/ por Manuel García Fonseca, el Polesu /
Para el judaísmo histórico, Palestina, Jerusalén, era tierra santa para visitar, para conocer. Para algunos era también un lugar privilegiado para vivir y morir, pero, para la inmensa mayoría, esta ilusión no significaba un desapego hacia su tierra ni hacia el país donde habitaban desde generaciones, y eran españoles, franceses, alemanes, etcétera, que profesaban la fe de Moisés. Si habían sido expulsados por razones etnorreligiosas, su afán era la vuelta a su patria de nacimiento, no buscar refugio en Palestina. Valgan como ejemplo los judíos sefardíes, que guardaron durante siglos las llaves de su casa en España. De hecho, una de las causas de la emigración a Israel fueron las leyes antiinmigración que Gran Bretaña o Estados Unidos establecieron para evitar la entrada masiva de judíos a partir de la persecución nazi. Un dato significativo: a finales del siglo XIX, vivían en Palestina menos de cinco mil judíos y más de doscientos cincuenta mil cristianos y musulmanes. En ese periodo vivían en el mundo dos millones y medio de judíos, principalmente en Europa del Este.
Shlomo Sand, profesor de historia contemporánea en la Universidad de Tel Aviv, concluye en su extraordinario libro La invención de la Tierra de Israel que existe «una profunda brecha metafísica y psicológica entre el nacionalismo judío y el judaísmo histórico». La transformación del judaísmo en una ideología nacionalista, que considera Palestina como la tierra de una nación y un Estado judíos, no solo no tiene fundamento, sino que es profundamente contraria al judaísmo histórico. El judaísmo histórico no era nacionalista, sino universalista. La salvación que Dios anunciaba a Israel debería extenderse a todos los pueblos. Sand cita al respecto a Gudeman, uno de los rabinos más relevantes de finales del siglo XIX, quien en su libro National judaism hacía una crítica demoledora del judaísmo nacionalista. Para él, incluso aunque los judíos hubieran sido un pueblo en la antigüedad desde la destrucción del Templo, no eran más que una comunidad religiosa que tenía la misión de extender por todo el mundo el monoteísmo y convertir a toda la humanidad en un gran pueblo. «El carismático rabino», dice Sand, no ocultaba su temor a que un día un «judaísmo con cañones y bayonetas invirtiera los papeles de David y de Goliat para constituirse en una ridícula contradicción de sí mismo».
El judaísmo ha atesorado y atesora muchas tendencias, o sectas (como el cristianismo, el islamiso u otros ismos incluso laicos). Señalo dos tendencias fundamentales: en primer lugar, la teología de la elección, según la cual los judíos son un pueblo elegido, la salvación y la Tierra de Israel son para los judíos y los demás pueblos son infieles. Por otro lado, la tendencia universalista, profética, que es abierta y se dirige a todos los humanos, que son igualmente llamados por Dios frente al odio y la injusticia.
El sionismo del Estado de Israel ha optado por la versión más ultraortodoxa del judaísmo, y utilizan la literatura deuteronómica, la más excluyente, como referencia política y moral. Se puede ver la actitud de la mayoría de la población israelí que vitoreaba la explosión de sus cohetes en Gaza, en paralelo con algunos textos de la ultraortodoxia religiosa. En Deuteronomio 20,16, Moisés insiste: «Pero de las ciudades de estos pueblos que el Señor tu Dios te da por heredad, no dejarás con vida a nada que respire». Borrar, destruir y quitar la vida «de cualquier cosa que respire» son claros imperativos de estos textos, y el más usado para indicar la erradicación global de los habitantes es «destruir por completo». Así, en el libro de Josué, que narra la conquista de la Tierra Prometida se dice literalmente (6, 21): «Destruyeron por completo al filo de la espada, todo lo que había en la ciudad: hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, bueyes, ovejas y asnos».
Hechos y textos así los hay en todos los imperios, desde Roma hasta Estados Unidos, pasando por España o el Congo cuando era belga. Lo novedoso y terrible es que el libro de Josué era hasta hace poco el texto favorito de muchos círculos sionistas, y lo fue de David Ben Gurión. A pesar de que judaísmo talmúdico es contrario a una interpretación histórico-literal de la Biblia, todavía hoy los escolares judíos de nueve y diez años estudian en las escuelas israelíes las campañas militares de Josué, sin ninguna explicación.
Esta ideología ultra es una opción del sionismo israelí, y supone una selección absolutamente sesgada frente a los textos posteriores de la Biblia y el judaísmo profético. A lo largo de los siglos, Yahvé se convirtió en una idea que ayudó a descubrir en el judaísmo el respeto hacia los demás seres humanos, a considerar la humanidad como algo sagrado. Para la tradición rabínica, explica Karen Armstrong, «las ofensas contra otro ser humano eran una negación del mismo Dios que había creado a hombres y mujeres a su propia imagen. Equivalían al ateísmo, que era un intento blasfemo de negar a Dios. Por eso el asesinato era el mayor de los crímenes, porque era un sacrilegio».
Hans Kung dice que apenas hay otro pueblo que disponga de una aportación a una ética común de la humanidad como el judaísmo con sus diez mandamientos. Y el ya citado Shlomo Sand afirma en consecuencia de todo su largo análisis documental que la Biblia no es un texto patriótico. Las masas de conversos al judaísmo y sus descendientes consideraban a Palestina como un lugar sagrado, «pero nunca consideraron seriamente trasladarse allí y nunca lo hicieron. El sionismo no era en absoluto la continuación del judaísmo sino su negación, y por esa razón el judaísmo rechazó al sionismo en un periodo anterior de la historia. A pesar de todo esto, el mito ha calado en una cierta lógica histórica, que a su vez ha contribuido a su parcial realización».
La ocupación militar de Palestina por el Estado de Israel no tiene ninguna legitimación ética, y la acusación de antijudaísmo a la crítica de la política de ocupación del Estado de Israel es pura falacia: es Israel quien contraviene las mejores tradiciones de los judíos. Los planes de Israel pasan por la ocupación total y progresiva de Palestina, Gaza, y Cisjordania. ¿Hay solución a este conflicto de más de medio siglo que supone un foco de inestabilidad en el próximo Oriente, y para la paz mundial? No, si no se fuerza a Israel a acabar con la ocupación y a poner fecha al Estado palestino o un solo Estado aconfesional con igualdad de derechos para todos.

Manuel García Fonseca, conocido como el Polesu (Pola de Siero [Asturias], 1939) es un histórico militante comunista asturiano. Estudió filosofía y teología y se licenció en sociología por el Instituto de Ciencias Sociales de París y por la Universidad Complutense de Madrid. Fue cura, pero abandonó el sacerdocio a finales de los sesenta, en la misma época en la que comenzó a militar en el clandestino PCE tras una primera implicación política en la Juventud Obrera Católica. Trabajó algunos años como sociólogo de Cáritas y posteriormente como profesor de secundaria de filosofía. Fue viceconsejero de Transporte en el primer ente preautonómico asturiano, el primer director de la Universidad Popular de Gijón, diputado autonómico por el PCE entre 1983 y 1986, nacional por Izquierda Unida entre 1986 y 1995 y posteriormente de nuevo diputado autonómico. Entre 2003 y 2007 se implicó en la Consejería de Bienestar Social del Principado de Asturias, dirigida por Laura González. Actualmente, sigue implicado en diversas causas políticas y sociales.
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