El runrún interior

El runrún interior (48)

Pablo Batalla Cueto registra en su dietario pensamientos propios y notas de libros leídos y cosas vistas en Internet, escribiendo sobre unas sustanciosísimas cartas de José Martínez a Pasqual Maragall en 1985 o la ola de calor en India.

/ por Pablo Batalla Cueto /

El runrún interior (47)

Martes, 26/4/2022. El fascismo no es un mal menor, pero tampoco es un mal mayor, porque no es un mal relativo, ni una gradación, siquiera elevada, del mal. Es el Mal, y punto; una tiniebla absoluta que hace que cualquier luz relumbre, por débil que sea. Si él está presente, todo lo demás es el bien.


Miércoles, 27/4/2022. En la India, la brutal ola de calor que sacude el subcontinente, con temperaturas de hasta cincuenta grados, derrite el asfalto en algunos lugares, incluidos pasos de cebra que ven diluirse caprichosamente, como en una psicodelia, la cualidad paralela de sus rayas. Yo veo allá el presagio inquietante de una dilución mayor —no solo literalmente física— acelerada por el cambio climático y las convulsiones políticas aparejadas. «Todo lo que era sólido se desvanece en el aire», escribe Marx en el Manifiesto. Hoy, todo lo que era sólido se derrite en el suelo.

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Señalan en Twitter algo en lo que no había reparado: ya no hay ovnis. Sus fotos desaparecieron elocuentemente en el momento exacto en que todo el mundo empezó a llevar una cámara en el bolsillo veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Tal vez venga de ahí que los Iker Jiménez hayan tenido que virar hacia la buena y vieja conspiranoia neonazi para poder seguir ganándose los cuartos con el negocio de la magufería.

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Se acuerda Jónatham Moriche, a cuento del asunto Pegasus, de José Martínez Guerricabeitia, el fundador de Ruedo Ibérico, que decía que en 1982 no solo el PSOE tomó posesión del Estado, sino que, a la vez, el Estado tomó posesión del PSOE. «Desde entonces el PSOE —señala Jónatham—, y con él la democracia española, habitan sobre esa tensión. Para hablar en serio sobre [Margarita] Robles hay que empezar por ahí».

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Hay en Gijón, en la plaza de Europa, un viejo y precioso edificio en casi ruinas —con redecillas entre el piso bajo y el primero, para recoger los trozos que se desprenden— del que siempre me pregunto cómo puede ser que se halle en tal estado, en pleno centro de la ciudad y constituyendo una tan obvia golosina para el mercado inmobiliario. Hoy me fijo en los negocios cerrados que un día albergó y advierto una cosa curiosa: entre ellos se contaban la zapatillería Covadonga, la pescadería Europa y la librería Marte. De lo local a lo universal en una sola manzana.

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En el análisis de la realidad, hay que dosificar el psicologicismo con cuentagotas. Pero cuántas posiciones políticas reaccionarias se explican, en esencia, por un divorcio, un despido, una deuda, un ajuste de cuentas paternofilial o la melancolía del envejecimiento: extrañar tus veinte años y emprenderla con el mundo de quienes los tienen ahora. Odiar las identidades sexuales porque se fundamentan en algo que no tienes, o no lo tienes ya con la frescura de la juventud: sexo. Odiar el feminismo porque tu mujer te dejó por holgazán y cantamañanas. Odiar la normalización de la lengua asturiana porque, en una guerrita departamental, compañeros asturianistas te recriminaron haberte quedado con unos dineros cuando eras decano. Etcétera.


Jueves, 28/4/2022. Señalaba José Martínez Guerricabeitia en unas sustanciosísimas cartas a Pasqual Maragall del año ochenta y cinco, sobre cuya pista me pone Moriche, un dato en el que nunca había reparado, y sobre cuyas implicaciones es interesante divagar: el PSOE fue la socialdemocracia europea que menos tiempo tardó en llegar al monopolio gubernamental tras la liberación de su país de un régimen dictatorial, y lo hizo en el país que sufrió la dictadura más larga del continente. No es del todo cierto, porque la dictadura más larga fue la portuguesa, y, de hecho, el PS lusitano tardó aún menos en llegar al poder desde la Revolución de los claveles que el PSOE en conquistarlo desde las primeras elecciones libres tras la muerte de Franco. El PS tardó dos años y el PSOE, cinco. De todas maneras, el PS solo estuvo dos años en el poder en aquella ocasión, y gobernó en minoría. El PSOE estaría catorce: cuatro legislaturas, en tres de las cuales gobernó con mayoría absoluta. Y en un país que salió de su dictadura de la ley a la ley, no a través de una revolución. Sobre las implicaciones de toda esta combinada, que cada quien saque sus propias conclusiones.


Viernes, 29/4/2022. Hoy me desayuno con una noticia que me arruina el día: ha muerto Joel. Un accidente de moto en Sri Lanka, parece ser. Joel tenía tatuado un mapamundi en la espalda: había recorrido medio planeta, y hubiera recorrido la otra mitad. Era surfero y jugador de pókero: creo que no he conocido a nadie que cotizara más en la bolsa de la molabilidad. Era vitalista, inquieto, generoso, comprometido. No éramos amigos muy cercanos, pero nos conocíamos desde el instituto, habíamos salido juntos alguna vez y nos apreciábamos. Es grande mi pena. Y esta sensación como de absurdo cósmico que ya tuve años ha, tras la muerte de otro amigo no cercano pero muy querido, víctima, en su caso, de una pequeña pero fatal imprudencia en la montaña. Esta cosa aterradora de que, en cualquier momento, un descuido tonto pueda provocar que ya no haya más días para ti. La nada minúscula, insignificante, que somos.

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Cuenta Robin D. G. Kelley en Historia oculta de la rebelión negra, que veo citar a Edgar Straehle, que para muchos brigadistas negros de nuestra guerra, la motivación para acudir a España era de orden racial. «Yo quería ir a Etiopía a luchar contra Mussolini […], esto no es Etiopía, pero tendrá que valer», comentaba uno. «Los voluntarios negros —explica Kelley— veían un nexo entre la lucha en la península ibérica y el racismo y la pobreza en Estados Unidos. Para ellos, España se convirtió en el campo de batalla en el que vengar el ataque contra Etiopía, así como en el escenario de un conflicto mucho mayor por la justicia y la igualdad que acabaría llegando, inevitablemente, a suelo estadounidense».

Son también muy buenas las dos citas con las que comienza el libro. La primera, de Daniel Bell en Work and its discontents: «Si el “consumo ostentoso” fue la seña de identidad de una clase media emergente, el “holgazaneo ostentoso” es el gesto hostil de una clase obrera cansada».  La segunda, de W. E. B. Dubois en Black reconstruction y America:

«Todos los informantes mencionaron que los esclavos eran lentos y malhablados, que malgastaban materiales y fingían enfermedades para no trabajar. Por supuesto que lo hacían. No era una cuestión racial, sino económica. Era la respuesta de cualquier grupo de trabajadores a los que se fuerza hasta el último aliento. Tal vez los obligaran a trabajar sin descanso, pero ningún poder iba a conseguir que trabajaran bien».


Sábado, 30/4/2022. Me topo con un artículo sobre la flanderización, el fenómeno por el cual «cuando una serie se alarga más de lo necesario, […] los personajes se convierten en caricaturas de sí mismos». Los Simpson son el ejemplo paradigmático. Pero esto de la flanderización sucede también en otros ámbitos, pienso: en la política, por ejemplo.

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Guerra abierta entre Alvise Pérez y Eduardo Inda, en la cual no consigo vencer mis escrúpulos para adentrarme y enterarme de cuál es el casus belli. Dos ratas con triquinosis matándose a mordiscos en un contenedor de residuos hospitalarios de los liquidadores de Chernóbil me resultarían más agradables de presenciar. Pero señalan por ahí una hipótesis jugosa: hay una indemnización que se ha fallado que Ana Pastor le pague a Alvise que canta La Traviata si se traza la conexión Ana Pastor-Antonio García Ferreras-Eduardo Inda. ¿Devolución de favores?

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Publica Público que el Gobierno de Felipe González filtró datos a la dictadura argentina sobre las protestas en España por los desaparecidos. El otro día, Alberto Núñez Feijóo decía a Bertín Osborne en su programa que votó a González en el ochenta y dos, y lo volvería a hacer. Dos noticias juntas que, al juntarse, se entienden mejor, pero que, sobre todo, hacen entender mejor una época e ilustran a escala micro la paradoja de que el felipismo fue continuación sibilina del franquismo en mucho mayor grado que el Gobierno de Adolfo Suárez. Sobre este último escuché alguna vez contar que, de visita en Argentina siendo presidente, en plena dictadura, insistió en reunirse con familiares de desaparecidos. Cuando le preguntaron por qué lo hacía, respondió que se lo debía a su padre republicano, que se murió pensando que su hijo era un fascista.


Domingo, 1/5/2022. Hace circular Ciudadanos unas imágenes de Juan Marín, su candidato en Andalucía, emergiendo, vestido, del fondo de una piscina y agarrando un salvavidas, supongo que intentando transmitir un mensaje de remontada. Qué a cuerpo de rey debe de vivirse en la política institucional, y qué frío antártico debe de hacer fuera de ella, para que el personal (el de derecha y el de izquierda) esté tan dispuesto a prestarse a estas exhibiciones de carencia absoluta de decoro y amor propio.

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Leo que, el día que Mussolini se estrenó como primer ministro en el Parlamento italiano, donde se condujo con irreverencia hacia el protocolo y al que dirigió un discurso muy agresivo, un diputado socialista, Modigliani, gritó: «¡Viva el Parlamento!». Nadie lo secundó.

Lo cuenta Gentile en El fascismo y la marcha sobre Roma. Es muy interesante su capítulo final, que explora las reacciones inmediatas al advenimiento fascista en 1922. Muchas de las negativas lo identificaban con el autogolpe de Luis Napoleón Bonaparte en 1851. Con la cabeza en el siglo XIX, eran incapaces de comprender en su profundidad las novedades del XX.

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Publica eldiario un reportaje sobre cómo «lo público siempre llega tarde a los nuevos barrios de Madrid». La construcción de hospitales o colegios públicos llega a retrasarse diez o quince años. Lo privado llega mucho antes, y para cuando lo hace lo público, muchos vecinos han optado ya por la clínica o el colegio concertado y ya no les apetece cambiar. Pero esto, como explica siempre Jorge Dioni, no es, bajo el neoliberalismo, un fallo del sistema: es el sistema; no es una mala aplicación del modelo: es el modelo; no es pasividad: es una estrategia.


Lunes, 2/5/2022. La única diferencia que hay entre el fascismo histórico y el actual es que este ha aprendido de los errores que condujeron a la derrota de aquel.

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Escribía el historiador antifascista Gaetano Salvemini a comienzos de 1923 que el triunfo fascista, en última instancia, no debía ser motivo de preocupación, sino todo lo contrario. Mussolini jugaría involuntariamente un papel positivo reeducando a Italia «en la necesidad de libertades políticas, privándolo no sólo en los hechos, sino —lo que es más educativo— en las palabras de esas libertades, las cuales son como el aire. Se siente necesidad de ellas cuando comienzan a ser negadas o medidas». Para Salvemini, era «inequívoco que el mundo, lejos de ir hacia la derecha, va en todos los sitios hacia la izquierda»; Alemania, por ejemplo, aunque el triunfo socialista pareciera alejarse, ya nunca volvería a ser «el país militarmente jerarquizado de la preguerra».

Por aquellas fechas, el republicano Giovanni Conti envió un cuestionario a varios escritores de todas las tendencias, preguntándoles si consideraban arruinada la democracia italiana. Otro republicano, Arcangelo Ghisleri, reseñaría del mismo que «casi todos los escritores consideran temporal y transitorio el fenómeno fascista y su experimento en el poder. Y que el mundo no va hacia la derecha». Más tarde, en mayo, Salvemini se mostraba seguro de que «el régimen fascista se encamina velozmente hacia el colapso».

Otros quitaban hierro a la llegada de los fascistas, considerándola un mero nuevo gobierno que, aunque se iniciase con ruido, iría atemperándose, y al que la ley de hierro de la oligarquía acabaría diluyendo completamente el ímpetu. Los fascistas, sin embargo, advertían:

«Con la marcha sobre Roma comienza la revolución fascista. Hay gente que entre seria y socarrona todavía se pregunta en qué consiste esta “revolución”, en la cual no logra ver otra cosa que un cambio de ministros, nada más. Esa gente no quiere entender que con el fascismo llegó al poder el espíritu de Vittorio Veneto, que quiere purificarlo todo y tornarlo nuevamente fecundo, que quiere liberar de ataduras a la joven nación y devolverle amplio aliento de poderío mediterráneo, si quiere espantar con sistemáticos y fríos cortes quirúrgicos la vieja mentalidad pueblerina, parasitaria, la vieja concepción democrática y demagógica, y crear la jerarquía de los valores, la disciplina, el orden y la nueva mentalidad para la cual se considera al ciudadano como un miliciano, que por dentro y por fuera está entera y únicamente ligado a los destinos de la nación.

Tan inmensa obra no se lleva a cabo ni en un día ni en un año, sino en décadas. Por esto hemos dicho que con la marcha sobre Roma comienza la revolución fascista. Solo los reblandecidos ideológicos, los arquitectos de los diversos proyectos de felicidad universal creen en los milagros y en los traspasos veloces».

El 10 de febrero de 1923, Mussolini proclamaba: «Duraremos al menos treinta años y tendremos tiempo de demostrar nuestra originalidad». Por las mismas fechas, explicaba que el fascismo, a diferencia del bolchevismo, «no demuele por entero y de una sola vez esa delicada y compleja maquinaria que es la administración de un gran Estado; avanza gradualmente, por etapas […] La revolución fascista puede adoptar por lema nulla dies sine linea».

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Me contaba Diego Díaz en una ocasión que, cuando daba clase de historia contemporánea, explicaba la Revolución francesa como el Big Bang de la contemporaneidad; un estallido primigenio en el que ya está contenida, apretujada, la edad contemporánea entera; la buena y la mala. Hay quien señala que nuestra edad no comienza en 1789, sino once años antes, en 1777 y en Estados Unidos. Yo no estoy de acuerdo. En 1777 nace el liberalismo, y la Revolución norteamericana influye ciertamente sobre la francesa. Pero el asunto de la francesa (entendida, con De Maistre, no como un acontecimiento, sino como una época) no es tanto que invente el liberalismo como que, al producirse en un lugar en el que las resistencias de todo tipo son mucho mayores, inventa todo lo demás. De ahí lo del Big Bang. En la Revolución francesa (entendida, insisto, como época, es decir, abarcando también a los contrarrevolucionarios) está apretujadita, en versión rudimentaria, la contemporaneidad entera: el liberalismo, el republicanismo, el socialismo, el fascismo… Con la norteamericana no pasa eso.

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Nos descubre Fernando Ramírez un hallazgo que es oro molido. Preguntaban a Felipe González en 1977, en un libro sobre todos los partidos políticos de izquierda, de la izquierda más centrada a maoístas gallegos, qué opinaba sobre Trotski, Stalin y Mao. Respondía:

«Trotski me parece un hombre de una gran profundidad e inquietud intelectual; me parece un hombre que no asimila a Marx de forma dogmática, sino que recrea a Marx en Trotski y con una gran capacidad intelectual. Me parece un hombre admirable. Sin compartir su manera de ver la revolución, me parece que cambió fundamentalmente a partir de la revolución de 1917 y cambió en una dirección que es muy humana, aunque después hizo una revisión crítica, que es la de justificar su propia obra.

Stalin me parece, con sinceridad, un monstruo de la historia, independientemente de que tenga una explicación, pero entre la explicación y la justificación hay un largo camino que divide justamente la explicación de la justificación. Yo creo que la figura de Stalin es una figura absolutamente injustificable desde el punto de vista histórico, aunque sea explicable.

Mao me parece un genio. Lo que pasa es que la gerontocracia en política es siempre un mal. Mao hizo algo que parecía fuera del alcance humano: la transformación de la sociedad china, alimentar a una población, darle un sentido, orientarla hacia el futuro, darle una consciencia nacional. Creo que Mao es un auténtico monstruo en el sentido positivo, aunque hay una fase de Mao que me parece absolutamente desacertada, y es la fase en la que somete toda la política exterior a su antagonismo con la Unión Soviética, y por consiguiente a la realización de sus propias teorías sobre lo que es el comunismo en la Unión Soviética. Esto me parece que responde a una etapa de su vida en la que la gerontocracia ha liquidado su capacidad creadora, que pertenece a una época anterior».

ginamos a los diablos».

El runrún interior (49)


Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, NevilleCrítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).

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