Estudios literarios

Siete breves sobre libros, lectura y escritura (III)

Tercera parte de una serie de tres entregas, escrita por Víctor Colden.

/ por Víctor Colden /

1. Soy escritor: lo que me cuentes puede acabar en un libro.

2. Recuerdos de lecturas placenteras. La grata asociación en la memoria de un libro que disfrutamos de una forma especial con el lugar y el momento en que lo leímos. La cartuja de Parma, de Stendhal, en los compartimentos de aquellos trenes europeos, un verano de Interrail. El escarabajo, de Mujica Lainez, las tardes de agosto del 85 en la playa de Copanello, en Catanzaro. La primera vez del Quijote, en las sobremesas de otro verano, sentado a la sombra de un pino en el jardín de mis tíos en El Puerto. (Si me empeñara en rescatar más ejemplos, ¿serían todos de la adolescencia y la primera juventud?).

3. Cuando se habla de erratas, siempre recuerdo la anécdota que nos contó don Manuel Carrión Gútiez, preboste de la biblioteconomía española, a principios de los noventa. Hablaba de un libro al que hubo que insertarle una fe de erratas. La hojita llevaba como título «FA DE ERRATAS». A pie de página, tras la lista de errores, había una advertencia en letra pequeña: «Nota: donde dice fa, debe decir fu».

4. Me están gustando muchísimo los diarios de Julio Ramón Ribeyro, que tenía pendientes desde hace tiempo, ¡pero vaya libraco! Es un tomo grande y gordo, de casi setecientas páginas. Prefiero los libros delgados, los libros pequeños, los libros manejables. Qué incómodo leer cualquier obra en un volumen grueso y pesado. Lo hago cuando no tengo más remedio: leo esos libros a pesar de su enorme formato o de su peso excesivo. Y por mucho que disfrute con la lectura, no siempre consigo —tumbado en la cama o el sofá— abstraerme del objeto, del mamotreto fastidioso. (Mamotreto: según el diccionario académico, del griego mammóthreptos, que significa ‘criado por su abuela’, y de ahí ‘gordinflón, abultado’, «por la creencia popular de que las abuelas crían niños gordos»). ¡No quiero mamotretos en el sofá!, engordados por autores y editoriales. Las obras muy extensas, que me las presenten en varios volúmenes. Quiero libros pequeños, libros manejables, libros de bolsillo. Libros que sea fácil llevar de un lado a otro y que dé gusto tener en las manos.

5. Cuánto luché por no escribir. Por no ser escritor. Quería extirparme ese deseo, ese prurito, que yo veía más bien como una manía —¿una mera grafomanía?—, como un tormento que no me dejaba vivir tranquilo. Me rendí. Ganó la escritura.

6. Qué alivio que haya escritores, estilos, géneros, temas, maneras… que no nos interesan. ¿Nos perdemos algo no acercándonos a ellos? Seguramente. Pero qué alivio: así tenemos un poco más de tiempo para leer los miles de libros que sí nos llaman y que tenemos pendientes, o los que nos quedan por descubrir.

7. No recuerdo ya dónde encontré la frase, quién la dijo. Fue hace mucho tiempo —yo era muy joven— y pensé que era una exageración. «Llega un momento en la vida en que o se lee o se escribe». Por fin la he entendido. Sigo leyendo, pero la escritura le ha quitado mucho tiempo a la lectura.


Víctor Colden (Madrid, 1967) es licenciado en Filología Románica. La editorial Libros Canto y Cuento publicó en 2019 su novela Inventario del paraíso y en 2020 la colección de prosas literarias Gazeta de la melancolía. Su breve relato autobiográfico Veinticinco de hace veinticinco apareció en Newcastle Ediciones en 2021. En otoño de 2022, la editorial Pre-Textos publica su novela Tu sonrisa sin temblar.

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