Poéticas

Noche fiel y virtuosa

Carlos Alcorta reseña 'Noche fiel y virtuosa', de Louise Glück, una de sus cimas poéticas, donde «asistimos al prodigio de la renovación personal, una especie de desafío a la muerte».

/ una reseña de Carlos Alcorta /

Con Noche fiel y virtuosa (2014), hasta ahora el último de los títulos publicados por Louise Glück, con el obtuvo el Premio Nacional del Libro en 2014, y el primero después de la publicación de su obra completa en 2012, la editorial Visor, depositaria de los derechos de la poeta después de obtener el Nobel el pasado año, inicia la publicación de su obra integra. Andrés Catalán, reconocido traductor de poetas de la talla de Robert LowellRobert Frost, Philip Levine, Anne Carson o Robert Hass, entre otros, y autor de la versión de Praderas, en 2017, será el encargado de llevar —por lo que vemos, de forma muy solvente— a cabo esta empresa, nada fácil por su envergadura y por su complejidad, una complejidad que podemos comprobar en este libro, magnífico y exigente, en el que la poeta se enfrenta a las servidumbres de la vejez, puesta la vista en el final del viaje, que ya se adivina en el horizonte y lo hace a través de personajes masculinos —un pintor— y femeninos. Unos y otros poseen rasgos que podemos identificar como de la propia poeta, aunque esa duplicidad le permite distanciarse de recuerdos y experiencias de su vida, objetivarlas como si fueran ajenas. De este modo, cada poema relata un episodio vital entreverado de reflexiones de carácter ontológico y de asociaciones que el lector no siempre logrará interpretar en sentido más profundo, dada la inaccesibilidad de ciertas claves personales.

El primer poema, «Parábola», es indicativo en este aspecto. La renuncia, a la manera franciscana, a las posesiones materiales implica la necesaria búsqueda de alicientes vitales. En la confrontación de los diversos pareceres que tiene el grupo algunos «perdimos flexibilidad y ganamos resignación,/ como soldados en una guerra inútil». El viaje circular, tan del gusto de la poeta, no conduce a ninguna parte, y por esa razón, «quienes creían que debíamos tener un propósito/ creyeron que te era el propósito, y quienes sentían que debíamos seguir siendo libres/ a fin de conocer la verdad sintieron que esta había sido revelada». Louise Glück utiliza con mucha frecuencia el recurso de la comparación («pasé a través de él como un avión pasa a través de una nube», «la línea inestable suavemente/  desciende/ como una voz humana en una canción de cuna», etcétera) y lo hace con relaciones que descolocan al lector por lo inesperadas, por la amplitud de significados que suscitan, por las insinuaciones que ofrecen.

En este recuento, generalmente revelado —y decimos revelado porque muchos de ellos provienen de un estado de ensoñación— en versos de largo aliento y en poemas en prosa, Glück discrepa, duda, se contradice; por una parte habla de relaciones amorosas que le han esclavizado por otra, gracias a ellas, mantiene la esperanza necesaria para seguir viviendo. Lo mismo le ocurre con la poesía «y en noches sucesivas/ otras muchas pasiones y sensaciones fueron, del mismo modo,/ dejadas de lado […]/ Pero estos adioses, me dije, son ley de vida».

El poema que da título al libro, «Noche fiel y virtuosa», condensa a la perfección el sentido del libro utilizando el mito, en este caso el artúrico, para adentrase en su conciencia: «Mi historia —escribe Glück— comienza de un modo muy sencillo: podía hablar y era feliz», pero pronto sobreviene la mudez, los pensamientos, las obsesiones: «Impaciente, ¿estás impaciente?/ ¿Esperas a que termine el día, a que tu hermano regrese a su libro?/ ¿A qué la noche regrese, fiel, virtuosas,/ a que repare, brevemente el cisma/ entre tú y tus padres?». Los conflictos íntimos no pueden verbalizarse: «de mi boca no salía ningún sonido. Y sin embargo/ estaban en mi cabeza, expresados, posiblemente,/ como lago menos exacto, acaso pensamientos,/ aunque en aquel momento seguían pareciéndome sonidos».

De repente, sin saber muy bien por qué, el habla regresa. La metáfora nos remite a la construcción de un yo paralelo, capaz de plegarse a los esquemas sociales, distinto de ese yo renuente y replegado en sí mismo. La dicotomía entre lo real y lo soñado está muy presente en los poemas más extensos, en los que se combinan las visiones oníricas con los pensamientos que estos suscitan, hasta que, al final, se acaba imponiendo la realidad de los hechos, el envejecimiento personal, las renuncias que lleva implícitas (algunas, como hemos visto al principio, son motivo de controversia) y quizá, en cierta medida, el ejercicio de comprensión hacia el prójimo, motivado por esa circunstancia: «Esta historia, insustancial  tal y como la escribo,/ se veía de hecho interrumpida cada dos por tres con pausas como de trance…». 

Hablábamos más arriba de un viaje circular («cada noche, tras mis paseos,/ me descubría ante mi puerta»), un viaje que va desde la infancia hasta la vejez, desde la inocencia hasta el desengaño, de la luz a la oscuridad. En la travesía, las figuras de los padres, son contempladas como una alucinación («Mi madre y mi padre estaban a la intemperie/ en los escalones de la entrada./ Mi madre se quedó mirándome,/ una hija, una compañera./ Nunca piensas en nosotros, dijo», tal vez porque es la mejor forma de representar los efectos, en algunos casos, nos parece entrever, nocivos, de la convivencia. Los reproches se suceden y la autora siente la necesidad de justificarse, de dar pruebas de su amor filial: «Escribo sobre vosotros todo el tiempo, dije en voz alta./ Todas las veces que digo yo, me refiero a vosotros». Glück habla con el espíritu de sus muertos, y por eso se obliga a utilizar un lenguaje de tono visionario, paradójicamente inserto en escenarios reales como el cementerio, en el cual esas presencias fantasmagóricas actúan determinado la vida real, hasta tal punto que el personaje lírico, convertido en pintor, tiene la sensación de «estar flotando sobre mi propia vida».

Se homologan en este libro pintura y poesía, arte y literatura, autocomplacencia y sufrimiento, el contraste entre naturaleza y arte, pero también la ansiedad, el bloqueo, la parálisis creativa: «Y le hablé del vacío de mis días,/ y del tiempo, que empezaba a agotarse,/ y de la insignificancia de mis logros…», el desdoblamiento en otro yo porque «gran parte de mi yo original/ ya está muerto, así que a un fantasma no le quedará más remedio/ que alcanzar a una mutilación». Ese fantasma, más vivo en los sueños, se difumina cuando la realidad prevalece. Hay muchas historias encerradas en este libro, metáforas, suponemos, de su existencia, como la de dos hermanos huérfanos recogidos por una tía, que proporcionan viveza, intensidad y verosimilitud a estos poemas que seducen y desconcierta a partes iguales. En Noche fiel y virtuosa, una de las cimas poéticas de Louise Glück, a pesar de la austeridad de su lenguaje, asistimos al prodigio de la renovación personal, una especie de desafío a la muerte, a través de esa palabra que refleja el debate «entre una estructura de oposiciones y una estructura narrativa», esa palabra que transforma lo cotidiano en tan algo maravilloso que nos incita a seguir confiando en los sueños.


Selección de poemas

Parábola

Tras renunciar en primer lugar a las posesiones
mundanas, como enseña San Francisco,
a fin de que nuestras almas no se vieran distraídas
por la ganancia y la pérdida, y a fin también
de que nuestros cuerpos tuvieran la libertad de desplazarse
fácilmente por los pasos montañosos, tuvimos después
que debatir
hacia qué lugar o por dónde viajaríamos, siendo la
segunda pregunta
si debíamos tener un propósito, en contra de lo cual
muchos de nosotros defendimos con uñas y dientes que
tal propósito
equivalía a las posesiones mundanas, esto es, que suponía
una limitación o restricción,
mientras que otros dijeron que esta palabra nos
consagraba
como peregrinos en lugar de trotamundos: en nuestra
cabeza, la palabra se traducía
como un sueño, algo que se busca, de modo que si nos
concentrábamos la veríamos
resplandecer entre las piedras, y no
pasaríamos por delante sin verla; cada
nueva cuestión fue debatida en profundidad, las razones
iban y venían,
de modo que, según algunos, perdimos flexibilidad y
ganamos resignación,
como soldados en una guerra inútil. Y la nieve nos caía
encima, y soplaba el viento,
que amainó más tarde; donde hubo nieve, aparecieron
muchas flores,
y donde brillaron las estrellas, se alzó el sol sobre la línea
de los árboles
y volvimos a tener una sombra; esto ocurrió muchas veces.
También lluvia, también inundaciones a veces, también
avalanchas, en las que
algunos nos perdimos, y periódicamente parecíamos
alcanzar un acuerdo, con las cantimploras
colgadas de los hombros; pero siempre ese momento
pasaba, así que
(tras muchos años) seguíamos aún en esa fase inicial, aún
en los preparativos del viaje, pero habíamos cambiado
pese a todo;
podíamos comprobarlo en los demás; habíamos
cambiado aunque
nunca nos hubiéramos movido, y uno dijo: ah, ved
cuánto hemos envejecido, viajando
del día a la noche solamente, sin dar un paso adelante o
al costado, y esto parecía
milagroso en cierta forma. Y quienes creían que
debíamos tener un propósito
creyeron que este era el propósito, y quienes sentían que
debíamos seguir siendo libres
a fin de conocer la verdad sintieron que esta había sido
revelada.

Cornualles

Una palabra cae en la neblina
como la pelota de un niño entre la hierba
donde se queda seductoramente
centelleando y brillando hasta que
comprobamos que los destellos dorados
resultan ser simples ranúnculos.

Palabra/neblina, palabra/neblina: así era yo.
Y sin embargo, mi silencio nunca fue total…

Como un telón que se alza ante un paisaje,
a veces la niebla se disipaba: por desgracia el juego había
terminado.
El juego había terminado y los elementos
en cierta forma habían aplanado la palabra,
recobrada ahora, pero inservible al mismo tiempo.

Tenía alquilada, por aquel entonces, una casa en el campo.
Campos y montañas habían reemplazado a los altos edificios.
Campos, vacas, puestas de sol sobre la pradera empapada.
La noche y el día se distinguían por el canto alterno de los
pájaros:
los atareados murmullos y susurros se fundían
en algo semejante al silencio.

Me sentaba, daba un paseo. Cuando caía la noche,
me metía dentro. Me preparaba cenas humildes solo para

a la luz de las velas.
Al anochecer, cuando podía, escribía en mi diario.

Lejos, muy lejos oía cómo los cencerros
cruzaban la pradera.
La noche se iba quedando en silencio.
Sentía las palabras desaparecidas
tendidas junto a sus compañeras,
como fragmentos de una biografía no solicitada.

Todo se trataba, por supuesto, de un gran error.
Estaba, creía, afrontando el final:
como una grieta en un camino de tierra,
el final aparecía ante mí…

como si el árbol que se opuso a mis padres
fuera un abismo con forma de árbol, un agujero negro
que se expandía en la tierra, donde por el día
no hubiera habido nada más que una sombra.

Fue, al final, un alivio regresar a casa.

Cuando llegué, las cajas atestaban el estudio.
Cajas de cartón con tubos, cajas de los diversos
objetos que eran mis naturalezas muertas,
los jarrones y los espejos, el cuenco azul
que llené de huevos de madera.

En cuanto al diario:
lo intenté. Insistí.
Trasladé mi silla al balcón…

Las farolas empezaban a encenderse,
flanqueando las orillas.
Las oficinas se iban apagando.
En las márgenes del río
la niebla envolvía las luces;
era imposible, poco después, distinguirlas
pero un extraño resplandor impregnaba la niebla:
su origen era un misterio.

La noche avanzaba. La niebla
se arremolinaba en torno a las bombillas encendidas.
Supongo que era donde había visibilidad;
en el resto de sitios, las cosas estaban como estaban,
difuminadas donde antes fueron nítidas.

Cerré mi libro.
Tenía todo por detrás, todo en el pasado.

Por delante, como he dicho, el silencio.

No hablaba con nadie.
A veces sonaba el teléfono.

El día se alternaba con la noche, la tierra y el cielo
se turnaban en ser iluminados.

Visitantes de fuera

I

Algún tiempo después de haber entrado
en esa época de la vida
que la gente prefiere mencionar en los demás
pero no en ellos mismos, en mitad de la noche
sonó el teléfono. Sonó y sonó
como si el mundo me necesitara,
aunque en realidad fuera a la inversa.

Me quedé en la cama, tratando de analizar
el sonido. Tenía algo
de la persistencia de mi madre y de la turbación
dolida de mi padre.

Cuando descolgué, no había nadie al otro lado.
¿O es que el teléfono funcionaba y al otro lado había un muerto?
¿O es que no era el teléfono, sino quizás la puerta?

II

Mi madre y mi padre estaban a la intemperie
en los escalones de la entrada. Mi madre se quedó mirándome,
una hija, una compañera.
Nunca piensas en nosotros, dijo.

Leemos tus libros cuando llegan al cielo.
Apenas una mención a nosotros, apenas una mención a tu hermana.
Y señalaron a mi hermana muerta, una completa extraña,
bien envuelta en los brazos de mi madre.

Si no fuera por nosotros, no existirías.
Y en cuanto a tu hermana… tienes el alma de tu hermana.
Tras lo cual desaparecieron, como misioneros mormones.

III

La calle volvía a estar blanca,
la intensa nevada cubría los arbustos
y los árboles resplandecían, revestidos de hielo.

Me quedé echada en la oscuridad, esperando a que la noche terminara.
Parecía la noche más larga que hubiera vivido,
más larga que la noche en que nací.

Escribo sobre vosotros todo el tiempo, dije en voz alta.
Todas las veces que digo “yo”, me refiero a vosotros.

IV

Fuera la calle estaba en silencio.
El auricular estaba tirado entre las sábanas revueltas;
su palpitación impertinente había cesado hacía horas.

Lo dejé como estaba,
el largo cable enredado entre los muebles.

Me quedé mirando cómo caía la nieve,
no tanto oscureciendo las cosas
como haciéndolas parecer más grandes de lo que eran.

¿Quién llamaría en medio de la noche?
Los problemas llaman, la desesperación.
La alegría duerme como un bebé.

El asistente melancólico

Tenía un asistente, pero era melancólico,
tan melancólico que afectaba a sus deberes.
Debía abrir mis cartas, que eran escasas,
y responder las que requerían respuesta,
dejando un espacio al final para mi firma.
Y bajo mi firma, sus propias iniciales,
de cuya formalidad, al principio, se enorgullecía.
Cuando sonaba el teléfono, debía decir
que su empleador estaba ocupado en ese momento,
y ofrecerse a transmitir un mensaje.

Tras varios meses, acudió a mí.
Maestro, dijo (que era como me llamaba),
ya no puedo serle útil; debe echarme.
Y vi que había hecho las maletas
y estaba preparado para irse, aunque era de noche
y nevaba. Me compadecí de él.
Bueno, dije, si no puedes realizar estas pocas tareas,
¿qué puedes hacer? Y señaló sus ojos,
que estaban llenos de lágrimas. Puedo llorar, respondió.
Entonces debes llorar por mí, le ordené,
como lloró Cristo por la humanidad.

Aun así seguía indeciso.
Su vida es envidiable, dijo;
¿en qué debo pensar cuando llore?
Y le hablé del vacío de mis días,
y del tiempo, que empezaba a agotarse,
y de la insignificancia de mis logros,
y mientras le hablaba tuve la extraña sensación
de volver una vez más a sentir algo
por otro ser humano…

Se quedó completamente inmóvil.
Yo había encendido un pequeño fuego en la chimenea;
recuerdo oír los murmullos satisfechos de los leños
apagándose…

Maestro, dijo, le ha dado
un sentido a mi sufrimiento.

Fue un momento extraño.
Todo el diálogo parecía a la vez profundamente falso
y sumamente verdadero, como si palabras como vacío e
insignificancia
hubieran estimulado el recuerdo de alguna emoción
que ahora quedaba ligada a esta ocasión y a esta persona.

Su rostro estaba radiante. Sus lágrimas brillaban
rojas y doradas a la luz de la lumbre.
Luego se fue.

Fuera caía la nieve,
el paisaje cambiaba en una serie
de insulsas generalizaciones
marcadas aquí y allí con enigmáticas
formas donde la nieve se había acumulado.
La calle estaba blanca, los diversos árboles estaban
blancos…
Cambios en la superficie, ¿pero no es eso en realidad
lo único que siempre vemos?

El caballo y el jinete

Había una vez un caballo, y sobre el caballo un jinete.
¡Qué hermosos eran a la luz del sol otoñal, mientras se
aproximaban a una ciudad extraña! La gente abarrotaba
las calles o gritaba desde las ventanas altas. Las viejas
se sentaban entre las macetas de flores. Pero si mirabas
alrededor buscando otro caballo u otro jinete era en vano.
Amigo mío, dijo el animal, ¿por qué no me abandonas?
A solas, podrás hallar aquí tu camino. Pero abandonarte,
contestó el otro, sería dejar atrás una parte de mí mismo,
¿y cómo voy a hacer eso cuando no sé qué parte eres?

Una obra de ficción

Nada más pasar la última página, después de muchas
noches, me envolvió una oleada de tristeza. ¿A dónde se
habían ido todos, esa gente que me había parecido tan real?
Para distraerme, salí a la noche; instintivamente, encendí
un cigarrillo. En la oscuridad el cigarrillo brillaba, como
un fuego encendido por un superviviente. ¿Pero quién
iba a ver esta luz, este pequeño punto entre las infinitas
estrellas? Me quedé un rato en la oscuridad, el cigarrillo
brillaba y se hacía cada vez más pequeño, cada bocanada
me destruía pacientemente. Qué pequeño era, qué breve.
Breve, breve, pero ahora estaba dentro de mí, algo que las
estrellas nunca conseguirían.


Noche fiel y virtuosa
Louise Glück
Visor, 20201
184 páginas
15,20 €

Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como ClarínArte y ParteTuriaParaíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel PuenteMarcelo FuentesRafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.

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