/ por Arturo Caballero /
Como parte de un rito, volví a peinar los pasillos de IFEMA y luego, en casa, he revisado las casi trescientas imágenes y media docena de vídeos en un proceso que me ayuda a recordar lo visto, establecer una línea general de lo que me ha podido aportar esa visita y fijar obras y nombres que progresivamente irán cayendo en el olvido hasta que un recuerdo, una relación establecida, la mera casualidad hagan presentes en el futuro algunas de ellas. Y no deja de ser un contrasentido, lo reconozco, pensar y escribir sobre estas cosas cuando en Ucrania se perpetra una matanza ni mayor ni menor, hasta ahora, que otras muchas generadas durante los últimos años, incomprensible solo porque, al estar más cerca, la entendemos como más amenazante.
Aunque el arte pueda ser un buen lenitivo contra la melancolía y como distracción, no conviene sacralizar su poder como arma en favor de la cultura y la paz y mucho menos elevar ARCO a los altares.
ARCO es una feria que, se supone, oferta aquellas propuestas de posible adquisición. Pero no todas las galerías son aceptadas; además cada una lleva los artistas que considera adecuados. Unos cuantos filtros significativos que suponen una reducción de la libertad creativa, esa entelequia que hemos sacralizado como bien absoluto en estos ámbitos. Siendo esto así, no le restamos interés como escaparate de lo que algunos de los artistas más jóvenes están realizando. Unas veces interesan y otras decepcionan porque llevamos demasiados años ya en los que el arte se ha convertido en continuo metalenguaje y lo que debiera ser una cuestión visual se carga abrumadoramente de contenidos intelectuales. Y esta tendencia obliga a un bagaje icónico y teórico que puede mediatizar el disfrute directo.
Heinrich Wölfflin decía que «en el arte representativo es […] mucho más importante el efecto de obra a obra […] que la observación directa del natural o la naturaleza». Así nos pasa a nosotros: tendemos a interpretar las obras de arte más en función de lo que nos recuerdan de otras obras de arte que de lo que somos capaces de extraer directamente de ellas. Y cuanto más sabemos, más fácil es que pervirtamos nuestra apreciación. En consecuencia, nunca he considerado pertinente ir a un evento como este con ideas preconcebidas, que bastante tenemos ya con las nuestras. Mejor dejarse llevar por lo que intuitivamente nos atraiga, porque todo es imposible de verse y procesarse.
Además, lo que sabemos complica innecesariamente el acercamiento a la propuesta plástica. Y de este hecho surgen dos posibilidades: o las referencias, cuando se descubren, terminan por hacer inútil la nueva propuesta o el desconocimiento hace pasar por original algo que es una reactualización de una obra anterior. Ampliado el público que asiste a estos lugares, me resulta intrigante cuántas personas sean capaces de reconocer a Josef Albers en las obras de David Magan (Galería Parra&Romero). Más fácil resultará que suene Kandinski en los trabajos de Ana Navas (Galería Sperling) o la action painting —abandonado su expresionismo original— en Kukat KC de Heikki Marila en Forsblom. Imposible la relación de las formas coloreadas de Guillermo Mora (Galería MPA) con su título: Homeless. Ningún artista vería con agrado, y a diferencia de lo que ocurría con Henri Matisse por un poner, que se califique su obra como decorativa; pero eso es lo que resultan en la inmensa mayoría de los casos estas pinturas y esculturas. Una decoración mucho más elaborada y reflexiva, un producto generalmente no utilitario (que no inútil) que intenta hacernos la vida más agradable visualmente. Y si encima lleva algún plus estético, social o intelectual, pues mucho mejor. Eso no es malo y no hay por qué rechazarlo.




Quede claro que todas estas propuestas, y las que vienen después, me parecen dignas de consideración porque detrás de ellas hay una idea y un trabajo. Y no es echar balones fuera. Es que hoy el concepto arte abarca tal espectro de contenidos que resulta imposible determinar qué objetos y cuáles no entran dentro o se quedan fuera.
Si se cuestiona qué es o no es arte, queda el recurso de echar la culpa al mensajero como hace Iván Candeo (Galería Alarcón Criado) con su Mierda de historiador que pervierte el sentido originario de la propuesta de Piero Manzoni (en la que interpelaba al posible comprador de la obra) por esta apropiación que, de forma gratuita, insulta no ya a los críticos que son quienes se han ocupado de estas cosas tradicionalmente sino a quienes indagamos, con mejor o peor fortuna, sobre el pasado más lejano o más próximo.

En ARCO hay obras para todos los gustos.
Como uno de mis últimos artículos versaba sobre arte y tecnología, me fijé en cómo la obsesión por lo tecnológico seguía manifestándose en la instalación colectiva presentada por la Galería Rolf Art que ha recibido el premio Lexus a mejor stand o en la obra de Rafael Lozano-Hemmer Saturation Sampler (Wilde Gallery) una pantalla que, de forma continua, transforma aleatoriamente lo que capta la cámara de la que dispone; o en Software is eating the world, 2021, una irónica —pero exacta— critica al sistema de redes sociales obra de Daniel G. Andújar (galería Àngels Barcelona); o en los imposibles paisajes de Marina Núñez en Rocío Santa Cruz. Y había muchas más.

Se ha publicado que se trataba de una edición más comedida en lo político y lo social, como si todo arte no poseyese en sí mismo una función social o como si lo político no estuviese presente en un objeto que se enseña, sobre el que se discute e incluso que se compra. Pero bien: admitiendo el uso común de estos términos, creo que puede afirmarse que estos contenidos sí han estado presentes. Y, con independencia de la obra de Liliana Porter en Espacio Mínimo que nos obligaba a no olvidar lo que estaba ocurriendo en Europa oriental, esta crítica era evidente en los retratos fúnebres de la serie Corpore insepulto de Fernando Bryce en 1MM; en History of Workers Monument de Daniel García Andújar, también en 1MM; en los escritos autocensurados de Concha Jerez en Aural; en las obras de Riiko Sakkinen (Galería Forsblom) en las que cuestionaba —antes de enviar armas al este, que eso ha sido cuando estoy escribiendo estas líneas— a nuestro presidente Sánchez como gran líder de la izquierda y a todos aquellos que se ponen una bufanda de la selección española de fútbol. Y Ramón Bilbao en José de la Mano y, en ADN, Carlos Aires, Domènec, Eugenio Merino, Avelino Sala, María María Acha-Kutscher… en fin: los sospechosos habituales.

Por unas razones u otras, y dejando de lado al arte anterior a los últimos decenios y ese invento que tiene que ver más con el mercado que con el arte en sí como son las NFTs, me entretuve en ciertas obras que me atrajeron por muy diversas razones. Vaya por delante que cada vez soy más ecléctico en mis gustos. Me pareció absolutamente turbadora la poesía que emana de Atrapado por tu luz realizada por Laure Prouvost (Galeria Carlier Gebauer) Premio Turner en 2013; fascinante, inútil y metódico ejercicio de habilidad la serie sobre ropa tendida de Félix de la Concha (Galería Fernández Braso); igualmente las fotografías de la serie Filo Rosso de Eloísa Vega en Juana de Aizpuru; muy interesante por su factura Study of a Room de Gori Mora en la Galería Pelaires…


Muchas obras hechas por mujeres, enorme importancia de lo hispanoamericano, excesiva ironía en los fines e insoportable contradicción en los principios que se dicen defender.
¿Pueden estos trabajos trascender el momento en el que están hechos? Lo más probable es que no. Pero tampoco debe importarnos mucho porque ni nada dura para siempre ni depende de nosotros. Son los propios artistas los que consideran las obras de algunos de sus compañeros como dignas de emulación. Y después deben pasar la criba del tiempo.
ARCO es un espacio para el comercio de obras de arte, para la reflexión y también para la provocación. Siempre hay alguna ingeniosidad fútil adecuadamente respaldada —eso sí— por sesudas justificaciones teóricas con la que escandalizar a los pompiers. Y sería conveniente hacer un repaso de todas y cada una de esas propuestas escandalosas e indagar qué ha sido de ellas, y de sus artífices, cuando han pasado unos cuantos años. A lo mejor me entretengo con ello.
De todas con las que la prensa se recrea este año he elegido dos. La primera es Kitchen Pieces de Karin Sander en Helga de Alvear. Su falacia queda demostrada por la fecha (de la propuesta original, supongo) que es de 2021. Lo que ha colgado ahora cuidadosamente (misma altura, misma separación entre piezas) son vegetales de uso culinario que podrían ser cualesquiera otros. Las fotografías mostradas en la prensa, realizadas el día antes de la apertura de la feria, los hacían aparecer en toda su frescura. Algunos, cuando yo los vi el viernes por la tarde, estaban lacios. Supongo que algún comprador interesado podría haberlos adquirido con una sustancial rebaja. Incluso es posible que el lunes hayan tenido que pagar por retirarlos. Y es que la imagen, especialmente la artística, sirve para perpetuar una realidad que suele ser más fugaz que las obras que genera. Ciertas manifestaciones se muestran como las propuestas de los desfiles de moda. Solo sirven para llamar la atención, pero después nadie las ve por las calles, ni tan siquiera en los eventos a los que son invitados los selectos miembros de la jet, esos mismos que tienen abierta la feria de forma exclusiva, y lo entiendo como razonable, los primeros días. Del mismo modo ocurre con las verduras. La naturaleza muerta permanece inalterable solo en el cuadro, o en la escultura, pero si se la deja a temperatura ambiente, termina oliendo.

La otra, Cerrar para abrir en la galería Ginsberg, ha revuelto más de un estómago; eso si se ha tenido la curiosidad de ver cómo se materializaba el planteamiento teórico. Yo, como me considero un profesional de esto, sí. En 2019 pude ver una pintura de Wynnie Mynerva que me pareció muy interesante en línea con la reivindicación del empoderamiento femenino y la celebración de su capacidad para su disfrute sexual de la forma que cada una considerase adecuado. Este año retornó con una propuesta que ponía en evidencia su desprecio a la cosificación de la mujer. Negaba al hombre el ejercicio del dominio sobre ella a través de la penetración cosiéndose tres cuartas partes de su vagina. Y no como metáfora o como representación sino como pura y dura presentación de reasignación de sexo (se considera no binaria) a través de un video que recoge ese proceso. Las copias digitales podían ser adquiridas al igual que las obras que servían como puesta en escena de la provocación. Pero no es nuevo; han sido numerosos los artistas que han convertido la actuación, propia o interpuesta, sobre su cuerpo en obra de arte y la prensa los ha recordado estos días. Quizá esta sea una de las más exageradas no tanto por la idea sino por cómo se muestra al público.
Voy terminando. La galería Juana de Aizpuru recuperaba una obra de 1996 de Dora García, Premio Nacional de Artes Plásticas 2021, titulada Peplejidad (español) un texto impreso en una cinta de nylon de dimensiones variables que puede adaptarse para delimitar un espacio. Últimamente hemos visto propuestas parecidas —desde la película de Ruben Östlund The Square (2017) a la ingeniosidad de Salvatore Garau (2021)— respecto a obras que el espectador debe imaginarse a voluntad en un lugar delimitado por un artista. Decía Platón, por boca de Sócrates, que el origen del conocimiento se encontraba en la admiración. La perplejidad no es, exactamente, admiración. La admiración impele al intelecto a la búsqueda de una explicación y de ahí surgen la filosofía y la ciencia. Posiblemente también el arte. La perplejidad es definida por la RAE como «irresolución, confusión, duda de lo que se debe hacer en algo».

Muchas veces se tiene la sensación —yo la tengo— de que el arte de hoy, enredado aun en la laxitud de la posmodernidad y permanentemente perplejo, es incapaz de encontrar un camino propio que nos proporcione la imagen de este nuestro trágico momento histórico.

Arturo Caballero Bastardo (Villanueva de los Caballeros, Valladolid, 1955) es profesor, historiador y crítico de arte, facetas que ha compatibilizado con otras actividades relacionadas con la organización escolar. Autor de diversos artículos científicos (Un itinerario místico por el Cosmos, 1988), estudios sobre pueblos palentinos (especialmente Dueñas, 1987 y 1992), sobre la pintura del siglo XIX en esa provincia, organizador de exposiciones (Eugenio Oliva, 1985; Casado del Alisal y los pintores palentinos del siglo XIX, 1986; Asterio Mañanós, 1988; Ecos de un reinado. Isabel la Católica, los Acuña y la villa de Dueñas, 2004), ha publicado manuales escolares para las editoriales Edelvives y Epígono. Por encima de todo, se ha interesado por las más diversas perspectivas del arte contemporáneo: organizador de ciclos y conferenciante (Fundación Díaz Caneja de Palencia, Museo Patio Herreriano de Valladolid), cursos de formación y actualización didáctica para profesores, comisario de exposiciones de jóvenes artistas. Como culminación de toda esta actividad, en 2007 se publica profusamente ilustrado Arte contemporáneo. Castilla y León, manual que se distribuyó a todos los centros educativos de dicha comunidad y que es posible visitar en versión web en el portal educativo de la Junta de Castilla y León. En la actualidad, y en colaboración con la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valladolid, coordina un proyecto de la misma Junta: el Bachillerato de Investigación/excelencia en Artes del IES Delicias de Valladolid. En 2021 ha publicado en Trea Arte y perversión: apuntes para una poética de la sociedad satisfecha.
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