Cuaderno de espiral

Don de la ebriedad

Pablo Luque Pinilla comenta dos títulos «ebrios»: el poemario de Claudio Rodríguez que da título al artículo y 'Otra ronda', la última película de Thomas Vinterberg.

/ Cuaderno de espiral / Pablo Luque Pinilla /

El lector avisado de poesía española del siglo XX al leer este título reparará de inmediato en el célebre libro del poeta de los cincuenta Claudio Rodríguez, de quien lo he tomado. Para este lector, resultará disparatada cualquier otra interpretación del mismo que no sea el de la ebriedad entendida como una exaltación y enajenación del ánimo, en el sentido platónico de inspiración, rapto o éxtasis vital, fruto de una contemplación enardecida de la realidad; de un acercamiento/alejamiento a su misterio y a la posibilidad de su conocimiento subrepticio mediante la poesía. El que permitió a un muchacho de diecisiete años edificar una catedral de palabras con sillares de endecasílabos y argamasa de encabalgamientos, dando lugar a un poemario que estremeció los asientos de la historia de la literatura española de la segunda mitad del siglo pasado. No en vano, según refería el escritor, sus textos los escribió desde la experiencia del dolor compensado a la intemperie en los campos de su Zamora natal, con el trankimazin de las paseatas al atardecer meciéndole la mirada, bajo el soplo purificador del viento mientras acontecía el baile de las espigas acariciando su tristeza, tomándola en su péndulo para aquietarla, aliviarla y transformarla en vida y canto. Porque la angustia del poeta era profunda, de corazón, exacerbada por la ausencia de un padre muerto unos años atrás, y unas relaciones difíciles con su madre y distantes, por aquel entonces, con sus hermanas. Un libro que dedicó, paradójicamente, a su progenitora. Gesto que se nos antoja a la altura de los grandes espíritus, pese a que el autor no consiguiera materializar en su horizonte vital las expectativas de fervor tan bellamente expresadas en su volumen, sino que más bien anduvo siempre tras sus pasos. De hecho, el propio escritor definió en su poesía inicial el cumplimiento de la ebrietas como un regalo y más adelante como algo que robar o perseguir. Una presa que, dado su valor, convierte en honorable su mera persecución, pese a que, esquiva, le evitara en demasía. Así, nostálgico del contacto rural y la vida tranquila, como lector en universidades inglesas o desde su atalaya del piso de Lagasca ―una calle del barrio de Salamanca en Madrid― donde vivió algo más de veinticinco años, el autor desempeñó el resto de su obra publicada en vida siempre prendido de ese recuerdo, de la memoria de esa efervescencia espiritual. De la celebración cotidiana, en definitiva, a la altura de un alma, la suya, que también pedía la luna, como el célebre personaje de Calígula en la obra de Albert Camus. Una aventura existencial que lo fue poética, como venimos diciendo, y que, podríamos concluir, le hizo oscilar en su obra entre el fuego dionisíaco, irracional y apasionado de los versos de su tierna juventud y la actitud prometeica, voluntariosa y más reflexiva de la poesía de sus años de madurez. Del don al robo, por emplear terminología del poeta. Sin apearse, en ningún momento, del compromiso con el ideal de fondo, a lo que se debieron los cuatro poemarios tras Don de la ebriedad ―y aún un quinto que no pudo publicar en vida―que dan buena cuenta de este itinerario. Confirmándonos, en suma, que el rescoldo de las cenizas de su don inicial permanecía reverberando en el cristal de sus ojos como añoranza de un deseo puro, apenas correspondido, pero jamás traicionado.

También de ebriedad nos habla la última película del danés Thomas Vinterberg, Otra ronda (2020), estrenada esta primavera en España, en la que un grupo de profesores se propone recuperar el brío de antaño en sus vidas, inmersas en la abulia y el lóbrego sucederse de los días apáticamente. La idea que lo solucione les llega en forma de experimento de las poco ortodoxas teorías del psiquiatra Finn Skårderud, que sugieren que nacemos con un déficit de alcohol en sangre del 0,05%. La película, aparte de ser un excelente fresco sobre la crisis de la mediana edad, y de mostrarnos los resultados de la aplicación de tan furibundas fantasías científicas, supone una reflexión nada condescendiente acerca del tan humano deseo de solucionar el vacío personal, disfrutar más de la vida y encontrar sentido a lo que hacemos. De esta manera, la ebrietas aquí no se propone de forma metafórica, como en el caso del poeta, sino que se sugiere la ingesta de alcohol como una posible respuesta a la necesidad de un cierto estado de entusiasmo con el que remontar el vuelo existencial. No contaré más por no hacer espóiler, pero lo explicado es suficiente para comprender de qué clase de atajo se trata. Por eso diré una vez más lo que ya todos sabemos, para que no queden mis palabras sujetas a la interpretación en una cuestión tan delicada y siempre presente en el debate social. Partiendo de la base de que beber con responsabilidad no se pone en cuestión aquí, conviene recordar algunas cosas. Según la Sociedad Científica Española de Estudios sobre el Alcohol, el Alcoholismo y las otras Toxicomanías, el alcohol es responsable en España del doble de muertes anuales que el Covid-19. Y ya no es solo una cuestión determinante como la salud física y mental o la esperanza de vida, si no el no menos determinante asunto de la importancia de encontrar razones verdaderas con las que habitar el mundo. Porque, al final, lo único cierto es que no hay mejor posibilidad para la celebración cotidiana que el abrazo y la sorpresa con la tan denostada realidad. La cuestión sería, si acaso, de qué manera es posible convertir ese nivel de ilusión deseable en un estado siempre recurrente. Un hallazgo por el que, desde luego, brindaríamos una y mil veces.

A este propósito, me viene a la cabeza ahora el recuerdo de mi amigo Matías ―aparecido ya por estas páginas― que nos propuso a otro amigo y a mí crear una obra sobre el ardor cotidiano, del que tanto hemos hablado ya aquí. Y no sé cómo sucedió, pero tratando de hacer un poema con esta temática al final surgió una composición amorosa. De hecho, recuerdo que dio igual cuánto traté de evitarlo para no resultar previsible, porque el texto se me impuso como respuesta al reto lanzado, llevándose por delante todas mis resistencias. Este, que titulé «Reverberación», dice en un momento dado: «Estoy quebrado, en el límite del fervor y voy a despeñarme / […] / Presa soy de su cárcava de espera, de su garganta silenciosa, / de la matriz de delirio en la que enmudezco» (Cero, 2014), para acabar con el siguiente verso «Será que tu presencia inventa mi destino» (ibídem). Una experiencia creativa que me dio qué pensar por mucho tiempo. Especialmente a raíz de este verso final, pues de alguna manera se sostiene aquí que amor y destino humano coinciden. Lo que revela algo que también sabemos: el amor es el destino que cumple al hombre. Y que, si amor y destino coinciden, entonces solo un amor siempre referible por inacabable puede ser el objeto último de nuestra búsqueda, pues el destino de cada cual es un concepto absoluto e inexcusable. Un experimento ―esta vez con sentido― que me hizo cobrar mayor conciencia sobre el sillar en el que se asienta una existencia plena y esperanzada. Y que tiene, ya que estamos, indudables concomitancias con los versos que unas décadas antes había escrito Claudio Rodríguez, en un poema de Don de la ebriedad que dedicaría a Clara Miranda, a la postre su mujer:

«Agua de río, agua de mar; estrella
fija o errante, estrella en el reposo
nocturno. Qué verdad, qué limpia escena
la del amor, que nunca ve en las cosas
la triste realidad de su apariencia».


Pablo Luque Pinilla (Madrid, 1971) es autor de los poemarios Cero (2014), SFO (2013) y Los ojos de tu nombre (2004), así como de la antología Avanti: poetas españoles de entresiglos XX-XXI (2009). Ha publicado poemas, críticas, estudios, artículos y entrevistas en diversos medios españoles y ediciones bilingües italianas y el poemario bilingüe inglés-español SFO: pictures and poetry about San Francisco en Tolsun Books (2019). Asimismo, fue el creador y director de la revista de poesía Ibi Oculus y junto a otros escritores fundó y dirigió la tertulia Esmirna. Participa de la poesía a través de encuentros y recitales, habiendo intervenido, entre otros, en el festival de poesía Amobologna, que organiza el Centro de Poesía Contemporánea de la Universidad de Bolonia; el festival poético hispano-irlandés The Well, que se celebra en Madrid; o el ciclo El Latido, que organizara el Instituto Cervantes de Roma.

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