Poéticas

Espuma en las manos

Miren Agur Meabe acaba de ser distinguida con el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura, otorgado por primera vez a una obra en euskera: el poemario 'Nola gorde errautsa kolkoan' ('Cómo guardar ceniza en tu pecho'). Pese a su reconocimiento en Euskadi, su poesía apenas ha sido volcada al castellano, lengua en la que solo puede encontrarse su libro 'Espuma en las manos', publicado por Ediciones Trea en 2017. Junto con algunos poemas, recuperamos aquí la reseña que sobre este poemario publicó entonces Carlos Alcorta en el suplemento literario 'Sotileza' del 'Diario Montañés'.

/ una reseña de Carlos Alcorta /

La lekeitiarra Miren Agur Meabe (1962) goza de un amplio reconocimiento en su región natal. Ha obtenido el Premio Euskadi de Literatura Juvenil en tres ocasiones y ha sido merecedora del Premio de la Crítica en 2001 y 2011 por los libros Azalan kodea (El código de la piel) y Bitsa eskuetan (Espuma en las manos). Sin embargo, ese reconocimiento del que hablamos es prácticamente inexistente en el resto del territorio nacional. No deja de ser curioso que las traducciones de otras lenguas estén aumentando significativamente en los últimos años (lo cual es digno de agradecer), pero siguen siendo escasísimas las que se realizan del euskera, del catalán o del gallego al castellano, de tal forma que para un lector no bilingüe resulta más fácil estar al tanto de la poesía que se escribe en Polonia o Estados Unidos que de la que se escribe, por ejemplo, en Euskadi. Por eso hay que resaltar el esfuerzo por normalizar esta situación que hacen las pequeñas editoriales independientes, como es el caso de Trea o Valparaíso Ediciones, que acaba de editar el libro de Juan Kruz Igerabide Lento asedio de niebla, Premio Nacional de la Crítica en 2016. Nos consta además que hay otras editoriales con el punto de mira puesto en paliar esta anomalía, como la renovada Libros del Aire.

Miren Agur Meabe

La trayectoria de Miren Agur Meabe está jalonada por libros importantes no solo en el ámbito poético, sino en el narrativo y, como hemos señalado más arriba, en el de la literatura infantil, pero por centrarnos en la poesía, motivo de este comentario, diremos que ha publicado, entre otros, los siguientes libros de poemas: Iraila (1984), Nerudaren zazpigarren maitasun olerkiari begira (1985), Arratsezko poemak (1987), Peneloperen poemak (1989), Oi, hondarrezko emakaitz! (1999), Azalaren kodea (2000), traducido en 2002 al castellano y publicado por la editorial Bassarai, Itsaslabarreko etxea (2001) y Bitsa eskuetan (2010), Espuma en las manos, libro que ella misma ha traducido para la editorial Trea.

En una especie de poética que escribió para el Portal de la Literatura Vasca, Miren Agur Meabe afirma: «Escribo para ordenar las estanterías de mi interior, para poner al día mis recuerdos, para racionalizar mis miedos, para analizar las huellas de una vida paralela… para no olvidar quién soy. En ese sentido, la poesía es una solución creada por la necesidad de aplacar la sed y el pánico. Y para hacer frente a la sed y al pánico tiendo la mano a la cotidianidad». Efectivamente, mucha cotidianidad hay en estos poemas, pero no se trata de una cotidianidad plana, limitada a la mera descripción de los sucesos que ocurren a lo largo del día. Estos son solo el escenario en el que los diferentes estados de conciencia que atraviesa la autora promueven la reflexión sobre su identidad, sobre su condición de mujer; donde se percibe la transformación del cuerpo y se suscitan interrogantes sobre el devenir vital, sobre la fragilidad del ser, acuciado por el dolor, por la enfermedad y la muerte.

El libro está dividido en tres partes. La primera de ellas, «La vie en rose», acoge paradójicamente los poemas más cargados de crítica, aunque el título hay que leerlo en clave irónica: «¿Cuánto vale una mujer/ que no quiere saber y nada pide?», se pregunta. Esa condición femenina a la que aludimos adquiere consistencia en función del constructo social que la determina, algo a lo que Miren Agur se opone con la fuerza de un lenguaje que no rehúye lo corporal, lo físico como anclaje con la historia.: «Ahora es la palabra venda de mi herida / ahora es gasa gris esto de mi vida». Las fluctuaciones del amor intervienen también en esa construcción sumaria de la identidad, y un poema como el titulado «Pacto», lo pone de manifiesto con este verso final: «consuélame del mundo». Los poemas de Miren Agur Meabe son descarnados, no eluden ningún tema, por inusual que sea (la menstruación, la orina, el esperma, etcétera), forman parte de eso que Edurne Portela ha llamado la «poética de la fragilidad». No alcanzan el grado de crudeza de Sharon Olds, por ejemplo, pero tampoco contemporizan con lo políticamente correcto. Nombran a las cosas sin atender a los recursos de una lírica amansada —la conciencia del envejecimiento, la ruptura con la visión estereotipada de la feminidad, el cuerpo como espacio que recoge las contradicciones del ser—, aunque eso no es óbice para que abunden momentos de especial belleza, con en este párrafo del poema en prosa «Automitología de la Jolie Fille»: «En otra ocasión —era época de mareas vivas y la crema vainilla de las olas había manchado los labios de la playa como un suflé de pus—, la misma niña y sus amigas me desnudaron para jugar a las familias pues yo era, según ellas, la muñeca de todas».

La segunda parte, «La sombra de la arena», narra la enfermedad de la madre y el fatal desenlace. No resulta nada fácil distanciarse de un acontecimiento tan desgarrador como la muerte de un ser querido y no siempre el lastre de ese suceso, las confesiones y los exámenes de conciencia que da lugar, nos ayudan a eludir el patetismo, pero nuestra poeta es un ejemplo de cómo la escritura es capaz de servir de bálsamo que aplaca el dolor. Ese distanciamiento permite fijar la mirada en un entorno que permanece impasible, porque, por poner un ejemplo, «la hormiga no comprende el paisaje transformado». Solo el espacio de la intimidad sufre esa transformación que la ausencia obra en quien permanece en esta orilla. En «Toallitas íntimas», última sección, resurge la poeta gozosa de vivir. El amor de nuevo es capaz de hacer renacer la esperanza, aunque en ningún momento estos poemas pequen de una ingenuidad más propia de otras épocas de la vida. Miren Agur Meaba es una poeta experimentada y sabe destilar la sabiduría que dan los años, por eso no se deja seducir por cantos de sirena. Sus versos delatan esa contención emocional del escéptico: «Limpiar la sangre del adiós con toallitas, coger tu nombre con los ojos,/ dejar secar al aire las ropas de saliva que me haces./ Lograr la caricia y el frescor, después de todo». Después de todo, como decía José Hierro, todo es nada.

[Reseña publicada en el suplemento Sotileza del El Diario Montañés el 28/07/2017]


Selección de poemas

Gasa gris

La vida no es más que ese destino ciego
escrito al otro lado de la niebla.

Xabier Lete

Ahora que la vida es girar sin retorno,
mirar de cara al frío, hablar a la ventisca,
montar y desmontar mecanos en la noche.
Ahora que me toca aventar las cortinas,
afilar bisturíes que sajen la neblina,
plegar las mortajas de los que son ya sombra.
Ahora que es mi nombre una esponja y un cuenco,
cada gesto tuyo es gotear de mercurio
y esto nuestro el asombro de una bomba triste
cayendo y cayendo encima del mar.
Si una gris telaraña viste mi gris cerebro,
si gris es mi vagina y grises mis huesos.
Ahora que los puentes y ahora que el humo,
ahora alas de mosca y plumas de paloma.
Ahora es mi colchón conquista de gusanos.
Ahora que me nacen en los pies goteras
y se enciende un jardín dentro de mis pasos.
Ahora que calculo lo oscuro del oro,
el corazón del hombre, voces de relojes.
Ahora soy creciente, cerrojo insumiso,
aullar de loba, espejo de arena,
entraña de fotos, níquel viejo, hiena.
Ahora es la palabra venda de mi herida.
Ahora es gasa gris esto de mi vida.

Locus amoenus

Hasta la soledad es acción… ¿Por qué actuar?

Vladimir Holan

Las conchas rotas, como cada año,
han llegado a raudales a la playa.
Parece posible ver la vida en síntesis
mientras crece despacio esta trinchera.

Un perro ladrando a las olas.
De una cesta rueda una naranja.
Parece posible levantar telones
sin esperar al público.

Veinticinco de octubre, sábado.
El hijo solo en la ciudad.
Parece posible concertar el orden
de las cosas con una sola mano.

Este vacío no es casual.

¡Ay, amigos! Yo alzo mi copa
frente al muro del jardín
y me siento ágil como la flor del cardo.

La fogata dejó cenizas en la tierra,
pardo polen que el viento trae hasta mi frente.

Espuma, nada más tengo en las manos.

Cuando la rama del manzano cruje
con la risa seca de los ángeles rotos,
creo que es posible todavía
crecer algún centímetro,
hablar con las muñecas
y olvidar.

El pacto

los dos en esa ajada cama tuya
como libélulas en los hilos de la luz
pon tu brazo en mi cintura
un pretil para asomarme a la sima
no tengo ya veinte años
no se encuentra ya con quien hablar
y el precio del amor sale tan caro
di que nuestra aritmética tiene sus propias leyes
pregunta por qué crecí tan rápido y tan lejos
si es que has vivido sin desayunar mi nombre
o sin volver a ver en mi clítoris la lluvia
o sin notar la falta de mi ola en tu tabla
dame tus ojos un pedazo de cirio
que ahuyente a los buitres de este pozo
tómame como si fuera tu hija
consuélame del mundo

Retrato

A veces seguir viviendo
es una costumbre idiota poco reflexionada.

José Luis Otamendi

el ruido me doblega en este bar
la sed teje un hilo de vocablos en los sesos
víspera de navidad vitoria siete grados bajo cero
un mendigo pidiendo una moneda
khol tanga piercing chicas
dentro de nada mi hijo no querrá darme más besos
dentro de nada ya no me vendrá la regla
quería yo ser mesonera o misionera
enseñar las tetas o enseñar el corazón
en la bóveda la noche red de nylon
todo lo gris coagula un aguafuerte
mi aliento hilvana un texto en una servilleta
sin reposo mi ojo errante en el anochecer indiferente

La tumba

Nací en Bilbao el 5 de junio de 1933
y morí en Lekeitio el 28 de enero de 2002,
a la edad de sesenta y nueve años,
bastante joven, en tres meses.
Un cáncer de ovario se me llevó a traición.
Me puse amarilla, la piel me picaba.
Se me infló tanto el hígado
que hubieron de instalarme una sonda bajo el pecho
para expulsar el pus.
Me decían, por calmarme, que las manchas pardas
en el camisón eran de betadine.

Mis mayores valores fueron mi piel fina y mi carácter.
Aprendí a coser y a bordar:
iniciales en sábanas de hilo, vainicas en manteles.
Mi caligrafía era menuda; no obstante, los rabos finales
delataban la discreta energía de mi apellido.
De pequeña fui buena en Matemáticas.
Me enseñaron a imitar a mártires y santos.
Aunque no he sido una experta cocinera,
no tuve rival en croquetas, flanes y bizcochos.
Goberné una tienda de telas, ropa de hogar, varios.

De joven era flaca y plana
(por eso los muchachos no me pedían baile);
pero cuando di a luz mi leche fue abundante
(mis amigas, en cambio, biberón de pelargón).
Me habitué a apretar las piernas hasta el día de mi boda,
y a santiguarme con pasión
al recordar el juramento de Scarlett O’Hara.

Me casé de negro,
con ramo de azahar y mantilla de encaje.
Escogí a un marino;
de poco nos servía el sistema de Ogino.
Cada vez que volvía, nueva luna de miel.
Yo le enviaba al barco fotos dedicadas.
En todas dejó marcas de labios o de lágrimas.
Yo también le quería, con su genio del demonio.
A veces se enfadaba sin motivo, mierda.
Yo le abrazaba cuando se serenaba,
le pedía perdón. Cuánto le rogaba y cuánto lloraba
por él, por mí, sin saber bien la razón.

Mis dos partos me dejaron hemorroides de por vida.
Tuve un hijo; luego una hija.
A mi niño le quise dar lo mejor.
Le costó coger el pulso a sus asuntos. ¿Cómo andará ahora?
A mi niña la crié como se crían los sueños.
Fue fácil, menos cuando perdió un ojo
o en la época de todos sus abortos.
Las dos llorábamos, una a cada lado del teléfono.
Así y todo, pronto hallábamos consuelo,
yo en mis labores, ella en sus cuadernos.

Siempre tuve claros mis principios:
cuidar de los míos, mayores y menores;
cumplir las leyes del cielo y de la tierra;
anteponer la obligación a la devoción.
Las infusiones me ayudaban a dormir;
más adelante necesité pastillas.
¿Cuál es la recompensa de la mujer modelo?
Oro a manos llenas: espuma en las manos,
y, entre esa espuma, astillas.

Ahora estoy a oscuras. Soy un esqueleto
con traje de chaqueta y bulsa de raso,
crucecita de madera en el enfaldo,
una rosa de fieltro y una espiga artificial,
los últimos regalos de aquel hospital.
Me taponaron narices y boca con áspero algodón.
Esta hija mía no callaba en los pésames,
por qué tantos detalles, tanta explicación,
siempre tan formal, siempre tan servicial.

Ahí arriba hay ángeles de granito,
lauburus esculpidos, coronas marchitas, ikurriñas.
La lluvia arrastra capullos de flores,
guijarros, siglas doradas, huellas.
Aquí abajo no hay nada.
Echo de menos las charlas con mi amiga,
mi tienda, los ronquidos de mi hombre, a mi hija.
No ver crecer a mi nieto ha sido mi castigo,
no poder oír jamás cómo me nombra «abuela».
A pesar de ello, no me quejo.
Esperando el alba, en paz descanso.

El ruego del fantasma

Este amor, amor que baila con la rosa de los vientos, amor exento de fechas, amor que enhebra sombras, amor torpe de veras, amor de contrabando, amor a cuatro ruedas, amor sin casa, amor a mesa puesta, amor con la hora puesta.

Este amor, este amar este amor, amor de idiota, amor de bruja, amor de puta, amor estilo alfombra, amor de hucha y amor multa, amor que asusta, amor que gusta, amor que se acerca, amor que se aleja.

Este amor, este amar desde este lado, amor de espuma, amor de letras, amor sin causa, amor sin pausa.

Este amor… Perdón por este amor, amor fantasma.


Espuma en las manos
Miren Agur Meabe
Trea, 2017
104 páginas
14 €

IMAGEN DE PORTADA: Isla de los muertos, de Arnold Böcklin (1880)


Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como ClarínArte y ParteTuriaParaíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel PuenteMarcelo FuentesRafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.

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