/ por Pablo Batalla Cueto /
Martes, 3/5/2022. El ideal de la modernidad era que todo lo sólido se desvaneciese en el aire, y sobre el suelo despejado y firme construir el mundo nuevo. Hoy del mundo viejo no tocamos un ladrillo, pero el suelo se desvanece debajo suyo, y hace que todo se precipite hacia el averno, desmoronándose en el aire de su caída.
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Un dato que le leo a Julen Bollain: si los diez hombres más ricos del mundo perdieran ahora mismo el 99,999% de su riqueza, seguirían siendo más ricos que el 99% de los habitantes del planeta.
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Leo con pasmo en Twitter, compartida por el tuitero Shine McShine, la historia, que no conocía, de Michel Lotito, conocido como Monsieur Mangetout («Señor Comelotodo»). Nacido en Grenoble (Francia) en 1950, a los dieciséis años empezó a comer materiales indigeribles para un ser humano corriente: metal, vidrio, plástico… Y aquel mismo año, inició una carrera circense. Lotito, afectado por una condición médica singular, tenía un apetito feroz y una gruesa capa de mucosa estomacal que protegía su tracto digestivo, así como una secreción gástrica extremadamente ácida. Era así que podía devorar, para asombro de sus espectadores, objetos como bicicletas, televisores o carros de supermercado. En 1978, acometió el gran hito de su carrera: comerse un avión entero; un Cesna 150 para más señas. Le tomó dos años durante los cuales fue desmontando el aparato en pequeños pedazos y consumiéndolos con aceite de oliva, para facilitar su ingestión. Monsieur Mangetout, después de aquella gesta gástrica, siguió consumiendo toda clase de objetos hasta su muerte por causas naturales en 2007. Los médicos calcularon entonces que, a lo largo de su vida, había consumido alrededor de noventa toneladas de metal.
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Leo que decía Mussolini que el fascismo, a diferencia del bolchevismo, «no demuele por entero y de una sola vez esa delicada y compleja maquinaria que es la administración de un gran Estado; avanza gradualmente, por etapas […] La revolución fascista puede adoptar por lema nulla dies sine linea».
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Hay un lamento futbolero que me resulta elocuente sobre muchas cosas: aquel que demanda, exige, que regresen a Primera División los clubes históricos, tales como el Zaragoza, el Tenerife, el Sporting o el Oviedo, y desaparezcan de la primera categoría los Eibar, Getafe, Villarreal… La gente llama históricos simplemente a los clubes que estaban en Primera cuando cada cual era niño o joven, aunque durasen menos en la categoría que los no históricos. Si se traslada esa mentalidad egotista a la política, uno entiende muchas cosas.
Miércoles, 4/5/2022. Leo que ha fallecido en Las Vegas, parece ser que por mano propia, una joven de dieciséis años a la que todos, o muchos, conocíamos, aunque muy pocos le pusiéramos nombre: era la protagonista de un meme muy célebre, en el que una niña esboza una sonrisa pícara. Quién era aquella niña, se lo leo, en Twitter, a Bibiana Candia. Se llamaba Kailia Posey y había sido concursante de un reality show estadounidense, Toddlers and tiaras. Allá «se convirtió —cuenta Candia— en un personaje muy odiado porque era súper competitiva y trataba mal al resto de las niñas. Volvió a aparecer unos años más tarde, compitiendo otra vez, pero decía que ahora era mayor y había aprendido que no se trata así a la gente. En ese mismo episodio ganaba la competición absoluta un bebé y ella terminaba llorando desconsoladamente. Decía que era injusto que ganase un bebé, porque no tenía que entrenar horas a diario como ella. Era delirante».
Ana Carrasco-Conde razona en Decir el mal que este —el mal— no es lo que estando oculto irrumpe a la superficie, sino lo que, desplegado a la plena luz del día, un día advertimos. En el caso de Kailia, el mal estaba ahí, cierto, claro, patente en la escena de una niña viniéndose abajo tras ser derrotada por un bebé; más aún, en el mero sintagma derrotada por un bebé y todo lo que se condensa en sus cuatro vocablos, aberrantemente reunidos, gramática posible que un día fue improbable como la escritura automática de un literato surrealista, pero es probable, cierta, en nuestros días, bajo el signo voraz del capital. Detrás de aquella niña competitiva e histérica se adivinaban con facilidad los contornos de unos padres codiciosos, negligentes, maltratadores. Parece ser que era el caso.
Durante años, hemos compartido el meme ignorando por completo el iceberg de crueldad, de violencia, que se escondía debajo suyo. Cuánto horror pueden esconder las cosas que uno creyera más inofensivas. Y qué fama curiosa e inquietante, la de los memes. Es un caso menos dramático, pero me he acordado de András Arató, el ingeniero húngaro que está detrás del protagonista de otro meme celebérrimo, Hide the pain Harold: un hombre de pelo y barba blancos que toma café mientras utiliza un portátil y mira a cámara con una divertida sonrisa forzada. Arató fue, en una ocasión, de viaje a Turquía, se hizo fotos como cualquier turista, las compartió en redes y un día fue descubierto por un fotógrafo profesional que apreció algo muy fotogénico en su rostro. Este contactó con él y le ofreció una sesión de fotos que irían destinadas a un stock digital. Accedió sin imaginarse que, unos meses después, la casualidad haría que aquellas fotos se viralizasen. De buenas a primeras, Arató descubrió que su rostro se había vuelto omnipresente en la Red, convertido en un chiste polivalente. Y no le resultó agradable: «Fue una experiencia aterradora»,contaría tiempo después, en una entrevista. Con el tiempo, acabó aceptándolo, y hasta monetizándolo: ahora da conferencias por todo el mundo contando su historia y difunde sus propios memes en una página web. Pero ha llegado a necesitar guardaespaldas, de tanta gente como lo rodeaba y lo abordaba en la calle. ¿Tiene todo esto algún maldito sentido?
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Están echando en La2, para regocijo y solaz de los parroquianos del bar del pueblo, La guerrillera, una peli del ochenta y dos ambientada en la guerra de la Independencia, con emboscadas, tiros y prolija y completamente gratuita exhibición de culos y tetas. El Destape tuvo que ser para vivirlo.
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Luis H. Rodríguez: «Un periodista es el que te cuenta que la pared está dura y un reportero es el que le pega un cabezazo para comprobarlo».
Jueves, 5/5/2022. Leo que, al reunirse con el arquitecto responsable del proyecto, el empresario que había encargado el Empire State colocó un lápiz en posición vertical sobre la mesa y dijo: «¿Cómo de alto puedes hacer esto sin que se caiga?».
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Leo —lo cuenta Alberto Lavín, en relación con el éxito histórico del Sinn Féin en las últimas elecciones en Irlanda del Norte— que, en el contexto de las célebres huelgas de hambre de presos del IRA de 1981, que se saldarían con la muerte de catorce de ellos, Margaret Thatcher escribió al Vaticano para solicitarle al Papa que declarase la muerte por inanición autoinfligida un pecado de suicidio, y excomulgase a los implicados. Juan Pablo II, si bien instó a los republicanos a que cesaran la huelga y salvaran la vida, no solo no accedió a la exigencia de la Dama de Hierro, sino que mandó a los huelguistas unos crucifijos de oro.
Viernes, 6/5/2022. Leo en Paisajes del comunismo, de Owen Hatherley, una reflexión curiosa:
«Bratislava se encuentra a menos de una hora de Viena, aunque da la sensación de ser mucho menos socialista (el transporte público, la comida y, sobre todo, los taxis son mucho más caros que en la capital austriaca; hay muchas más cadenas de tiendas y anuncios publicitarios, normalmente gigantescos, y muchísimas menos viviendas sociales de calidad y bien mantenidas. Como señala Pyzik en Poor but sexy, se trata del espectáculo inquietante de cómo, tras ganar la Guerra Fría, Occidente consiguió retener más elementos remanentes del socialismo de los que se permitieron en el Este».
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Certero y desasosegante, pero es lo que hay, apunte de Moriche: «Yo diría que está bastante claro que ahora mismo no jugamos contra el régimen del 78, sino junto a medio régimen del 78 contra el otro medio. Y dando gracias que aún sumamos como para desempatar entre ellos en favor del menos malo, cuando perdamos medio millón de votos más ya no alcanzaremos ni a eso».
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El espectáculo de las negociaciones de la izquierda en Andalucía para armar lo que se llama pomposamente frente amplio, pero no deja de ser volver a unir lo que un día estuvo unido y ni siquiera todo (Teresa Rodríguez no participa), está siendo absolutamente dantesco, con Podemos amenazando con presentarse en soliario. El Periódico de España cuenta que «mientras las posiciones siguen enconadas en este punto, distintas fuentes de la negociación aseguran que Podemos ha amenazado con romper e ir en solitario si la candidatura unitaria no está encabezada por el diputado gaditano [Juan Antonio Delgado]. Algunas voces moradas niegan la mayor, alegando que hay más elementos en la mesa de negociación, como el reparto de la lista o de recursos económicos». Para esto hemos quedado. «Y los cíclopes salieron de las entrañas de la tierra para asaltar… puestinos y perres».
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Leo en Paisajes del comunismo que se destinó más mármol a las estaciones de la primera línea del metro de Moscú que a todos los palacios del zar en los cincuenta años previos a la Revolución. Leo también que, en 1993, Borís Yeltsin encargó un nuevo muro para rodear el edificio de la Duma, después de su bombardeo. Y que ese muro costó más que el precio de compra de las innumerables empresas estatales soviéticas, vendidas a precio de saldo en aquel momento. Resúmenes infinitesimales y elocuentes de dos mundos, el de la URSS y el de la Rusia poscomunista.
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Hay leyes de la física con más excepciones que la ley de hierro de la oligarquía.
Sábado, 7/5/2022. Un goce especial de vivir en un pueblo es la liberación vestimentaria; el poder ponerse la misma ropa sencilla todos los días, en mi caso un viejo pantalón de chándal, una camiseta de pijama del Carrefour y un polar de Quechua con los que lo mismo ando por casa que voy al bar. Parece una tontería, pero no se da uno cuenta de la tiranía consumista y estética en la que vive hasta que sale de ella. Y en verdad que es liberador; una tranquilidad mental que no atino a describir pero que es maravillosa. De los pueblos se suele alabar, frente a las ciudades, el silencio, pero creo que el silencio más gozoso que un pueblo ofrece es el silencio interior; el acallamiento del tráfago de voces mentales con que el capitalismo nos aturulla la cabeza. Y yo nunca he sido en absoluto una fashion victim, pero, en la ciudad, hasta el más dejado tiene inevitablemente un grado de preocupación por su apariencia y el qué dirán que aquí, en cambio, desaparece por completo.
Domingo, 8/5/2022. Leo en Paisajes del comunismo un pasaje muy interesante sobre el trabajo clandestino que, en tiempo del socialismo real, llevaban a cabo los obreros en las fábricas: productos creados a hurtadillas como divertimento o para regalar. Así lo contaba Miklós Haraszti a principios de 1970, en un texto sobre el sistema de trabajo a destajo en una planta de ingeniería húngara:
«En nuestro taller, las posibilidades del torno, de la fresadora y de la taladradora estimulan y a la vez limitan nuestra imaginación; la materia prima es, por lo general, el acero. Fabricamos llaveros, soportes para macetas, ceniceros, portalápices, reglas, escuadras, saleros para usar en el almuerzo en la fábrica, estropajos para el baño hechos con las virutas finas de un cilindro de plástico blando, reglas de cálculo de acero inoxidable para niños (un maravilloso regalo), colgantes hechos con los dientes rotos de la fresadora, dardos, pequeñas ruletas, jaboneras imantadas, antenas de televisión (para montar en casa), bisagras de seguridad para el guardarropas, perchas, cuchillos, puñales, llaves inglesas».
Reflexionaba también Haraszti que «con el trabajo clandestino, este rincón que nos queda de la fábrica se convierte en un trozo de naturaleza; nosotros como hombres libres medimos sus fuerzas latentes, cosechamos sus frutos, recogemos sus riquezas». Pienso que estos pasajes gustarían a mi buen amigo Michel Suárez, libertario antimaquinista, vindicador de la creatividad perdida del artesano, devoto, con ojos morrisianos, de estas historias de disidencia de la monotonía autoritaria de la cadena de montaje. De la cadena de montaje en general. Es fácil convertir aquellos pasajes de Haraszti en un alegato contra la grisura de la vida soviética, pero, al leerlos, yo me acordé de mi padre, tornero fresador en un pozo minero español, que a veces hacía su propio trabajo clandestino. Lo recuerdo llegando a casa con, por ejemplo, un cenicero metálico que él mismo había torneado en sus ratos libres en el taller, con circulitos abiertos en derredor para engastar en ellos monedas de peseta, y, decorando su base, una foto de un tigre que había recortado de una revista, protegida por un cristal. O con una caja de piezas metálicas de ajedrez, las mismas con las que me enseñó a jugar. Bien es cierto que me crie al lado de la calle Carlos Marx: a lo mejor éramos soviéticos y no lo sabíamos.
Lunes, 9/5/2022. Día de la Victoria en Rusia, con el tradicional desfile militar en la Plaza Roja, que este año, con la guerra de Ucrania, adquiere un significado especial. Ello es que, por más que Putin lo instrumentalice al servicio de su execrable invasión, el de hoy es un día para celebrar y para recordar con gratitud la gesta mareante del pueblo soviético, sin cuyos veintiséis millones de muertos no sería este el Día de la Victoria, sino el del Reich. De todas maneras, me desagrada cierto equívoco antifascismo que responde al ninguneo injusto que a veces sufre la contribución soviética ninguneando él mismo otras contribuciones. A Hitler no lo derrotó solo la URSS, aunque la URSS asumiera el coste mayor. Lo dice Nordés en Twitter: «Tan cierto es que la URSS llevó el mayor peso y coste en la guerra contra los nazis y que tomaron Berlín como que el Reino Unido mantuvo en solitario la lucha durante más de un año mientras la URSS enviaba materias primas a Alemania. La historia hay que contarla entera». Yo quiero un antifascismo de banda ancha que honre de rodillas el papel soviético, pero también el estadounidense o el británico; y que se emocione con la foto de Melitón Kantaria izando la bandera comunista sobre el Reichstag tanto como con el discurso aquel de Churchill: «Lucharemos en las playas, lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos y las calles».

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).
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