/ Escuchar y no callar / Miguel de la Guardia /
De ninguna manera pienso que una sociedad que se respete a sí misma y respete la salud y la integridad de los ciudadanos que la componen debe favorecer el uso de productos que puedan dañar su salud, crearles dependencia y menos aún embotar sus sentidos. Estoy convencido de que el exceso en el consumo de alcohol, el tabaco, la marihuana, la cocaína y las demás drogas, naturales o de diseño, son perjudiciales, y me sobran etiquetas como drogas blandas, que tratan de minimizar los daños del consumo de sustancias adictivas que actúan sobre el sistema nervioso.
Dicho lo anterior, no puedo por menos que lamentarme de que, en España, una pésima legislación, que despenaliza y minimiza el consumo de drogas de abuso, con lagunas legales respecto de moléculas de síntesis análogas a drogas ampliamente utilizadas y la absoluta ineficacia de las campañas de información y formación hayan creado el caldo de cultivo para que nuestra sociedad minimice el impacto de las drogas sobre la salud y la libertad individual de los ciudadanos y las cifras de tráfico y consumo aumenten sin parar.
Otro de los males de nuestro país es que los nuevos izquierdistas, que probablemente han llegado a sus planteamientos políticos sin haber asimilado los principios básicos de las grandes revoluciones de la era moderna y contemporánea, se aprestan a solicitar la legalización de las mal llamadas drogas blandas difundiendo bulos sobre las virtudes de la marihuana y proponiendo la formación de clubes de autoconsumo. A estos grupos, tan activos en su militancia anticatólica, habría que recordarles que el marxismo, del que dicen beber, aseguraba que la religión era el opio del pueblo, y ellos han puesto el acento en la religión, que es una actitud personal, y han olvidado preocuparse por sus obligaciones respecto de las drogas, que, esas sí, son de carácter público y político.
La reciente legalización del cannabis en varios países ha reavivado el interés de los jóvenes y despertado la codicia de los mercaderes, porque, no nos engañemos, de lo que se trata es de obtener beneficios y mantener a una juventud dependiente y acrítica.
A pesar de todo lo que he escrito, no se me ocultan los males de políticas como la ley seca, que se trató de instaurar en Estados Unidos, ni tampoco que la otra cara de la droga son los beneficios de los traficantes y la cadena de corrupción que rodea sus negocios. De manera que no se puede evaluar el consumo de sustancias nocivas con fines recreativos sin tener en cuenta el binomio salud ciudadana-corrupción.
Se ha demostrado que no sirve de nada prohibir, pero tampoco despenalizar el consumo sin regular la producción y distribución. No se trata solo de dar un golpe a las mafias y al tráfico y asegurar la calidad de los productos que se ponen en manos de los consumidores. Al controlar y gravar las sustancias psicotrópicas con impuestos, se permite que cuando los efectos nocivos del consumo dañen la salud de los usuarios el Estado disponga de medios económicos para su cuidado. Además, hay que establecer una conexión entre el sistema médico y la distribución de psicofármacos y sustancias de carácter recreativo para evitar en lo posible el tráfico y el consumo incontrolado, recaudar los impuestos necesarios y ofrecer asistencia médica a los consumidores. Si por el contrario se legalizan la producción y el consumo indiscriminado, tan solo se facilita el acceso a sustancias nocivas sin garantías ni control y se envía un mensaje equívoco a la sociedad que contribuye a la normalización del consumo.
En resumen, desde mi perspectiva, se trata de oponer a la ilegalidad la regulación y el control, no la legalización; aunque me temo que para llevar a cabo estas políticas sería precisa una clase política mejor preparada y menos ideologizada.

Miguel de la Guardia es catedrático de química analítica en la Universitat de València desde 1991. Ha publicado más de 700 trabajos en revistas y tiene un índice H de 77 según Google Scholar y libros sobre green analytical chemistry, calidad del aire, análisis de alimentos y smart materials. Ha dirigido 35 tesis doctorales y es editor jefe de Microchemical Journal, miembro del consejo editorial de varias revistas y fue condecorado como Chevallier dans l’Ordre des Palmes Académiques por el Consejo de Ministros de Francia y es Premio de la RSC (España). Entre 2008 y 2018 publicó más de 300 columnas de opinión en el diario Levante EMV.
Miguel, por las últimas tres líneas puedes ser apedreado! Es claro que sin razón.