/ una entrevista de Ada Soriano /
La editorial Celesta acaba de publicar Ansiada del aire, de Fernando Pastor Mata (Madrid, 1954), un libro que aúna dos poemarios, con sus semejanzas y sus diferencias.
El primero, Retracción a tus labios, está compuesto por once canciones en las que el autor, poeta y cantor apasionado, se aferra al amor de su amada y a cada instante de bonanza que le ofrece la vida como único asidero para hacer frente a los males del mundo. De hecho, hay denuncia social como bien puede apreciarse en el grito continuo de «Canción de los gorriones blancos»: «Todos perfectos, todos buenos, todos, sonrisa en ristre,/ todos santitos santos, todos enaltecidos, todos erectos, / todos bien níveos, todos tan refulgentes/ que duele el llantear por tanta blanquería./ Abruma tanta santidad made in América».
El segundo, Ansiada del aire, que da título al libro, se vale de veintiún cantos en los que el poeta alude claramente a los coros de las obras grecolatinas: aquellas voces, aquellas advertencias acerca de lo que podría suceder y en el que las ansiadas son, como el autor declara: «Itálica, Tartessos, Kombouto, Complutum, que siguen ahí, expectantes, deseando regresar, materializarse de nuevo, ante el sinsentido de la finitud». Y dice así en el «Canto XIII»: «Belleza que acaparas el mar, devoradora./ Hermosa indefectible, terminante. Hacia la pura reflexiva./ No te confío, ansiada del aire. Regresadora».
El ritmo es muy importante en estas canciones y cantos. Digo de un ritmo frenético que inunda todo el libro y embelesa al más pintado. Digo de una música muy bien lograda a base de anáforas, aliteraciones y palabras que se repiten con una insistencia incontenible.
Cómo evitar emocionarme cuando leo, por ejemplo, «Canción de los patios cíclicos» y me encuentro con versos como estos: «El universo en ciclos, el aire en ciclos. El ansia en ciclos./ La sublimación que torna en ciclo. Los sentidos ciclos./ El amor tan solo ciclo. Ciclo, continuo ciclo./ Crecen universos en los patios. Y yo, ciclo./ El mundo, ciclo. Todos, ciclo./ Y sigo aquí solo sin nadie que justifique. Sin nadie».

Fernando, en Ansiada del aire aúnas dos poemarios. El primero se nutre de canciones, y el segundo se abastece de cantos. ¿Cuáles las diferencias entre canción y canto?
Me haces una de esas preguntas que sólo alguien con un profundo conocimiento de las razones de la o del poeta, podría sentir la curiosidad de hacer. ¡No sé si no es muy osado de mi parte ponerme bajo tu radioscopia! Pero te responderé, aunque tendré que hacer algo de historia.
Primero, debo aclarar que no soy un demiurgo muy prolífero (perdona que use este término, pero la palabra poeta, me da muchísimo respeto). Mi técnica de trabajo consiste, primero, en la elección del tema a tratar; segundo, en elegir qué tipo de voz (entiéndase, forma, sintaxis, vocabulario, etcétera) será el mejor para tratar ese tema; tercero, es cuando estudio a fondo la materia para conocerla tanto como me sea posible y solo entonces comienzo a escribir y trato de contestar las preguntas que me planteé.
El resultado son poemarios no muy extensos que, si deseo publicar, precisan unirse dos o tres de ellos para que completen el mínimo exigible en un libro editable. Por ejemplo, valga mencionar el libro que publica Celesta, Ansiada del aire, que contiene dos poemarios, cercanos, con una cierta similitud, pero distintos al cabo porque, cuando los lees, descubres esa búsqueda camaleónica que realizo para modificar la voz poética, no por mera pose, sino porque, entiendo, que el poemario lo precisa.
De esos dos poemarios del libro, el primero, Retracción a tus labios, es una relectura de unos poemas que comencé a escribir en 1969 pero que, por el exceso de juventud, tuve que aparcar y solo pude completar hacia 2004, casi treinta y cinco años después.
Sí me resulta curioso que un poema que data de 1968 sea, como dices en tu nota, el origen de este libro.
Es que originalmente los poemas estaban influidos por los movimientos más vanguardistas de aquel final de la década de los sesenta plasmados en revistas como la granadina Poesía-70, que publicaba Juan de Loxa. Respondiendo a tu pregunta, yo, siendo un joven de quince años, entré bajo el influjo magnífico de esa visión moderna y rompedora que se proponía en la revista, y a modo de imitación de lo que se publicaba a menudo en la misma, decidí llamar a esos poemas canciones, porque buscaba incorporarme al espíritu de lucha por las libertades y la frescura de ideas que Poesía-70 representaba y con esas canciones pretendía hacer mi propia proclama contra las cadenas mentales y sociales que arrastraba nuestra sociedad. Al reescribir todo aquello, decidí respetar aquel espíritu que me insufló la modernidad de aquellos luchadores.
Por otro lado, el poemario Ansiada del aire, que da título al libro, se escribió entre 1988 y 1989, y en él busco comprender los extraños sentimientos que siempre me afloraban al visitar Itálica, al sentirme observado por ojos que no eran ojos, por seres que ya no existían y que me dejaban una sensación de precariedad a la par que de la expectativa de una corporeización de todos esos espíritus para retornar a esta realidad. En este caso, el uso de la idea de Canto tiene su raigambre en los coros de las obras grecolatinas y pretenden ser, esas voces que advertían a los personajes de las consecuencias de sus acciones y advertían al público de lo que estaba por venir.
Como ves, una aparente similitud, no siempre encierra un paralelismo, tal y como ocurre con esos poemas, tan similares como divergentes en sus pretensiones, en sus voces y en sus ideas.
Me comentas acerca de los coros de las obras grecolatinas y sus advertencias. Tú has impartido recitales y has actuado en el teatro. A tu manera de ver, ¿hasta qué punto influye el teatro en la poesía?
Para mí hay que remontarse al Paleolítico, incluso antes de que surgiera el Homo Sapiens. Probablemente hay que hablar de nuestros primos Homo Neanderthalis, para entender que ya en esas noches, a la luz de la hoguera en la cueva, se contaban historias y todo tipo de hazañas y hechos; aquello ya era poesía. ¿Y qué decir de los trovadores, del cantar de Juglaría, de los romances de ciego? ¿No era eso, acaso, poesía teatralizada?
Por eso entiendo la poesía como una coralidad; la entiendo necesaria del rapsoda, de la teatralidad, del arropo con la música; siempre he tratado de dar a conocer la poesía de nuestros grandes poetas desde una visión teatralizada porque así creo que la entendían ellos. La ventaja de la representación de la poesía teatralizada, en alguna manera, ayuda al oyente; la lectura en el libro puede quedar para un disfrute individual posterior, para meditar la palabra, pero la poesía leída y presentada, déjame usar un término actual, mediante un proyecto multimedia (música, imagen, teatralización) creo que es la vía de que la gente se enamore de la palabra poética porque, así, pone los pelos de punta. Y eso es algo que he comprobado por años y años de experiencias de ese tipo.
Has nombrado a Juan de Loxa, quien efectivamente luchó en la década de los setenta por la libertad de expresión valiéndose de diversos medios y exponiéndose continuamente a la censura. Y tú dices en tu poema «Canción de los gorriones blancos»: «Alguien que no dañe. Yo, perseguido./ Alguien que no hiera. Yo, mártir./ Alguien que no mude. Pero aquí. Yo aquí». ¿Qué ansía el aire ahora? ¿Qué pide?
Como decíamos, cada parte de Ansiada del aire habla de cosas distintas pese a una cierta cercanía formal. «La canción de los gorriones blancos» es el grito desesperado de quien ha sido acosado por una institución religiosa con origen en Norteamérica; acosado, martirizado, destruido con saña por quienes dicen amar a su prójimo, a los oprimidos, pero practican la tortura con los diferentes, los iconoclastas, los heterodoxos, porque las instituciones, religiosas, políticas o sociales, buscan esa uniformidad que exige el rebaño, ese que todos sean iguales y vacíos que, además, resulta muy atractivo a los dictadorzuelos del mundo.
Por otro lado, el aire, ahora y siempre, pide, ansía, justicia y libertad; somos seres libres que reclamamos nuestros derechos a ser como queramos y deseamos esas dos cosas tanto o más que respirar. Pero, insisto, que en el poemario Ansiada del aire, las ansiadas son Itálica, Tartessos, Kombouto, Complutum, que siguen ahí, expectantes, deseando regresar, materializarse de nuevo, ante el sinsentido de la finitud.
En tu poesía aparece continuamente lo cíclico. No sé si como una turbación o una fascinación ante la circularidad del tiempo y la naturaleza. ¿El eterno retorno imposibilita la finitud?
Es cierto que en ambos poemarios, es decir, en todo este libro, lo cíclico es una constante que se repite hasta la saciedad; hay un continuo, machacante reiterar y reiterar sobre realidades cíclicas porque, cuando se alcanza una comprensión cosmológica del Universo y se entiende que todo aquello que conocemos o que está por descubrirse tiene fecha de caducidad, porque, si nuestro tiempo se inició con una explosión de magnitud inconcebible que se produjo hace trece mil ochocientos millones de años, también suponemos que se producirá una muerte, bien por contracción o por agotamiento, dentro de otros miles o millones de millones de años y todo, creo, volverá a comenzar, con un nuevo tiempo, con otro Universo.
Así, no es que el eterno retorno imposibilita la finitud, sino que la finitud imposibilita el eterno retorno, salvo que lo entendamos como he explicado. Existe una rotación, pero nosotros y el Universo que conocemos estamos fuera de ese futuro. Existe un bello conjunto de tapices en el Museo de Tapices de la Granja de San Idelfonso titulado Sobre la castidad y el triunfo del tiempo sobre la fama que hace un recorrido que concluye con el mensaje de que el paso del Tiempo hace que se olvide al sujeto y la fama que un individuo puede alcanzar. Todo desaparece con el transcurso de los siglos. Si eso es así para quienes quedan en la memoria de las generaciones posteriores, los demás, pobres mortales, ¿cómo esperamos que se nos recuerde?
Así, nosotros, seres finitos en un universo tragicómico que ha permitido que una especie tenga conciencia de su propio existir y desarrolle la inteligencia, ¿qué podemos esperar sino el fin? Somos finitos al igual que toda nuestra obra. Por ello, la idea de ese final no debería asustarnos tanto, sino que debería ser comprendida como parte inseparable del haber sido y de todo lo bueno que hayamos dejado entre nuestros coetáneos y nuestros descendientes, pero siempre con la certitud del olvido final. «Somos capas de polvo superpuestas», digo en un poema. Eso, ese final, es todo lo que aguarda.
De hecho, abres Ansiada del aire con una cita de Pessoa que alude precisamente a las posesiones que realmente importan.
«No soy nada./ Nunca seré nada./ No puedo ser nada./ Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo», dice esa cita de Pessoa que, además, responde al sentimiento que abriga este Ansiada del aire, porque siempre persiste en mi mente la futilidad y transitoriedad de todo; de lo que pensamos, lo que intentamos y lo que hacemos. Pero eso no es óbice para que tengamos todos los sueños del mundo, para que exploremos todas las sendas que nos ofrece la vida y, cuando no exista la senda deseada, que la abramos nosotros mismos. Lo que importa son los sueños; los logros, desafortunadamente, rara vez consiguen cumplir esos sueños, pero los sueños, es decir, los planes, las ilusiones, las metas, son inseparable esencia de nuestra especie.
Observo en este libro una fusión entre el lenguaje vanguardista y la escritura del Siglo de Oro, lo cual nos lleva a una sonoridad barroca donde se establece un conflicto entre Eros y Thánatos.
Existe una raigambre clásica en mi formación que, al parecer, se trasluce en lo que escribo; no tanto de nuestro Siglo de Oro (que también) como en la literatura grecolatina. De todos mis amigos es conocida la veneración que profeso por el poeta pario Arquíloco, también por Virgilio, Ovidio, Horacio y Catulo o, ya en el siglo XV, por el francés François Villon y por los grandes poetas franceses del simbolismo, como Baudelaire o Verlaine, pero a la par, reconozco en mí la influencia de la estadounidense Generación Beat, de finales de los cincuenta y sesenta, que me empuja en busca de cierto vanguardismo. Eso también está presente en lo que escribo.
Y sí, existe también un conflicto cierto en mi interior: la certitud del final, de un Thánatos cada vez más cercano y la búsqueda desesperada de la perfección representada en Eros, la búsqueda del amor que llene el vacío y el fracaso personal como el salmón que lucha por volver a las originales fuentes fluviales en busca de la muerte que significa el apareamiento previo como colofón de una existencia; de lo estoico a lo epicúreo sin traslación intermedia.
¿«La brevedad es el vínculo perpetuo»?
Aunque no soy creyente, siento un profundo respeto por quienes profesan cualquier religión, y por eso acudiré a una cita inmejorable para responder esta pregunta; y es que dice en Eclesiastés 1:2-4: «Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad. ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol? Generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece». Y continúa en el mismo 1:9-11: « ¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol. ¿Hay algo de que se puede decir: he aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido. No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después». Como decía antes, sólo somos capas superpuestas unas sobre las otras y, de nuestra pasar, no quedará memoria alguna. Por eso todo es breve, todo es fútil, todo es nada.
Por cierto, ¿«no hay nombre a estas canciones»?
Con ese verso comienza Retracción a tus labios a modo de inicial jaculatoria porque previene al lector de que nada importa sino el regreso a los labios de la amante. Ni la ira, ni el dolor, ni las traiciones importan, si todavía hay espacio en el calor de sus brazos, en el ardor de su boca. De nuevo, el concepto de regreso a Ítaca, al Paraíso Perdido, subyace tras todo el entramado del poemario; porque, si nada tiene nombre, si todo es breve, ¿no tiene más sentido el acogerse al amante, que no siempre al amado o amada?
Quisiera conocer tu opinión sobre un pensamiento que me vino hace unos días. Cuando la estación seca alcanza su pico, ¿también la poesía florece?
Hace tiempo escribí una plaqueta con cuatro poemas dedicados, cada uno a una de las estaciones y, en el titulado Aestatis, es decir, Verano, se dice lo siguiente: «Ahora aturde el sol las algaradas,/ las risas en las calles,/ los flujos de la luz/ al espesar las acequias prontas/ que glosaba la aurora;/ y el aire compacto/ hace silencios con perfiles/ de aroma sofocante,/ de responsable obligación,/ de diario aturdimiento».
Cuando la estación seca llega a su pico, solo quedan las flores ajadas que brotaron en primavera, pero también el fruto en su sazón; así, el poeta, en ese punto de su vida puede producir los más bellos poemas que jamás se hubiese creído capaz de dar a vida; es el contraste entre lo meramente físico y lo intelectual; la madurez del poeta debiera ser el momento en que produzca su obra más exquisita aunque, también es cierto, a menudo no consigue tener la frescura y el vigor de la obra temprana. Pero esto entra en otro terreno, porque depende de si somos vitalistas o fatalistas, porque, mientras se tienen ansias de vivir y de aprender, se pueden crear obras de calidad; desde el fatalismo, el negativismo, tengo mis dudas de tal posibilidad.
¿Cómo es posible que un buen poeta como tú haya tardado tanto en publicar su primer libro?
Se nos va la vida en un suspiro: la desidia (esa vieja amante mía), las obligaciones laborales y familiares, la falta de eso que llaman los anglosajones know-how o las fracturas en el flujo del vivir, como la que representó mi salida de mi hogar de adopción, de aquella Almería de Goytisolo de la que hemos hablado. Todo eso marcó un silencio que se concentra en la pregunta que me hago en un poema de otro libro mío, «Traslúcida», cuando digo: «Veinte años perdidos no sé dónde/ ¿Qué habré estado yo haciendo?».Pero lo cierto es que ese silencio ha sido tan sólo público, como atestiguan los cerca de veinte poemarios escritos que, si no todos, muchos de ellos espero dar a conocer en futuras entregas; de hecho, ahora mismo tengo tres poemarios en busca de editor: Sempronio se ha Dormido, Traslúcida y El Crisantemo Azul, cada uno con lenguajes diferentes y con propósitos distintos.

Ada Soriano (Orihuela, 1963), dedicada desde temprano a la actividad cultural, fue codirectora de la revista de creación literaria Empireuma y colaboradora de la revista sociocultural La Lucerna. Ha publicado las plaquetas Anúteba (Empireuma, 1987) y Alimentando lluvias (Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 2000), así como los libros de poemas Luna esplendente o sol que no se oculta (Empireuma, 1993), Como abrir una puerta que da al mar (Biblioteca Pública Fernando de Loazes, 2000), Poemas de amor (Fundación Cultural Miguel Hernández, 2010), Principio y fin de la soledad (Cátedra Arzobispo de Loazes, Universidad de Alicante, 2011), Cruzar el cielo (Celesta, 2016) y Dondequiera que vague el día (Ars Poetica, 2018). Asimismo ha publicado No dejemos de hablar, entrevistas a 19 poetas (Polibea, 2019) Ha colaborado en diversas revistas literarias y ha sido incluida en varias antologías.
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