Narrativa

Todas las caras que somos

Antonio Reseco reseña 'La muerte del Pinflói', de Juan Ramón Santos, parodia de novela policíaca con personajes cómicos y derroche de ironía e ingenio.

/ una reseña de Antonio Reseco /

La muerte del Pinflói (Baile del Sol, 2022), de Juan Ramón Santos, es de esos libros que, vaya esto para empezar, le hacen a uno pasar un rato de lectura plácido y divertido. Pero digo claramente para empezar porque presuponer que esta novela es un mero entretenimiento sería de una injusticia tan simplista como palmaria. Juan Ramón Santos vuelve a demostrar que escribir bien, que la buena literatura, puede casarse con determinados subgéneros narrativos o, incluso, con pseudosubgéneros, y que, para hacerlo, no es necesario condenar al lector al escrutinio de medio millar de páginas donde sobra más de lo que hace falta.

Inmersos como estamos en el maelstrom de la novela negra, que tanto ha empobrecido las letras desde un punto de vista literario (hace algunos años la plaga fue la novela histórica), La muerte del Pinflói parece atacar a este subgénero (quizá aquí fuera más correcto decir novela policíaca) desde su centro mediante una sutil pero nada esperpéntica parodia del mismo. La comicidad de los personajes contribuye a que el lector dude de ante qué nos encontramos. El Endocrino, protagonista de su anterior entrega y convertido ya en un Sherlock Holmes no se sabe muy bien con base en qué atributos (en el mundo de los ciegos el tuerto es el rey); su Watson, en este caso el maestro del pueblo y narrador, cuyo título académico tampoco contribuye a que escape del absurdo. El muerto, el Pinflói, que reúne todas las características del prototipo de lo que fue cierta modernidad de las zonas rurales: perdido por las drogas, la vida y la pequeñez del entorno. El Jero, Juanín, Román, el sargento Blázquez, todos ellos personajes a medio camino entre la realidad y la caricatura que la realidad hace de ellos. En fin, la ubicación, Labriegos, ese lugar imaginario que es un tubo de ensayo de una determinada iconografía social, reconocible y, en muchos casos, aún viva.

Casi como un Quijote, el Endocrino intenta desvelar las circunstancias de la muerte de Paulino y, en el trayecto, nos construye la radiografía de la vida de una persona que no es solo un arquetipo más o menos discernible, sino la acumulación de todas aquellas imágenes que componen el prisma humano. Bien lo dice Santos en su novela: «ser, lo que se dice ser, no somos más que la suma de lo que los demás, y nosotros mismos, cuentan, contamos de nosotros». La víctima adquiere protagonismo y su personalidad se va enriqueciendo de matices que, si bien no le otorgan el título de modelo a seguir, al menos justifican que uno nunca es tan malo como lo pintan. Junto a ese retrato está el hecho de que la vida, la existencia, ya sea individual (caso del muerto) o colectiva (Labriegos) no tiene un solo enfoque y cambia según la luz que incide en ella o la opinión de quien la emita. La imposibilidad de conocer la realidad cambiante, esa heraclitiana máxima, queda demostrada en la construcción de la personalidad del finado. Paulino fue casi todas las personas que todos somos en cierta forma. Pero sobre todo fue un producto más de la centrifugadora que es la sociedad moderna en un entorno rústico, «la suma obra de arte del pop labriego».

Durante poco menos de doscientas páginas, el autor mantiene la acción en una constante activa que ni decrece ni trepida. Y donde lo interesante no es saber si fue o no lo que parece evidente desde principio que fue, sino por qué se llegó a ello. Así la investigación diluye a los verdugos y se centra en la víctima en una suerte de novela detectivesca inversa (el mejor asesino siempre es uno mismo), pero dejando hasta la última línea la incertidumbre de si todo es como parece o parece lo que no es.

Juan Ramón Santos no se desprende en ningún momento de su ironía e ingenio para engancharnos en una narración que demuestra nuevamente su habilidad contando, su ya magisterio en el oficio de inventar historias. Desde la primera página, la sucesión de capítulos cortos nos lleva en cada terminación a desear comenzar el siguiente y así para averiguar de qué es capaz este investigador in pectore y quién era la víctima, no menos interesante. Y ello en el animado entorno espacial ficticio (y a la vez tan real) en que se desarrolla la acción. Juan Ramón Santos pone de manifiesto que lo que en una ciudad es un suceso extraordinario, en un pueblo solo puede ser una lejana banda sonora y, por el contrario, lo que en un pueblo es un evento ecuménico, en la ciudad es algo que roza lo ridículo. Porque es esa configuración cósmica de la narración, incluso su anclaje temporal, la que nos evidencia que hay distintas formas de enfocar la realidad. En frase atribuida a Lao-Tse, «aquello que para la oruga es el fin del mundo, el resto del mundo lo llama mariposa».


La muerte del Pinflói
Juan Ramón Santos
Baile del Sol, 2022
198 páginas
15 €

Antonio Reseco (Villanueva de la Serena, 1973) es licenciado en Derecho. Entre otros, ha publicado los poemarios Un lugar conocido (2002), Anotaciones del viaje (2005), El otoño cotidiano (2005), Geografías (2006), Huidas (2009), London Bureau (2012), Casi no existir (2015) y Posdatas (2017). Es autor de numerosos artículos, relatos y poemas que han aparecido en distintas revistas y ha sido incluido en diversas antologías. En 2012 fue publicada su primera obra de teatro, Dickens no tiene corazón, y el libro de relatos El conejo, la chistera y el mago sin memoria; en 2018 el volumen de relatos El café portugués. Dedica también otra parte de su labor creativa a la traducción, al ensayo y a la crítica literaria.

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