernética abre mundo para dominarlo, es una técnica como voluntad de poder. Abre el mundo en un devenir propio cuya lógica interna es el deseo de quienes son vigilados y controlados de forma absoluta, aunque sea aparentemente. ¿Qué clase de juramentos nos enclavan a semejante devenir cibernético?14

En la atomización de la hipervelocidad los movimientos tienden a una separación sin fin.15 Quizá una solución sea tejer hilos de araña entre aquellos disidentes de la vigilancia cibernética.16 ¿Acaso la experiencia de la desconexión cibernética no supone un suicidio político? ¿Cómo generar una red desconectada que conforme masa corpórea entre aquellos que sufren esa pena de aislamiento político? Un problema antiguo, el de hacerse cuerpo, el de hacerse miembros los unos de los otros.17 Sería conveniente preguntarnos los intereses detrás de recorrer el camino hacia el arte de la caricia liberadora en redes, en telas de araña, que formen un rizoma paralelo a la cibernética adictiva. ¿Por qué renunciar al devenir del Big Data? ¿Acaso no es la misma voluntad de poder la que dotaría tal movimiento desconectado del ojo que todo lo ve? Si exageramos en demasía la posibilidad de que todo saber es en el fondo un poder, y que este ejerce violencia, ¿por qué desconectarse si la alternativa es una manifestación de la voluntad de ese mismo poder ciego y violento? ¿Por qué intercambiar poderes? Un conocimiento, un saber, que empodere a unos individuos, en una purificación de lo cibernético, ¿encontrará necesariamente nuevas estructuras de poder en la violencia de nuevas racionalidades? ¿Una pretensión de conocimiento y de poder tiene que ser necesariamente violenta?18

Proponer un modelo, convencer de una posibilidad paralela a la adicción cibernética, ¿no es en su pretensión de imposición una manifestación violenta? De momento asumamos que una violencia así, en un contexto desacelerado, en el que se recupere la densidad de los cuerpos para su proximidad, puede ser resistida incluso con cierta dulzura y como una promesa de recuperar el arte de la caricia suplantado por la tecnología del castigo. Ahora bien, ¿emplear la propia red cibernética para desconectarse y reconectar en otros contextos de menor transparencia y mayor posibilidad para la proximidad no supone una contradicción performativa? ¿Quién intensificará su vínculo con lo cibernético para hacer visible la invitación a la desconexión? ¿Quién está dispuesto a mantenerse expuesto a la radiografía de las redes para divulgar una alternativa? ¿Quién asumirá para sí esta violencia? Quizá no debe ser llevada a cabo desde la transparencia y sus trampas, la cual nos extenúa en su propia contradicción performativa.19 En definitiva, ¿cómo liberarnos de la adicción cibernética sin intensificar la violencia?

La cibernética adictiva responde a la lógica de la multiplicación, como la escoba del joven aprendiz de mago, o la Hidra. No somos parte de listas en el Big Data, sino múltiplos, veloces e indeterminados, incorpóreos, como el objeto en la fábrica o el cadáver en la guerra.20 En este sentido, la vigilancia absoluta es solo aparente, pero totalmente convincente. El espacio cibernético en su correlato de la vigilancia reduce los cuerpos a datos cuyo valor se rige por un deseo que se convierte en inercia de la multiplicación de productos consumibles. El smartphone nos seduce sin golpear, nos tienta sin desollar, nos priva de tiempo sin encarcelar, pero en la vigilancia nos reduce al dato.21 En la vigilancia cibernética nuestro deseo proyectado en un smartphone se convierte en las rejas de la privación de derechos, y en las tenazas del arte del suplicio. Si ha de nacer una resistencia significativa esta no será espectacular en su anuncio, pues si fuera así sería ahogada por los Herodes de turno.22 Las condiciones de posibilidad para la aproximación serán silenciosas, como un ladrón en plena noche.23

Lo cibernético excita psicofísicamente, en procesos bioquímicos; pero también suscita, pues lo cibernético requiere nuestra función corporal, pero también nuestra acción. La suscitación cibernética, como en toda acción, modifica nuestro tono vital, el cual se hunde en la depresión en su exceso adictivo. No hablamos solo de una reacción en la excitación, sino de una respuesta en los actos de consumo.24 Desde el arte del suplicio, pasando por la tecnología de la privación de libertad, hasta la cibernética de la destrucción del tiempo, la ficción de totalidad se materializa en la imposibilidad de un cara a cara. Lo cibernético, como heredera de los mecanismos de totalización, proyecta la violencia de una razón impersonal e irresponsable. La cibernética en su pretensión de vigilancia seduce, suscita el deseo, pero en su performatividad contradictoria como utopía de la libertad de la información, desintegra la responsabilidad como distopía de la adicción. La violencia ejercida por la velocidad totalizadora de lo cibernético nos somete a la tiranía a través del deseo, como el arte del suplicio lo hacía con la sensibilidad de la carne. En la privación de libertad y en la destrucción del tiempo los cuerpos se resignan a una red universal y totalizadora que niega la fecundidad en nuestras profundas diferencias.25

¿Cómo resistir? Abandonar lo cibernético sin más supondría un aislamiento, casi una pena más dura que la propia adicción, y en el mejor de los casos, cuando individualmente nos encontraremos libres de la adicción cibernética, implicaría renunciar a responsabilizarse de semejante problemática que afecta a nuestros potenciales próximos. Resistir implica reorganizar la relación con lo virtual. Algunas consideraciones prácticas podrían ir en la dirección de potenciar el uso de software libre, aumentar el conocimiento de la tecnología digital, así como la capacitación para el cifrado de códigos.26 El cuerpo de próximos necesita para su praxis miembros formados en la creación de códigos, capaces de modelar sistemas y datos, y también miembros que reflexionen sobre qué hacer con dichas posibilidades creativas sobre lo cibernético.27  La comunidad de próximos necesita hackers cuya presencia en equipos de trabajo28 formen en las posibilidades de emplear lo cibernético sin ser atrapados en sus agarres, en su aparente, pero efectiva, vigilancia absoluta.

Lo cibernético seduce, alinea y manipula. Es una máquina descomunal construida para fabricar adicción. A medida que nuestro deseo por la seducción crece, más se percibe la megamáquina de amaestrar como una nefasta influencia, ante la que individualmente no podemos resistir, pues el individuo atomizado reacciona funcionalmente en un estado de narcisismo, voyerismo, y depresión paralizante. La ingeniería de imponer consenso, en su intrincada economía de lo psíquico, del deseo, y de lo inconsciente, en su poder del algoritmo que personaliza y automatiza la seducción en la oferta,29 necesita ser resistida a través de la aproximación de cuerpos que se constituyan como un cuerpo-masa y que en sus dinámicas conozcan y se formen en los procesos de lo cibernético para manipularlos creativamente con fines liberadores. En este sentido, la resistencia pasa por una comunidad de próximos que no se conformen con el aislamiento, sino que en el conocimiento se constituyan a través de una promesa de resistencia creciente y proyectada creativamente.

El ser para el rendimiento, atomizado por la hipervelocidad de lo cibernético, se siente vigilado siempre. En su adicción el cuerpo deja de ser motivo de lo real. La comunidad de próximos empoderados en el conocimiento creativo de lo cibernético puede relativizar la sensación de vigilancia, pero también profundizar en las paradojas entre lo virtual y lo sensual. El universo descorporeizado, en lo virtual, exige un enorme contrapeso de lo táctil, de lo sensible. La ironía es que a mayor virtualización más se fomenta una cultura de lo sensual, de lo erótico, y de lo hedónico. El narcisismo del ser para el rendimiento es paradójico, pues el exceso de lo virtual engendra el deseo de encuentro, el deseo de ver mundos más allá de lo virtual.30

La proximidad de los cuerpos, ¿descorrerá el camino de la privación de libertad y del suplicio de la carne? En la cercanía del cuerpo comunitario, y que se encuentra en un proyecto creativo, ¿resistiremos? Creativas y fecundas maneras de explorar el mundo, en confiados y desacelerados ritmos de rendimiento, pues no se trata de negar el valor de la acción, sino revalorizar el valor de lo gratuito en la proximidad de los cuerpos. Un cuerpo-masa que resiste, que en la performatividad de la promesa de volver a ser niños imagina proféticamente la garra convertida en mano, que se empodera en el conocimiento del funcionamiento de lo cibernético, y que explora sus deseos de descubrir mundos más allá de lo virtual. El devenir del Big Data, cuyo motor es el deseo, es resistido con el mismo deseo, pero en un devenir que se fortalece en la imaginación profética, en la creatividad comunitaria, y cuya posibilidad despierta en ritmos coherentes con la creación y no con la destrucción del tiempo. Dejar de ser transparentes para el ojo que todo lo ve, aunque solo sea en una efectiva apariencia, implica dotarnos comunitariamente de una creatividad liberadora y que se responsabilice de los próximos.

IMAGEN DE PORTADA: Autorretrato semidesnudo, de Richard Gerstl (1902-1904)


1 B. H. Han (2020): La sociedad del cansancio, Barcelona: Herder.

2 Eclesiastés, 6, 2.

3 E. Canetti (2020), Masa y poder, Barcelona: Alianza, pp. 13-17.

4 Mateo 18, 3.

5 K. Ishiguro (2021), La Klara i el Sol, Barcelona: Anagrama, p. 42.

6 Eclesiastés, 1, 3.

7 J. Bentham (2011): Panóptico, Madrid: Círculo de Bellas Artes, p. 40.

8 M. Foucault (2018): Vigilar y castigar: el nacimiento de la prisión, Ciudad de México: Siglo XXI, p. 16.

9 Ibídem, p. 20.

10 Ibídem, p. 33.

11 Ibídem, p. 40.

12 G. Lipovetsky (2016): Los tiempos hipermodernos, Barcelona: Anagrama, p. 81.

13 M. Foucault (2019): Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones, Madrid: Alianza, pp. 41-42.

14 E. Severino (1991): El parricidio fallido, Barcelona: Destino, pp. 102-106.

15 El feminismo en Norteamérica es un ejemplo.

16 D. Haraway (2020): Manifiesto cíborg, Madrid: Kaótica, pp. 34-35 (al modo que propone Chela Sandoval).

17 Romanos 12, 5.

18 M. Ferraris (2013): Manifiesto del nuevo realismo, Madrid: Biblioteca Nueva, pp. 128-129.

19 H. M. Enzensberger (2016): Panóptico, Barcelona: Malpaso, pp. 36-42.

20 S. Alba (2017): Ser o no ser (un cuerpo), Barcelona: Seix Barral, pp. 121-124.

21 Z. Bauman y D. Lyon (2013): Vigilancia líquida, Barcelona: Austral, pp. 137-145.

22 J. Patočka (2007): Libertad y sacrificio, Salamanca: Sígueme, p. 344.

23 1 Tesalonicenses 5, 2.

24 X. Zubiri (2019): Inteligencia sentiente, volumen 1, inteligencia y realidad, Madrid: Alianza, pp. 27-30.

25 E. Levinas (2016): Totalidad e infinito, Salamanca: Sígueme, pp. 285-288.

26 M. I. Soria Guzmán (2020): «Mujeres hacker, saber-hacer y código abierto: tejiendo el sueño hackfeminista», LiminaR Estudios Sociales y Humanísticos, 19(1), pp. 57-74. (2020), p. 64.

27 Ibídem, p. 68.

28 Más que trabajo multidisciplinar, cuyo signo implicaría mantenerse en la lógica de la disciplina, ¿una acción común liberadora? ¿Un cuerpo entregado los unos a los otros?

29 G. Lipovetsky (2020): Gustar y emocionar: ensayo sobre la sociedad de la seducción, Barcelona: Anagrama, pp. 382-386.

30 G. Lipovetsky (2019): La estetización del mundo: vivir en la época del capitalismo artístico, Barcelona: Anagrama, pp. 341-342.


Desde una fe en certezas hacia ¿una fe en incertidumbres? | Juan Calvin  Palomares – Lupa Protestante

Juan Calvin Palomares es graduado por la Facultad de Teología SEUT, Madrid (2016-2020). Actualmente está finalizando el grado en filosofía en la Universidad Pontificia de Comillas (2017-2021). Posee cursos en bellas artes por la Universidad de Barcelona (2008-2012) y en enfermería por la Universitat de les Illes Balears (2007-2015).

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