/ Escuchar y no callar / Miguel de la Guardia /
Como lo leen. Soy un ferviente partidario de que cada religión organice la enseñanza de su doctrina con total libertad en el espacio natural de la catequesis parroquial, de las madrasas coránicas y de cualquier otra estructura propia, pues ese es el lugar en el que los miembros de cada religión deben reflexionar sobre sus dogmas, su moral y otros temas que tan importantes son para ellos en cuanto creyentes.
Recuerdo que, en la época en la que en mi grupo de investigación había musulmanes de diferentes tendencias e hinduistas, un estudiante marroquí confesó a la hora del café que él no podría casarse con una cristiana, a lo que, para mi sorpresa, uno de mis estudiantes valencianos respondió que lo entendía, pues él tampoco podría escoger una pareja que no fuera católica. Me sorprendió la réplica de mi católico amigo pero no quise comentar nada en público. Más tarde, al hablar con él y preguntarle sobre el significado de su afirmación me aclaró que, siendo creyente, la religión era un aspecto muy importante de su vida y que difícilmente podría compartir su día a día con una persona con la que no tuviera ese aspecto en común y, de paso, me evidenció que yo no podía compartir ese punto de vista porque, probablemente, no era una persona religiosa. Hube de reconocer la exactitud de su afirmación, pues carezco del don de la fe y trato de ser respetuoso con todas las creencias aunque no las comparta, y me fui a mi casa con la lección aprendida sobre la importancia de la religión para los creyentes.
Todo lo anterior viene a cuento del desasosiego, cuando no la indignación, que me asalta cuando leo noticias como «El islam, asignatura optativa en la escuela pública en Cataluña», «Tres colegios públicos de Mallorca empezarán a impartir este curso la asignatura de religión islámica entre un total de 150 alumnos cuyas familias la han solicitado», o «El Estado gasta 600.000 euros en 14 profesores de Religión Islámica en Ceuta y 400.000 en 9 profesores para Melilla», o «El gobierno valenciano autoriza impartir islam en dos colegios públicos de Castelló». Es cierto que el islam es la segunda religión en nuestro país y que, probablemente, a partir de 2050 pueda ser la primera, pero mi indignación no debe entenderse en absoluto como desprecio al islam, sino como sorpresa por el hecho de que la escuela pública incorpore, junto a disciplinas científicas y de índole cultural, enseñanzas religiosas.
La actitud de favorecer la enseñanza de religiones diferentes de la religión católica (que es la mayoritaria en nuestro país en el momento actual) parte, en muchas ocasiones, de un izquierdismo falsamente progresista que trata de diluir la importancia cultural y social de la religión católica, y en eso se engañan por completo los que promueven estas medidas.
En primer lugar, sospecho de toda actuación que se plantea de modo negativo, en contra de algo o de alguien, y en segundo término me encoleriza que se empleen fondos públicos con fines partidistas. Desde mi óptica, se equivocan los del postureo izquierdista, pues lo que habría que hacer es renegociar el Concordato con el Vaticano para, salvaguardando los derechos adquiridos por la Iglesia católica, y que involucran aspectos tan onerosos como el mantenimiento del patrimonio cultural de todos, dejar cada cosa en su sitio y desligar la enseñanza de la religión del marco de la escuela pública. No se trata de arrinconar la religión, sino de ponerla en valor en el marco familiar y de las creencias más profundas de las personas religiosas, pues la falta de sacerdotes crea situaciones vergonzosas como el que se asigne la enseñanza de la religión a personas que no practican lo que enseñan o que, incluso, desconocen la historia, dogmas y ritos de la religión. Convénzanse: sacar la religión de la escuela pública y llevarla a las instituciones confesionales y a los centros de religiosidad sería un avance para todos, en particular para los creyentes, y evitaría el espectáculo bochornoso de una enseñanza de la religión que no aporta nada sobre el conocimiento de la misma y que, por descontado, se aleja del verdadero sentido de las creencias religiosas. Por eso, si algún responsable político leyera por casualidad este texto, que piense en la posibilidad de financiar la enseñanza de cualquier religión existente en los centros públicos con su propio pecunio, tanto si su propuesta parte del deseo de beneficiar a sus correligionarios como si se trata de un ajuste de cuentas con la religión mayoritaria.

Miguel de la Guardia es catedrático de química analítica en la Universitat de València desde 1991. Ha publicado más de 700 trabajos en revistas y tiene un índice H de 77 según Google Scholar y libros sobre green analytical chemistry, calidad del aire, análisis de alimentos y smart materials. Ha dirigido 35 tesis doctorales y es editor jefe de Microchemical Journal, miembro del consejo editorial de varias revistas y fue condecorado como Chevallier dans l’Ordre des Palmes Académiques por el Consejo de Ministros de Francia y es Premio de la RSC (España). Entre 2008 y 2018 publicó más de 300 columnas de opinión en el diario Levante EMV.
Yo apoyo la enseñanza de la religión cristiana en las escuelas de España. El racionalismo griego goza de bastante prestigio y a los intelectuales se les llena la boca diciendo que venimos de los griegos, pero no dicen ni una palabra de lo que debemos a Santo Tomás o Suárez. La filosofía católica escolástica es el cuerpo del racionalismo griego que tan importante nos parece ahora y en nuestra civilización ya son inseparables.