Poéticas

Cuaderno de historia

Carlos Alcorta reseña el último poemario de Manuel Rico, reconstrucción de la historia con minúscula y de la historia con mayúscula a través de una combinación de nostalgia, honradez y agradecimiento existencial.

/ una reseña de Carlos Alcorta /

La extensa trayectoria literaria de Manuel Rico (Madrid, 1952) abarca la poesía (algunos de sus títulos más celebrados son La densidad de los espejos, galardonado con el Premio Juan Ramón Jiménez en 1997, Fugitiva ciudad, que obtuvo el Premio Miguel Hernández en 2012 o el más reciente, Los días extraños [2015]), la novela (la reeditada El lento adiós de los tranvías (1992), Los días de Eisenhower (2002), Verano (2008), con la que obtuvo el Premio Ramón Gómez de la Serna, o Un extraño viajero, Premio Logroño), el ensayo (Memoria, deseo y compasión [2001], sobre la poesía del malogrado Vázquez Montalbán, un autor con el que tanto tiene en común), los libros de viajes (Por la sierra de agua [2007] y Letras viajeras [2016]) y la crítica literaria en diferentes medios. Si hago mención a esta pródiga actividad es para advertir al lector desinformado de que, a la hora de enfrentarse a la lectura de este Cuaderno de historia, debe dejarse arrastrar por el entusiasmo de quien entiende la literatura como una prolongación natural de su propia vida. Entiéndaseme bien. Nada más lejos de mi intención que insinuar que Manuel Rico literaturiza su existencia para darle cuerpo en su escritura. Es mucho más probable una segunda elección, la de que, a través de la escritura, no solo retiene en su memoria (de ahí el pleno carácter memoralista que poseen sus escritos, en cualesquiera de sus variantes, incluso lo hacemos notar en sus críticas y ensayos) actos y recuerdos, sino que los interioriza, los hace más suyos, los piensa, los metaboliza. Así fluye su escritura, como la corriente sanguínea, y esta característica es digna de subrayarse porque, aunque resulte paradójico, cada vez resulta menos perceptible. Manuel Rico escribe por una necesidad vital. Las razones espurias no van con su carácter, con su manera de entender el mundo.

Manuel Rico

Dicho esto, en Cuaderno de historia —un título que asociamos de inmediato con un manual educativo, pero que desarrolla una función opuesta— se reconstruye la historia con minúscula, aquella que da cuenta de «La vida manejable, la pequeña, la que extiende/ su tenso abecedario en lugares cercanos a la casa». La intrahistoria, que decía Unamuno, aunque, indefectiblemente, esta historia íntima —más aún en alguien que ha estado implicado en diferentes movimientos sociales y políticos— alude a acontecimientos que han determinado el curso de la historia, ahora sí, con mayúscula, de nuestro país. En «Atocha 1977», por ejemplo, se recuerda el asesinato de abogados laboralistas en su despacho de la calle Atocha, perpetrado por fascistas nostálgicos de la dictadura: «Eran las grietas, la venganza del túnel,/ la vuelta de lo inhóspito, la insistencia del gris y de lo oscuro», escribe el autor, que entonces frisaba los quince años. Tal vez no resulte inoportuno deducir que esta tragedia tuvo mucho que ver en la posterior toma de conciencia del poeta.

El propio autor explica en una palabras testimoniales el germen de este libro, que no es otro que un cuaderno cuyas primeras páginas fueron escritas en la primavera de 2009 con versos del poema «Calle Canal de Mozambique. 1963». El resto de poemas que lo integran —salvo uno, «Encierro y soledad», apegado a las terribles circunstancias que aún estamos sufriendo, en el que escribe sobre «las calles desiertas y hoy prohibidas» y hace alusión a que el «silencio es la alfombra que estos días despliega/ su temblor y su frío y sus pocos viandantes»—, tienen un denominador común: «la búsqueda en la memoria, la indagación en una confusa identidad propia y en una necesaria identidad colectiva. Y la perplejidad ante el paso del tiempo y ante la sima que, con los años, va apropiándose de quienes han conformado la vida y han construido esa identidad». La identidad individual se va conformando, a menos que uno viva aislado, fuera del mundo, simultáneamente con la identidad colectiva, aunque ambos aspectos no siempre corren tan parejos como en el caso de Manuel Rico, para quien «la calle ha sido el hogar para la historia». Dejado aparte los dos poemas prologales, «Apuntes» y el ya mencionado «Encierro y soledad», Cuaderno de historia está dividido, en primer lugar, en el apartado «Así se hizo», en que la infancia —evocada, por otra parte, en numerosos poemas de todo el libro— ejerce de núcleo aglutinador, de columna vertebral.

Alguien crecido en las afueras del núcleo urbano de una ciudad, ese espacio fronterizo entre el campo y la metrópoli, inevitablemente, tiene que padecer el contraste entre la opulencia y la pobreza de los descampados: «Afueras/ de Madrid, tierra industrial y descampado,/ inciertos recorridos de la vida joven», escribe en el poema «Mapa con grietas». Como el propio Rico indica en la justificación final, el poema que dio origen al libro es «Calle Canal de Mozambique. 1963», la calle de un barrio que ya no existe en la que vivió sus primeros años: «Canal de Mozambique, calle/ que ya no es, que fue resol/ en los inviernos secos de un Madrid estepario,/ sol casi naranja y tibio de las fachadas/ que —ahora lo sé— exponían su muerte y nuestra infancia/ sin retorno, su noticia/ de nieves y silencio, su temor a no ser nada». Las figuras del padre y de la madre son rememoradas con ternura y admiración, no solo en este poema, sino en distintos momentos del libro, como en la segunda sección «Itinerario», de la que transcribo estos versos: «Mi padre/ me pegó dos veces y murió muy pronto: en sólo dos días/ de hospital y oxígeno./ Probablemente el mismo plazo en que firmé el perdón/ con su memoria./ Mi padre». O en la tercera sección, «Presente en fuga», que comienza con un poema en el que el autor se reconoce emocionado en el rostro de su padre: «Soy yo, seguro, mas mi padre, envejecido y solo,/ a una idéntica edad,/ me mira extraño y me recuerda/ lo poco de la vida que le queda». Sigue la memoria internándose en los días de barrio obrero, en un otoño de «franelas y escoria» que «custodiaba una infancia irremediable» en la que se despierta, además, la vocación de escritor. El poeta vislumbra «un futuro de letras y escritura». El volumen se completa con las secciones «Intemperie», poemas en prosa que bien podrían formar parte de un diario que recogiera vivencias anteriores a las descritas en Escritor a la espera: diario de los 80, publicado en 2019. En «Deudas» el autor homenajea a quienes, mediante sus obras, le ayudaron a construir su identidad, desde Jacques Brel y François Truffaut hasta Machado o Lorca. Son especialmente entrañables los poemas dedicados a los poetas Javier Egea y a Marcos Ana.

El libro finaliza con la sección «Volver a casa», un regreso al domicilio familiar descrito con tanta minuciosidad que casi podemos palparlo físicamente: «He abierto la puerta y allí estaban/ la luz menos adulta, el cabeo/ oscuro de la vieja cama,/ el olor algo agreste de un pañuelo perdido,/ el dedal y el ovillo…». La poesía de Manuel Rico es eminentemente narrativa, pero sus versos, generalmente de largo aliento, están cargados de lirismo (el poema titulado «Piel» es, quizá, el mejor ejemplo). No resulta difícil establecer una complicidad emocional con esa combinación de nostalgia, honradez y agradecimiento existencial que rezuman estos poemas, acaso el modo que tiene su autor, Manuel Rico, de soportar «la fragilidad y la amenaza» del mundo en el que vive.


Cinco poemas de Cuaderno de historia

Aquella Italia

Con Pavese retorna aquel verano de estrechas carreteras bajando desde Francia hasta tocar la luna y la alegría en la noche más allá de San Remo, bajo la fiesta comunista descendiendo hacia el mar. Allí, en la luz de agosto de Arma di Taggia, no asomaba la muerte y su noticia sin escalas a pesar de Pavese, deslumbrada lectura para el joven de viaje con la mujer amada y los amigos mejores. Corría el año ochenta y uno —todo nos queda lejos, nos señala la voz de algún diario— y teníamos aire de nuestras plazas, voces recién nacidas en los armarios familiares, era Italia, volvían los agostos leídos bajo el asombro en Leopardi, o en Pratolini, en Sciascia, o patios interiores y tranvías, escaleras subiendo a tendederos donde la intimidad se apellidaba Mastroianni o Roma sabía a paraíso y a película. El verano que no se olvida, el que siempre aflora en las cenas de amigos: la luz de Italia de tanta juventud, de tanta vida, de tanta historia nuestra.

Descampado

Era hacia el descampado
donde moría la ciudad y los primeros
álamos anunciaban el río y el verde de los juncos,
antes de la campiña y la extrañeza,
tras los primeros ecos de la consciente vida
y de la muerte sospechada
en la conversación, más allá de las puertas
que escondían los viejos a la sombra de octubre.

Era más allá de la ventana. Más allá de aquel cuarto de libros
y desorden y camisas y treguas.

Allí jugabas, florecías inverso, te asomabas al mundo.

La primera ventana

La ventana que ya no es. La muerta
ventana que dejó, temblorosas,
imágenes aún vivas contra el tiempo y la arena.

La ventana de las casas en que he vivido,
mas ante todo
la ventana de entonces, la que daba
a un campo sin ciudad y vertederos,
a las calles huidizas de los huidizos, al frío vertical
y al calor imprevisto y a la niebla.

La ventana abierta a la avenida
y a los escaparates, al blanco y negro frágil
de los sueños vacíos.
La ventana
tras la que crecieron tus ojos, creció el mundo
y el domingo.
La ventana.

Te miro

Te miro a veces y recuerdo. Te
contemplo en el sueño y vivo.
Estás ahí, siempre
has estado ahí, tan sabia como entonces
y tan débil por dentro,
tan vigía y cercana y a la vez extraña y misteriosa,
dueña de los secretos y de una dignidad
sencilla y poderosa y, por eso, sutil, casi invisible.

Toco tu mano y no ha aprendido
nada de deslealtades ni de olvido.
Es la mano de las tardes de viento y de promesas.
La mano de los abismos y de la claridad para mi miedo.

Está ahí, en el tiempo inicial de la torpeza
y aquí respira, en la hora de la madurez y los milagros
de los días difíciles y del gozo tardío,
en la hora de las tardes de búsqueda
en los bares que pueblan los más jóvenes.

Collioure 2016

Noviembre deja nombres desvaídos
y sombras contra un mar desterrado.
Es la tarde, aún no es frío
el viento que aquí llega y me acaricia:
sabe de la memoria, sabe
de soledad y de intemperie, de calles que descienden
al mar como el morir. El poeta
sabe de luces y de nieblas, sabe
de cuanto nosotros somos, quienes hemos venido
desde el Sur a respirarlo, a conocer un poco
su aire último, la latitud
quebrada de una noche de huidas y de huérfanos,
de abrigos rotos y zapatos gastados por la tierra y la nieve
en noches sucesivas huyendo de la noche más negra y de
[la Historia
quizá más dolorosa de un siglo despoblado.

Noviembre de calma, de piedra y mar y de memoria.

Volví en febrero. Con ella y con febrero
y un tiempo soleado desprovisto de muerte.

En la playa sin barcas
algunos escolares jugaban a saberse
más allá del aula y del cuaderno:
en el aire que respiró el poeta,
en las piedras y en su desgaste, en el azul cumplido
de los dioses del sur y de la luz: ellos, tan inocentes,
también respiraban el aire de aquel viejo, sus soledades últimas,
los residuos de noche que dejó en la arena con el sol de la infancia.

Alienta aquí, en Collioure, el prolongado.
Detenido en el siglo y avanzando a la vez
hacia lo venidero.
Junto al mar.


Cuaderno de historia
Manuel Rico
Pre-Textos, 2021
136 páginas
17,10€

Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como ClarínArte y ParteTuriaParaíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel PuenteMarcelo FuentesRafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.

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