«Mi espuma biográfica —escribe Amparo Rovira de El arte es un rumor. Michel Foucault: el filósofo de lo pequeño— se ha entrecruzado con el relato sobre Foucault. Este libro se empezó a escribir en un momento infortunado de mi vida en el que Foucault fue para mí como la tabla que el océano le llevó a Neruda a su casa de Isla Negra. Por eso, puedo afirmar que Foucault sirve para vivir. Su filosofía se dedica a estudiar, como buen journaliste, la actualidad, el presente y a preguntarse de dónde viene (de ahí el nombre de ontología del presente); por eso se define él mismo como «intelectual específico» y no como «intelectual universal».
El interés de Foucault se dirige muy especialmente a las cosas y a las vidas pequeñas, a las vidas infames (sin fama). No son los grandes temas, ni los grandes problemas, sino los «juegos de poder más limitados y humildes» (la locura, la enfermedad, la prisión; el poder en la familia, en la oficina, entre amantes, en el taller… luchas locales, al fin y al cabo).
En estas páginas atiendo a los tres grandes temas presentes en su obra: los discursos, el poder y el sujeto. Él mismo reconoce que trabaja por «círculos concéntricos», como un zoom, como las ondas que hace una piedra si la tiramos a un río; sus grandes temas se entrecruzan a lo largo de toda su obra con más o menos brillo, con más o menos presencia. No hace historia: hace contrahistoria, contramemoria; a partir del trabajo exhaustivo de archivo, trabaja discursos (arqueología), busca los bajos fondos, interpreta ese material (genealogía). Al preguntarse quién es el dueño del discurso y a quién le afecta, se adentra en la subjetividad.
He mostrado que es un filósofo que predica el entusiasmo, condición de posibilidad histórica de grandes acontecimientos. Ese entusiasmo, a pesar de todos los obstáculos, ha guiado mi mano al escribir este libro y espero contagiarlo a los lectores».
Lo que sigue son tres comentarios del libro que se escribieron en el marco de un tormentoso proceso de publicación, relatado aquí por Guillermo Quintás.
Todavía Foucault
Vicente Ponce
1. Entre las numerosas anécdotas que se relatan en el texto de Didier Eribon Michel Foucault y sus contemporáneos, cabe destacar alguna de las reacciones o los comentarios a sus conferencias pronunciadas ante el mundo universitario norteamericano. Con una nutrida asistencia de profesores y estudiantes, tras su finalización, la coraza académica ronroneaba, rumoreaba, disimulaba y solía proferir, en un lapidario resumen, algo así como: «Bueno, no está mal, pero hay mucho humo» (humo, es decir, suspensión en el aire de partículas pequeñas producidas por combustión). En suma, es volátil. El mundo académico, por supuesto también en Francia, despreciaba a Foucault. Esto del humo (negro) era un elemento que encajaba cual guante en cómo veían aquellos probos funcionarios norteamericanos, desde su robusto pensamiento anglosajón, a quien infiltraba en su casa un pensamiento otro. Mas de un académico ha prodigado su actividad en favor de esa imagen. Las reticencias norteamericanas o las reticencias en general a sus posiciones han sido innumerables. Un reconocimiento reciente y sin reticencias de su pensamiento lo constituye el libro de Amparo Rovira El arte es un rumor: Michel Foucault. El filósofo de lo pequeño (KRK Ediciones).
2. Hay en su Introducción, en su arranque, declaraciones metodológicas. Los aspectos que van a ser tratados; el poder/saber/sujeto; el arte… La introducción de términos de evocación, por ejemplo que el texto susurra mucho sobre el mar, y dos afirmaciones que recorrerán todo el libro: «No trataré de ser original, pero sí algo diferente», como el atreverse a pensar de otro modo que decía Foucault y una identificación proyectiva que da cuenta del esfuerzo y el riesgo personal de la autora en este libro: «Foucault sirve para vivir», acorde con lo que planteaba Foucault de que «escribir es siempre escribir sobre uno mismo». Sea como fuere, no cabe preocupación por la identidad, porque de tu identidad ya se encarga el poder.
3. El Capítulo 5 es un homenaje a Herman Melville y se titula «Preferiría no hacerlo», la fórmula que repite hasta diez veces Bartleby, un copista en la oficina de un abogado ante un requerimiento laboral y que acabará en un proceso devastador. Es en este apartado donde se analizan cuestiones esenciales en el proyecto foucaultiano como el poder, el saber: «El poder es esa bestia magnífica» que todo lo devora en su perversión furtiva. Tal vez escribió siempre sobre el poder, sobre el saber, aunque no siempre utilizara el concepto, por ejemplo en su primer gran libro, la Historia de la locura en la época clásica (1961). Para Foucault nunca hay poder en estado puro. No hay poder puro ni saber puro, pero se puede, por abstracción, despejar un poder en sentido abstracto. La noción poder, y no recientemente, ha generado mucho texto, y las páginas de este libro verifican y analizan su centralidad conceptual.
4. Michel Foucault (y algunos nombres más que Elisabeth Roudinesco denominó filósofos en la tormenta: Canguilhem, Sartre, Althusser, Deleuze y Derrida), constituye una reivindicación rotunda de la filosofía como práctica crítica, como aquella que ejerció la crítica de la norma. Todos ellos se caracterizaron por haber cuestionado la naturaleza del sujeto y haber desvelado qué se esconde tras esa niebla intemporal. Tal vez hoy los intelectuales ya no son conciencia ni elocuencia. El intelectual específico del que hablaba Foucault difícilmente puede criticar a un poder capilar, extendido y diluido en una multitud de dispositivos organizados de manera horizontal y compleja. La figura del intelectual que dice la verdad se está convirtiendo en anacrónica.
5. Este es un libro notable. Por confesión propia, una más, se dice que este trabajo «pretende bordear e incluso transgredir las orillas de lo más académico», razón magnífica para que la burocracia académica encuentre motivos para fabricar un laberinto. Este es un libro que se puede cruzar, noblemente, con el mandarinato que ha interrogado ya, de manera muy fértil, a Michel Foucault (Blanchot, Deleuze, Baudrillard, Trías, Morey, Larrauri… y los malditos anglosajones). Cabe plantear, es obvio, matizaciones, objeciones y denegaciones, pero merece reconocérsele la batalla que ha dado contra la pereza y la banalidad académicas, contra la burocratización de los saberes. La empalizada que se ha levantado contra el texto y, tal vez, contra la profesora Amparo Rovira resulta de lo más miserable. En suma, mucho humo.
Un libro que tiene alma de riesgo
Marta I. Moreno Pizarro
Me adentro con admiración en el cuarto de los espacios que Amparo Rovira ha creado con magisterio y elegancia para enseñar a ver y oír cómo Foucault trabaja, en su estudio de revelado, para impregnar de luz la superficie del tiempo. Goethe, cuyas últimas palabras antes de morir («¡Más luz!») titulan el capítulo cuarto, consideraba que cada color es el resultado de una interacción dinámica entre la luz y la oscuridad; y, así, el gris («el color del testimonio de las ruinas, […] el color del trabajo minucioso», dice Rovira) es la mezcla de todos ellos; el espacio en el que no podemos discernir y nada retiene un nombre o notoriedad. De ahí que Foucault, según nos enseña la autora, trabaje desbrozando las grises sombras de lo anónimo, de lo impensado, para fijar así la luz adecuada y revelar con ello nuevos colores: en la historia y sus discursos, y en las condiciones de existencia de lo que se da.
Lo apasionante, además de la riqueza y el rigor con los que la profesora Rovira muestra las claves del pensamiento de un autor fascinante y necesario, es hasta qué punto lo que dice este capítulo cuarto puede aplicarse también a sí mismo. ¿Puede un texto hablar de sí mismo mientras desarrolla un estudio académico sobre un pensador? Sí, si ese pensador no es un mero objeto de estudio, sino el acompañante que nos guía y que nos provee de las herramientas necesarias para recomponer el mapa de su pensamiento. Lo que la obra de Foucault hace con los ejes del presente, Rovira lo hace a su vez con la obra de Foucault. Para empezar, hace visible de Foucault aquello que no se ve precisamente por estar constantemente a la vista. Y lo hace igual que el arte nos hace despertar de los automatismos perceptivos de la cotidianidad: pellizcándonos con la sorpresa (así es su prosa: pizpireta, brillante, llena de lirismo), rompiendo la mirada consuetudinaria, iluminando por primera vez y descubriéndonos lo que siempre ha estado ahí ante nuestros ojos sonámbulos. Persigue el régimen de la luz que distribuye «lo claro y lo oscuro, lo visto y lo no visto»; nos ofrece así la superficie que no vemos. Lo evidente invisible de Foucault es que su trabajo de indagación vertical no ofrece ni encuentra sentidos originarios, sino que solo logra elaborar un modesto atlas de azares. Que los afueras silenciados revelan tanto o más que los discursos en los que nos reconocemos sin saberlo porque han ganado la batalla por el poder en una determinada episteme. Que es el propio discurso el que crea su objeto. Que lo pequeño, lo gris, lo aparentemente natural es enorme y accidental y determinante. Y lo más crucial: que Foucault, con el ánimo de pensar lo impensado, no transita de un tema a otro, como podría parecer, sino que orbita siempre en torno a la interrogación acerca del saber, el poder y el sujeto («la peonza tricolor»). La autora nos muestra, así, el saber bajo, atmosférico, que murmura incansable en el fondo de la obra de Foucault: él busca el rumor del tiempo, Rovira desvela el rumor de la obra de Foucault.
Este libro tiene (como el arte, como el propio Foucault), usando la bella y certera expresión de Rovira, alma de riesgo. Por mucho que solo pretenda «hacernos ver lo que vemos»: pura filosofía.
Todo empezó en el arte
Guillermo Patiño
¡Qué bien le sienta a la filosofía escapar del plural mayestático! Sin duda disfrutará el lector de la interesante apuesta filosófica de El arte es un rumor: aunar los aspectos teóricos con elementos biográficos, emplear metáforas como eje de la exposición conceptual y una cuidada selección de citas, poemas y referencias literarias. Con ello, amén de abrir un espacio de reflexión sobre (y desde) Foucault, se dará pábulo a toda una tradición: esa senda que desdeña el sistema en favor de lo pequeño y del cuidado de uno mismo. Y es que la filosofía es sobre todo una forma de soportar la vida, un fármaco que conjura los temores con palabras mágicas y que no debe olvidarse de quien piensa, pues «para tener una esperanza, hay que tener muchos recuerdos», ni de que escribir siempre es, en definitiva, hacerlo para uno mismo y desde uno mismo.
Nada de esto debemos obviar para abordar «Promesas rotas», pues el lector afrontará un capítulo en el que resuena la juventud de la autora junto con la reflexión entorno a las vanguardias. Todo ello, ubicado como un momento iniciático, vital y filosófico en el que se gestarán las cuestiones que harán posible que, años después, sea «encontrada por Foucault». Esta adolescencia de la mano de las vanguardias, del formalismo ruso y del estructuralismo checo construyen el crisol perfecto para abrazar las promesas del cambio y de la utopía. Ahora bien, ese entusiasmo y esos sueños darán paso a una sensación de fracaso, que solo reforzará esa constante rebeldía que aspira a ser insoportable para el orden establecido.
Esta sensación de fracaso es uno de los grandes focos de reflexión del capítulo con el que se abre El arte es un rumor. Y es que estos «movimientos estéticos» tendrán un final trágico: acabarán siendo engullidos y entronizados por el mundo que quería cambiar. Y así, tras ser «reunidos» y «bautizados», fueron llevados a los museos por la misma clase cuyos valores atacaban y llamados «fraude» por aquellos a quienes encandilaron con sus proclamas. Muy probablemente, afirma la profesora Amparo Rovira, las vanguardias nunca quisieron ir más allá de la provocación, de cierto quijotismo, y todas esas promesas resonaban más en las mentes de quienes escuchaban las soflamas que en las cabezas de los protagonistas. Es más: puede que incluso todo el vértigo que enarbolaban solo fuera parte del ritmo del universo, que tiene «sus propias formas de novedad y ruptura» para garantizar su existencia. En cualquier caso, la lectura de Foucault, «el filósofo de lo pequeño» hace y desarrolla su apuesta.
Junto a las promesas que no se cumplieron, llegaron, con el tiempo, otras miradas a esas movimientos que transmutarán los fracasos en logros: obligaron a revisar los manuales sobre el quehacer artístico, enriquecieron el debate en torno al papel del autor, de la creatividad y al concepto de crítica. Y así, «entraron por la puerta grande nuevas preocupaciones»: qué es leer, qué significa el arte, para qué sirve y cuál es su función social, su gramática y su autonomía. Todas estas cuestiones, tematizadas previamente en otro texto de la profesora Rovira, Las quimeras del arte, florecerán en los siguientes capítulos de la mano de Foucault y la autora, pues no debemos olvidar que el arte, aparentemente marginal en las obras de Foucault, es el «rayo que dura» y la atmósfera desde donde se construye la lectura porque es desde el arte donde empezó todo.

Amparo Rovira Sánchez
KRK, 2022
606 páginas
24,95 €
Michel Foucault, gran admirador, por cierto, del ayatolá Jomeini y de la Revolución islámica de Irán, tristemente de actualidad en estos momentos…