/ por César Rodríguez de Sepúlveda /
Fotografía de portada de Oleksandr Pidvalnyi
Nos revelaba Marina Casado en una breve nota incluida en su segundo libro, Mi nombre de agua (2016), que «la poesía constituye una exposición de los secretos más profundos de su autor». ¿Poesía de la experiencia, entonces? Desde luego que sí, aunque no, por supuesto, en el habitual y limitado sentido de la expresión, porque la poesía de Marina, más que una poesía del acontecer es una poesía del ser: no la anécdota sino el símbolo, no la cambiante vida exterior, sino la vida interior (aunque, por supuesto, haya cataclismos biográficos que dejen una huella extensa y profunda en su sentir más íntimo y, por ende, en su escritura).
Toda la obra poética de Marina Casado, desde Los despertares (2014) hasta Los ojos tristes del vals (2022), puede y debe leerse como el despliegue literario de una intimidad secreta, poblada de símbolos propios, entrañables y recurrentes. Entre estos símbolos, junto a otros también de neta estirpe modernista, se encuentra en un lugar preferente el cisne. Símbolo de la belleza que no podemos evocar sin recordar su presencia obsesiva en la obra de Rubén Darío, el cisne acompaña a la poeta madrileña desde sus inicios literarios: en ciertos poemas tenemos solo fugaces atisbos de su blanco plumaje; otras veces hemos visto bogando orgullosamente en todo su esplendor. En este libro, Los ojos fríos del vals, última entrega poética de Casado, el ave se erige en protagonista indiscutible y, sobre todo, en emblema de una vindicación tan ardua como necesaria.
Esta vindicación se hace explícita en el breve texto de la autora que nos franquea el paso a la obra, titulado, entre significativos paréntesis, «(Una confesión previa)». Como instaba a hacer en su día aquel conocido soneto del mexicano Enrique González Martínez («Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje…»), la poesía actual, viene a decirnos Marina, persigue y aniquila a todo cisne que se atreve a aparecer en público. La estética modernista, que significó en la literatura en lengua española el advenimiento de una poesía verdaderamente moderna, es hoy denostada, ridiculizada, ignorada. Frente a esta situación, la autora declara sin ambages su intención: «hay que resucitar al cisne». Ella misma, admite, ha hecho en el pasado callar a su cisne interior en un intento de no desmarcarse demasiado de la poesía actual: «Intento modelar mi propia poesía, cortarle las alas y retorcerme el cuello por parecerme a los poetas de hoy». Pero se acabó. Andrés París, en el excelente prólogo, lo dice también con claridad meridiana: este que nos ocupa es «un poemario donde se despliega, como el velo de un cometa inesperado, un torrente de aguas cristalinas contenido por mucho tiempo».
Es necesario decir que la reivindicación que la poeta madrileña hace de la estética modernista nada tiene que ver con la repetición ni con la imitación. Ningún sentido tendría hoy pretender escribir igual que Rubén Darío, a la manera del Pierre Menard borgiano. No: sí tiene que ver, en cambio, con la revalorización de una parte esencial de la historia de nuestra poesía que no se puede arrumbar sin más tildándola de cursi o démodée. El modernismo es mucho más rico que la imagen tópica que de él se viene dando desde hace un siglo. Y puede ser, como demuestra Marina en este libro, la mejor forma de «contar la historia de la noche, la verdadera historia». Nuestra historia personal, íntima, secreta, verdadera.
El libro se divide en tres partes. En la primera, titulada «La memoria», se deja sentir con fuerza la presencia de una ausencia. El desaparecido no solo se evoca a través del recuerdo de los días felices vividos junto a él («Sorolla, el verano», «Everybody’s taking at me», «El Sur»), sino que se reencuentra en la propia imagen ante el espejo («He heredado el color de su mirada»). El mar, como en otros libros de la autora —en especial en el reciente «Este mar al final de los espejos»-—simboliza la muerte: «El mar es el ocaso de todos los relojes», escribe en uno de los más bellos poemas de la sección, «Sed». La imagen del bosque, en cambio, remite a la infancia, a los cuentos: los personajes perdidos en el bosque y en su angustia terminan reencontrando el camino de vuelta («Deus ex machina»), pero del mar —de la muerte— no hay regreso: muestra solo «una lenta sucesión/ de ataúdes vacíos»).
La memoria de esta sección no se limita a lo estrictamente biográfico, sino que adquiere un sentido histórico, cívico, en los cuatro últimos poemas que conforman esta primera parte. Uno en especial, «Museo del Prado», destaca por la superposición de la experiencia personal del amor y la memoria de la guerra fratricida de 1936 (que es también el tema, por cierto, de la única novela de Marina Casado, publicada recientemente, Los doce reinos del tiempo, 2021). En el poema »1936» se clama por la necesidad de hacer justicia con las víctimas: «Devolvedles la voz/ para que no se mueran».
La segunda parte se titula «Estampas para Odile». Odile es el cisne negro, la malvada hechicera del ballet El lago de los cisnes de Chaikovski. Su antagonista es Odette, la inocente heroína, el cisne blanco. Ya en el primer poema, titulado «Dualidad», se nos advierte que Odette y Odile son en realidad complementarias, parte de un mismo ser. Una no puede existir sin la otra:
Si el lenguaje tuviera la fuerza suficiente,
os abriríais como flores
después de una tormenta:
una única flor herida,
el mismo blanco ensangrentado.
La aparente dualidad es en el fondo identidad. Odette es Odile y Odile es Odette. La pérdida de la inocencia hace que Odette se tranforme en Odile. Todos somos Odile, porque «Odile viaja por debajo de todas las pupilas».
Los poemas de esta sección documentan la transformación de Odette en Odile, del cisne blanco en cisne negro. Esta dualidad estaba ya presente en el primer libro de Marina Casado, Los despertares, aunque expresada mediante los personajes de la Bella Durmiente y la Alicia de Lewis Carroll. Los poemas o estampas para Odile, muy diferentes entre sí y a cual más bello, recurren a símbolos como el espejo («Infiel», «Infinitud») y el cine («Billy Wilder», «Siempre nos quedará»). La sección se cierra con un «Final apócrifo» que anticipa ya la estructura dramática de la parte que viene después.
«Historia de la noche», la última parte de libro, subtitulada «Poema representable en cuatro actos», es una especie de auto sacramental modernista en que se escenifica la resurrección de la Noche y del Cisne. Consta de cuatro actos y un poema secreto, como —nos apunta, en el prólogo, Andrés París— el legendario disco de The Moody Blues Days of future passed. La acción ocurre en un simbólico Mundo de la Laguna. y el gran villano es, por supuesto, el Tiempo, que en el primer acto acaba con la Noche pintando el amanecer. Es en esta sección lírico-dramática del libro donde cobra un mayor protagonismo el Vals del título:
Al pie de la Laguna
el Vals tiene los párpados cerrados
y en su cuerpo celeste
se derraman olvidos.
«Historia de la noche» es un poema insólito por su ambiciosa estructura y por, en palabras de Andrés París, «la lluvia procelosa e incesante de simbolismo modernista». En él se escenifica —y se realiza— el propósito del libro que, como nos avisaba la autora en su poema introductorio, consiste en «resucitar al cisne» para así poder contar «la historia de la noche».
En la navegación poética de Marina Casado, Los ojos fríos del vals, su quinto libro, tras Los despertares, Mi nombre de agua, De las horas sin sol y Este mar al final de los espejos, es una nueva singladura que continúa y reafirma las anteriores, y a la vez se interna con osadía en despoblados océanos antiguos que ella vuelve nuevos al surcarlos. El libro ofrece al lector ávido de belleza tesoros sin cuento, aunque la joya más valiosa que custodia es su profunda, irrenunciable, verdad.

Marina Casado
BajAmar, 2022
76 páginas
10€
César Rodríguez de Sepúlveda Pardo (Madrid, 1968) pasó su infancia en Ávila e hizo sus estudios en la Universidad de Salamanca. Ha publicado varios trabajos académicos, fundamentalmente sobre autores hispanoamericanos y, desde 1996, es profesor de Lengua y Literatura en un instituto de educación secundaria de la Comunidad de Madrid. Precedido sólo de un puñado de poemas en un libro colectivo de jóvenes poetas abulenses, y otros tantos dispersos en plaquettes y revistas, Luz del instante es su primer poemario publicado.
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