Cuaderno de espiral

Los otros

«Y es que, en definitiva, lanzar el cubo es arriesgarse a encontrar o no a la primera lo que buscamos; jugársela en el abismo a oscuras en el yo de los otros. Pero sobre todo es sentirse atraído por el magnetismo freático que fluye en su interior, a cuya promesa de agua fresca jamás renunciaremos». Un artículo de Pablo Luque Pinilla

/ Cuaderno de espiral / Pablo Luque Pinilla /

Concluía el último artículo de esta serie comentando acerca del inexcusable deseo que todos albergamos de encontrar una presencia humana con la que compartir la vida. Venía a referirme al acompañamiento en términos de referencialidad, no necesariamente de convivencia física. Uno comparte la vida con su familia, pero también lo hará con sus amigos, con otros familiares con los que no cohabita y con tantos compañeros de fatigas de todo tipo, que forman parte del entramado de sus relaciones. En definitiva, resulta evidente la necesidad de no concebirnos solos, sino como parte de un grupo humano que en última instancia conforma el tejido de nuestra compañía. Deberíamos, en este sentido, hablar de la compañía como una dimensión del individuo por cuanto estamos hechos para ser en y con el otro, incluso aún cuando vivamos aislados. En última instancia, no hay mayor experiencia de plenitud que la de exponernos ante un tú con el cual sentirnos liberados. De hecho, en virtud de quien nos procure esta experiencia liberadora estrecharemos el ámbito de nuestras relaciones preferenciales y no concederemos la misma importancia a todas ellas. Para muchos la cuestión es obvia y el solo hecho de pretender extenderme sobre el asunto en el folio que viene a ocupar cada una de las entradas de este cuaderno merece mis disculpas al lector por adelantado. Sin embargo, no vengo aquí a comentar lo evidente, sino a desentrañar la madeja implícita en esta experiencia para, tirando de su extremo, explorar una cuestión precedente: la provocación que suponen los otros.

Porque, al final, el día se consume en nuestros pulmones como una tea altamente inflamable. Arde en él el combustible de nuestras exigencias, siempre a zaga de lo eterno ―«A zaga de tu huella» dejó escrito San Juan de la Cruz en su Cántico―. Se recogen de esta forma, en la coda de cada jornada, los restos de una alternancia entre la diástole matutina, que nos llenó el corazón de grandes expectativas, y la sístole vespertina, que nos las va devolviendo cumplidas o frustradas. Se trata de un ir y venir en el cual la natural predisposición al entusiasmo nos invita a levantar la mirada, normalmente a la búsqueda de alguien con quien encontrarnos. No es solo una búsqueda instintiva, que también, sino una decisión consciente basada en las convicciones más íntimas, las emociones mejor sopesadas, y el cúmulo de expectativas con que afrontamos los afanes cotidianos. Las coordenadas de la búsqueda, por tanto, están señaladas en el mapa. Y en ese encaminarse hacia el territorio de lo social nos encontramos con tantas otras personas embarcadas en idéntica singladura. Cada uno de nosotros, entonces, podría ser un brocal donde asomarse entre las zarzas o las amapolas del vasto campo que juntos habitamos. Un pozo al que arrimar el rostro y contemplar la columna de aire que custodia, tierra adentro de su único ojo. Al que acercarse para desentrañar el trecho transparente en su interior instándonos a discernir las ondas sobre su negra superficie. El incierto recorrido al que no conseguimos resistirnos. Porque podríamos caernos y ser engullidos por su profundidad inextricable, que nos sumiría en un marasmo de confusión que no deseamos. Sin embargo, insistimos en seguir atendiendo al borboteo de su cráter palpitante que nos convoca a dialogar con el oráculo de su caudal en sombra. De este modo, la pregunta ante semejante embrollo sería. ¿Los otros son el infierno o el paraíso?  

Sartre dijo, ejerciendo de filósofo del yo y consabido pope del existencialismo, que el infierno son los otros. Fenomenológicamente la aparición del otro conlleva la reinterpretación del mundo de cada cual. Supone admitir que la libertad del otro desestabiliza la propia libertad y que al vernos como «ser-para-otros» nos sentimos juzgados de manera objetiva. También aceptar que el otro nos hurta espacio en la realidad y nos compele a concebirnos como entes relacionales. Y, en este sentido, podríamos pensar que al intelectual francés no le faltaba razón. O sí. Porque nadie puede robarte totalmente el espacio de lo que eres, y a menudo te será prestado el balde para sacar la mejor agua que los demás atesoran en sus entrañas. La que al zambullirte te da acceso a un paraíso subterráneo que comunica con el acuífero de tu propio edén. Y, cuando así no sea posible, te será brindada la opción de seguir escarbando hasta cotas mayores donde encontrar por fin un venero limpio con que aliviar la sed y refrescarte.

Y es que, en definitiva, lanzar el cubo es arriesgarse a encontrar o no a la primera lo que buscamos; jugársela en el abismo a oscuras en el yo de los otros. Pero sobre todo es sentirse atraído por el magnetismo freático que fluye en su interior, a cuya promesa de agua fresca jamás renunciaremos.

IMAGEN DE PORTADA: No need for speech, de Lynette Yiadom-Boakye (2018)


Pablo Luque Pinilla (Madrid, 1971) es autor de los poemarios Cero (2014), SFO (2013) y Los ojos de tu nombre (2004), así como de la antología Avanti: poetas españoles de entresiglos XX-XXI (2009). Ha publicado poemas, críticas, estudios, artículos y entrevistas en diversos medios españoles y ediciones bilingües italianas y el poemario bilingüe inglés-español SFO: pictures and poetry about San Francisco en Tolsun Books (2019). Asimismo, fue el creador y director de la revista de poesía Ibi Oculus y junto a otros escritores fundó y dirigió la tertulia Esmirna. Participa de la poesía a través de encuentros y recitales, habiendo intervenido, entre otros, en el festival de poesía Amobologna, que organiza el Centro de Poesía Contemporánea de la Universidad de Bolonia; el festival poético hispano-irlandés The Well, que se celebra en Madrid; o el ciclo El Latido, que organizara el Instituto Cervantes de Roma.

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2 comments on “Los otros

  1. SIEMPRE HILANDO FINO, AMIGO.

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