Entrevistas

Marta Agudo: «La poesía celebra a su manera el instante inaprensible, la particular verdad de vivir debajo del cielo»

Ada Soriano entrevista a la autora de 'Fragmento', '28010' e 'Historial', «escritora persistente y obstinada, poeta de tanto coraje y tanto vuelo», que ahora publica 'Sacrificio', un peomario que vuelve a dar cuenta de la existencia y sus adversidades, la enfermedad y el dolor.

/ una entrevista de Ada Soriano /

He quedado sobrecogida tras mi lectura del poemario Sacrificio (Bartbely Editores, 2021), de la poeta, crítica, editora y traductora Marta Agudo (Madrid, 1971). Ya en Fragmento, publicado en 2004 por la editorial Celya, Marta dejó constancia, con una depuración extrema, de la vida y su finitud, de la «madriguera incapaz de tanta pérdida». Después le siguieron 28010 e Historial, ambos editados en Calambur, en 2011 y 2017 respectivamente.

Me perdí en las calles del distrito 28010 y me emocioné por el impacto que me causó aquel comienzo, la carta de presentación: «Me llamo Marta. Me llaman Marta. Fui bautizada en/ escenarios sin dueño hasta que mis ojos fueron, poco/ a poco dilatándose en ficciones». Me perdí igualmente en las entrañas de Historial. Me introduje en las erosiones que provoca el cáncer, en la personalización de la enfermedad, el diálogo estremecedor de la poeta ante la inevitable incertidumbre: «Y me nombras, enfermedad, pero no alcanzo a ver tu itinerario. […] ¿Penetras o cubres, enfermedad? ¿Qué paso sigues?». Y ahora me he perdido en la extraña lucidez que desprenden los 49 poemas en prosa que cimientan Sacrificio.

Afirma Marta Agudo que se siente más libre con «la expresión en forma de párrafo, a modo casi de bloque». Ello no implica en absoluto carencia de ritmo y musicalidad. Yo he sentido el pulso vital de Sacrificio en sus imágenes metafóricas y poco convencionales, elaboradas con un lenguaje preciso y extremo. He sentido una indescriptible sensación de irrealidad. Y cómo quedar indiferente ante el mito del minotauro y el agua de un glaciar que se deshace… Por suerte, «también el toro mítico flaquea a veces».

Queda claro que Marta, escritora persistente y obstinada, poeta de tanto coraje y tanto vuelo, permite que sus palabras, sin ningún tipo de patetismo ni lamentaciones, den testimonio de la existencia y sus adversidades: «Ven y díctame las vocales de aquel soplo inicial para/ que cada engranaje revierta su torreón y cualquier falla/ tectónica aspire a ser verdad que no sangra».

Marta, he observado que tu libro Historial se cierra con un poema titulado «Cuatro tiempos», en el que dialogas con las Altas soledades del fotógrafo Cano Erhardt. La portada de este nuevo poemario tuyo, Sacrificio, muestra una fotografía tan bella como desoladora del artista bilbaíno.

Sí, Cano es un artista que abre muchas posibilidades: estilísticas, de imágenes puras y duras que calan en la conciencia. Es curioso porque, además, la impresión inicial que me llevó a escribir cada libro responde a dos momentos creativos opuestos: en el primer caso, los textos surgieron al ver las imágenes de las salinas ¿que nos apacientan?, de esos enigmáticos pentágonos como celdillas de una colmena. Sin embargo, en el caso de Sacrificio fue una imagen que ya tenía en la cabeza y que, visitando el estudio de Cano, se me quedó grabada, hecha azulado cuadro mental. Debido a esa imagen, el azul se hizo omnipresente en casa, en mi vida.

Sacrificio nombra al minotauro y su laberinto, y dice asimismo del agua derretida de un glaciar. ¿La enfermedad como depredador que nos acecha y nos tiende una emboscada?

Todo en un mismo tablero. Un juego en el que se sabe quién gana, aunque cada partida es distinta, cada peón sangra —sangramos— de forma diferente.

Me han estremecido los poemas que sustentan esta nueva obra que nos ofreces. Escribió Eliot en su conocido ensayo «la tradición y el talento individual»: «La poesía no es una vía de escape de la emoción, sino un escape de la emoción». ¿Qué opinas tú? ¿Te reconforta la poesía a pesar de que requiere un verdadero esfuerzo?

Me reconforta pensar que es un dolor gozoso. Eliot hablaba de una especie de reconocimiento gracias a la noción de correlato, de la proyección de nuestra experiencia en la otredad del poema, y eso es importante. Por otra parte, el placer de volver acompañada de palabras conocidas que, al ubicarlas de otro modo, retan lo conocido, añadiendo también algo fundacional, una nueva forma (mediante un adjetivo, un adverbio novedoso —en esto Onetti es insuperable—, un giro sintáctico, etcétera), un nuevo lugar desde donde mirar el mundo que hasta ahora habías tenido al lado, pero que ni siquiera habías percibido.

¿Y el amor? Como sabes, cuenta la leyenda que Teseo acabó con el minotauro gracias a la ayuda de Ariadna y al amor que ambos se profesaban.

Tengo que decir, hasta me da vergüenza reconocerlo, que nunca se me había revelado la dimensión amorosa de esta preciosa historia. Siento decepcionar. Se me impuso lo trágico, esas manos suplicantes que, al llegar al manglar que las permitiría redimirse, ven que se convierte para ellas en arrecife letal.

¿Dirías, a lo Walt Whitman, que en tus poemas hay una celebración, un canto a ti misma, a lo que te atormenta y a lo que te tranquiliza?

Diría que la poesía, el arte, celebra a su manera el instante inaprensible, la particular verdad de vivir debajo del cielo. Y, curiosamente, celebra este vivir llevando en una misma el soplo de vida, pero también la zancadilla final. Es una convivencia imposible.

«Habito en la circunscripción del miedo». ¿Es el miedo una herida, no siempre visible, que alberga peces hambrientos?

Creo que su invisibilidad es lo que la hace más terrible. Vas un día al médico, y ¡zasca!… Ya nada es igual. Tiene demasiadas formas. Es difícil tener todo el cuerpo en orden.

¿«Depender es tener que dar las gracias permanentemente»?

Como sabes muy bien, es algo que podemos preguntar a cualquiera que haya estado ingresado con la movilidad reducida: una hemiparesia, etcétera. La vida entonces consiste en frases como «Anda, ¿me puedes pasar el mando?», «¿cuándo bajes me puedes traer agua?», «por favor, no te olvides de mí… que me duele la espalda cuando me sientan». Y siempre con una sonrisa en los labios de agradecimiento sincero, a la vez que como súplica para que no se enfaden o se cansen de ti en la próxima acometida.

Al leer Sacrificio he recordado una frase de Sylvia Plath que seguramente conoces: «Debería haber, pensé, un ritual para nacer dos veces: remendada, reparada y con el visto bueno para volver a la carretera».

No es mala esa idea del boceto para vivir, pero me temo que seguiríamos cayendo en los mismos errores. No es fatalismo, es persistencia, cabezonería… Y, en este caso concreto, sería más bien fatum.

Admiro tu coraje. La enfermedad es protagonista en tu obra poética. Nombras al cáncer que padeces por su nombre, sin disfraces ni eufemismos. ¿Crees que la palabra cáncer todavía sigue siendo un tabú para la mayoría de la gente?

Es absolutamente tabú en cualquier mesa, incluso de amigos, y más si hay gente mayor. No lo entiendo. Es una de las enfermedades de nuestro tiempo y la gente vuelve la cara cuando te ve venir, o te hace preguntas como si fueras contagiosa o volvieras de una leprosería. En Historial comento alguna anécdota al respecto y en alguna entrevista hablo de lo revolucionario que sería ubicar las cárceles y los hospitales en medio de la ciudad, viéndose estos por dentro, claro está. Creo que hablaríamos de estos asuntos de otra forma.

Entre otros proyectos que has llevado a cabo, coeditaste junto a Carlos Jiménez Arribas un volumen que lleva por título Campo abierto: antología del poema en prosa en España, en el que aparecen escritores muy destacables como Jesús Aguado, Miguel Ángel Bernat, Jordi Doce, Eduardo Moga y Julia Piera, entre otros. A cada uno de ellos les hicisteis las mismas preguntas, solo tres. Permíteme que te haga yo el mismo cuestionario, puesto que eres un as del poema en prosa. ¿Qué te mueve a escribir poemas en prosa?

En realidad, a mí solo me mueve la búsqueda de nuevos ritmos. En este caso, siento más libertad con la expresión en forma de párrafo, a modo casi de bloque. Cuando me preguntan sobre esta cuestión, acostumbro a utilizar, para explicar esa libertad, la imagen de la mano agitando la muñeca: esa mano sería un símbolo de la soltura a la hora de escribir, sin cortapisas. Que la palabra fluya, en fin.

¿Puedes señalar modelos preexistentes que te hayan parecido de especial relevancia o interés?

Obviamente, dentro de la tradición, están Lautréamont y sus Cantos de Maldoror, Rimbaud…, y en España Juan Ramón Jiménez por encima de todos; después los grandes: Cernuda, Aleixandre… Más cerca en el tiempo y en lo personal, releo a Valente, Gamoneda, Vicente Valero, Juan Carlos Mestre, Eduardo Moga…

¿Qué futuro como forma poética de valía le auguras al poema en prosa?

Si la gente se planteara mínimamente que la poesía es forma, que es la forma en sí, creo que descubriría muchas posibilidades de expresión. De todos modos, ¿quién soy yo para decirle a nadie lo que debe o no escribir? La búsqueda íntima, como su nombre dice, ha de ser personal.

Vuelvo a Sacrificio, a esos breves poemas a modo de intervalos, condensados hasta la saciedad, en los que se advierte una profunda escucha interior y un afán por aferrarse a la vida: «He tenido que llegar hasta aquí para…».

Entiendo que pueden serlo, pero remiten a la posibilidad —que no a menudo se sabe aprovechar— de esos momentos en que cuerpo y cabeza responden al alimón. Ahí te das cuenta del eje de inflexión que nos puede imponer la vida en cualquier momento. Así el último poema del libro, el 49: «He tenido que llegar hasta aquí para entender la sumisión jovial de tanta despedida». Si me lo hubieran dicho hace cuarenta años en el colegio…

Y para finalizar, quisiera saber precisamente los motivos por el que dices: «Ningún libro debería llevar epílogo».

Porque el libro debe explicarse por sí solo. Si necesita imperiosamente un prólogo o un epílogo es que no está acabado.


Ada Soriano (Orihuela, 1963), dedicada desde temprano a la actividad cultural, fue codirectora de la revista de creación literaria Empireuma y colaboradora de la revista sociocultural La Lucerna. Ha publicado las plaquetas Anúteba (Empireuma, 1987) y Alimentando lluvias (Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 2000), así como los libros de poemas Luna esplendente o sol que no se oculta (Empireuma, 1993), Como abrir una puerta que da al mar (Biblioteca Pública Fernando de Loazes, 2000), Poemas de amor (Fundación Cultural Miguel Hernández, 2010), Principio y fin de la soledad (Cátedra Arzobispo de Loazes, Universidad de Alicante, 2011), Cruzar el cielo (Celesta, 2016) y Dondequiera que vague el día (Ars Poetica, 2018). Asimismo ha publicado No dejemos de hablar, entrevistas a 19 poetas (Polibea, 2019) Ha colaborado en diversas revistas literarias y ha sido incluida en varias antologías.

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