/ Crónicas ausetanas / Xavier Tornafoch /
El mandato de Angela Merkel, la poderosa canciller alemana, ha expirado y se suceden los pronunciamientos hagiográficos sobre esta política cristianodemócrata. El que se atreve a menos la califica de gran estadista. La mayoría de opinadores le atribuyen el liderazgo de la Unión Europea y haber sido el freno a la extrema derecha germana. Una heroína en toda regla. Algunos incluso ponen el acento en su supuesto carácter beatifico y su sensibilidad para la causa de los más desfavorecidos. La fanfarria de halagadores tiene unos cuantos solistas en el sur de Europa. He leído pocos balances críticos con su gestión, incluso en España. El más acertado de ellos, según mi opinión, lo escribió Unai Sordo, secretario general de Comisiones Obreras, en un hilo de Twitter. Por su parte, la prensa oficial española, en papel o digital, se deshace en elogios hacia Merkel de forma unánime.
Discrepo modestamente de tanta algarabía merkeliana. Es más, me parece un insulto a la inteligencia, especialmente si las lisonjas vienen del sur de Europa. Intentaré explicarme. En primer lugar, la canciller alemana condenó a los estados de la Europa meridional a una austeridad asfixiante que destrozó el débil pacto social sobre el que se sustentaban. Ella, especialmente ella, fue la que estableció una línea moral, absolutamente injusta y falsa, entre el norte, trabajador y frugal, y el sur, perezoso y derrochador. Este discurso cínico buscaba esconder una realidad mucho más prosaica. Los bancos alemanes estaban arruinados, como consecuencia de sus arriesgadas operaciones inmobiliarias, y había que rescatarlos a costa de los sufrimientos de las clases populares del sur de Europa. Y en esta tarea, Merkel no se anduvo con medias tintas. Obligó a modificar textos constitucionales, con nocturnidad y alevosía, que permitieran a los bancos recuperar los capitales volatilizados por su mala gestión. El expolio se hizo ley. Además, mandó un mensaje muy claro a los estados empobrecidos: podéis votar y elegir a vuestros gobiernos, pero la política económica la decido yo. Y así ha sido hasta que llegó la COVID y Merkel vio que la austeridad había fracasado y que la economía exportadora alemana no podría contar con otro mercado que el europeo, al que sus políticas austeritarias había devastado. Ahí la Merkel se ablandó, por interés propio, obviamente. Pero los años de austeridad no habían pasado en balde. Los servicios públicos se han deteriorado, el trabajo es escaso, precario y mal pagado y la extrema derecha se ha fortalecido y está en disposición de acceder a gobernar en los próximos ciclos electorales. La canciller alemana, las políticas que sus gobiernos han realizado, ha favorecido ese terrible escenario.
En relación al trato humanitario que la Merkel ha dispensado a los refugiados también habría algo que decir, aun admitiendo que se ha mostrado más abierta que algunos de sus colegas europeos a acoger a esas poblaciones. En primer lugar, Alemania ha favorecido la llegada de los refugiados que podía utilizar para su economía (técnicos y obreros cualificados) y ha puesto más inconvenientes para la entrada de los que podían suponer una carga para los servicios sociales, negociando con Turquía, igual que hizo en su momento con Marruecos o con Libia, el control de la emigración ilegal a cambio de dinero. Su solidaridad alcanzaba para eso, no podía ir más allá. Es verdad que hubo en Alemania potentes movilizaciones ciudadanas para exigir que se diera refugio a los que veían sus países asolados por la guerra o las crisis económicas, pero no las promovía la CDU de Merkel, sino que eran Los Verdes los que remaban duramente en esa dirección, al lado de una extensa red de asociaciones no gubernamentales muy implicadas en la solidaridad con los recién llegados.
Finalmente, en la cuestión del freno a la extrema derecha, hay que decir que ciertamente Merkel prohibió cualquier tipo de acuerdo o connivencia con Alternativa por Alemania y que exigió que los símbolos de la República Federal no fueran utilizados de manera partidista. Ahora bien, la canciller alemana ha sido la principal valedora del régimen de Orbán en Hungría, un Estado que sólo de forma muy voluntariosa puede ser considerado democrático. Según Anne Applebaum, una periodista norteamericana afincada en Polonia, poco sospechosa de filias progresistas, en Hungría la práctica totalidad de los medios de comunicación están en la órbita del gobierno, los partidos de la oposición no reciben ninguna ayuda económica del estado y el fraude electoral es habitual. A eso, según Applebaum, hay que añadir los discursos homófobos y antisemitas de Orbán y la persecución contra ciertas instituciones académicas, como la Universidad Europea, que ha tenido que cerrar sus puertas. Aun así, Merkel dio apoyo al régimen húngaro, porque necesitaba para su industria los sueldos bajos de las factorías auxiliares húngaras. La canciller alemana sabía, además, que los fondos europeos que llegaban al gobierno magiar se repartían de forma irregular. La expresidenta alemana mantuvo un trato similar con la Polonia de Kaczyński. Resumiendo, Merkel se protegió de la extrema derecha en su país, pero la protegió y favoreció fuera de sus fronteras, siempre para resguardar únicamente los intereses alemanes, nunca los del conjunto de Europa.
Ese es pues el legado de Merkel del que tanto habla la prensa oficial en España, el que la hace merecedora del título honorífico de gran estadista, solidaria y sensible a los intereses de los desfavorecidos. Para mí, nada de eso es verdad. La canciller Merkel ha ejercido su cargo pensando exclusivamente en los intereses imperiales de Alemania. Sus políticas han perjudicado a las clases populares europeas, especialmente a las del sur de Europa. En definitiva, su legado no merece ser recordado como algo fructífero para Europa, ni su figura merece ninguna beatificación civil. No en el sur de Europa.

Xavier Tornafoch i Yuste (Gironella [Cataluña], 1965) es historiador y profesor de la Universidad de Vic. Se doctoró en la Universidad Autónoma de Barcelona en 2003 con una tesis dirigida por el doctor Jordi Figuerola: Política, eleccions i caciquisme a Vic (1900-1931). Es autor de diversos trabajos sobre historia política e historia de la educación y biografías, así como de diversos artículos publicados en revistas de ámbito internacional, nacional y local, como History of Education and Children’s Literature, Revista de Historia Actual, Historia Actual On Line, L’Avenç, Ausa, Dovella, L’Erol o El Vilatà. También ha publicado novelas y libros de cuentos.
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