/ Escuchar y no callar / Miguel de la Guardia /
La crisis de refugiados creada por la agresión de Putin a Ucrania es una emergencia en la que todo esfuerzo es poco para ofrecer apoyo a este país, tanto en lo que se refiere a poner a su disposición armamento para defender su población y su territorio de la invasión como para facilitar que la población civil se ponga a salvo de la agresión salvaje que están sufriendo. Hasta aquí, totalmente de acuerdo con todo lo que se dice y hace en los medios, excepto con el postureo de una pretendida izquierda que no quiere ni oír hablar de apoyar con armamento a Ucrania para que pueda defenderse (poca memoria histórica parecen tener personajillos como el señor Ribó y algunos integrantes de Unidas Podemos o de la autodenominada Esquerra Republicana de Catalunya, pues con apoyo militar al gobierno legítimo de España por parte de los gobiernos democráticos, el triunfo de Franco no habría sido posible).
Lo único que rechina en esta historia de solidaridad son las facilidades que las autoridades europeas han puesto al servicio de los desplazados de la guerra y el inmenso contraste con las dificultades que se ponen a los damnificados de otras contiendas, pues la guerra en Siria o en Yemen o la migración provocada por las diferentes fracciones islamistas en África o en Afganistán o por el narcotráfico en Colombia o Méjico y los gobiernos totalitarios en Nicaragua, Cuba y Venezuela también merecen la respuesta solidaria de una Europa que se considera a sí misma la quintaesencia de los valores de libertad, igualdad y solidaridad.
Ante la situación anterior, cabe preguntarse si la diferencia entre la crisis humanitaria de Ucrania no estará relacionada con la religión o con el color de la piel de los refugiados. De ser así, se pondría de manifiesto la hipocresía de gobiernos e instituciones, que pondrían sus propios intereses por delante de los valores de justicia e igualdad.
No se nos oculta que algunos gobiernos locales discriminan negativamente la emigración latinoamericana, pues prefieren a personas que no tengan el español como lengua materna para facilitar su instrucción en la lengua local; de la misma forma que la aporofobia o el temor a la religión musulmana se encuentran en el fondo del rechazo a muchos emigrantes que buscan en Europa una solución a la destrucción de sus países por causas naturales o políticas. Me temo que el ideal de una Europa blanca y cristiana dice muy poco en favor de la casa común de la especie humana que siempre fue el sueño de todos los progresistas y que deberíamos estar vigilantes frente a cualquier tipo de discriminación por razones de raza o religión que, en el fondo, sostienen que cualquier rasgo diferente de las características de la propia etnia o cultura son siempre sospechosas y peligrosas. Pues en el fondo, ¿no será el nacionalismo, los nacionalismos, el verdadero enemigo de una humanidad sin barreras? Espero que el lector no modere en lo absoluto su solidaridad y apoyo a los refugiados ucranianos tras la lectura de este texto y que, más allá de sus propias creencias, trate de ponerse en la piel de los que se ven obligados a abandonar su país y recuerden a tantos españoles que se vieron obligados en el pasado a emigrar a Europa y América por causas económicas o políticas, pues, en el fondo y más allá de una cuestión geopolítica, la emigración es siempre un drama humano.

Miguel de la Guardia es catedrático de química analítica en la Universitat de València desde 1991. Ha publicado más de 700 trabajos en revistas y tiene un índice H de 77 según Google Scholar y libros sobre green analytical chemistry, calidad del aire, análisis de alimentos y smart materials. Ha dirigido 35 tesis doctorales y es editor jefe de Microchemical Journal, miembro del consejo editorial de varias revistas y fue condecorado como Chevallier dans l’Ordre des Palmes Académiques por el Consejo de Ministros de Francia y es Premio de la RSC (España). Entre 2008 y 2018 publicó más de 300 columnas de opinión en el diario Levante EMV.
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