/ una reseña de Fermín Herrero /
Pia Pera nació en Lucca, donde murió hace cinco años, a los sesenta, cuando se publicó el conmovedor y delicado libro que nos ocupa, no sé si póstumo. Enseñó literatura rusa en la universidad de Trento, si bien renunció a la vida académica para hacerse cargo de una finca abandonada cerca del monte Pisano y transformarla «en un lugar por el que pasear entre bosquecillos, olivos y árboles frutales, el huerto y, en fin, el jardín de bojes […] entre lo aparentemente espontáneo y lo silvestre, entre lo fortuito y lo deliberado», donde sitúa esta narración inclasificable, fragmentaria, con mucha poesía dentro, a modo de diario sin fechar, «cuaderno de apuntes», lo llama en un momento dado.
Para hacerse de entrada una idea de su sentido, el título, Aún no se lo he dicho a mi jardín, es un verso de la inefable Emily Dickinson, procedente de una antología, Poemas religiosos, que la autora compró «una tarde de otoño, en una librería del centro de Mantua» y que inmediatamente la «impresionó con la fuerza de una revelación: me pareció que ofrecía una actitud revolucionaria ante la muerte». Como es natural, cabría añadir, porque su vida, y en consecuencia los apuntamientos que nos ofrece, giraba ya, definitivamente, en torno a estos dos sustantivos: jardín y muerte. De hecho apura las anotaciones hasta que confiesa estar «en las últimas» y urgen «cuestiones prácticas: poner orden, dictar las últimas disposiciones».
La intención de su retiro, plasmada a la perfección en sus páginas, es aprender a amar cuanto la rodea y morir en consecuencia dignamente, mientras prueba en vano cuantos tratamientos de la medicina occidental u oriental va conociendo, del gotero al qigong, la acupuntura o el ayurveda, supuestas curas milagrosas incluidas, para intentar detener el avance inexorable, la sentencia de una enfermedad neurológica no se sabe bien si es polineuritis o esclerosis múltiple. Su voluntad, conseguida con creces a través de sus anotaciones, es «transmitir una sensación de fusión con la naturaleza, de naufragio en un paisaje más amplio, como en los dibujos de Shitao o en los versos de El maestro del Monte Frío».
En verdad las entradas alcanzan esa serenidad propia de Han-Shan, tanto más destacable en el caso de Pera ya que la logra enfrentándose a la «muerte lenta», desde una soledad sólo atenuada por su perro Macchia, buscando, siempre que los dolores se lo permiten, «estar cara a cara con el Misterio, un estado de gracia», en el que la contemplación conlleva la aceptación, una muerte ejemplar, el camino hacia el bien morir. A partir de la «dicha purísima» de contemplar lo natural de manera desinteresada, en contacto con la tierra, nos transmite su largo y sosegado «adiós al mundo», desea un final como el que tuvo Lou Reed en brazos de Laurie Anderson.
Como es normal, tiene también sus momentos de desesperación, de pánico incluso, al verse reducida su movilidad de forma drástica (en sus frecuentes insomnios le aterroriza llegar a la parálisis total), lo que le lleva a preguntarse, claro, por la eutanasia, pero en ningún momento decae en sus inquietudes espirituales, tabla de salvación mental, que van de Maimónides a Pável Florenski, pasando por el misterio de la mencionada Dickinson, hasta llegar a la idea de Dios deudora de Spinoza: «Deus sive natura». Sabedora de que el éxtasis consiste en «salir de uno mismo», partidaria, como decíamos, del silencio y la observación reflexiva como antídotos del desaliento, ya que su cuerpo marchitándose no puede cuidar del jardín un tanto asilvestrado en que convirtió la finca en las inmediaciones de Lucca, como hacía antes de enfermar y debe encargarles a los jardineros las labores de poda, cavado, desbroce…, se afana en mostrarnos con delicadeza botánica y ponderar la belleza hasta de las plantas más humildes; de hacer que emane la poesía de las hierbas aparentemente nocivas, las flores o los arbustos.
Este melancólico libro, impagable, con tanta alegría de vivir dentro, concluye con unos versos de Stevenson. Antes, nos ha obsequiado con otros, muy bien escogidos, de Frost, Pushkin, Leopardi, Szymborska o la más olvidada Vita Sackville-West, porque como ella, «mientras pudo, vivió con y para el jardín», sin «sacrificar un solo instante pensando en la muerte infame», oculta en la campiña, cabría añadir, como recomendaba Epicuro para los sabios, enseñándonos las «riquezas invisibles» de su paraíso —«sencillamente, un lugar donde soy feliz», un refugio para activar el pensamiento, al que paradójicamente ayuda que el final esté cerca— cerrado para muchos, carmen abierto para pocos al modo de Soto de Rojas, si bien menos ordenado, sin que se note la mano humana: «Mi intención había sido borrar, o cuando menos atenuar, mis propias huellas, las señales que habrían podido revelar un proyecto, una intención». Y qué manera de irse desvaneciendo y despidiéndose del mundo, con qué honda levedad, «aliviada del terrible lastre del futuro», nos revela y despliega «la quietud del campo como una inmensa partitura», siempre segura, para vencer el desaliento, de que «al fin y al cabo venimos de la nada: pase lo que pase, ha sido un milagro que podamos asomarnos al mundo, al menos este rato». Una lección imperecedera de resistencia frente a la adversidad y de escritura grácil e intensa.

Pia Pera
Errata Naturae, 2021
256 páginas
20 €

Fermín Herrero Redondo (Ausejo de la Sierra [Soria], 1963) es un poeta que circunscribe la mayor parte de su obra al paisaje de su pueblo natal, en torno a la presencia de la naturaleza y sus ciclos unidos a la existencia, la belleza de lo humilde, la recuperación del tiempo pobre y agrícola de los padres, el recordatorio del horror de las ideologías que calcinaron el siglo XX, la lentitud y la espera. Hasta la fecha, ha publicado los libros Anagnórisis (1994), Echarse al monte (1997, Premio Hiperión), Un lugar habitable (1999), Paralaje (2000), El tiempo de los usureros (2003), Endechas del consuelo (2006), Tierras altas (2006), La lengua de las campanas (2006), De la letra menuda (2010), Tempero (2011), De atardecida, cielos (2012, Premio Ciudad de Salamanca de Poesía), La gratitud (2014), Sin ir más lejos (2016, Premio Nacional de la Crítica) y Alrededores (2019). Figura, entre otras, en las antologías Cambio de siglo, Animales distintos y Fuera de campo.
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