Mirar al retrovisor

El arte ensangrentado de los nazis en España

Joan Santacana escribe sobre el rol de la España franquista en el tráfico internacional de arte expoliado por los nazis.

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Desde que publiqué en Trea el ensayo La arqueología del Diablo, el tema de las vinculaciones entre el arte y los nazis me ha interesado tanto que estoy intentando averiguar como funcionó realmente este tráfico sangriento, y junto con la colega doctora Inma Socias Batet preparamos un ensayo sobre este tema del que ofrecemos un avance.

Las conexiones del régimen de Franco con el Tercer Reich o la Italia fascista son sobradamente conocidas. Sin embargo, resulta menos conocido el papel que tuvo la Península Ibérica, España y Portugal, en el tráfico de arte ensangrentado. Algunos autores han estudiado el papel que España cumplió en este comercio como zona de tránsito hacia terceros países. Los traficantes de arte vinculados al Tercer Reich contaron siempre con la complicidad de las autoridades franquistas, aun cuando España no fuera el destino de las obras de arte robadas, sino una escala importante hacia el continente americano. En este tráfico, las pinturas de las vanguardias europeas, que no tenían interés para los museos alemanes, fueron sacadas del territorio controlado por el Reich y, a menudo, intercambiadas por aquellas pertenecientes a maestros renacentistas y barrocos que sí lo tenían. Pero no se contentaron con sacar de Alemania las obras de arte degeneradas, sino que también evadieron oro, joyas, títulos de deuda y acciones. Personajes relevantes del Estado nazi, como Martin Bormann, pusieron en marcha programas para que estos valores llegaran a los países neutrales. No es necesario decir que estas vías de evacuación de arte eran clandestinas, por lo que dejaban muy poco rastro y hoy es difícil seguirlas. Uno de los métodos más utilizados parece haber sido la valija diplomática. En este tráfico, Suiza era un país especialmente privilegiado, por lo que fue el principal dentro de recepción y distribución de los envíos. Otra de las escalas fue el gobierno de Pétain, en Vichy, pero España era el último eslabón de la escala europea, antes de llegar a los países americanos.

En esta historia de transferencia de objetos de arte desde Alemania a España y América, hay una figura destacada que nos sirve como ejemplo de cuáles eran los mecanismos para el blanqueo del arte robado: Alois Miedl (1903-1990).1 Había nacido en Múnich y se casó con una chica de origen judío, Theodore Fleischer. Desde muy joven trabajó en diversos bancos en su propia ciudad, hasta que en 1932 se trasladó a Holanda como director de una sucursal. Esta situación matrimonial no le impidió mantener una amistad con diversos dirigentes nazis, especialmente Hermann Göring e incluso Hitler, en cuya mansión se alojó alguna vez.

Alois Miedl

Al comienzo de la guerra, descubrió el lucrativo negocio del arte, y mediante chantajes y extorsiones logró comprar muchas obras a familias obligadas a huir. No tenía escrúpulos y compró colecciones enteras que despues revendía. Entre otras colecciones, se apropió de la de Jacques Goudstikker, un coleccionista famoso que había muerto tratando de huir de Alemania. Con este comercio de arte ilegal, se enriqueció notablemente. El principal destinatario de estas obras, al principio fue Göring, pero también el Museo de Linz. Entre las obras que fueron a Linz hubo unos dos mil dibujos propiedad del holandés Franz Koenigs o la colección de primitivos flamencos del belga Emile Renders.

Pero en 1944, previendo un desenlace fatal de la guerra, Miedl, que vivía en Holanda, tomó su coche y con su esposa huyó a España a través de Suiza. Llevaba consigo cerca de cuatro millones de pesetas en títulos de deuda y valores de países diversos. Al parecer, cuando llegó a Hendaya, contactó con un contrabandista francés que operaba en la frontera española, colaborador habitual de la Gestapo, Jean Duval, mientras que en San Sebastián se reunió con dos contrabandistas belgas, Georges Koninckx y Adrien Otlet, afincados en la ciudad vasca y que conocían bien el mercado negro. Todos estos personajes eran sus cómplices en la operación de introducir su colección de pinturas a España. También le habían ayudado en ello agentes del servicio secreto alemán, como el belga Henri Delfanne (alias Heinrich Bauer), que dirigía una red de contrabando de arte en la frontera francoespañola, así como a un individuo conocido por los alias de Tomás y de Manfred Katz, y Alfred Zantop, quien habitaba en España desde 1925. Muchas operaciones de contrabando se hacían a través de una agencia consignataria de aduanas, llamada BAKUMAR y de la agencia de aduanas de Ramón Talasac. Miedl, con la intermediación de estos personajes, contactó con José Uriarte, amigo del director del Museo del Prado, con la finalidad de venderle una parte de las obras, operación esta que fracasó, ya que en el Museo sospechaban que se trataba de obras robadas.

Mientras Miedl trataba de legalizar su situación en España, con el permiso definitivo de residencia, en agosto de 1944 llegaron al puerto franco de Bilbao unas sesenta obras, entre las que había una Magdalena penitente de Van Dyck; otra Magdalena y un Jesús en el Monte de los Olivos de Corot; un Retrato de un hombre, de Franz Hals, y obras de David, Cornelius Buys o Thomas Lawrence. Meses despues, le vemos en Madrid con dos cuadros de Goya, que decía que los rojos habían robado durante la guerra civil, así como con doscientas obras de autores como Rembrandt, Rubens, Van Dyck, Cranach o Van Gogh que desaparecieron sin dejar rastro. Después de esto, la embajada de Holanda denunció ante las autoridades españolas a Miedl como autor del robo de arte en territorio de su país, y pidieron retener las obras que tenía en el puerto de Bilbao hasta que se conociera su origen. Las autoridades españolas no tuvieron más remedio que retener las obras de arte, máxime cuando Estados Unidos se unión a la demanda holandesa en 1945.

A partir de aquel momento, empezó un largo pleito entre el Gobierno español y los Aliados sobre el destino final de estas obras de arte. El Gobierno español realizó una tarea constante de obstrucción para que las obras no fueran devueltas y los Aliados consiguieron finalmente interrogar a Miedl para que aclarara el origen de las pinturas, pero el ministro español de Asuntos Exteriores, MartínArtajo, así como el director general de Política Económica del Ministerio de Asuntos Exteriores, declararon que como resultado de su investigación no había una base sólida para dudar de la procedencia de las obras. En julio de 1946, se determinó que las obras fueran depositadas en el Museo del Prado con el visto bueno del director del museo, Sánchez Cantón. Pero al final, el 9 de febrero de 1949 el Ministerio de Asuntos Exteriores comunicó a la embajada de los Países Bajos que, al no tener pruebas de que la colección Goudstikker se hubiera vendido bajo coacción, desbloqueaba «los bienes del Sr. Miedl», quien recuperó ese mismo día los cuadros retenidos en Bilbao, así como sus acciones y valores. Y aquí se perdió el rastro de estas obras de arte.

Obviamente, Miedl no fue el único traficante de arte nazi protegido por el franquismo. En esta lista ocupa un lugar de honor el traficante austriaco Ludwig Losbichler Gutjahr (1898-1989).2 Poco se sabe sobre su pasado, excepto que vivió en Casablanca, Tánger y Tetuán en los años treinta y fue en el norte de África cuando prestó sus servicios a la Gestapo. En 1944, cuando estaba derrumbándose el Reich alemán, Losbichler figura en una lista enviada al Gobierno del general Franco por los aliados de más de un centenar de agentes nazis para ser detenidos. Lo fue a raíz de la demanda aliada, pero en 1948 ya estaba de vuelta y se había establecido en Barcelona, comprando y vendiendo obras de arte, siempre bien relacionado con las élites culturales de la capital catalana, en especial con Josep Gudiol i Ricart (1904-1985), que dirigió el Institut Amatller d’Art Hispànic, una prestigiosa institución privada.

No fue hasta 1952 cuando este traficante pudo presentarse como un hombre culto, honesto y generoso: fue con motivo de la llegada a Barcelona de una exposición itinerante denominada:Mostra dei Primitivi Mediterranei. Fue entonces cuando pudo prestar dos tablas del taller gótico de Pedro García de Benavarre o la tabla de Jaime Huguet titulada El encuentro en la puerta dorada. El traficante no lo dijo, pero muchos años despues se confirmó que las dos tablas góticas habían pertenecido a la colección del marchante judío Hugo Helbing, víctima de la Noche de los Cristales Rotos. Losbichler dijo que las obras mencionadas, así como una Virgen con ángeles de Lluís Borrasà, procedían de ventas realizadas por curas poco escrupulosos.

Los informes de la Unidad de Inteligencia especializada investigar el saqueo de arte (ALIU) compusieron un índice de empresas y personas dedicadas a este tráfico en cada país, incluida España. La lista es larga y proporciona casi una veintena de direcciones, que incluye agentes de aduanas como Pujol-Rubio SA, instalados en el ​​Pasaje de la Paz 11 de Barcelona, o Baquera, Kusche y Martin, que actuaban en Madrid como agentes y cargadores de aduanas Schenker, intermediarios del mencionado Miedl y Paul Lindpaintner. Además, empresas de tipografía como la Fundicion Tipografica Neufville SA, sita en Travesera de Gracia 183 de Barcelona, desde donde Antonio Puigdellivol escribió a Bauer Type Foundry en Nueva York desde Lisboa el 9 de julio de 1945, pidiendo su ayuda en la venta de un autorretrato de Rembrandt (60 x 75 cm) que se sospechaba procedía del saqueo. En la lista elaborada por la unidad de inteligencia aliada figuraban también falangistas notables como Hugo Barcas, de Barcelona, que tenía su oficina en el paseo de Colón de la capital catalana. Se trataba de un industrial que era socio del búlgaro Semo Freres, de Sofía. Este sujeto viajó con frecuencia a España, Francia, Chile y Argentina según los investigadores, que tenían muy fundadas sospechas de que practicara un tráfico ilícito de pinturas y objetos de arte.

Otro falangista con idéntica función era Martín Bilbao, un marchante de arte que tenía dos trípticos saqueados de la iglesia de Smolensk y traídos a España por miembros de la División Azul. Otro marchante madrileño, Arturo Linares, declara haber manejado objetos saqueados de los países ocupados, en particular los traídos a España por los voluntarios de la División Azul, activa en Rusia y Polonia. Vinculado también con el tráfico de arte a través de la División Azul se cita al donostiarra Ángel el Saldista, un anticuario cuya tienda en San Sebastián estaba llena de artículos saqueados en julio y agosto de 1944. Los investigadores sospechaban que actuaba como enlace para la puesta en el mercado de artículos introducidos de contrabando en España por miembros de la mencionada División Azul o agentes alemanes.

Hubo traficantes españoles que a la vez estaban al servicio del espionaje alemán, como Gregorio Moreno Bravo, que vivía en Barcelona, y que a los ojos de los investigadores aliados poseía obras de arte y otros objetos de valor saqueados en favor de ciudadanos alemanes. Sin embargo, la mayoría de los intermediarios que documentaron los agentes de ALIU eran extranjeros que trabajaban a cuenta de Miedl. Fue el caso, ya mencionado, de George Henri Delfanne (alias Bauer, Heinrich; Masuy, Henri; Kranenbaum), que era un belga que trabajaba como agente alemán que entre 1943 y 1944 dirigió una organización de contrabando en la frontera francoalemana, mediante la cual introduce, entre otras cosas, las obras de arte de Miedl. Otro belga fue Charles Georges Koninckx, que residía en San Sebastián, desde donde operaba. Y en la lista de traficantes de origen belga no se puede olvidar a Adrian Otlet, establecido en San Sebastián. Se trataba de un experto contrabandista, que traficaba en el mercado negro español. Era un estrecho contacto de Miedl, que vendía obras de arte procedentes del saqueo de Francia. Lo mismo pudo saberse de Jean Duval (alias Colonna), otro agente alemán, relacionado con la red de contrabando en nombre de Miedl. La lista sigue con Gerhard Fritze, un holandés que en aquellos años ya estaba en Nueva York, pero que había trabajado en España.

Obviamente, entre los individuos citados en la lista aliada había algunos que eran simplemente contrabandistas expertos, como el caso de Andre Gabison, un francés que estaba involucrado en todo tipo de delitos de contrabando, incluido el arte, o bien Andreas Lázaro, que vivía en la frontera vascofrancesa. Finalmente, hay que citar a Alfred Zantop, un alemán residente en Barcelona, probable agente alemán, y que se creía que era un encargado de ocultar activos alemanes en España y estaba vinculado también con la red de tráfico de arte de Miedl. Toda esta historia, poco conocida en sus detalles, muestra hasta qué punto el arte fue y sigue siendo objeto de un tráfico no solo ilegal, sino también sangriento.


1 Miguel Martorell Linares: «España y el expolio nazi de obras de arte», en Ayer, núm. 55 (2004), pp. 151-173.

2 Francisco Hernandez Pardo: «Otro nazi protagonista del expolio patrimonial de España», Hispania nostra, núm. 20 (2015), pp. 26-33.


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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