El runrún interior

El runrún interior (50)

Pablo Batalla Cueto registra en su dietario pensamientos propios y notas de libros leídos y cosas vistas en Internet, escribiendo sobre el sentido original del 'carpe diem' horaciano o el asesinato a sangre fría de una periodista por el ejército israelí.

/ por Pablo Batalla Cueto /

El runrún interior (49)

Martes, 10/5/2022. La sala But de Madrid ahora se llama La Paqui. Lo comenta Héctor García Barnés, que apunta que «esta tendencia a hacer todo supuestamente castizo es más casposa que la anglofilia de hace décadas». Sí: hay un hipsterismo en inglés y hay un hipsterismo en español castizo y los dos son hipsterismo; la misma moda de diez minutos de capitalinos egotistas con ansias de epatar.

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Me impresionó mucho, cuando lo vi, el documental de Netflix sobre El Palmar de Troya, y algunas de sus escenas regresan a mi cabeza con mucha frecuencia. En él se cuentan espléndidamente el auge y la decadencia de esta Iglesia cismática, originada en 1968 a partir de las visiones de unas niñas que fueron rápidamente instrumentalizadas por dos habilidosos empleados de una compañía de seguros: Clemente Domínguez y Manuel Alonso Corral. Como es sabido, el primero de ellos acabó proclamándose Papa de una Iglesia que llegó a tener decenas de miles de feligreses en todo el mundo, devotos de aquel pontífice ciego (había perdido los ojos en un accidente de tráfico), incluida una red de obispos y una comunidad de monjas. El auge fueron los años setenta y ochenta, durante los cuales el dinero fluía a espuertas y permitía financiar obras suntuosas como la gigantesca basílica o un conjunto lujosísimo de pasos de Semana Santa, con palios recamados de oro y marfil. La decadencia principia en los noventa y se acelera con el cambio de milenio, aunque la Iglesia palmariana no ha desaparecido todavía: pervive como una minúscula comunidad de irredentos, enclaustrados tras los muros de la basílica.

El documental de cuatro capítulos de Israel del Santo ofrece entrevistas a antiguos fieles que se salieron y cuyos recuerdos y testimonios ilustran muy bien —y eso es lo que más interesante me resultó de la miniserie— los mecanismos psicológicos del mesianismo. Los de la primera adhesión a él, los de su abandono y también los del mantenimiento de la creencia contra toda evidencia. Se habla con gente que dejó El Palmar en cuanto supo de la vida de derroche sevillano del papa Clemente (cenas pantagruélicas, borracheras, prostitutas) y también con un irlandés que llora al contar que sus padres siguen aferrados a la fe palmariana, incapaces de aceptar que consagraron décadas de su vida a una mentira. Se pasan imágenes del momento axial de 1992 en que Clemente aseguró que Dios le devolvería la visión durante una misa, pero el milagro, esperado con gran expectación por los fieles palmarianos, como es obvio, no se produjo, pese a lo cual se verificó una vez más aquel hallazgo de Festinger, la disonancia cognitiva: en lugar de asumir la falsedad de las creencias propias a la luz clamorosa de su fracaso, se busca el alambique que permita mantenerlas y reforzarlas; «no rezamos lo suficiente y por eso el milagro no se produjo».

Vuelve ahora a mi mente El Palmar de Troya porque veo a cierta izquierda inmersa en un momento palmariano, con Pablo Iglesias en el desolador papel de papa Clemente. Últimamente, menudean en redes sociales las alabanzas a Iglesias pasadas de vueltas, emitidas por podemistas fanáticos que escriben cosas como esta que tuitea un tal Francisco Fernández, acompañando a una foto de Iglesias durante un mitin nocturno, con el foco fulgurando su cabeza como la aureola de un santo y un gesto cabizbajo de dolor martirial: «Al dejar Pablo Iglesias la política, perdimos al mejor político español de todos los tiempos. Quizás no lo merecíamos». No es una extravagancia; últimamente, ya digo, me topo con creciente frecuencia en las redes enaltecimientos disparatados de este tenor. Yo no soy un enemigo de Pablo Iglesias. Le voté y no me arrepiento; su paso por la política tuvo algunos méritos notables. El gobierno de coalición fue básicamente empeño suyo; sin él, hubiéramos tenido uno monocolor del PSOE, que no hubiera acometido ni la mitad de las conquistas valiosas de este. Pero me desagrada profundamente su última fase; este irse sin irse, su torpedeo creciente a Yolanda Díaz y el propio gobierno de coalición por volar libre en lugar de someterse a sus designios, su manera de escamotear la autocrítica por sus errores enterrándola bajo una cruzada de tonos paranoides contra los medios de comunicación. Parece, según me dicen amigos que están en el intríngulis de las negociaciones actuales para la formación del frente amplio, que en Podemos ya están dispuestos a presentarse en solitario, con Ione Belarra de candidata, a las próximas elecciones. «Nos van a llevar a todos por delante», me decía uno el otro día.

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Descubro a través de Carolina del Olmo una cita muy famosa de Saint-Exupéry que no conocía: «Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo: evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y ancho».

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Leído en Twitter, sobre el juicio a Íñigo Errejón por la delirante acusación de un fascista: «España es ese país donde no crees la denuncia de torturas de una persona desfigurada tras salir del cuartel de la Guardia Civil, pero das credibilidad a que Errejón le dio una patada voladora a un viejo en plena vía pública por pedirle un autógrafo».

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Edgar Straehle nos cuenta hoy una cosa curiosa, por él leída en Tradition, un clásico de Edward Shils: al parecer, el primer significado que tuvo la palabra originality («originalidad») en inglés no era, como hoy, el genio innato del trabajo de una persona, sino un recordatorio del pecado original; de la caída del hombre y su expulsión del Jardín del Edén. Escribe Shils que «“originalidad”, que en los siglos recientes ha sido una zapa que ha minado las fortificaciones de la tradición, fue en su primera historia un recordatorio del ineluctable dominio del pasado sobre el presente».

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«El túnel del metrotrén a Cabueñes se hará con pantallas y a cielo abierto para ahorrar costes», leemos hoy en La Nueva España. Una obra faraónica y disparatada digna de Lyle Lanley —el vendedor de monorraíles de Los Simpson—, que nunca hizo maldita la falta (¡un metro para Gijón!), se va a convertir en una nueva barrera ferroviaria en una ciudad donde el asunto era eliminarlas. Resacas de la España ebria de la Burbuja.

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Leo en El Salto un artículo estupendo titulado «El punto débil de Feijóo». Escribe allá su autor, Jorge Armesto, sobre «la ausencia de ideología visible [… como] triunfo de la ideología invisible». Sucede con Feijóo que «mientras que sus homólogos madrileños exhiben vociferantes sus credos neoliberales tratando, no solo de gobernar sino de adoctrinar, el mismo ideario se propaga silencioso en Galicia sin alharacas ni jactancias, como si fuese el orden natural de las cosas». En Galicia, «en la antítesis de la doctrina del shock, lo que […] ha funcionado es algo parecido a la labor erosiva del viento o de las olas: un lánguido y constante entumecimiento provocado por una administración que ejerce sus funciones de un modo discreto y tediosamente burocrático». La tiranía perfecta;

«el sueño de los que anhelan un poder velado y permanente. Se hace política, por supuesto, pero no se habla de política. Y cada una de esas decisiones, casi imperceptibles, que toma la Xunta de Feijóo no puede interpretarse como una muestra de su idea de país —que no existe— sino más bien como los ínfimos ajustes en los engranajes de la maquinaria del poder. Lo que se transmite es una sensación de inevitabilidad, de que las decisiones o acciones que se ejecutan están motivadas en razones puramente objetivas o técnicas y que no necesitan de fundamentación ideológica, del mismo modo que juzgaríamos extemporáneo que el presidente de la comunidad de vecinos comenzase a filosofar para explicar que se debe cambiar la caldera. No es de extrañar que a muchos gallegos no les importe que el PP se perpetúe en el gobierno, del mismo modo que agradecerían aliviados tener a ese vecino servicial que se ofrece voluntario a llevar los papeles de la comunidad año a año».

Escribe también Armesto que

«Cuando se dice que Feijóo es un gestor, se emplea incorrectamente la palabra. Feijóo no es un gestor: es un burócrata. No tiene un ideal, y quizá ni siquiera ideas políticas, más allá de ese difuso magma de lo que es “razonable” y que podría haberle dejado caer igualmente en el PSOE. Es de esos a los que no les interesa la ideología, gente práctica, que no se mete en charcos, sin opiniones propias, que no tiene ningún reparo en hacer de cuando en cuando algo que parezca “progresista” mientras le sea útil. Que hoy puede parecer galeguista pero mañana centralista, o feminista y lo contrario. Es decir, que no están para soltar rollos sino para ejercer el poder. Y en eso son serios, confiables, profesionales.

En una misión tan complicada como encontrar la fórmula de la piedra filosofal, la izquierda lleva cuatro legislaturas tratando sin éxito de buscar el punto débil de Feijóo. ¿Pero cómo encontrarlo? ¿Cómo criticar la nada? ¿Cómo reprochar a un Gobierno que se manifiesta casi exclusivamente en convenios para construir marquesinas en Cospeito o en ampliar la carretera de Santa Comba?

Y, aunque lo hubiera, ¿dónde hacerlo? Los espacios de discusión democrática languidecen convenientemente aletargados. El Parlamento galego, el lugar donde cabría esperar algún tipo de debate político se ha convertido en una extensión de esa labor que se presenta como puramente administrativa. Y puesto que todos los medios de comunicación galegos, con la única excepción de Nos Diario, están regados por un incesante flujo de dinero público, estos se convirtieron igualmente en extensiones del Diario Oficial de Galicia. Así las cosas, las pocas veces que Feijóo o alguno de los suyos mete la pata, los medios silencian sus torpezas. Y, a sensu contrario, magnifican o directamente inventan, las torpezas de sus adversarios censurando sus aciertos».

¿La tiranía perfecta? Tal vez, pero no será fácil extrapolarla al resto de España.

«Esta facilidad crea malos vicios: resta tensión, vuelve a uno descuidado. De hecho, fue llegar a Madrid y en apenas dos semanas ya se había metido en varios fangales que esta vez, ¡oh, milagro!, sí tuvieron trascendencia pública. ¿Los efluvios de la capital lo han vuelto torpe o es que ahora resulta que, por primera vez en su vida, alguien le fiscaliza?

¿Cómo se relacionará con los medios progresistas que no puede sobornar? ¿Será posible esa indefinición suya en el ecosistema mediático madrileño de la derecha, tan poblado de exaltados extremistas? ¿O por el contrario le obligarán a posicionarse en conflictos y debates de los que siempre huye? En los cenagales donde chapotean felices abascales y ayusos él se mueve incómodo.

Este es su flanco débil. Como esos seres fantasmales de la ficción que se vuelven vulnerables cuando exhiben su forma corpórea, su mayor amenaza es que —propios o ajenos— le obliguen a definirse, a adoptar perfiles nítidos, en definitiva: a ser».


Miércoles, 11/5/2022. Declaraciones, en el ¡Hola!, de Paola Marzotto, madre de la aristócrata italiana Beatrice Borromeo, esposa de Pierre Casiraghi, de los Grimaldi de Mónaco: «Soy activista ambiental de toda la vida. Mis padres paraban el barco y nos tiraban al agua para recuperar plásticos en el mar. Más tarde, mis hijos y yo quitábamos bolsas y bolsas de cigarrillos en la playa al lado de nuestra casa de Cerdeña… Pero no ha sido suficiente. Todos somos pecadores, no lo vimos llegar». A veces la realidad es indistinguible de la parodia.

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Madrid censurará una lista de conceptos «adoctrinadores e ideológicos» que aparecen en la LOMLOE entre los cuales se cuentan «ciudadanía global», «compromiso con la sostenibilidad», «mecanismos de dominación», «proceso reformista y democratizador de la II República» o «la dinastía de Borbón implantó el centralismo administrativo». En nuestra Hungría, nuestra Texas, no se podrá hablar de la centralización borbónica. Como ironiza Xosé Vigil, «a ver cómo se explica la ley de caminos del reino en 1761 con Carlos III. Ahora en Madrid, ya me imagino un “la arbitrariedad de la trama espacial hizo que coincidiesen los caminos en un punto, señal de ser el lugar el elegido por el pueblo español. Ese punto fue Madrid».

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Hace hoy Ana Carrasco-Conde en Twitter un apunte interesante: la oda Ne quasieris de Horacio, en la cual aparece la celebérrima fórmula carpe diem, no dice que exprimamos el momento a lo loco, sino que no pensemos en la incertidumbre del futuro y vivamos con sabiduría en la certeza de lo que es. «Se busca —resume Ana— la ataraxia, no el desmadre». Este es el pasaje completo de Horacio:

«No preguntes, Leucónoe —pues saberlo es sacrilegio— qué final nos han marcado a mí y a ti los dioses; ni consultes los horóscopos de los babilonios. ¡Cuánto mejor es aceptar lo que haya de venir! Ya Júpiter te haya concedido unos cuantos inviernos más, ya vaya a ser el último el que ahora amansa al mar Tirreno con los peñascos que le pone al paso, procura ser sabia: filtra tus vinos, y a un plazo breve reduce las largas esperanzas. En tanto que hablamos, el tiempo envidioso habrá escapado; échale mano al día [carpe diem], sin fiarte para nada del mañana».


Jueves, 12/5/2022. Estalla la burbuja de las criptomonedas y a mí me invade la Schadenfreude, esa sombría alegría por la desgracia ajena, aunque, como Hibai Arbide, echo de menos las imágenes de cryptobros saltando por las ventanas de Wall Street. Como dice Arbide, «los cracks ya no son lo que eran».

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Leo a la tuitera Eskarina Sforza un apunte finísimo: al final de Juego de tronos, lo único que se hizo para mostrar que Daenerys era mala fue cambiar la música épica por los gritos de sus víctimas.

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Apoyó a Keiko Fujimori en Perú y a José Antonio Kast en Chile y ahora nos dice que «entre Bolsonaro y Lula, yo prefiero a Bolsonaro». Pese a sus «payasadas». En 1933 también hubo quien entre Adolf Hitler y Ernst Thälmann preferían a Hitler pese a sus «payasadas». Cuando el viento de la historia sopla, las caretas se caen, y las de algunos liberales no necesitan que sople muy fuerte para salir volando: en el caso brasileño, ni siquiera se trata de elegir entre un fascista y un deletéreo izquierdista revolucionario, sino entre un fascista y un comedido socialdemócrata, de los que El País, diario poco sospechoso de veleidades revolucionarias, presentaba en su día como contramodelo admirable de los Hugo Chávez o Evo Morales. Varguitas prefiere el nazismo a la izquierda moderada. Para nosotros son buenas noticias: el gafe de este hombre es legendario.


Viernes, 13/5/2022. Termino Paisajes del comunismo, de Owen Hatherley, cuyo penúltimo capítulo versa sobre las peliagudeces de la memoria histórica de los países del Este que formaron parte del bloque soviético, donde el odio al comunismo conduce con frecuencia a lo que no llega a ser —no puede llegar a serlo— una alabanza directa de los nazis, pero sí una disculpa o una suavización de sus crímenes. Alude por ejemplo Hatherley a la Legión Letona, una formación vinculada a las SS, que en nuestros días recibe homenajes en una Letonia que disculpa a sus miembros con las mismas comuniones execrables con ruedas de molino con que acá se defiende a la División Azul: «en rigor —dice, por ejemplo un libro a la venta en el Museo de la Ocupación—, lucharon contra los aliados, [pero] la mayoría de los legionarios no querían luchar por Hitler y los nazis, sino, más bien, contra la URSS y Stalin».

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Bromean en Twitter sobre la compulsión de cierta arqueología de ver en cualquier objeto una función ritual y yo me acuerdo de aquel proyecto de arqueología experimental sobre el que nos habló en una ocasión, en la carrera, Jesús Liz, nuestro inolvidable y malogrado profesor de la materia. Consistió aquel experimento en interpretar las cosas de una tribu actual de cazadores-recolectores y, después, comprobar, preguntándoles, si se había acertado. Se interpretaron unas hogueras repartidas por el poblado como un complejo dispositivo ritual: su distribución remedaba la de tal constelación, etcétera. Preguntaron, les respondieron. Eran para espantar a las moscas.

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Un soldado del Ejército de Israel mató hace dos días a sangre fría, de un disparo en la cabeza, a una periodista de Al Jazeera, Shireen Abu Aqleh, durante una redada en Yenín. Israel no ha respetado ni su funeral: la exhibición, durante el mismo, de banderas palestinas provocó una intervención de los soldados desplegados cerca, que la emprendieron a porrazos contra los asistentes y hasta con quienes portaban el ataúd, de los que ahora veo imágenes sosteniéndolo en el aire heroicamente, evitando que se cayera: una imagen de dignidad llamada a perdurar en el recuerdo. He aquí un Estado criminal al que no se expulsa de Eurovisión, ni contra el que la LFP pone carteles de «stop a la invasión» en las retransmisiones de sus partidos.


Sábado, 14/5/2022. Abre Pepa Bueno en El País un melón interesante: hay temas a los que los medios y la clase política conceden una importancia crucial que el común de la gente mira, sin embargo, con la más absoluta indiferencia. Está sucediendo con el Caso Pegasus. «Sorprendentemente —cuenta Bueno—, el episodio que ha hecho tambalearse esta legislatura más que ningún otro, y cuyo final aún no está escrito, no ha concitado una gran expectación. Esta semana, en la que el presidente del Gobierno ha sacrificado a la directora del Centro Nacional de Inteligencia, Paz Esteban, las noticias que daban cuenta de esta gravísima crisis no han figurado ni entre las 46 más leídas del periódico. Están a partir del puesto 47».


Domingo, 15/5/2022. Toni Cantó publica sus memorias. Trabajador estajanovista, su agotadora labor al frente de la Oficina del Español de Madrid no le ha impedido encontrar tiempo para sentarse a escribir. El libro se titula De joven fui de izquierdas pero luego maduré y en él nos cuenta que, en los ochenta, corrió delante de los grises (que dejaron de existir en 1978, convertidos en maderos que vestían de marrón) en las movilizaciones estudiantiles que hicieron famoso al Cojo Manteca (1987) y que por aquel entonces despreciaba a la gente que leía El Mundo (fundado en 1989). O el libro no tuvo corrector, o era un corrector muy torpe, o un conspirador de izquierda que calló como una puerta para dejar al pobre Toni a la altura del betún.

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Desarrolla hoy Héctor García Barnés su apunte del otro día sobre el neocasticismo en un artículo estupendo en El Confidencial, titulado «Tu abuela es un negocio». Razona allá que la «vieja fascinación por lo extranjero y el actual orgullo por lo patrio son la misma cara de una misma moneda […] Ambas cosas parten del mismo punto. Primero, la de la supuesta superioridad de lo extranjero y hoy, la de la supuesta superioridad de lo antiguo». El hipsterismo de antaño era disidencia del espacio (lo de fuera es mejor) donde el actual es disidencia del tiempo (lo viejo es mejor). Pero es la misma gente obrando con las mismas motivaciones.

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Hay un argumento de quienes defienden la invasión de Ucrania por Rusia que me parece singularmente estúpido: el de que Ucrania es un Estado artificial, sin historia, creado antes de ayer por una serie de decisiones arbitrarias. Y si así fuera, ¿qué? Todas las fronteras son artificiales la primera vez que se trazan. Y pasado el tiempo suficiente, cualquier frontera se acaba naturalizando, por muy artificiosa que pareciese en primer lugar. A ver quién sería el guapo que hoy anexionase sin contestación La Rioja a Castilla, basándose en el inapelable argumento de que es un invento de antes de ayer. No importa cuántos años tenga Ucrania: importa que, hoy, la mayor parte de sus habitantes la consideran su patria y están dispuestos a luchar por su independencia. Ucrania, Israel (otro país contra el que se esgrime este argumento), no son más artificiales que, por ejemplo, Argentina, un país contra el que este argumento no se esgrime: simplemente son artificios más recientes.

Los putinistas cargan también las tintas con cada defensa interesada, cínica o siniestra de la causa ucraniana como si la existencia de un solo apoyo incorrecto bastase para desacreditar la causa entera. No hay absolutamente ninguna causa que no tenga defensores interesados, cínicos o siniestros, y eso no hace menos justas a las que lo son. Tampoco hay nadie que no sea un interesado, un cínico o un siniestro de lo suyo en algún momento de su vida.

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Leemos hoy que Felipe VI y Juan Carlos I han acordado verse en Madrid en cuanto el Emérito regrese. Pienso que de ese encuentro podría imaginarse una obra de teatro sencillísima y de mucha sustancia, con solo dos personajes, poco atrezo y un buen guion: un diálogo shakespeariano entre Juan Carlos y Felipe en el que el primero eche en cara al segundo haber traicionado a su propio padre, y Felipe defienda que lo hizo por el bien mayor de la Monarquía y la dinastía, como Juan Carlos hiciera en tiempos con su propio progenitor.

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Será cosa de la moral católica que me inculcaron en casa o de la moral comunista que me enseñaron después en el tiempo de mi militancia, en ambas las cuales la mano izquierda no debía enterarse de lo que hiciera la derecha, pero cada vez se me hace más bola José Andrés. Me recuerda a Sebastian St Clair, un personaje secundario de la serie BoJack Horseman: un millonario filántropo que organiza proyectos benéficos en países en guerra, pero al que se presenta como un hombre ególatra y pagado de sí mismo, que dice que quiere ser testigo del horror, pero que «I need people to witness me witnessing it»; «necesito gente que sea testigo de mí siendo testigo de él».


Lunes, 16/5/2022. Termino Los alpinistas de Stalin, de Cédric Gras, un libro delicioso sobre dos celebridades del montañismo soviético, los hermanos Yevgueni y Vitali Abalákov, conquistadores del Pico Lenin y el Pico Stalin y exploradores de las alturas takiyas y caucásicas. Gras relata sus peripecias y sus padecimientos. Yevgueni murió en un extraño accidente doméstico; Vitali padeció la Gran Purga y pasó por el gulag, aunque salió vivo de él. En el fondo, se trata de contarnos el estalinismo, la URSS en general, a través de ellos.

He aprendido cosas sobre el alpinismo soviético que hubiera mencionado en La virtud en la montaña si las hubiera conocido a tiempo. Las alpiniadas, por ejemplo: la URSS rechazaba el afán individualista, ególatra, que consideraba que caracterizaba al alpinismo occidental y organizaba expediciones masivas a sus montañas emblemáticas, que colocaban a decenas de personas en la cumbre en lugar de a un único conquistador genial. Rechazaba asimismo la dimensión puramente deportiva del alpinismo y que los montañeros fueran los conquistadores de lo inútil del célebre libro de Lionel Terray: el montañismo tenía que ser útil y cada expedición tener una excusa investigadora; colocar aparatos científicos en la cumbre, explorar yacimientos geológicos, etcétera. También se preferirán las expediciones ingenieriles, minuciosamente planificadas, prolijamente provistas, asistidas exteriormente, frente a la soledad y la limpieza románticas que más tarde defenderá el estilo alpino de los Messner y compañía.

Es muy divertido el pasaje en el que Gras diserta sobre los curiosos nombres que los soviéticos ponían a sus montañas. Había un Pico Marx y un Pico Engels, por supuesto. Había también un Pico de la Revolución de Octubre. Hubo un Pico de la Corea Libre y un Pico de la España Libre, homenaje a nuestros republicanos en el Cáucaso. Y había nombres más pintorescos: Pico de los Partidarios de la Comuna, Pico de los Comisarios Rojos, Pico de los Topógrafos de Guerra, Pico del Soldado del Ejército Rojo, Pico de la Academia de las Ciencias… Pero mi preferido es este: Pico de la Primera Sesión del Consejo Superior de la República Socialista Soviética de Kirguistán (¡uf!).

El Pico Lenin, en Tayikistán, hoy se llama Pico Avicena. Y leo también en el libro de Gras que se organiza allá una Lenin Race consistente en subirlo corriendo. Definitivamente, hubiera mencionado esto en La virtud en la montaña.

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Tristán de Usera: «La Gran Okupación. Ya sean migrantes, mujeres, trans, pobres, rojos o indepes. Ya sea en la frontera, en un baño o en una comisión del Congreso. Llevamos años sometidas al mismo miedo siniestro: la amenaza es todo aquello que no se queda en su sitio».

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Una cosa que odio mucho: los electrodomésticos con controles táctiles, singularmente las placas de vitrocerámica, que a poco que les cae encima media gota de agua empiezan a pitar enloquecidas. Me parece como de una modernidad idiota e innecesaria; modernizar por modernizar. También detesto los ratones inalámbricos. A mí denme los cables y las ruedecitas de toda la vida; basta ya de esta estólida novolatría.

El runrún interior (51)


Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, NevilleCrítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).

3 comments on “El runrún interior (50)

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  2. Agustín Villalba

    «Descubro a través de Carolina del Olmo una cita muy famosa de Saint-Exupéry que no conocía: «Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo: evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y ancho».»

    La cita exacta es: « Si tu veux construire un bateau, ne rassemble pas tes hommes et femmes pour leur donner des ordres, pour expliquer chaque détail, pour leur dire où trouver chaque chose. Si tu veux construire un bateau, fais naître dans le cœur de tes hommes et femmes le désir de la mer. »

    Es decir: «Si quieres construir un barco, no reúnas a tus hombres y mujeres para darles órdenes, para explicar cada detalle, para decirles dónde encontrar cada cosa. Si quieres construir un barco, haz nacer en el corazón de tus hombres y mujeres el deseo del mar.»

    (En internet hay que tener mucho cuidado con las citas, que suelen estar mal citadas. Y cuando se trata de citas traducidas hay que tener doble cuidado: con la extactitud de la cita y con la exactitud de la traducción).

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